El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Héroes por repartir felicidad
Este es un argumento peligroso y de controvertida aceptación. Se dice que nuestros héroes
merecen sus distinciones y homenajes y también sus sueldos
millonarios, porque irradian alegría y optimismo a sus seguidores.
Pero como hemos venido relatando en este ensayo, este argumento es
muy endeble y presenta un reverso tenebroso (dependiendo, eso sí,
del tipo de ídolo al que profesemos admiración). La felicidad se torna
en tristeza y abatimiento en múltiples e incontables ocasiones (sin
mencionar otras secuelas más escabrosas). Vean si no la sección de
efectos nocivos de la cultura del número uno en este mismo ensayo.
Por otra parte, podríamos nombrar
fácilmente otros oficios donde este argumento se desmorona: ¿acaso
el consumo de drogas, incluyendo el tabaco, aquél irresponsable de
alcohol o la consumación de sexo con prostitutas no propicia un estado que varía entre la tranquilidad y el
sosiego hasta la euforia más desatada? ¿Acaso por ello se debe
ensalzar a sus líderes y cabecillas por colaborar en incrementar la
felicidad de sus seguidores?
Ejemplos: ”Conocido narcotraficante
que ofrece descuentos en su oferta de drogas duras opta al
premio Príncipe de Asturias”
”El Bar Manolito celebra la
borrachera número cincuenta mil de uno de sus clientes”?
"El
club de alterne Penélope conmemora su décimo aniversario regalando
"polvos" gratuitos a los primeros cien clientes casados"
Podríamos
continuar mencionando el tráfico de armas, un negocio
siempre boyante que produce grandes "satisfacciones" a cientos de
estados en el mundo, incluido el nuestro. Todas estas industrias
también desfilan como hermosas cenicientas en las pasarelas de la
sociedad dirigida por proxenetas de la gloria.
Resumiendo, los héroes cotidianos aunque aceptamos que sí "reparten felicidad",
esta suele difuminarse al poco tiempo. Por si fuera poco, y como
adictos a cualquier droga que se precie, el riesgo de optar a esa
vaporosa alegría conlleva la contingencia de sufrir congojas del mismo grado. Se podría decir que
los ídolos son
como las entidades bancarias: nos adjudican préstamos de grandeza
por los que nunca dejamos de pagar intereses. Nunca acabamos de
liberarnos de su lacerante yugo. Y al final de años de desembolsos de tiempo y
dinero no nos queda nada tangible. Nada más que recuerdos (1). Lo peor
es la ignorancia de desconocer que no nos hacen falta préstamos
de esa índole para experimentar una vida más satisfactoria y
emancipada.
Si la mayoría de ídolos transmitieran una felicidad que no se marchitara al cabo
de un corto lapso de tiempo, miles de millones de personas
permanecerían en un estado de euforia permanente... de tanto acudir
a glorificar sus interpretaciones. Me temo que no es este el
caso. El consumo del alcohol, de drogas como el hachís, de
antidepresivos como el Prozac o tranquilizantes como el Trankimacin (otro
gran ídolo de nuestro tiempo que merecería una sección aparte) son
fieles testigos de esta contradicción evidente. Nada indica que, a
la larga, su recurrente presencia y nuestra perseverancia en
seguirles y aclamarles nos
otorgue una mayor autoestima y felicidad. En cualquier caso hablamos de una un
bienestar ficticio y transitorio y que además acarrea bastantes efectos
secundarios.
(1) Al menos finiquitado el corto
o largo compromiso con los bancos siempre nos queda algo tangible que
se puede disfrutar todos los días: coche, casa, moto, TV, yogurtera,
etc.
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