El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.

Creado: 31/1/2012 | Modificado: 31/1/2021 2780 visitas | Ver todas Añadir comentario



 

Héroes por la retribución devuelta a sus seguidores.

Tomemos un ejemplo determinado. Un seguidor fiel acude al estadio (teatro, cine, etc) regularmente para  contemplar las peripecias de su personaje de póster extra-gigante. De este modo, este animoso miembro del clan formado por incansables admiradores, que seguramente pertenecerá a la clase trabajadora, le entrega a aquél una parte de su salario mensual ya sea adquiriendo entradas, costeando viajes, comprando artículos, prensa especializada, etc.  Pasa el tiempo y el aficionado, fiel como ninguno,  sigue contribuyendo como pequeño mecenas a la sociedad explotadora del ídolo. Después de varios años de  generosa contribución el aficionado ya ha desembolsado miles de euros, eso sin mencionar las numerosísimas horas de atención prestadas, donde se incluyen retribuciones tanto en forma de alegrías como de disgustos y discusiones acaloradas (sobre todo si hablamos de deportes).

Por su parte, el ídolo de marras  a veces cae derrotado y se siente triste y acongojado, es entonces cuando el seguidor que comparte su abatimiento le manda mensajes de apoyo y consuelo. Otras veces obtiene la victoria y el discípulo incondicional le espera para darle las gracias, aclamarle o solicitarle alguna prenda del club o rúbrica en un papel. Al final, gane o pierda su ídolo, el seguidor siempre está ahí, de un modo u otro, para animar a su querido amuleto de la suerte, porque parece tener la certeza de que el ídolo depende de su presencia, ya que como todos sabemos un ídolo sólo aglutina a su alrededor (ejem) tras de sí dos o tres seguidores. No más.

Ya en serio, un jugador cuando gana es tan aclamado por sus fans que un mensaje/email de apoyo se perdería entre los montaña de emails o cartas recibidas, y cuando se entristece después de alguna sufrida derrota su
privilegiado estatus  le permite consolarse de cientos de mujeres, digo maneras, diferentes (se me va la olla), y entre estas no se incluye pasar por casa del humilde seguidor a pedirle consejo o ver cómo se encuentra, cómo le va la vida. Eso desde luego. Tiene mejores cosas que hacer.

El pobre seguidor sin embargo, cuando llora lo hace de manera más trágica, porque en su precario estado un paso en falso, una casual desventura (ej: pérdida del puesto de trabajo) le acerca al abismo. Dicho esto, no entiendo cómo las lágrimas de un rico pueden afectar la moral de un solo pobre, cuando las lágrimas de un pobre jamás afligirían a las de un solo rico. Una cosa es ser pobre por las circunstancias de la vida, otra cosa es haber elegido conscientemente desenvolverse como un simple siervo. Yo no elegiría preocuparme de quien no se preocupa por mí más bien lo degradaría al nivel de héroe-mascota,  es decir un héroe para pasar el rato o para sacarlo a pasear. Pero claro esto esta no es más que una simple opinión subjetiva: “Sal ahí y diviérteme, pero procura hacerlo bien porque si no apago la televisión. Ah, y al estadio no pienso ir, así que lo de pagar entrada dejémoslo que tú tampoco te has preocupado ni por venir a visitarme ni me has contestado a las miles de preguntas que te he formulado. Contigo tengo claro que mi vida no va a mejorar.

Llegado a este punto, ¿y no sería más lógico darle la vuelta a este contraproducente planteamiento? ¿No sería más razonable que el verdadero héroe empujara hacia un status más saludable a todos sus incondicionales precisamente porque (imagino) los tiene en estima? ¿Por qué no advierte el ídolo al seguidor de las evidentes fallas de este sistema en el que se constituye como foco central? ¿Quizás porque no le conviene en absoluto? ¿No debería acaso revelarles ese trampa sistemática, información que por seguro brindaría a los aficionados  una mayor libertad de decidir su propio y personal destino? ¿Incluso, no deberíamos aceptar como un deber que el ídolo, que seguramente se ha convertido en millonario y, como se suele decir, una “gran persona”, ofreciera parte de su riqueza para este menester y no permitiera de ningún modo que sea el tipo humilde quien lo patrocine? ¿No representa esto un abuso de poder? ¿Por qué el pequeño alimenta y retribuye al más grande siguiendo las reglas de este kafkiano y venenoso régimen autoritario, que no pretende igualar fuerzas sino descompensarlas todavía más? Y, ¿por qué, me pregunto, la mayoría de nosotros gravitamos alegremente alrededor de esa organización de carácter abusivo y discriminatorio?

Y si al cabo de los años, todo el dinero ofrecido por el pobre individuo, no se retribuye en un mayor sueldo en su empleo, mayor autoestima y desarrollo de sus potencialidades, ¿no constituye este un juego de poder mortífero, adictivo y absolutamente condicionado donde el pobre se ofrece al rico como esclavo y el rico, tramposo y manipulador, sólo le retribuye con un momento de grandeza con la condición inexcusable de que el que él parece considerar su obediente y sumiso esclavo vuelva para de nuevo adorarle y por tanto a regalarle más monedas? ¿Por qué este agraciado superhéroe no duda en quedárselo todo para sí y apenas devuelve una misérrima parte de lo ganado a sus seguidores? ¿No se da cuenta el pobre idólatra de que nunca actuando así podrá salir optimizar su estatus, de que forma parte de una disciplina de maestro-esclavo, de un sistema viciado, que engancha y subyuga y del que es muy difícil de escabullirse? ¿No representa esta una extraña paradoja donde es el pobre es el que parece preocuparse del rico y potentado y no al revés? ¿Qué final podemos intuir dadas las mencionadas particularidades salvo que el rico se enriquezca todavía más, y el pobre continúe su mediocre situación o se vuelva aún más necesitado, más subordinado?

¿Y no sería más obvio y loable estimular al pobre o menos hábil para que busque un referente más estimulante, aquél que le enseñe cómo disolver sus inseguridades o cómo reforzar sus habilidades cualesquiera que sean? ¿No se podría considerar este gobierno regulador de juegos y espectáculos una broma letal generadora de falsas esperanzas, que limita la autonomía de los individuos y les despoja de recursos para devolverles un par de risas y unos minutos de satisfacción? ¿Pero no han pensado además que este velado conjunto de técnicas coercitivas, aparte de su talante manipulador, se instala en las mentes del los seguidores instándoles de manera subrepticia a repetir esas pautas ventajistas (para el héroe) y así este sistema de recursividad infernal se retroalimente hasta el fin de los tiempos?

¿Y por qué jamás el ídolo se planta, se conforma con lo que tiene¿ ¿Por qué siempre defiende el derecho de amasar más y más recursos(1)? No importa si transcurre una época de bonanza o una crisis galopante, le trae sin cuidado que el mundo se caiga pedazos, el lo único que desea es incrementar su parte de beneficios.  ¿Acaso quizás que con los recursos obtenidos tiene la intención de poner los cimientos de una nueva sociedad? Lo dudo. Finalmente, ¿cómo una persona en sus cabales puede adorar a un tipo de estas características salvo que haya sido abducido por algún maquiavélico poder superior?

(1) Caso sangrante fue el del futbolista Cristiano Ronaldo, que, en medio de una crisis galopante no dudó en mostrar su tristeza e insatisfacción al club que le remuneraba. "Me siento triste y el club sabe por qué". No se sentía suficientemente valorado. Poco después, gracias a la infinita comprensión de los directivos y el apoyo de un atemorizado "ejército de pobres" que temía su marcha futura, al delantero "merengue" se le recompensó con un aumento de sueldo. Pasó a ser el mejor pagado del mundo con más de 15 millones de euros de sueldo (patrocinadores aparte). Desde entonces, este señor y todo su milicia de adoctrinados vasallos (cada vez, por cierto, en más precaria situación), se sienten satisfechos de que este héroe coleccionador de coches de alta cilindrada pueda continuar durante años en, dicen, el equipo de fútbol más prestigioso del mundo. QUizás la perspectiva de un futuro no demasiado lejano nos depare héroes todavía más adinerados seguidos por millones de personas que ya no dispongan siquiera de un plato de lentejas que ponerse a la boca. No importa: seguirán defendiendo a sus carceleros y, por supuesto, enriqueciéndolos todavía más.

No quieren sólo nuestro dinero, si no toda nuestra atención. Quieren nuestro cariño, también cómo no, nuestro corazón. Y si es posible (que lo será) el de nuestra familia. La industria del espectáculo lo quiere todo de nosotros. Quiere que la convirtamos en el centro del universo visible, que orbitemos y gravitemos alrededor de ella, y que jamás, por supuesto, escuchemos a los locos disidentes, que no saben lo que dicen, son estos los llamados desviados. Debemos defender a nuestro patrones sin mediar una palabra de reflexión. Así perdamos la conciencia de lo esencial, así la mujer nos eche a patadas de casa, ellos nunca jamás repararán los daños. ¿De verdad alguno de ellos se preocupa de nosotros? ¿De verdad tenemos la más remota idea de a quién y qué estamos ensalzando?

Dicho todo esto, aún me formulo nuevas preguntas, ¿son estos los mejores ídolos a nuestra disposición? ¿Por qué nos gusta tanto interpretar el papel de tristes lacayos? ¿Qué han hecho de nosotros salvo reducirnos a individuos temerosos de caminar solos, incapaces de formularse preguntas trascendentes? ¿A qué se debe el que censuremos quienes tratan de abrirnos los ojos y sin embargo rindamos ilimitada pleitesía a quienes nos ofrecen unos regalos que extrañamente, como por ideado por la gracia de algún maquiavélico aprendiz de brujo, desaparecen al día siguiente? ¿Cuáles son los motivos que nos impulsan a seguir accionando esas ruedas dentadas que nos van raspando la piel a cada vuelta de tuerca? ¿Por qué no actuamos de forma valiente, nos rebelamos, les plantamos cara? ¿Cómo es que no nos sentimos estafados, agraviados, insultados? ¿Por qué somos tan dados a obedecer a los poderosos cuando ya sabemos que un sistema capitalista lo que ellos pretenden es nuestro dinero, nuestra sumisión y obediencia? ¿De dónde procede nuestro modus operandi que nos conduce transitar por círculos sin salida sino es por una élite que programa nuestras prioridades, manufactura nuestros sentimientos otorgándonos una misérrima parte las riquezas? ¿Y por qué toda la cultura que podría darnos una salida a esta caótica situación la desechamos como pestilente y nos retozamos alborozados adoptando como nuestra e irreemplazable aquella la que enaltece a nuestros mandatarios, a nuestros ídolos? ¿De dónde procede ese tremendo pavor a la idea de libertad? ¿Quizás es que fuimos diseñados con el único fin de ser encajados en un pequeño hueco de la maquinaria como vulgares hombres-tornillo? Y al final cuando nuestra situación vital llega a extremos insoportables, ¿de qué nos quejamos si los únicos responsables de  nuestra precaria situación hemos sido siempre  y nuestra bienamada incapacidad de pensar y obrar coherentemente? ¿Vamos a manifestarnos entonces? ¿Contra quién? ¿Contra la única responsable: nuestra imagen en el espejo?

Conclusión:

Concluyamos, la mayoría de íconos-ejemplo no lo son por la retribución, por las gratificaciones ofrecidas, ya que retribuir con unos momentos de gloria (que se compensan muchas veces por otros de fracaso) después de que el individuo haya invertido miles de horas de seguimiento y dilapidado una pequeña o gran fortuna me parece una victoria pírrica, pobre, estéril, insuficiente. Lamentable. Patética.

Una ganancia pobrísima. Tanta dedicación para tan poco fruto.

Los ídolos toman la forma de campos estériles: se tragan todo el abono y apenas devuelven frutos para los pobres y esforzados agricultores. Hemos de buscar con premura tierras más fértiles.

La mayoría de ricos y opulentos magnates del espectáculo no son héroes por la retribución devuelta a sus aficionados. Más bien al contrario (¡otra vez!). Y por supuesto jamás advertirían a sus seguidores de que existen alternativas mejores que inducirles a fantasear con sus musculitos o a perseguirles por la calle para obtener una firma en un cochambroso pedazo de papel. El auténtico ídolo jamás obraría de esta manera tan interesada. De nuevo les repito la frase: "Dime a quién admiras y te diré quién eres".

Es triste corroborar lo que afirmaba el propio Noam Chomsky:
La gente paga por su propia subordinación.

Yo más bien apostillaría, "La gente paga por su propia degradación... Incluso con su propia vida"

Una frase sinónima sería:
El ídolo gritó: ¡hacedme rico! ¡Y las multitudes corrieron en un tropel desenfrenado a satisfacerle!

La única realidad: todos somos víctimas (en mayor o menor grado) de nuestra amada ignorancia y la deferencia diferida a estos ídolos-calcomanía(2)

(2) Son tan "auténticos" como una calcomanía... y se pegan a nuestra piel como una lapa.





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