El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Alegoría. Mundos paralelos.
Imaginen en mundo paralelo una sociedad donde los deportes de alta competición no
se les tiene en tan alta consideración y donde los valores morales
se encuentran firmemente establecidos. En este hipotético universo, la actividad física se practica
regularmente pero como un tipo de ocio sin grandes pretensiones. En
el caso de que algún “descarriado”
individuo
se le ocurriera, válgame
la gloria del
bendito dios paralelo, pegarle puntapiés a una pelota más allá de
unos pocos ratos a la semana, la gente le observaría atónita,
sin entender su infundado comportamiento,
como si fuera una especie de “extraterrestre” excretado desde alguna dimensión
desconocida; frunciría las
cejas, arquearía los hombros en señal de disensión, le señalaría con
el dedo como marcándole con una cruz “¿Qué hace este
tipo?
¿Por qué desperdicia su tiempo de esa absurda y extravagante manera?”.
Esas reacciones se verían incrementadas al darse cuenta alguno de los individuos
implicados que
en el ámbito de los juegos, al disputar un partido y debido a su
superior entrenamiento, este extraño
transeúnte les deja en ridículo. El resultado de defender tal
inusual hábito es que los seres humanos calificados convencionalmente como
"normales" acabarían por
tenerle tirria y le aplicarían
sin rubor alguna una serie de adjetivos o frases disonantes. “¿Para qué
dedicar tanto tiempo a los juegos?, eres tonto, rarito,
dedícate a actividades más solventes, ¡madura hombre! ¿Qué
quieres, ser el perfecto domador-de-balones? ¿Pero tú en qué mundo
vives? ¡Baja a la tierra hombre! ¡Este chico acabará haciendo
sus 'monadas' en el circo!”.
Total que el pobre chico más que probablemente sería recriminado por
su actitud anticonvencional o antisocial. Sería llevado en presencia
de un psicólogo de inmediato con la misión de corregirle esos
insólitos desarreglos en su personalidad.
Es
decir, acertada o equivocadamente, no le permitirían emanciparse
como deportista de alto nivel ya que la lógica social reinante
actuaría como un viento huracanado empujándole en dirección
contraria. Imposible avanzar.
Destilar un rato de sudor, bien, aspirar a un trabajo remunerado nanay de la China
paralela. En ese caso, aquel pobre infeliz sólo podría imaginar un mundo
imposible con partidos de Champions League y se pasaría horas
enteras entrenando de forma solitaria, oculto, sorteando la presencia de otros
individuos con el fin de evitar el duro trance de ser considerado un vulgar
descarriado. Todo ello albergando la esperanza lejana, quizás baldía, de un futuro reconocimiento
aun minoritario,
de un pequeños aplauso, de alguien que finalmente reconociera
lo que él consideraba un noble esfuerzo.
Diferencia infinita de
calidad futbolística es la que separaría a jugadores de los mundos
separados por algún agujero de gusano cósmico. Al pobre
"bicho raro"
no le quedaría más remedido que armarse de valor y algún día salir a la palestra (¿quizás debería utilizar el
símil: salir del armario?), comparecer ante los medios
"hostiles" ante su forma de proceder, pedir un momento de atención, una
indulgencia o gracia pública para que le dieran una oportunidad de
fomentar el deporte que él practica como posible actividad "profesional".
Igual le escuchaban. O se cachondeaban de él cuando sacara su
pelotita de la mochila y empezara a dar "toquecitos" con ambos pies. Quién sabe.
En la versión especular de aquel cosmos las cosas transcurren de
forma distinta, se estimula el oficio del especialista pero no el
pensamiento global, que atenta contra el especializado (aunque en
realidad lo complementa), tampoco se fomenta la crítica
regeneradora (salvo quizás en temas económicos y políticos), mas bien se acepta a regañadientes, y en caso de que
alguien estudie tanto estos temas o se haga preguntas solventes, a
menos que se relacione con su profesión se le observa como un tipo extraño, se le espeta “no te
calientes la cabeza, el mundo no se puede cambiar”, "céntrate
en tus estudios, no seas tonto, estás desperdiciando el tiempo". Más
aún, si este no
se anda con tiento o presenta debates polémicos en situaciones no
aptas para ello, es decir cuando habla cuando no debe corre el serio
peligro sufrir
el martilleo de frases tan agradables como: “menudo empollón”, “qué pesado”,
sobre todo si pone en duda las creencias de la persona presente o
pretende razonar en un nivel de conversación un tanto elevada, más
allá de las frivolidades de turno. Es decir, corre el riesgo de
verse apartado por "rarito".
Sin embargo, atados a este
contexto, es absolutamente ridículo intimidar a un niño o adolescente
con consejos del tipo:
“¡No juegues tanto al fútbol que no vale la pena, no vas a llegar a nada!”,
si no que se proclama justo lo contrario. Es decir, la estima que le
procura su
entorno aumenta proporcionalmente con el nivel habilidad demostrado
en el ámbito de los juegos y pasatiempos afines. Incluso al infante
que muestre la intención de "ser el mejor del mundo", se le trata con mimo
o esmero, incluso con admiración y a nadie se le ocurre agarrarle de
la oreja y llevarle al especialista de
trastornos mentales para averiguar qué cable se le ha cruzado. Una
vez talludito, aquellos qua alcanzan un mayor grado de pericia, gozarán de la
gracia, la simpatía y el empuje de todo un país para alcanzar su
objetivo. Y los ganadores además, según especialidad, serán
agasajados y colmados de honores, e incluso serán llamados a
desfilar como héroes o patrimonios de esa humanidad.
Al final, la diferencia de concepción del mundo es obvia, sólo que
en este se razona para construir, por explicarlo de alguna manera de
forma resumida un “fútbol" "un deporte mejor” (aplíquese a otros
círculos reducidos) sin tener en cuenta deontología moral alguna de
los participantes (se desecha
por considerarse un escollo para tales fines). En el anterior por el
contrario se pugna para construir un mundo “global” mejor, es
decir con un mayor equilibro de recursos, más justo, evolucionado, que a su
vez implica mayor confianza entre sus miembros, un ambiente menos
beligerante, solidario y compatibles con los valores fundamentales
que permiten una convivencia pacífica y por supuesto una vida más plena
y rica. Y ¡por supuesto! entretenida.
En este mundo la sola idea de
que no cientos si no varios millones de personas sufran por plagas
como enfermedades, mueran debido a la falta de alimentos, o que
proliferen millonarios tan egoístas y superfluos que no contribuyan
de manera altruista a solventar problemas sería
considerada una pesadilla absolutamente inconcebible para todos los constituyentes. Sin
excepción. Los cuales, indignados, tomarían cartas en el asunto para remediar
semejantes y cancerígenos asuntos. En realidad esas oscura quimeras,
así como muchas otras perturbaciones a gran escala, jamás podrían
darse: serían previstas y erradicadas con mucha antelación y
paliadas con rapidez. Sólo medrarían aquellas que esquivaran al
poder de la ciencia contemporánea o al enorme compromiso social.
Hablamos de un mundo de Personas con mayúsculas, que a su vez, ocupan su lugar
en el entramado social ejerciendo su trabajo de especialista.
En este inventado paraje la gente con el paso de los eones logró
madurar: en su escala de personajes populares no se incluyen a
domadores o traficantes de objetos en los primeros lugares, salvo que estos
demuestren otras actitudes menos "básicas" y que sí permiten un
evolución de la especie humana sin generar unos desastrosos efectos
secundarios.
Y no, no necesitaron miles de años de evolución como homo sapiens para
llegar a semejante conclusión.
No fueron tan ceporros ni demostraron tener menos inteligencia que
una ameba.
No hay que ser muy avispado para
comprender que, dependiendo de las profesiones que descollen y a los
valores humanos a los que se dé preponderancia,
y en
resumen, a los seres humanos a quienes se encumbre, la sociedad que acoge a sus
constituyentes tomará un rumbo acorde a esas preferencias.
¿En qué punto de la evolución como homo sapiens nos encontramos
nosotros?
Mejor no contesten.
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