El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Los ídolos son perfectos
El famoso, prestigioso y comprometido
periodista Iñaki Gabilondo afirmaba con tono sincero y rotundo en un
programa televisivo sobre algunos de los integrantes de la selección
nacional tales como Iniesta o Casillas que “eran perfectos”, que “constituyen
uno de esos rarísimos casos donde la realidad ha superado
ampliamente a la ficción”. Casi me da un síncope.
No es la primera vez que escucho esta aseveración. Mucho antes ya se
oía por boca de muchos: “son guapos, ricos, triunfadores, ¡lo tienen
todo!, ¡son perfectos!”. Sin embargo esas palabras eran pronunciadas
por gente de a pie, personas corrientes, sin grandes ambiciones, pocas veces la escuché de
personalidades de una posición cultural e intelectual privilegiada y que
hubiera entrado en contacto de manera directa e indirecta con
asuntos serios de ámbito económico, social o político. Como he
repetido hasta la extenuación, el tsunami pelotero sigue asolando
hasta las islas más bien resguardadas por los fenómenos surgidos de
mecánica del caos, esa ciencia sin remordimientos que obra sin orden
ni concierto.
Aparte de las connotaciones elitistas de las frases en cuestión,
aderezos como de la exclamación histórica de Iniesta defendiéndose
de la persecución periodística: “¡Si lo sé no lo marco!” en
referencia al gol en la final mundialista. ¡Para troncharse! O el
espectacular beso de Casillas a la Carbonero en un momento de
éxtasis límbico, les elevaron más todavía por encima del resto de
humildes mortales, los Ewoks, el Pato Lucas, Frodo, Spock, las
muñecas de Famosa o la
inolvidable Caponata.
Aparte del derecho a obtener todo el botín señalado anteriormente,
también se les cataloga sin rubor como “perfectos”.
Calificar de perfecto a un deportista de élite por muy campeón que sea me
parece un atropello a la dignidad de múltiples otras profesiones.
¿No era suficiente con los millones de líneas impresas agasajándoles
como líderes de epopeya? ¿Todavía era necesario añadir un nuevo
peldaño más esa escala elevadísima de cortesía, para alejarlos, para
acotarlos en una burbuja inaccesible, para evangelizarlos como
profetas, para empequeñecer en suma todos los demás? Deben de haber
asumido por vía auditiva, rectal o intravenosa todos los
calificativos positivos existentes, expresados además en decenas de
lenguas diferentes, ya sea castellano, germánico, gaélico, japónico
o urdu. Pero me reitero, ¿perfecto era necesario? Perfecto,
insuperable, sin defectos, inigualable. ¿Era necesario? La
respuesta es, que no sólo
era necesario sino de nuevo insuficiente. Son más que perfectos ya
que como bien reseñaba este reputado periodista la “realidad supera
a la ficción”. En breve necesitaremos nuevos neologismos para poder
describir la magnificencia de de estos sacerdotes de lo risible.
Hemos agotado los epítetos.
Sucinta contraréplica.
Heptálogo anti-perfección del ídolo mundano.
Primero, nadie es perfecto pues la perfección no existe. Y compruebo
que la definición de perfección en este mundo tiene tintes muy “sui géneris”.
Deberíamos reflexionar más seriamente acerca de las cualidades
necesarias de que debe atesorar un individuo para merecer tal desmesurada lisonja.
En realidad, el aplauso y la repercusión de los éxitos de un tipo
"perfecto" de esta índole sólo perpetuará
el estado intelectual amniótico de esta sociedad plagada de
luces de neón y de individuos con tan pocas luces en el “melón” (valga la
expresión y el pareado
molón).
Segundo. No sólo estos dechados de perfección no aportan solución a nuestros problemas, sino que
en general permiten que la balanza de valores y preferencias humanas
se desnivele todavía más por el lado del espectáculo, de los
juegos, del entretenimiento. Todavía más si cabe. Ese grave desequilibro
provoca graves carencias en otros ámbitos de la sociedad más
necesitados de atención y afecto.
Tercero. Si se sostiene como admisible que los ingredientes
de esa realidad superan a la ficción (o infinito imaginable) es que nuestra
lucidez para construir una realidad (o sociedad) más evolucionada es exigua,
triste y desafortunada. Hemos perdido los papeles, la decencia, la perspectiva y
además la humanidad. Y, recalcitrantes, seguimos avanzando en la misma
dirección: la de desprendernos gradualmente lo poco que sabemos de nosotros
mismos y de nuestra historia evolutiva. Luego vienen los lloros y las pataletas
tras el advenimiento de las crisis mundiales cuando no los enfrentamientos
bélicos.
Cuarto. Si esa opinión se demuestra como veraz y trasciende en el
orbe ya poco se podrá hacer. Los recursos para alimentar y
desarrollar estos proyectos de supermanes y supermujeres se
bombearán desde otras fuentes, que acabarán secas, agonizantes, y en
suma, pidiendo auxilio. Además, sin reglas establecidas en cuanto a
desarrollo de cualidades morales o humanas, éstas detentadas por
tales sujetos resultarán azarosas y arbitrarias. Así por tanto se
regirá y constituirá el mundo: arbitrariamente. Al final ya no
quedará nada salvo juegos y espectáculos circenses, para que los
hombres y las mujeres expriman sus físicos como si fueran mandarinas
con el objetivo de saltar a las arenas de los circos romanos y
presentar sus señales de identidad. El que provea de mayor
jolgorio a la plebe morbosa se consumará como Gran Vencedor.
Agasajado, su estirpe en forma de estatuas, imágenes y mausoleos
poblarán la tierra y los cielos. El mundo pertenecerá al jugador,
al actor, al empresario, independientemente de su buena o mala fe
pues la única fe, la verdadera, se habrá transmutado en pleitesía al
proveedor de entretenimiento sea gratis o por un módico precio de 19.99
euros al mes, iva y letra pequeña y engañosa no incluida.
Quinto. Leer un libro, pensar, razonar con mayúsculas cada día
tendrá menos sentido, cada día seremos menos los adeptos.
Arrinconados. Apestados. Individuos con redes neuronales
sobresalientes se verán imposibilitados de establecer
nuevas sinapsis con otros individuos del mismo calado.
Hoy esos maravillosos ejercicios del espíritu se tratan como libros
usados de mercadillo barato: se manosean, se les echa un vistazo y
acaban rehusándose por aburridos o inútiles. Hoy valen
poco, mañana no valdrán nada. Y la globalización no ayuda: en todas
partes cuecen (o cocerán) habas. Monstruoso.
Sexto. Aceptémoslo sin reparos: la Razón y el Amor han sido
destituidos de manera definitiva para dar paso a los
razonamientos-tornillo y los corazones-lenteja. Los primeros sólo
son útiles para reparar deformidades del sistema capitalista, el
segundo es el órgano que habita en los individuos que habitan en sus
confines o aledaños. Demasiado pequeño es su cerebro o su corazón
como para asumir verdades o sentimientos de mayores dimensiones.
Colapsarían.
Séptimo.
La medida de considerar a este tipo de especialistas como paradigma
de perfección y elevarlo como
patrón indiscutible se atenta de manera frontal
a la esperanza de millones de personas que deberán aceptar el hecho
de que no importa nada de lo
que hagan que siempre se les tendrá en menor consideración que
ellos; así su personalidad rebose de títulos universitarios, así
como médicos hayan salvado o reparado cientos de vidas, así
arriesguen su vida por causas menos populistas, así adquieran una tonelada
de cultura y la repartan en pequeñas dosis en múltiples
conferencias, así... cualquier cosa. No importa. Jamás podrán
alcanzar tamaña altura, tamaña reputación, tamaña
perfección. Una auténtica pena (mas bien, una
puñetera desgracia)
que una multitud compuesta de cientos de millones de personas no
reciba el estímulo necesario para progresar en otros frentes que no
se relacionen con su didáctica de especialista. Desde este ensayo,
trato de mostrar que nadie es perfecto, nadie merece ser idolatrado,
y que nosotros
con certeza somos mejores que nuestros ídolos en múltiples aspectos
y que deberíamos echar un ojo a nuestro alrededor para comprobar la
belleza que nos rodea y no derrochar tanta atención en estas luminarias
cegadoras.
Resumiendo, no sólo les hemos elevado a los cielos por el mero hecho
de dominar una pelota (extiéndase a otros modelos de ídolo), si no que los convertimos en
iconos,
referentes. No sólo eso, ahora por
parte de un reconocido periodista (aunque en realidad lo utilizo
como excusa porque ya mucho antes la gente certificaba una opinión
similar), hemos extendido sus cualidades más allá del límite de la
perfección (o infinito posible). Parece que el acervo de halagos no
era suficiente, había que transgredir todo límite. No, no era suficiente. En este
momento no se me ocurre otra cosa que recuperar la famosa frase de Einstein: "La
estupidez humana es infinita".
Retomando el argumento de la primera sección de este ensayo, una adecuada
alimentación o instrucción para el cuerpo, para la mente y para el
alma, no se basa únicamente en proveerse de un solo alimento, por
ejemplo de atiborrarse de naranjas día tras día. Un nutricionista no
calificaría tal teoría como "perfecta" si no un sinsentido propuesto
por un chalado desconocedor del básico funcionamiento del organismo humano y sus necesidades
esenciales. Tal disparatada propuesta sólo puede acarrear dolencias
y efectos secundarios devastadores a medio y largo plazo. Abran su
mente, preparen su paladar para degustar otras recetas culinarias,
el menú es simplemente inabarcable. Estos ídolos no sólo no son
perfectos sino que deberían ser derribados de sus pedestales y relegados a un
rincón secundario para que otros ideales e ideólogos de mayor enjundia adquieran
mayor relevancia y unos puestos de privilegio en las altas esferas de la
sociedad. Nuestro futuro, el de nuestra especie, está en juego y yo no le entregaría la llave de la
ciudad a un simple pelotero, aunque fuera calificado el mejor deportista de la
historia de la humanidad.
Si de un ídolo perfecto (teóricamente) sólo pueden emanar efluvios positivos,
teniendo en cuenta su influjo abrumador sobre los seres humanos
corriente, entonces ¿de dónde provienen las injusticias, la guerras, las
rencillas, las desigualdades sociales, la pobreza, la falta de
solidaridad y un montón de otros desastres? ¿Y si los ídolos más que
perfectos fueran copartícipes de aquellas fuerzas que
propagan y generan todos esas plagas mundiales? ¿Entonces esa supuesta perfección
no se relacionaría más con la cobardía, la indolencia, la
ignorancia o la exaltación de un mero pasatiempo antes que con
la creencia en la bondad, la defensa justicia y el seguimiento y
perfección de los valores humanos más esenciales? ¿Más que
dechados de perfección no habría que catalogarlos mas bien
como cósmicas anomalías o degradarlos al nivel de tipos
intrascendentes?
Debemos derrocar a estos dechados de perfección e inaugurar una
nueva era.
Necesitamos otro tipo de ser humano como referente, alguien que no necesariamente
sea el mejor en nada pero que estimule al resto de no-héroes a
demostrarles que podemos lograr hazañas más loables que las suyas.
Nosotros también fuimos afortunados los no-bendecidos con la
suerte divina de albegar un solo gran talento. Pero todavía no lo
sabemos.
¡La mayor victoria son los dioses
derribados!
Esto lo dijo un tipo normal cuando advirtió que sus dioses no sólo
no representaban ideales de grandeza. Con sus nuevos anteojos, los
que proporciona la cultura del enfrentamiento pudo contemplarlas
desde una nueva perspectiva: no eran más que seres humanos humanos
con tan o más defectos que los demás.
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