El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Héroes por la retribución devuelta a sus
seguidores.
Tomemos un ejemplo determinado. Un seguidor fiel acude al estadio
(teatro, cine, etc) regularmente para contemplar las
peripecias de su personaje de
póster extra-gigante. De este modo, este animoso miembro del clan
formado por
incansables admiradores, que seguramente pertenecerá a la clase
trabajadora, le entrega a aquél una parte de su salario mensual ya sea adquiriendo entradas, costeando
viajes, comprando artículos, prensa especializada, etc. Pasa el
tiempo y el aficionado, fiel como ninguno, sigue contribuyendo como pequeño mecenas a la sociedad
explotadora del ídolo. Después de varios años de generosa
contribución el aficionado ya ha desembolsado miles de
euros,
eso sin mencionar las numerosísimas horas de atención prestadas,
donde se incluyen retribuciones tanto en forma de alegrías como de
disgustos y discusiones acaloradas (sobre todo si hablamos de
deportes).
Por su parte, el ídolo de marras a veces cae derrotado y se siente
triste y acongojado, es entonces cuando el seguidor que comparte su abatimiento le
manda mensajes de apoyo y consuelo. Otras veces obtiene la victoria y el discípulo
incondicional
le espera para darle las gracias, aclamarle o solicitarle alguna
prenda del club o rúbrica en un papel. Al final, gane o pierda su
ídolo, el
seguidor siempre está ahí, de un modo u otro, para animar a su
querido amuleto de la suerte, porque parece tener la certeza
de que el ídolo depende de su presencia, ya que como todos
sabemos un ídolo sólo aglutina a su alrededor (ejem) tras de sí dos o tres
seguidores. No más.
Ya en serio, un jugador cuando gana es tan aclamado por sus fans que
un mensaje/email de apoyo se perdería entre los montaña de emails o
cartas recibidas, y cuando se entristece después de alguna sufrida
derrota su
privilegiado
estatus le permite consolarse de cientos de mujeres, digo
maneras, diferentes (se me va la olla), y entre estas no se incluye pasar por casa del
humilde seguidor a pedirle consejo o ver cómo se encuentra, cómo le
va la vida. Eso desde luego.
Tiene mejores cosas que hacer.
El pobre seguidor sin embargo, cuando llora lo hace de manera más trágica,
porque en su precario estado un paso en falso, una casual desventura (ej:
pérdida del puesto de trabajo) le acerca al abismo. Dicho esto, no
entiendo cómo las lágrimas de un rico pueden afectar la moral de un
solo pobre, cuando las lágrimas de un pobre jamás afligirían a las
de un solo rico. Una cosa es ser pobre por las
circunstancias de la vida, otra cosa es haber elegido
conscientemente desenvolverse como un simple siervo. Yo no elegiría
preocuparme de quien no se preocupa por mí más bien lo degradaría al
nivel de héroe-mascota, es decir un héroe para pasar el rato
o para sacarlo a pasear.
Pero claro esto esta no es más que una simple opinión subjetiva: “Sal
ahí y diviérteme, pero procura hacerlo bien porque si no apago la
televisión. Ah, y al estadio no pienso ir, así que lo de pagar
entrada dejémoslo que tú tampoco te has preocupado ni por venir a
visitarme ni me has contestado a las miles de preguntas que te he
formulado. Contigo tengo claro que mi vida no va a mejorar. ”
Llegado a este punto, ¿y no sería más lógico darle la vuelta a este
contraproducente planteamiento? ¿No sería más razonable que el verdadero héroe
empujara hacia un status más saludable a todos sus incondicionales precisamente
porque (imagino) los tiene en estima? ¿Por qué no advierte el ídolo al seguidor
de las evidentes fallas de este sistema en el que se constituye como foco
central? ¿Quizás porque no le conviene en absoluto? ¿No debería acaso revelarles
ese trampa sistemática, información que por seguro brindaría a los aficionados
una mayor libertad de decidir su propio y personal destino? ¿Incluso, no
deberíamos aceptar como un deber que el ídolo, que seguramente se ha convertido
en millonario y, como se suele decir, una “gran persona”, ofreciera parte de su
riqueza para este menester y no permitiera de ningún modo que sea el tipo
humilde quien lo patrocine? ¿No representa esto un abuso de poder? ¿Por qué el
pequeño alimenta y retribuye al más grande siguiendo las reglas de este kafkiano
y venenoso régimen autoritario, que no pretende igualar fuerzas sino
descompensarlas todavía más? Y, ¿por qué, me pregunto, la
mayoría de nosotros gravitamos alegremente alrededor de esa
organización de carácter abusivo y discriminatorio?
Y si al cabo de los años, todo el dinero ofrecido por el pobre
individuo, no se retribuye en un mayor sueldo en su empleo, mayor autoestima y
desarrollo de sus potencialidades, ¿no constituye este un juego de poder
mortífero, adictivo y absolutamente condicionado donde el pobre se ofrece al
rico como esclavo y el rico, tramposo y manipulador, sólo le retribuye con un
momento de grandeza con la condición inexcusable de que el que él parece
considerar su
obediente y sumiso esclavo vuelva para de nuevo
adorarle y por tanto a regalarle más monedas? ¿Por qué este
agraciado superhéroe no duda en quedárselo todo para sí y apenas
devuelve una misérrima
parte de lo ganado a sus seguidores? ¿No se da cuenta el
pobre idólatra de que nunca actuando así podrá salir optimizar su
estatus, de que forma parte de una disciplina de maestro-esclavo, de un sistema viciado, que engancha y
subyuga y del que es muy difícil de escabullirse? ¿No
representa esta una extraña paradoja donde es el pobre es el que
parece preocuparse del rico y potentado y no al revés? ¿Qué final
podemos intuir dadas las mencionadas particularidades salvo que el rico se enriquezca
todavía más, y el pobre continúe su mediocre situación o se vuelva
aún más necesitado, más subordinado?
¿Y no sería más obvio y loable estimular al pobre o menos hábil para
que busque un referente más estimulante, aquél que le enseñe cómo
disolver sus inseguridades o cómo reforzar sus habilidades
cualesquiera que sean? ¿No se podría
considerar este gobierno regulador de
juegos y espectáculos una broma letal generadora de falsas
esperanzas, que limita la autonomía de los individuos y les despoja
de recursos para devolverles un par de risas y unos minutos de
satisfacción? ¿Pero no han pensado además que este velado conjunto
de técnicas coercitivas, aparte de su talante manipulador, se instala en las
mentes del los seguidores instándoles de manera subrepticia a
repetir esas pautas ventajistas (para el héroe) y así este sistema de recursividad
infernal se retroalimente hasta el fin de los tiempos?
¿Y por qué jamás el ídolo se planta, se conforma con lo que
tiene¿ ¿Por qué siempre defiende el derecho de amasar más y más
recursos(1)? No importa si transcurre una época de bonanza o una crisis
galopante, le trae sin cuidado que el mundo se caiga pedazos, el lo único que desea es
incrementar su parte de beneficios. ¿Acaso quizás que con los recursos
obtenidos tiene la intención de poner los cimientos de una nueva
sociedad? Lo dudo. Finalmente, ¿cómo una persona en sus cabales
puede adorar a un tipo de estas características salvo que haya sido
abducido por algún maquiavélico poder superior?
(1) Caso sangrante fue el
del futbolista Cristiano Ronaldo, que, en medio de una crisis galopante no dudó en mostrar
su tristeza e insatisfacción al club que le remuneraba. "Me siento triste
y el club sabe por qué". No se
sentía suficientemente valorado. Poco después, gracias a la infinita
comprensión de los directivos y el apoyo de un atemorizado "ejército
de pobres" que temía su marcha futura, al delantero "merengue" se le recompensó con un
aumento de sueldo. Pasó a ser el mejor pagado del mundo con más de 15 millones
de euros de sueldo (patrocinadores aparte). Desde entonces, este señor y todo su
milicia de adoctrinados
vasallos (cada vez, por cierto, en más precaria situación), se sienten satisfechos de que
este héroe coleccionador de coches de alta cilindrada pueda continuar durante
años en, dicen, el equipo de fútbol más prestigioso del mundo. QUizás la
perspectiva de un futuro no demasiado lejano nos depare héroes todavía más
adinerados seguidos por millones de personas que ya no dispongan siquiera de un
plato de lentejas que ponerse a la boca. No importa: seguirán defendiendo a sus
carceleros y, por supuesto, enriqueciéndolos todavía más.
No quieren sólo nuestro dinero, si no toda nuestra atención. Quieren nuestro cariño, también cómo no, nuestro corazón. Y si es posible (que lo será) el de nuestra familia. La industria del espectáculo lo quiere todo de nosotros. Quiere que la convirtamos en el centro del universo visible, que orbitemos y gravitemos alrededor de ella, y que jamás, por supuesto, escuchemos a los locos disidentes, que no saben lo que dicen, son estos los llamados desviados. Debemos defender a nuestro patrones sin mediar una palabra de reflexión. Así perdamos la conciencia de lo esencial, así la mujer nos eche a patadas de casa, ellos nunca jamás repararán los daños. ¿De verdad alguno de ellos se preocupa de nosotros? ¿De verdad tenemos la más remota idea de a quién y qué estamos ensalzando?
Dicho todo esto, aún me formulo nuevas preguntas, ¿son estos los mejores ídolos a nuestra disposición? ¿Por qué nos gusta tanto interpretar el papel de tristes lacayos? ¿Qué han hecho de nosotros salvo reducirnos a individuos temerosos de caminar solos, incapaces de formularse preguntas trascendentes? ¿A qué se debe el que censuremos quienes tratan de abrirnos los ojos y sin embargo rindamos ilimitada pleitesía a quienes nos ofrecen unos regalos que extrañamente, como por ideado por la gracia de algún maquiavélico aprendiz de brujo, desaparecen al día siguiente? ¿Cuáles son los motivos que nos impulsan a seguir accionando esas ruedas dentadas que nos van raspando la piel a cada vuelta de tuerca? ¿Por qué no actuamos de forma valiente, nos rebelamos, les plantamos cara? ¿Cómo es que no nos sentimos estafados, agraviados, insultados? ¿Por qué somos tan dados a obedecer a los poderosos cuando ya sabemos que un sistema capitalista lo que ellos pretenden es nuestro dinero, nuestra sumisión y obediencia? ¿De dónde procede nuestro modus operandi que nos conduce transitar por círculos sin salida sino es por una élite que programa nuestras prioridades, manufactura nuestros sentimientos otorgándonos una misérrima parte las riquezas? ¿Y por qué toda la cultura que podría darnos una salida a esta caótica situación la desechamos como pestilente y nos retozamos alborozados adoptando como nuestra e irreemplazable aquella la que enaltece a nuestros mandatarios, a nuestros ídolos? ¿De dónde procede ese tremendo pavor a la idea de libertad? ¿Quizás es que fuimos diseñados con el único fin de ser encajados en un pequeño hueco de la maquinaria como vulgares hombres-tornillo? Y al final cuando nuestra situación vital llega a extremos insoportables, ¿de qué nos quejamos si los únicos responsables de nuestra precaria situación hemos sido siempre y nuestra bienamada incapacidad de pensar y obrar coherentemente? ¿Vamos a manifestarnos entonces? ¿Contra quién? ¿Contra la única responsable: nuestra imagen en el espejo?
Conclusión:
Concluyamos, la mayoría de íconos-ejemplo no lo son por la retribución, por las gratificaciones ofrecidas, ya que retribuir con unos momentos de gloria (que se compensan muchas veces por otros de fracaso) después de que el individuo haya invertido miles de horas de seguimiento y dilapidado una pequeña o gran fortuna me parece una victoria pírrica, pobre, estéril, insuficiente. Lamentable. Patética.
Una ganancia pobrísima. Tanta dedicación para tan poco fruto.
Los ídolos toman la forma de campos estériles: se tragan todo el abono y apenas devuelven frutos para los pobres y esforzados agricultores. Hemos de buscar con premura tierras más fértiles.
La mayoría de ricos y opulentos magnates del espectáculo no son héroes por la retribución devuelta a sus aficionados. Más bien al contrario (¡otra vez!). Y por supuesto jamás advertirían a sus seguidores de que existen alternativas mejores que inducirles a fantasear con sus musculitos o a perseguirles por la calle para obtener una firma en un cochambroso pedazo de papel. El auténtico ídolo jamás obraría de esta manera tan interesada. De nuevo les repito la frase: "Dime a quién admiras y te diré quién eres".
Es triste corroborar lo que afirmaba el propio Noam Chomsky:
La gente paga
por su propia subordinación.
Una frase sinónima sería:
El ídolo gritó: ¡hacedme rico! ¡Y las multitudes corrieron en un tropel desenfrenado a satisfacerle!
La única realidad: todos somos víctimas (en mayor o menor grado) de nuestra amada ignorancia y la deferencia diferida a estos ídolos-calcomanía(2)
(2) Son tan "auténticos" como una calcomanía... y se pegan a nuestra piel como una lapa.
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