El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.

Creado: 31/1/2012 | Modificado: 31/1/2021 3351 visitas | Ver todas Añadir comentario



 

Apuntes de educación y libertad.

El arte de educar consiste en educarse primero a sí mismo en provecho de aquellos a quienes se quiere mejorar.
La educación de un niño comienza mucho antes de su nacimiento. Dependerá en buena parte, aparte de su carga genética,  en  la formación de los padres y del entorno
.
Actualmente se invierten cientos de millones en educar a la población... y cientos de miles en deseducarla
.


Libros y autores. Comparación de las sociedades propuestas.
1984 (George Orwell) vs Mundo Feliz (Aldous Huxley)

Estábamos pendientes del año 1984. Cuando el mismo llegó sin que se cumpliera la profecía, los estadounidenses reflexivos entonaron su propia alabanza en voz baja. Se habían mantenido firmes las raíces de la democracia liberal. Dondequiera el terror hubiera cundido, nosotros, al menos, no habíamos sido visitados por pesadillas orwellianas.

Pero habíamos olvidado que al lado de la pesimista visión de Orwell (1984) había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente escalofriante: Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa.

Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar.

Orwell temía a aquellos que habrían de prohibir los libros. Huxley, en cambio, le tenía miedo al hecho de que no habría ya razones para prohibir los libros, porque no quedaría nadie que quisiera leerlos. Orwell temía a quienes nos habrían de privar de información. Huxley temía a aquellos que nos daría tanta información que nos veríamos reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que la verdad nos sería ocultada. Huxley temía que la verdad sería ahogada en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos transformásemos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura ocupada en trivialidades. […] En 1984 la gente es controlada mediante el dolor. En Un Mundo Feliz la gente es controlada mediante el placer. Este libro es acerca de la posibilidad de que haya sido Huxley, y no Orwell, el que estaba en lo cierto.”


Fuente: http://www.davidzuker.com/wikilydia/2011/03/22/divertirse-hasta-morir-neil-postman/


Ricardo Moreno Castillo escribía en su "Panfleto antipedagógico":

En este panfleto, como en todos los de su género, no se cuenta una historia, ni se describe una situación, ni se defiende sosegadamente una postura filosófica. Más bien se pretende, a través de él, convencer, conseguir adeptos, decidir a los irresolutos e iluminar a los obcecados. Este panfleto es un aviso perentorio, un grito de socorro, una llamada de atención sobre un problema que urge resolver, porque pronto será demasiado tarde. Se trata de la desastrosísima situación que atraviesa la educación en nuestro país. Y urge resolverlo, en primer lugar, porque analfabetizar un país es cosa relativamente fácil, pero volverlo a alfabetizar ya no lo es tanto, y en segundo, porque la cantidad de recursos que se derrochan en mantener la ignorancia de nuestros estudiantes se podrían dedicar a otras cosas más útiles. Esto no es una broma ni una exageración: nunca ha sido el curso más largo, ni han gastado tanto los alumnos en material escolar, ni la administración en mantener a expertos, equipos, gabinetes y psicólogos que asesoren a estudiantes y profesores, y nunca han sido los conocimientos de los primeros tan ridículos ni el desánimo de los segundos tan grande. La llamada de atención se dirige a todos, pero en especial a los forjadores y entusiastas de una reforma educativa que, en un tiempo record, ha conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros suba hasta cotas vergonzosas, y que los profesores estén más hartos, deprimidos y desesperados que nunca. Sus defensores dicen que, con todos sus defectos, gracias a ella se ha conseguido la educación para todos. Esto es rigurosamente  falso. En una clase en la que cada uno hace lo que quiere, porque la administración no respalda la autoridad del profesor y al mismo tiempo protege al alumno que conculca el derecho de aprender de los demás, no se está impartiendo educación, se esta repartiendo basura.
[..]
Una enseñanza presuntamente lúdica, donde no se inculca el hábito de estudio, se convierte en un aparcamiento para pobres, donde están entretenidos hasta que les llegue la hora de convertirse en mano de obra barata. Para que la igualdad de oportunidades sea efectiva, ha de haber una enseñanza en la que cada uno pueda demostrar su valía, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Quien defienda lo contrario, está hurtando a los muchachos de origen modesto la única oportunidad que tienen de estudiar en serio y de competir en parecidas condiciones con los que proceden de familias más favorecidas.

Sobre bajar el nivel de los estudios para promover la igualdad de oportunidades el mismo Ricardo Moreno comentaba:

Casi siempre que se habla de la necesidad de subir el nivel de exigencia en los estudios, sale alguien argumentando que esto atentaría contra la igualdad de oportunidades. Y esto porque siempre tendrían más facilidades los muchachos que provienen de familias donde existe ambiente intelectual. Esto encubre dos falacias, en primer lugar porque no es cierto, y en segundo porque, aunque lo fuera, pedir menos a los estudiantes no nivela las diferencias, antes bien las aumenta.

Empecemos por la segunda. Imaginemos un módulo profesional donde se enseña carpintería. Se supone que mientras dure, hay que hacer trabajar a fondo a los estudiantes para que salgan convertidos en unos buenos artesanos. Esto lo admite cualquiera. Ah, pues no, diría nuestro interlocutor, porque entonces sería ventajoso para el que es hijo de carpintero, que ya conoce algo del oficio y parte con ventaja sobre el resto de sus compañeros. Pues si alguien aprovechó las posibilidades familiares para aprender un oficio, mejor para él, pero si en aras de la igualdad se baja el nivel de trabajo y exigencia, solo se ha conseguido que todos pierdan el tiempo y que el título obtenido al final no sea más que papel mojado. Para que uno no pueda aprovechar ciertas ventajas se perjudica a todos sin beneficiar a nadie. Y lo que es más grave, se acentúan las desigualdades que se pretenden paliar. Porque el hijo del carpintero puede aprender en casa lo que no le enseñaron en el curso, pero los demás han perdido definitivamente la posibilidad de convertirse en un buen profesional de la carpintería. La pequeña diferencia inicial se ha convertido en un abismo insalvable.

Pretender igualar, bajando el nivel, a los que proceden de padres con estudios con los que proceden de padres que no los tienen, perjudica más a los segundos que a los primeros. Si los que no tienen ambiente intelectual en su casa tampoco lo encuentran en el instituto, están perdidos para siempre, y por muy listo y trabajador que sea un hijo de padres sin instrucción, y muy tonto y vago que sea un hijo de familia con más posibilidades, siempre quedará el primero por debajo del segundo. Lo que no aprende el pobre en el instituto no lo podrá aprender en ningún sitio, y sólo en un sistema de enseñanza donde se valora el trabajo y la inteligencia pueden competir ambos en igualdad de condiciones.

Sobre la educación para la competitividad o educación para la cooperación y solidaridad, lean atentamente la descomunal crítica del científico Eduard Punset.

El modelo competitivo siempre prima el que gana, sin importar el precio que paga él o su medio (en principio no existen límites a los destrozos que puede ocasionar el ganador). Ganar es lo importante. Si existen límites, son impuestos por la sociedad y considerados obstáculos incómodos por parte del ganador. El ganador tiene entonces dos retos: su interés personal y el propio afán de ganar, que se convierte en parte del juego y pasa a ser un fin en sí mismo.

El modelo competitivo es un modelo que no requiere empatía con las necesidades o emociones de los demás. No existe una escala de valores si no una escala de resultados. Otro problema del sistema competitivo es que para ganar deprisa y repetidas veces no se piensa a largo plazo. Se persiguen pequeños objetivos para mañana o pasado mañana, generando, finalmente frustración a la larga.

El sistema educativo actual refleja los valores y criterios organizativos de nuestra sociedad pero en realidad, ¿es útil para la sociedad crear un modelo así?

El modelo educativo imperante consiste en encerrar en un espacio reducido a un grupo de niños de la misma edad, para que desarrollen exactamente las mismas aptitudes: treinta niños escuchando a un maestro sentando cátedra sobre lo que él sabe, más que sobre lo que a ellos les puede interesar y necesitan aprender para situarse más tarde en la vida. Se trata de amoldarlos a un modelo concreto; no de una convivencia entre una variedad de personas de edades y aptitudes variadas, desarrollando caminos personales y colaborando entre sí para ayudarse mutuamente y como grupo.

Este modelo cerrado crea, inevitablemente, condiciones competitivas extremas. Los niños se comparan constantemente unos con otros. No aprenden a apoyarse, a colaborar ni a dividirse las tareas. Todos sirven para lo mismo, llevan a cabo tareas idénticas; no aportan nada específico al grupo, ni desarrollan sus cualidades personales, ni valoran las diferencias, ni se responsabilizan de su entorno, sus compañeros o su propio aprendizaje, y compiten por la atención del mismo profesor. Si se pretende formar adultos que sepan colaborar, éste es el peor sistema posible.

Los niños extraen de las comparaciones sus conceptos de normalidad y de éxito. Y, sin embargo, de entrada se sabe que en el mundo adulto uno de los grandes escollos para ser feliz es la manía de compararse con los demás, que genera frustración e inseguridad. Es decir, que el sistema educativo no sólo enseña a los niños a competir sino a competir con los más allegados y a compararse en todos los sentidos. ¿A quién se le dan mejor las «mates»? ¿Quién se viste de determinada manera? ¿Quién es más guapo, más popular? ¿Quién se lleva mejor con el «profe»? Los niños crecen en un ambiente cerrado, excesivamente comparativo y competitivo.

Muchos docentes y padres intuyen que existen problemas graves en el modelo educativo y desconfían de él, buscando alternativas para desactivar su parte más brutal. Piensan que conviene, por ejemplo, anular las evaluaciones, para evitar las comparaciones lesivas. Pero si se resta importancia a los logros académicos pero se mantiene el entorno competitivo y comparativo, no se desactiva la parte negativa del sistema, ya que los niños siguen compitiendo, aunque exclusivamente centrados en comparaciones personales que, en casos extremos, pueden derivar en conductas de acoso escolar. Se mantiene, pues, el foco destructivo de la competitividad, desplazando su influencia hacia donde más daño puede hacer: hacia el ámbito personal. Se crea un entorno asfixiante y artificial, necesariamente competitivo en el peor sentido de la palabra, y luego se dejan los parámetros para medirse en manos de los propios niños. En contrapartida, se deja ciego al sistema porque ya no puede evaluar su propia eficacia o sugerir al niño pautas de superación y de competencia académica.

En suma, evitar las evaluaciones académicas no impedirá que el niño viva en un ambiente competitivo. Para esto, habría que cambiar las bases del propio sistema. Es necesario idear un sistema educativo capaz de fomentar los valores de colaboración, cosa a felicidad Las nuevas claves científicas que sólo se consigue si los jugadores, los niños en este caso, llegan a con¬fiar en el resto y en que, a largo plazo, les resultará más beneficioso cola¬borar que competir.

La misión fundamental del sistema educativo debería ser, pues, sentar las bases psicológicas de la colaboración, ya que ninguna sociedad podrá dar cauce a la lógica cooperativa si su sistema educativo no enseña a pensarlo. En esa contradicción entre lo instintivo y lo lógico por una parte, y los modelos impuestos desde fuera en los años de formación, por otra, se fraguan, con toda probabilidad, gran parte de las tensiones emocionales que más tarde se encontrarán en el viaje a la felicidad.

"El camino hacia la felicidad", Eduard(o) Punset,

Sobre la coherencia del aprendizaje:
Quiero referirme brevemente a algunos de los métodos educativos hoy en uso que dificultan el pensamiento original. El primero es la importancia concedida a los hechos o, deberíamos decir, a la información. Prevalece la superstición patética de que sabiendo más y más hechos es posible llegar a un conocimiento de la realidad. De este modo se descargan en la cabeza de los estudiantes centenares de hechos aislados e inconexos; todo su tiempo y toda su energía se pierden en aprender cada vez más hechos, de manera que les queda muy poco lugar para ejercitar el pensamiento. Es cierto que el pensar carente de un conocimiento adecuado de los hechos sería vacío y ficticio; pero la «información» sin teoría puede representar un obstáculo para el pensamiento tanto como su carencia.

"El miedo a la libertad", Erich Fromm


Sobre la influencia de la televisión:
La televisión, por ejemplo, tiende a matar la voluntad, la aniquila, la arrasa. ¿Por qué? No exige ningún esfuerzo, sólo hay que apretar un botón y dejarse llevar sin más. Su influencia excesiva es nefasta, ya que fabrica jóvenes pasivos, que se entregan en brazos de la imagen, sin necesidad del más mínimo espíritu de lucha. Y esto sin entrar en la banalidad de la mayoría de sus temas ni en la violencia, la pornografía o la difusión de modelos de comportamiento aberrantes, sin brújula, que emite.

Y hay algo más: llega un momento en que si el telespectador no tiene unos criterios claros y bien definidos es incapaz de distinguir entre el bien y el mal, lo positivo y lo negativo, lo válido de lo que no lo es. La importancia de los padres es en estos casos decisiva, si quieren educar a sus hijos en el dominio de la voluntad. Y también los padres deben educarse a sí mismos, porque hacer un uso adecuado de ella es uno de los retos diarios que debemos superar. No en balde la televisión es el nuevo y moderno deseducador.

"La conquista de la voluntad". Enrique Rojas Marcos


Sobre la apatía en la escuela:
El discurso del maestro ha sido desacralizado, banalizado, situado en el mismo plano que el de los mass-media y la enseñanza se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía escolar, mezcla de atención dispersada y escepticismo lleno de desenvoltura ante el saber. Es ese abandono del saber lo que resulta significativo, mucho más que el aburrimiento, variable por lo demás, de los escolares. Por eso, el colegio se parece más a un desierto que a un cuartel donde los jóvenes vegetan sin grandes motivaciones ni intereses.

"La era del vacío", Gilles Lipovetsky


Sobre la educación emocional:
En nuestra sociedad se desaprueban, en general, las emociones. Si bien pueden caber muy pocas dudas de que todo pensamiento creador, así como cualquier otra actividad espontánea, se hallan inseparablemente ligados a las emociones, el vivir y el pensar sin ellas ha sido erigido en ideal. Ser «emotivo» se ha vuelto sinónimo de ser enfermizo o desequilibrado. Al aceptar esta norma, el individuo se ha debilitado grandemente; su pensamiento ha resultado empobrecido y achatado. Por otra parte, como las emociones no pueden ser por entero eliminadas, ellas han de mantener una existencia completamente separada del aspecto intelectual de la personalidad; el sentimiento barato e insincero que el cine y la música popular ofrecen a millones de sus clientes, hambrientos de emociones, resultan ser la consecuencia de todo esto.

"El miedo a la libertad", Erich Fromm



Sobre la genuina voluntad ( o genuinos deseos) del individuo en la sociedad:
Lo que se ha dicho acerca de la carencia de originalidad en el pensamiento y la emoción, también vale para la voluntad. Darse cuenta de ello es especialmente difícil; en todo caso parecería que el hombre moderno tuviese demasiados deseos, y que justamente su único problema residiese en el hecho de que, si bien sabe lo que quiere, no puede conseguirlo. Empleamos toda nuestra energía con el fin de lograr nuestros deseos, y en su mayoría las personas nunca discuten las premisas de tal actividad; jamás se preguntan si saben realmente cuáles son sus verdaderos deseos.

No se detienen a pensar si los fines perseguidos representan algo que ellos, ellos mismos, desean. En la escuela quieren buenas notas, y cuando son adultos desean lograr cada vez más éxito, acumular cada vez más dinero, poseer más prestigio, comprar mejores automóviles, ir a los mejores lugares, y cosas semejantes. Sin embargo, cuando, en medio de esta actividad frenética, se detienen a pensar, hay una pregunta que puede surgir en su espíritu: Si consigo este nuevo empleo, si compro un coche mejor, si realizo este viaje... ¿qué habré obtenido? ¿Cuál es verdaderamente el fin de todo esto? ¿Quiero, en realidad, todas esas cosas? ¿No estaré persiguiendo algún propósito que debería hacerme feliz y que, en verdad, se me escapa de las manos apenas lo he alcanzado? Cuando surgen estas preguntas se siente uno espantado, pues ponen en duda la base misma que sustenta toda la actividad del hombre, el conocimiento de sus mismos deseos.

Por eso la gente tiende a liberarse lo más rápidamente posible de pensamientos tan inquietantes. Piensan que tales preguntas han venido a molestarlos a causa de algún cansancio o mal humor... y continúan así en la persecución de aquellos fines que siguen considerando propios.

Y, sin embargo, todo esto apunta a una confusa revelación de la verdad: que el hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando, en realidad, desea únicamente lo que se supone (socialmente) ha de desear. Para aceptar esta afirmación es menester darse cuenta de que saber lo que uno realmente quiere no es cosa tan fácil como algunos creen, sino que representa uno de los problemas más complejos que enfrentan al ser humano. Es una tarea que tratamos de eludir con todas nuestras fuerzas, aceptando fines ya hechos como si fueran fruto de nuestro propio querer. El hombre moderno está dispuesto a enfrentar graves peligros para lograr los propósitos que se supone sean «suyos», pero teme profundamente asumir el riesgo y la responsabilidad de forjarse sus propios fines. A menudo se considera la intensidad de la actividad como una prueba del carácter autodeterminado de la acción, pero ya sabemos que esa conducta bien podría ser menos espontánea que la de una persona hipnotizada o de un actor.

Conociendo la trama general de la obra, cada actor puede representar vigorosamente la parte que le corresponde y hasta crear por su cuenta frases y determinados detalles de la acción. Sin embargo, no hace más que representar un papel que le ha sido asignado.

"El miedo a la libertad", Erich Fromm


Sobre el derecho a alcanzar la verdad:
Otra manera de desalentar el pensamiento original es la de considerar toda verdad como relativa. Se considera la verdad como un concepto metafísico, y cuando alguien habla del deseo de descubrir la verdad, los pensadores «progresistas» de nuestra época lo tildan de reaccionario. Se declara que la verdad es algo enteramente subjetivo, casi un asunto de gustos. El esfuerzo científico debe hallarse desvinculado de los factores subjetivos, y su fin es mirar el mundo sin pasión ni interés. El sabio debe aproximarse a los hechos con las manos esterilizadas, tal como un cirujano se acerca a su paciente. Las consecuencias de este relativismo, que a menudo se presenta en nombre del empirismo o del positivismo, o bien que se caracteriza por su preocupación para el exacto empleo de las palabras, son que el pensamiento pierde un estímulo esencial: los deseos e intereses de la persona que piensa; en su lugar surge, por el contrario, una máquina registradora de «hechos».

En realidad, así como el pensamiento, en general, ha surgido de la necesidad de dominar la vida material, la búsqueda de la verdad se arraiga en los intereses y necesidades de los individuos y grupos sociales. Sin tales intereses desaparecería todo estímulo de buscar la verdad. Siempre existen grupos cuyos intereses se ven favorecidos por la verdad, y sus representantes han sido los precursores del pensamiento humano; y también hay otros grupos a quienes favorece, por el contrario, el ocultamiento de lo verdadero. Solamente en este último caso la existencia de algún interés resulta dañina para los fines del conocimiento. El problema no consiste, por lo tanto, en el hecho de la existencia de un interés comprometido en la búsqueda, sino en la especie de interés implícito, en la actitud cognoscitiva. Podríamos afirmar que en la medida en que exista algún anhelo de verdad en los seres humanos, ese anhelo es fruto de la necesidad que se alberga en todo hombre de conocer lo verdadero.


Otro modo de paralizar la capacidad de pensar críticamente lo hallamos en la destrucción de toda imagen estructurada del mundo. Los hechos pierden aquella calidad que poseen tan sólo en cuanto constituyen parte de una estructura total, y conservan únicamente un significado abstracto y cuantitativo; cada hecho no es otra cosa que un hecho más, y todo lo que importa es si sabemos más o menos. La radio, el cine y la prensa ejercen un efecto devastador a este respecto. La noticia del bombardeo de una ciudad y la muerte de centenares de personas es seguida o interrumpida, con todo descaro, por un anuncio de propaganda sobre jabón o vino. El mismo anunciador, con esa misma voz sugestiva, insinuante y autoritaria, que acaba de emplear para convencernos de la seriedad de la situación política, trata ahora de influir sobre su público acerca del mérito de determinada marca de jabón, que ha pagado los gastos de las noticias radiofónicas. Los noticieros cinematográficos nos presentan muestras de la moda a continuación de escenas de buques torpedeados. Los diarios se refieren a las ideas vulgares o a los gustos alimentarios de alguna nueva estrella con la misma seriedad y concediéndole el mismo espacio con que tratan los sucesos de importancia científica o artística. A causa de todo esto dejamos de interesarnos sinceramente por lo que oímos.

Dejamos de excitarnos, nuestras emociones y nuestro juicio crítico se ven dificultados, y con el tiempo nuestra actitud con respecto a lo que ocurre en el mundo va tomando un carácter de indiferencia y chatedad. En nombre de la «libertad» la vida pierde toda estructura, pues se la reduce a muchas piezas pequeñas, cada una separada de las demás, y desprovista de cualquier sentido de totalidad. El individuo se ve abandonado frente a tales piezas como un niño frente a un rompecabezas; con la diferencia, sin embargo, de que mientras éste sabe lo que es una casa y, por tanto, puede reconocer sus partes en las piezas del juego, el adulto no alcanza a ver el significado del todo cuyos fragmentos han llegado a sus manos. Se halla perplejo y asustado y tan sólo acierta a seguir mirando sus pequeñas piezas sin sentido.


"El miedo a la libertad", Erich Fromm

Sobre la cultura juvenil:
Junto al culto de la abyección y a lo degenerado, se produce una competición a ver quién llega más abajo, quién es más indiferente, quién "pasa" más, quién está más atrapado en el trauma de la vida, quién está más muerto. Es una subcultura juvenil de identificación con las víctimas. Es ahí, con las víctimas, donde muchos jóvenes sienten realmente su identidad secreta. El eslogan es ¡disfruta de tu síntoma!, ¡confiesa tu pecado!, ¡carga con tu culpa! Pero a diferencia de las creencias tradicionales en las que al final los protagonistas se salvaban, hoy estos jóvenes no creen en la redención.

José Antonio Marina


Sobre la formación universitaria:
Hace casi 200 años, John Stuart Mill al asumir como Rector de la Universidad de Saint Andrew, recordaba al claustro de profesores de dicha universidad, que la función de las universidades no es hacer que los estudiantes aprendan a repetir lo que se les enseña como verdadero sino que su función es formar personas con capacidad de pensar por si mismas (1)

De acuerdo a este gran economista y filosofo, las universidades deben enseñarles a las personas a “Poner en duda las cosas; no aceptar doctrinas, propias o ajenas, sin el riguroso escrutinio de la crítica negativa, sin dejar pasar inadvertidas falacias, incoherencias o confusiones; sobre todo, insistir en tener claro el significado de una palabra antes de usarla y el significado de una proposición antes de afirmarla……. El objetivo de la universidad no es enseñar el conocimiento requerido para que los estudiantes puedan ganarse el sustento de una manera particular. Su objetivo no es formar abogados ó médicos ó ingenieros (ó economistas) hábiles, sino seres humanos capaces y sensatos……. Los estudiantes son seres humanos antes de ser abogados, médicos, comerciantes o industriales; y sí se les forma como seres humanos capaces y sensatos, serán por sí mismos médicos y abogados (y economistas) capaces y sensatos”.


Fuente: http://starviewer.wordpress.com/2011/11/18/maxima-indignacion-en-harvard-los-alumnos-de-la-catedra-de-introduccion-a-la-economia-de-la-universidad-harvard-exigen-nuevas-perspectivas-academicas/

(1) Si lo llega a decir en la actualidad, lo ponen de patitas a la calle. Sí, esa frase, en la sociedad en la que vivimos, suena a chiste. De los malos además.

Sobre la capacidad innata hacia la reflexión del ser humano:
Sobre mil hombres apenas se encontrará uno del que se pueda decir, desde un punto de vista no absoluto, sino solamente relativo, que quiere y que piensa por sí mismo. La inmensa mayoría de los individuos humanos, no solamente en las masas ignorantes, sino también en las clases privilegiadas, no quieren y no piensan más que lo que todo el mundo quiere y piensa a su alrededor; creen sin duda querer y pensar por sí mismos, pero no hacen más que reproducir servilmente, rutinariamente, con modificaciones por completo imperceptibles y nulas, los pensamientos y las voluntades ajenas.
Mijail Bakunin


Segunda parte

Ante tal coyuntural y desalentadora tesitura, el "menda" no tuvo más original ocurrencia que "inventarse una educación" a su medida (y bautizarla y todo, tiene cojones narices la cosa) para satisfacer sus amplias necesidades intelectuales y otras de diferente espectro. Dicho proyecto no se me ocurrió un día al despertarme por la mañana tras sufrir la angustiosa pesadilla donde furiosos vendedores de Media Markt trataban de venderme una lavadora A++ esgrimiendo eslóganes "súperconvincentes" o elefantes o delfines voladores intentaban captarme de forma nada sutil para integrarme de forma permanente en compañías de telefonía. Ni tampoco después de discutir en medio de la calle con un testigo de Jehová que instaba por agregarme a su extraña secta. No, mas bien fue, tras un proceso largo y farragoso de reflexión y descontento al contemplar los acontecimientos que ocurrían "ahí fuera". Puede, incluso, que esta "desfachatez" y "friki" idea me mantenga ocupado toda mi existencia. Lo cual indica, sin lugar a la duda, que no me aburriré nunca.

Y es que, tristemente, hoy en día no nos podemos dejar llevar por las corrientes ideológicas de masas, confiar en las estrategias educativas aplicadas por el estado y, mucho menos albergar la esperanza de que la mayoría de hijos e hijas prodigio, esos que atraen a millones de seguidores, se detengan un momento a y nos respondan a una sola pregunta trascendental sobre el destino de la humanidad. No, la mayoría de súpertriunfadores que aparecen en los medios no sirven para tal propósito (para entretenerse o reírse con (y de) ellos sí). Siempre parecen ocupados en otras tareas y labores más "importantes".

Sobre las emisiones propagandísticas: todas partidistas y subjetivas. Y de las religiones mejor no hablar. Más aún, viendo que la "religión" más perseguida del mundo es el ateísmo y observando que el pensamiento religioso siempre ha sido enemigo del razonamiento crítico, del humanismo, y que el desarrollo de una individualidad escindida de cualquier asunción de un dios creador o partícipe de un más allá parece prohibida o mal vista. Es triste contemplar como este pobre ser humano todavía, después de miles de años de evolución todavía no ha aprendido a manejarse solo y siempre tiene que andar buscándose deidades de tercera regional para darle algo de sentido a su insignificante existencia. Los vellocinos de oro hoy en día siguen muy presentes... y dando la tabarra a todas horas.

En cuanto al último párrafo sobre la educación universitaria mi opinión no puede ser más desalentadora: absolutamente nada de lo que escribo en este ensayo viene derivado del legado científico adquirido en esa etapa de mi vida, mas bien proviene del disgusto y la irritación que siento al tener la impresión de no haber absorbido más que "educación elemental" en colegios e institutos. Si a eso sumamos, los cientos de hora dedicados a empollar materias intrascendentes durante el periplo universitario, el resultado final arroja un resultado decepcionante. A mi modo de ver, la función educativa no se orienta en formar grandes personas. No te enseñan a razonar por ti mismo, más bien se nos adiestra como a futuros especialistas con un único fin, el de encontrar un trabajo digno. Ahora mismo pienso que más vale un año de mi "cultura del enfrentamiento" que cien años de cultura del "estreñimiento". Por cierto, en España, en el año 2014, la denominación "trabajo digno" se ha degradado de un modo tal que alcanza, en ocasiones, niveles tercermundistas.

No se nos concedió una vida de prueba para quemarla a nuestro capricho y luego otra definitiva en la cual podíamos evitar cometer los errores de la primera. Sólo disponemos de una única opción de hacer las cosas bien. Debemos aprender quiénes somos, de dónde venimos y cómo funcionan los mecanismos sociales con el fin de aprender movernos con soltura por los corredores y galerías de este intrincado laberinto que llamamos existencia. El éxito o fracaso al final no es más que un compendio de elecciones erróneas y decisiones afortunadas.

Resumiendo, no me han dejado otra opción: o me construyo un mundo nuevo (denominémosle entorno o marco de referencia) con diferentes reglas y nuevos preceptos de conducta y pensamiento o me veo abocado al fracaso, o lo que es lo mismo a conseguir sólo una mínima parte de lo que con mis facultades, innatas o adquiridas (¡vete tú a saber!) podría haber obtenido dentro de un contexto vital mucho más estimulante e inspirador, y a partir de las enseñanzas de guías y educadores más preparados.

Créanme cuando les digo que "si no existe tal entorno habrá que crearlo". Y si los ídolos que nos alumbran (y deslumbran) con su presencia no dan el perfil adecuado pues habrá que tirarlos de la oreja, amablemente relegarlos al banquillo de los reservas y erigir otros más convenientes. Obviamente, viendo el resultado de su indiscutible reinado, me temo que ya va siendo hora. En mi caso, puedo afirmar con rotundidad que afortunado el día que los relegué a un lugar secundario... Hace mucho que me siento mucho más ligero habiéndome liberado de tanta "carga pesada".

Prefiero progresar cabalgando sobre el lomo de grandes ideales antes que actuar como un piltrafilla siguiendo los dictámenes de tanto campeón-tocapelotas de poca monta. Desembarazado de todos ellos, ahora sólo conozco los límites a la capacidad de mi propio entendimiento. Y todavía no sé cuál es mi límite... quizás algún día lo averigüe.


Otras notas (que se me van ocurriendo):

(1)
Martin Niemöller
en 1945 a propósito de los Nazis (versión modificada):

Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no lo denuncié porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no lo denuncié porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no lo denuncié porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que me defendiera.

A propósito de las empresas de generación de contenidos frívolos de la sociedad de consumo:

Primero vinieron a por los más tontos,
Los convencieron. Y yo no protesté porque me creía más listo.
Después vinieron a por los medianamente inteligentes,
Los convencieron. Y yo no protesté porque me creía más listo.
Después vinieron a por los más ilustrados,
Los convencieron. Y yo no protesté porque me creía más listo.
Después vinieron a por mí,
Y ya no pude escapar, porque no había dónde hacerlo:
Habían invadido el mundo entero.


Final y conclusiones.

¿No creen que llegó el momento de decir basta…? ¡Aún estamos a tiempo!
Antes de que no nos quede ninguna creencia sólida en la que creer sin temor a ser defraudados.

¡Los tentáculos de ese pulpo gigantesco llamado superficialidad se filtran por cada hueco o ventana para agarrarnos del cuello y asfixiar nuestra capacidad de pensar con libertad! ¡Auxilio!

Los dogmas religiosas se desmoronan, apenas si confiamos en nuestros dirigentes políticos que tantas veces nos mienten y nos decepcionan, los científicos y pensadores parecen hablar un extraño lenguaje difícilmente aprehensible por nuestra parca inteligencia. ¿Qué nos queda? Desechar la estimulante tarea de pensar por sí mismos y acudir a quienes nos entretienen. A esos sí les entendemos, quizás porque son los más cercanos a nosotros y se expresan con un lenguaje familiar: sexo, deportes, dinero y cotilleos morbosos tales como juanita-sale-con-juanito-y-este-le-hace-cuernos-pero-ella-se-enfada-y-le-devuelve-el-la-jugarreta,-entonces-él-se-arrepiente, ella-también, ambos-se-perdonan, se-reconcilian-y-al-final-se-besan-apasionadamente-y-todos-lloramos-de-alegría.

Necesitamos un nuevo tipo de referente para la clase media, alguien que comprenda nuestras motivaciones, que se exprese en un lenguaje familiar, que nos aliente, nos empuje hacia cumbres más altas. Podemos y debemos destronar a los ídolos vigentes. Si queremos transformar la sociedad y darle un aspecto más saludable, debemos ser mejores que ellos. Debemos destronarles.

Notas:


(1)
Parece que la versión original se asemejaba más bien a los párrafos de abajo.

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar.






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