El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Héroes por el valor implícito de sus acciones.
Existe
dos clases de individuos que coexisten en la sombra que son
los que deciden enfrentarse ya sea de manera directa (in situ) o indirecta (teórica,
con la lectura)
a la pobreza, al patíbulo de la soledad, al abismo de la muerte, a las
afiladas garras de la enfermedad, al dardo cíclico y mortífero de las
conflictos armados, a la tortura de la discriminaciones, a la vergüenza
que supone la contemplación de las
injusticias, a machismo, etc. Los segundos se dedican a reflexionar sobre la filosofía de sus
orígenes y causas, los primeros combaten estos desaguisados a pie
de campo. Ambos modelos directa o indirectamente deben enfrentarse
y embadurnarse con las tierras negras de que se componen “los males del
mundo”. Por el contrario, la mayoría de héroes cotidianos no
adquirirán tal consideración debido al valor consustancial de sus
logros. Ni por defender grandes causas ni siquiera por demostrar un
interés epidérmico (superficial) de todas o algunas de ellas. No
se van a ensuciar sus manitas.
No es necesario un largo y farragoso ejercicio de reflexión para
llegar a la conclusión de que el valor implícito de un deporte es
más que discutible. ¿Meter una pelota en un hoyo, batearla lo más
lejos posible, lanzarla hacia un cesto suspendido, saltar un listón
elevado,
lanzar un objeto pesado o afilado a larga distancia, nadar o correr más rápido que nadie,
machacar a golpes a un contrario hasta derribarlo en un ring? Podríamos extender la
argumentación a otras artes y oficios.
Piénsenlo detenidamente. Hemos de
entender, nos guste o no, que los deportes son meramente juegos,
pasatiempos, de reglas más o menos simples y es evidente que aunque
implican un esfuerzo notable y una disciplina más que loable,
¿hay algún ser humano en sus cabales que contemple las urbes
derrumbarse y para ayudar a levantarlas se dedique a “tirar unas
canastas”(1)? ¿No debería calificarse esta acción mas
bien como un mecanismo de evasión cobarde: “Yo me desentiendo
de todo conflicto que no me ataña personalmente,
paso de estrujarme la mollera, y me dedico a jugar un rato y a
divertir al público asistente.”? Debo
haber escuchado un millón de veces aquello de que el celebérrimo
pelotero tal no
era precisamente un “amante de los libros”. No me extraña.
Ahora les formulo una pregunta que invita, como no podía ser de otro
modo, a una larga reflexión, ¿consideran esa decisión, la de los
juegos y similares, la opción más respetable (admirable, etc) en la
vida de un individuo? (2)
¿No creen que sería necesario elaborar una
escala de ídolos de más a menos admirable según el
valor implícito de sus acciones y no sólo delegar su reconocimiento
únicamente en la espectacularidad de sus peripecias sin tener en cuenta
su compromiso con la sociedad más allá del influjo escrutador de las
cámaras?
(1)
Pueden extender el ejemplo a muchos otras disciplinas. Por cierto,
ver documentales del Canal Odisea, National Geographic o Discovery Channel sí lo
considero como un pasatiempo más instructivo.
(2)
En esta sociedad de locos al final los más inteligentes y admirados
van a ser (¿lo son ya?) precisamente los que carecen de una excelente
formación humana y se desentienden de preocuparse sobre asuntos que no
contribuyan a alimentar su personalidad vanidosa y egocéntrica. Como decía
alguna famosa de pro: “Yo no me he leído un libro en la vida, no tengo tiempo
para eso”. Vamos bien. "Progresando" a pasos agigantados. Como decía aquel
refrán, en una sociedad de locos, el cuerdo se alza como el más loco de todos. Y
en una sociedad de ignorantes, el más ilustrado representa el anticristo. Pena
(y miedo)
me da transcribir estas pavorosas locuciones.
En cuanto a los vendedores de objetos podemos aplicar el mismo
símil,
¿colapsar el planeta con decenas de millones de artilugios
tecnológicos hasta qué punto debe entenderse como un asunto trascendente?
Quizás lo sería si no fuera porque estamos arrasando los recursos
del planeta y no sabemos cómo deshacernos de tanto residuo mecánico, de tanto
desecho plasticoso. Por cierto, ¿todavía creen
en la falacia de una mayor felicidad se correlaciona con un
número elevado de objetos poseídos? En ese caso, sepan ciudadanos del
primer mundo que ustedes en esta segunda década del siglo XXI deberían albergar una
sentimiento de felicidad unas veinte veces superior a aquellos
individuos pertenecientes a sociedades ubicadas unas décadas
en el pasado.
(3)
Me temo
que no ese el caso. En absoluto.
(3)
Eso
sin mencionar que la generación de nuevas y fútiles necesidades
provoca en los países subdesarrollados que los individuos que apenas
pueden satisfacer sus necesidades básicas se enzarcen en batallas
sin sentido por
obtener artilugios mecánicos como el mencionado; en barrios
demacrados de la América marginal podemos horrorizarnos con sucesos
de adolescentes de clase obrera robando
e incluso asesinado a compañeros de colegio por el mero afán de
disponer de unas zapatillas de marca reconocida; niñas encuestadas en Rusia
prefieren convertirse en prostitutas antes que trabajar en oficios
mucho peor pagados
(ej:
profesores) con el fin de
poder adquirir "cosas bonitas". La retahíla de
ejemplos no tendría fin. Ese traicionero deseo de imitarnos a
nosotros los occidentales conoce múltiples y monstruosos efectos secundarios
que asolan los países en vías de desarrollo (o tercermundistas)
acogidos a la industria de libre mercado. Si no hay posibilidad de
conseguir mercancías de marca de forma honrada, delinquir es el método alternativo
más utilizado.
Quizás llegue un día en que estemos tan infestados de trastos que el
único individuo realmente feliz sea aquel potentado que pueda
comprarlos todos (esclavos sexuales incluidas). Así sea un criminal o genocida.
La globalización exporta tanta luz como miserias a todo país
encajado como barrio de la "Aldea Global"
Si quieren y sociedades libres de conflictos graves, si
anhelan individuos íntegros, inteligentes, honestos y con agallas, expongan a los aspirantes durante años a
la contemplación de los grandes
problemas que nos asolan.
Préstenles
(por favor) recursos y atiéndanles con los mejores guías para que la tarea de
resolución de conflictos llegue a consumarse.
No esperen su
llegada, sin embargo, a partir de enaltecer de manera gigantesca una didáctica basada en recreaciones
artificiales (juegos) o transacciones comerciales(4).
Sólo se generarán de manera accidental, como excepción. Debemos
complementar la primacía ética con los avances tecnológicos, de
otro modo, todo progreso acarreará residuos tóxicos tan nocivos como
sorprendentes serán las innovaciones. La tecnología nos aportará
tantas comodidades como nos tentará con miles de superfluos
apetitos, viviremos persiguiendo anhelos fatuos, estresados y
henchidos de ansiedad, rebuscando momentos de gozo excavando en la montaña de
trastos, comparando nuestras posesiones con las del vecino más cercano,
para al final, acabar olvidando la materia de la que estamos hechos.
(4)
La única ética
que conocen algunos de nuestros más queridos traficantes de objetos
es la de los beneficios.
Si hablamos de cantantes, artistas, etc, esta aseveración es
probablemente más
discutible pero dada la tendencia actual complaciente con las
frívolas concepciones (música bum-bum o comercial, arte-basura,
películas light o sumamente violentas, otras sin apenas argumento,
etc), no faltaríamos a la verdad si los incluimos en el mismo cesto.
Ni la música, ni el séptimo arte, incluso un buen porcentaje de la literatura
contemporánea (también centrada en un interés puramente crematístico) se
libran de la quema.
Desde luego que toda celebridad ha pasado por un ejercicio de
superación y esfuerzo sobresaliente, pero si ponemos estas
actividades en el contexto adecuado y realizamos la comparación con otros
individuos que lidian con grandes conceptos e ideas o que defienden
los valores humanos más fundamentales, entonces podemos concluir que la
mayoría de ellos suspendería esta asignatura y debería repetir curso
(¿indefinidamente?). Algunos con suerte sacarían un aprobado
"pelao".
Resumiendo, un gran porcentaje de líderes de nuestro tiempo no lo
son en absoluto por el valor implícito de sus acciones y como hemos
visto, muchos de estos angelitos, timoratos y cobardes como ellos solos, prefieren
evadirse para evitar responsabilizarse de alguna idea de
consideración, más bien prefieren acogerse y solazarse con pasatiempos
de carácter infantil. Es normal, son como niños que se pasan el día jugando,
retozando o actuando, no les interesa implicarse en resolver aburridos
deberes o tareas que impidan profundas deliberaciones y un gasto
de energía interior significativa. No es cosa suya, prefieren desembarazarse de
semejantes farragosas obligaciones. Y es quizás por ello que son ampliamente
recompensados y aclamados. ¿Será debido quizás a que todo el mundo odia cumplir
con sus responsabilidades como ciudadanos-modelo y por ello se les admira?
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