El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Contraejemplo. Los ídolos son una rémora, un escollo.
Para aquel individuo cargado con múltiples y variadas
aspiraciones vitales, la repercusión de las hazañas obradas por estos epicúreos
y controvertidos arquetipos puede resultar tanto un notable estímulo como el
mayor de los impedimentos para llevar su vida a buen puerto. El entorno en el que
nos movemos resulta cómplice absoluto para que este continuo proceso
de “lavado de cerebro” no tenga fin. Las sustancias “pegajosas” se
encuentran por doquier. La publicidad, la propaganda, nos envuelve
como su manto familiar, nos acompaña con su hálito cercano al tiempo
que nos embadurna de su viscoso engrudo para atenazarnos con sus profecías de
baratillo. La emisión de spots altisonantes tiene como objetivo
programado el que confiemos en sus dictámenes y agasajemos a sus
robóticos y profilácticos protagonistas. Desasirse de esta fuerte
ligazón
supone un arduo reto pero también constituye un acto de redención. De libertad. Desligados de la influencia de ídolos estreñidos “dando la
tabarra”, uno se siente más libre y habilitado de efectuar cualquier pensamiento sin
interferencias. Las puertas del futuro se abren de par. Todo es
posible con las armas de la Razón y el Entusiasmo. Con mayúsculas.
Tomemos el ejemplo de la institución religiosa. La Religión, cuyas
creencias fueron palabra de dios, es decir axiomáticas e
irrebatibles durante siglos, relegó a la humanidad a épocas oscuras,
de barbarie, discriminación, machismo, ignorancia, a la vez que fue
artífice de cruzadas o batallas sangrientas contra los “bárbaros
enemigos”. Es decir, fue el paradigma de rémora para el progreso
intelectual y científico (y lo sigue siendo, por cierto). En el mismo escalafón se sitúan
gobernadores que promulgaron leyes incoherentes o discriminatorias.
Cientos de miles de mandatarios y jerarcas han supuesto un retraso
en el progreso de la humanidad suscitando la divergencia entre
clases, estados y razas. Y los llamaban grandes. A Gengis Khan,
algún historiador tuvo la osadía de calificarlo como “príncipe de
los hombres”, quizás para adornar con un mensaje altisonante
la portada de su libro. ¿A qué respondía tal apelativo? Probablemente al hecho
de erigirse como uno de los personajes históricos que más
vidas sesgó (lo cual, por cierto es mucho decir, lo digo por la
amplia competencia a la que tuvo que superar). Con el condimento
(necesario) de un proceso destructivo fanático y cruel.
Todo un campeón, sí señor. Quizás del legado de sus hazañas provenga
la frase actual que entonan nuestros "queridos" campeones: "hay que ganar por lo
civil o por lo criminal".
Hitler, ese patán tan feo,
de célebre bigotito ridículo, fue otro “iluminado” que destruyó
millones de vidas gracias a una efectiva divulgación de una
eficiente y bien orquestada propaganda que fomentaba el racismo a los judíos y la protección a
una supuesta raza superior: la raza aria. ¿Lo añadimos a la lista de “grandes hombres”, a la
lista de ídolos de “masas enfervorecidas”?
Un icono mal parido, unas creencias previamente establecidas, una
religión o secta de gran poder, la devoción por una escuadra deportiva o
por una serie
de ídolos determinados pueden traer como
consecuencia la aniquilación de la crítica regeneradora necesaria en
toda sociedad evolucionada, sana y autocrítica que se precie.
Los pensadores con criterio
comparan a estos mitos en vivo como las sirenas cantoras del mito de
Ulises que conducían a los marinos hacia su perdición o la locura.
Embelesan, ciegan, hipnotizan, impiden discurrir con claridad. Para
tales operaciones, sigan mi consejo, aléjense de los mundanales
ruidos. Que nadie entorpezca la serenidad de sus pensamientos. Tomen
el mando.
Los ambientes
excesivamente frívolos impiden que afloren individuos con
que promulguen nuevas y renovadoras sentencias. La potente carga polarizada que
inyectan en el ambiente (llamémosle negativa) contrarresta la carga
contraria, mucho más rara, calificada como de reflexión (positiva).
Pues sepan que detrás de los espesísimos muros levantados tanto por
aquellos que ostentan el poder (los cuales detestan que alberguemos cierto
tipo de valiosos conocimientos) tanto como por los millones que siguen sus dictámenes, existe
una belleza difícil de describir únicamente con palabras. Y no sólo
se necesitan ojos para contemplarlas. Si no entendimiento y corazón.
Para poner pie en esas tierras casi vírgenes hay que afanarse
en superar muros de ciclópeas dimensiones. También cuestionar a quienes los
levantan, ¿qué se habrán creído? Debemos por tanto tratar de
enmendar a nuestros mandatarios, a nuestros educadores, y por tanto
a nuestros ídolos. Un poquito de pensamiento reconstituyente no
nos vendrían mal a todos.
Un icono de masas fabricado según las instrucciones del padrenuestro
materialista casi con toda seguridad no fomentará el pensamiento
razonado ni otorgará mayor autonomía a su seguidor. Se vislumbran en
el horizonte muy pocas excepciones a esta cruda aseveración. Tampoco por
tanto impulsará un halo de renovación o cambio de paradigma, precisamente porque él es fragmento
indisoluble de esta altiva autocracia que desdeña toda condición
humana que no aporte un recompensa material. Y así, él "inteligente"
como pocos, se beneficiará de
manera descomunal de este legado además de permitirse el lujo de
exigir un pago de impuestos
a cada componente de la masa vociferante. Tributo que irá a parar a sus arcas.
El ídolo es la representación en vivo
de un sistema cosificado y antinatural, su tótem visible; constituye el
resultado de una metodología minuciosa fomentada por individuos
egoístas, codiciosos y de
livianas
conciencias que sólo buscan lucrarse y a los que no les importa
tergiversar cualquier información que no conlleve satisfacer sus criterios
crematísticos. Lo importante son los beneficios, no las personas.
Mi consejo es que duden de las enseñanzas de
cualquier ídolo pergeñado en alguno de los complejos industriales
asentados en la sociedad de consumo. Sus motivaciones únicamente
pasan por divertirse, entretener y adquirir la máxima cantidad de
“material” (dinero) para sí. En otras palabras son tipos que “dan
más pena que gloria”. En absoluto quieren lo mejor para
nosotros, no les importamos en absoluto salvo como clientes, como
consumidores. Si le sirve de algo yo llevo años intentando
que me respondan a miles de cuestiones trascendentes sobre la vida
y no hay tu tía, siempre acabo en una librería o preguntando a mi
amigo Google. Mejor no hacerme la idea en qué posición me hallaría
ahora si fuera por seguir los sabios consejos de estos
cuestionables modelos. Quizás gritando a un árbitro, quejándome a
los políticos o a mi jefe de turno, y todo eso sin posibilidad de
obtener una respuesta satisfactoria a tantos y tantos esenciales
porqués, enfadado, cansado y con modestas expectativas de vida.
Afortunadamente para mí, todo esas ásperas palabras son agua pasada:
gracias a la cultura del enfrentamiento.
Notas:
¿Qué es un ídolo de la sociedad de consumo?
Una piedra en el camino hacia la consecución de un gran ser
humano.
Un muro de contención para el pensamiento razonado, por tanto
para una mayor libertad y autonomía del individuo adscrito a sus
territorios.
¿y una sociedad plagada ídolos "espectaculares"?
Una espacio rodeado por espesas murallas sin apenas pasadizos por las que
escapar y donde se oyen únicamente los mismos cánticos y plegarias
ofrecidos a bombo y platillo por los reyes y dueños del vil metal.
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