El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Frivolidad y fin de la historia.
Últimamente (febrero de 2014, aunque podría sugerir cualquier
fecha del año) leía un pasaje periodístico en la web donde se
hacía referencia a los artículos más consultados en diversos periódicos y
revistas de tirada nacional. En plena crisis, cuando más se hace necesario un
ejercicio de introversión con tal de poner en funcionamiento nuestro
infrautilizado sistema neuronal y poner remedio a nuestro maltrecho sistemas
regulatorios, es decir para plantear alternativas o reformas al modelo
capitalista, todavía nos afanamos en averiguar si es cierto que el señor Piqué
se ha liado con la voluptuosa Shakira o cuál va a ser la próxima que salga en
pelota picada en tal revista del mundo de la farándula.
El número de personalidades que regenta
los lugares de encuentro de ocio de bajo nivel es todavía
limitado debido a que nuestro grado de interés por este tipo de
titulares es solamente abrumador(1). Sí, solamente. Así que se
antoja absolutamente necesario apadrinar (con nuestro dinero claro)
unos cuantos nuevos y flamantes chiquilicuatres, para de este modo
acallar definitivamente cualquier voz disidente y alcanzar el fin de
la historia del capitalismo y las democracias liberales, el orgasmo
de la victoria final de la frivolidad más burda y la deyección
espiritual.
(1)
Para muestra un dato, según mis fuentes para el año 2015 se espera
que la industria del entretenimiento en Estados Unidos suponga cerca
un 50% del PIB. Es decir, la mitad del presupuesto de las familias
americanas será destinado a ocio y entretenimiento.
Conclusiones y fin de la historia.
Todos estos comportamientos crean un halo, un globo que se
hincha aspirando oxígeno de todas partes dejando apenas una pequeña
parte
para respirar a la reducida pléyade de mentes brillantes, que
necesariamente deben enclaustrarse en sus reducidos despachos para
no verse absorbidos por ese fulgor generador de mezquindad, de
populismo de dos pesetas, que deja residuos viciados e malolientes.
El fin de la cultura lo ilustra magníficamente aquel conocido film
de H.G Wells, “La máquina del tiempo” en su parte final. Grupos de
individuos, ignorantes e ingenuos, ajenos a cualquier abstracto
conocimiento, campan a sus anchas mostrando su cara amable por
terrenos fértiles regados por dios sabe quién. Los libros guardados
en estancias intransitadas se encuentran en estado de descomposición:
se degradan sólo con manosearlos. Nadie en sus cabales contempla
su uso. Los sujetos descritos ya saben todo lo que deben saber, lo necesario para
subsistir unos cuantos años sin mayores preocupaciones. No
quieren pensar. Son tan remilgados que ninguno de ellos
pone pegas a los avatares de su existencia. No se hacen preguntas, no se cuestionan
ni por qué el sol brilla o por qué les crece el pelo. Sus discursos
se cimientan con palabras livianas, tenues, sin vigor. Son en suma adultos
con una mentalidad cándida, inocente, infantil. En pocas palabras,
son una panda de idiotas alelados. Gilipollas profundos. Imbéciles
retrógrados.
En un nivel "superior" se sitúan los
mandatarios, que no son más que una ejército de monstruos horrendos, pero dinámicos y con iniciativa, que construyen urbes en el subsuelo.
Esta raza mejor adaptada es al fin y al cabo la que dirigen el
cotarro y para más inri, se alimenta de los otros. Los
degluten sin miramiento, que para eso están, para servir de
alimento a la especie más evolucionada. Esta singular cadena
trófica constituye el súmmum, el éxtasis, el triunfo final de la
cultura borreguil.
¿Y por qué ocurren estas insólitas circunstancias?
“Porque las cosas son como son y no se pueden cambiar”,
contestaría alguno de los timoratos sujetos.
¿Les suena el
eslogan? Eslogan propio de una oveja, sin inteligencia, ni voz ni
voto. Amanerado, poseído y manejado por la cultura de masas,
sinónima de cultura homogeneizadora de cerebros.
Todos debemos atesorar las mismas ideologías, con pequeñas
variaciones, y seguir como ovejas obedientes al más influyente
pastor.
El slogan del hombre de fe en sí mismo y en la humanidad: “Las
cosas sí se pueden cambiar, y no esperaré a otro que lo haga, lo
haré yo mismo.”
Pues ten cuidado que no te aplasten.
Luego apareció el protagonista creado por H.G. para arengarles: “Tenéis
la oportunidad de pelear, de cambiar las cosas, de no dejaros
vencer. ¿Cómo es posible que os comportéis de esa manera tan
servil, estúpida y cobarde?”
Y los pobres diablos dejaron atrás largas épocas de gradual
involución y descubrieron que rebelarse, enfrentar sus miedos no
resultaba una tarea una tarea
tan ardua y complicada, que quienes les
regían en absoluto debían ser considerados como más fuertes e inteligentes que ellos y que la pasividad
y la
ignorancia los había condenado durante años a una existencia de
complacencia estúpida. Reducidos a marionetas sin voz ni voto.
Ellos no sabían que podían rebelarse. No se les había educado para
tal fin. ¡Necesitaban un líder que les mostrara el camino!
Quizás llegue un día en que la novela escrita por H.G. Wells se
torne realidad. Vamos por buen camino, las cosas pintan
bien. Quizás necesitamos un par de supertías en cueros más, unos
cuantos peloteros repartidos estratégicamente (aunque de estos creo
que hay más que suficientes), e incrementar el número de tertulias
barriobajeras al tiempo que nos deshacemos de todo tipo de programa
cultural y educativo. Con el inestimable apoyo de estas "grandes personas"
y relajando un poquito más la exigencia de la formación en las
escuelas yo tengo la plena convicción de que podemos convertir esa
historia de ficción en realidad ¡Sí, podemos ser como los Eloi del
relato de H.G. Wells! ¡Un lugar fabuloso donde jamás será
necesario leerse un libro o calentarse la cabeza! ¡El paraíso! ¡La
imbecilidad gloria infinita!
Como decía noséquién (y si no lo digo yo):
Los libros pueden cambiar tu vida. No los ignores. No los apartes de tu lado. El día que lo hagas, el día que dejes de reflexionar sobre quién eres, sobre tus orígenes, sobre tu naturaleza, sobre el funcionamiento de la sociedad en la que vives, sin recursos intelectuales para defenderte, acabarás siendo martirizado o deglutido por horrendos monstruos. Y lo tendrás merecido. Para entonces, de poco te servirá manifestar tus quejas en público con una pancarta. Nadie será más culpable que tú mismo. Por gilipollas.
Notas sobre historia, guerra y paz.
El ser humano, después de sufrir en sus carne los desastres de la guerra, busca denodadamente la paz y la fraternidad.
Los seres humanos, después de un largo período de libertad, olvidan progresivamente el proceso sinuoso que les llevó a ese privilegiado estado. Acomodados, se vuelven frívolos, anodinos, débiles y amanerados, actúan sin orden ni concierto siguiendo los dictados de extraños vellocinos de oro, en forma de ídolos que brillan hasta cegar el entendimiento.
¿Crear un mundo mejor? Ese es un problema de todos sin excepción, no de unos pocos.
Aquél que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Napoleón Bonaparte
Contemplo la humanidad desde este humilde rincón y siento vergüenza de de pertenecer al género humano.
El aburrimiento con la paz y la prosperidad ha tenido, en el pasado, consecuencias mucho más graves. Tomemos, por ejemplo, la primera guerra mundial. Los orígenes de este conflicto siguen siendo complejos, se han estudiado mucho y se prestan a controversia. Las interpretaciones de las causas de la guerra, incluyendo el militarismo y el nacionalismo alemanes, la gradual degradación del equilibrio de fuerzas en Europa, la creciente rigidez del sistema de alianzas, los incentivos que la doctrina militar y la tecnología daban a la ofensiva y a descargar el primer golpe, y la estupidez y temeridad de ciertos dirigentes, todo esto contiene elementos de verdad. Pero, además, había otro factor, intangible aunque crucial, que empujaba a la guerra: muchos europeos deseaban la guerra simplemente porque estaban hartos de la apatía y falta de comunidad de la vida civil.Francis Fukuyama, “El fin de la Historia"
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