El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Son nuestros ídolos. Nos proporcionan satisfacción.
Segunda parte.
La onda expansiva creada por las victorias de “La Roja”
Volviendo a “La Roja”, después de la
apoteósica victoria en la final del mundial, la explosión de júbilo
fue expansiva y transformó la sociedad de manera extraordinaria : el paro empezó a
descender de forma ostensible, los problemas sociales se
desintegraron como pulverizados por un ente invisible o ángel de la
guarda,
el índice de libros vendidos creció un 300% y según me cuentan no
fueron utilizados para equilibrar mesas con “cojera”, las mujeres
dejaron de analizarse y encontrarse defectos (que ya es decir), la
SGAE se renovó, se volvió autocrítica y dejó de criminalizar a sus
potenciales clientes, los bancos condonaron la deuda a los ex
-dueños de pisos embargados, los alargadores de penes fueron
expulsados como anuncios de la TV, aunque los de tarotistas y
adivinos y también los Call-Tv (¡argh!) todavía permanecen (demasiado pedir). Tráfico aumento el límite de
velocidad a 131 km y medio y eliminó 2 radares, programas
televisivos como Gran Hermano y Sálvame desaparecieron de los
índices de audiencia, la gente olvidó los prejuicios políticos y
dejó de dividirse entre partidarios del PSOE o del PP, tampoco se
tuvo noticias de una sola modelo potar después de una comilona
(aunque no se realizó un estudio exhaustivo), España dejó de ser una
gran amante del consumo de cocaína, marihuana y de botellón, y en
Google la palabra más buscada fue “ciencia”.
No sólo eso, no qué va, Buenafuente adelgazó y encontró al fin su moto robada y conmocionado
por el júbilo decidió presentar su show ataviado con un vestuario de colores
chillones, en Intereconomía se proyectaron debates serios y exentos
de insultos y proverbios caciquiles, la Cuatro en un acto sin
precedentes no comentó nada del Real Madrid de fútbol, Dora exploradora se fue
de safari con Pocoyó y nunca más se supo de ellos salvo que
engendraron un hijo violeta, Botín aprendió a pronunciar
medianamente bien un segundo idioma. Meeeedianamente. Raúl, el ex-7
de España, al fin se
retiró y dejaron de citarle en los medios (dios qué alivio),
Fernando alonso halló al fin su lado simpático, Alejandro Sanz y
Bisbal se soldaron los labios y se dejaron de twiteos estúpidos,
Tamariz se rasuró la melena y me invitó a uno de sus cachondos
espectáculos, Igartiburu se cogió (por fin) vacaciones para regresar
en un tiempo prudencial y presentar un programa de índole cultural. Aznar
admitió a regañadientes haber cometido 1 error en su vida (y no fue
el de asistir a EEUU en la guerra de Irak), y al rey se le entendió
todo el discurso de navidad (no se ofenda usted que yo le admiro). Y yo,
dichoso de mí, me reuní finalmente con Milikito para interpretar en un
dueto inesperado la canción de las canciones “Había una veeez un
circo” (oiga no se ría que esto es serio, mire que le envío al
cuarto de los ratones como a Zipi o Zape). Fue como un nuevo
despertar, maravilloso, épico, histórico. ¡La ostia en vinagre!
¡Viva España y Manolo el del Bombo! ¡Cantemos todos juntos el himno
(juas)!
Seamos serios, no hubo cambios perceptibles a corto y medio plazo
(1), salvo unos pocos días de ambiente de euforia. Y si
el halo de repercusión positiva envolvió pueblos y ciudades
insuflando positividad y optimismo a la gente, obviamente también se
levantó una cortina de negatividad y pesimismo cuando repetidamente
otros rivales nos mojaron la cara echándonos a la celda del
ostracismo, ese sombrío e inhóspito lugar donde se confina a la
pléyade de fracasados.
(1) La excelente noticia de la victoria de la selección nacional en el mundial de Sudáfrica sí obviamente produjo cierto impacto a diferentes niveles (algunos difíciles de mensurar a largo plazo) como cierto incremento de autoestima y confianza de parte de la población que repercutió en un mejor estado de la economía (inversiones, consumo, etc) e incluso en una subida general de los índices bursátiles.
Otra de las repercusiones atañe, como era de preveer, a la industria del fútbol, que acrecienta su prestigio, y a los jugadores, que se revalorizan de manera considerable hinchando su ya de por sí elevado caché. El efecto marketing derivado de una victoria futbolística en un evento tan populista como un mundial tiene un gran alcance. Recordemos que las imágenes de la final fueron visualizadas por una cerca de mil millones de espectadores, lo cual constituye una campaña publicitaria impresionante que llegó a todos los confines del planeta.
Otra consecuencia medible de la repercusión del triunfo es el espaldarazo que recibe la imagen de marca de España, recolocando a nuestro país en la mente de ciudadanos e inversores extranjeros. Otros estudios hablan de un incremento del PIB de en torno a un 1% (no demostrado).
La supermillonaria inversión realizada en el deporte del fútbol en España tanto profesional como amateur (instalaciones, fichajes, campañas publicitarias, equipamiento, etc) acompañada de una victoria multitudinaria por parte de una serie de jugadores calificados como imponentes e incluso de “grandes personas” sólo genera apenas unos cambios difusos psicológicos en la población y un desahogo no especialmente notorio en la economía, aparte de una revalorización de la marca de España en el mundo difícil de mensurar.
La pregunta que salta a la palestra es: ¿tal gigantesca inversión para estas retribuciones se puede considerar suficiente y conveniente? Otra pregunta que lanzo al aire es, ¿hemos de ganar mundiales o Eurocopas para obtener estos efectos apenas perceptibles? ¿Y en el caso de derrota, tónica habitual en los últimos decenios, los perjuicios en el “debe” de quién se deben apuntar? ¿Y a nadie se le ocurre una inversión más razonable, aunque no fuera tan ostentosa para obtener beneficios más notables a corto y sobre todo a largo plazo y que no beneficien fundamentalmente a una industria y a una serie de jugadores, si no a todos los aficionados (que son millones) y no únicamente de manera transitoria? Es decir, ¿la impresionante y descomunal inversión destinada a los deportes de masas realmente repercute en un crecimiento socioeconómico general y sienta las bases de un porvenir más halagüeño para el conjunto de ciudadanos no únicamente para unos pocos privilegiados? ¿Nadie acaso ha empezado a plantearse alguna vez, como yo hago en este ensayo, toda la sucesión de efectos nocivos que el apego y financiación de las industrias del espectáculo produce en otros órdenes y estratos sociales? ¿Realmente salimos bien parados y retribuidos confiando en que estas industrias campen a sus anchas y adquieran un inusitado poder? ¡Fíjense si no el dinero que deben al fisco todos y cada uno de los equipos de primera división!
Una cosa sí se ha puesto de manifiesto, apenas un año después de producirse la victoria “regeneradora” de estos impresionantes jugadores, España sigue en una crisis todavía más galopante, con un tejido social rasgado por las manifestaciones antisistemas que pueblan cada localidad, y sin visos de una recuperación cercana en el tiempo.
Deberíamos empezar a reflexionar seriamente acerca de cuáles son las opciones de inversión más sensatas e inteligentes a realizar a partir de este momento. Mi respuesta es clara: en una educación que sí nos permita incrementar de forma considerable nuestra potencialidad, nuestra autoestima y nuestras facultades físicas e intelectuales. No nos dejemos engañar por las falacias grandilocuentes que nos revelan las egocéntricas industrias de los mass media.
Revisemos bien este escenario "perfecto":
En la actualidad tenemos el privilegio de contemplar a una selección de fútbol que según muchos expertos es considerada como una de las selecciones más brillantes de la historia. Este impresionante plantel de jugadores de una talla descomunal denominados comúnmente grandes ejemplos para la humanidad, esos iconos impresionantes que ejercen (o eso dicen) maravillosa influencia sobre niños y adultos han conseguido el inolvidable hito de ganar 2 Eurocopas y un Mundial en apenas 4 años.
Si dado tal "escenario perfecto" sus hazañas no han ayudado a revertir las dolencias y achaques que sufre la sociedad de manera tangible, es decir si su influjo no ha resultado abrumadoramente positivo y esperanzador sobre sus millones de seguidores, ¿cuándo esperamos que esta ola de renovación se produzca? La respuesta es más que obvia. Los mejores extractos de una instrucción capitalista, una brutal y astronómica inversión en producir este tipo de superhombres y una situación teóricamente ideal ha dado como resultado final: ningún cambio digno de mención en el ciudadano medio.
Hemos ganado poco o nada. La sociedad española sigue en un estado bastante lastimoso, igual o peor que antes. Apuesto a que si sigo indagando llegaré a la conclusión de que el resultado es más bien contraproducente, o sea peor que nada, probablemente porque de ídolos de este tipo andamos saturados, de los del tipo intelectual andamos mucho más escasos. La educación en España, en parte gracias a estas aficiones intrascendentes, sigue su línea descendente. ¡Con tales ejemplos a ver quién convence a un niño que se lea un libro o estudie!
Pues lo voy a decir yo: léanse un libro, háganme caso, aprenderán más que con mil partidos de esta grandiosa selección (de nuevo lo digo por propia experiencia como aficionado futbolero).
No le den más vueltas, el fútbol y los deportes en general no son más que juegos, invenciones arbitrarias, un simple pasatiempo. Da igual que inyectemos un trillón de euros para conseguir decenas de Xavis, Gasols, Nadals o Ballesteros, con este tipo de triunfadores jamás vamos a cambiar el mundo de manera sustancial. Nos pueden caer simpáticos y alegrarnos por sus victorias (yo también me alegro), pero hay que aceptar los hechos, el deporte es parte de una buena educación, pero por sí solo y magnificado hasta tal extremo resulta más perjudicial que beneficiosa porque confunde a la gente, que acaba creyendo que valores arbitrarios como patear una pelota deben situarse por encima de otros más fundamentales.
¿Todavía creen que se debería invertir tantos y tantos millones de euros para confeccionar este tipo de modelo de especialistas? ¿No estaremos derrochando los recursos de forma lamentable? Mejor invirtamos en educación y ciencia. Otra inteligente opción es patrocinarme a mí con 10 euros, así lo invertiré en adquirir un libro de bolsillo (que por seguro no será una novela) y apuesto que reflexionaré sobre problemas humanos probablemente más que todos ellos juntos (lo cual tampoco lo considero una gran hazaña) y desde luego aportaré más ideas y soluciones para mejorar la condición del ciudadano de a pie. Al menos, gustosamente, lo intentaré. Desafortunadamente no puedo dar las gracias a ni una sola persona. Nadie me animó nunca a emprender esta maravillosa tarea. No les cuento, sin embargo, el incondicional apoyo que tuve para convertirme en futbolista...
Hasta hoy por cierto, la contribución de la sociedad en generar tipos como el que escribe tiende a cero. En fin, que se nos quiere bastante poco (por no decir que se nos ignora). A nosotros siempre nos toca remar contra fuertes corrientes. Repito lo dicho: patrocínenme con 10 euritos. Invertiré tal capital en añadir más datos relevante a mi cerebro con la que pueda reflexionar de una manera más competente para extraer ideas útiles que sirvan para mejorar la sociedad vigente. Quizás aportemos más cuatro de nosotros que un millón de individuos engendrados por la supermillonaria industria del "entertainment" Contemplando la "talla" de todos estos "impresionantes rivales", creo que les voy a pegar tal soberana paliza que ya no van querer jugar conmigo. ¡Qué pena que Pensar (con P mayúscula) no sea considerado un deporte...! ¡Qué pensar que Pensar en cómo cambiar el mundo se considera una idea propia de locos mientras meter una bola en un cesto o portería lo sea de dioses!
Corolario: el futbol y los espectáculos recreativos no constituyen ninguna solución a ninguno de nuestros problemas, sólo permiten a la gente desviar la atención de todo lo malo que nos acontece o lo que es lo mismo: utilizar la táctica del avestruz, meter la cabeza en un hoyo para evadirse de la realidad. Peor aún, existe una lógica correlación entre la salud psicológica de la sociedad y la repercusión de los ídolos del espectáculo. En efecto, a medida que crece su preponderancia parece incrementarse el sentido de insignificancia de sus seguidores. Cuanto más pequeños se sienten con más fuerza porfían por encontrar una luz que les guíe. Y además, y esto ya deberían saberlo, se incrementa la diferencia entre ricos y pobres. En pocas palabras, que el coste de mantener estos ídolos en pie es incalculable.
Llegará un día en que uno de estos ídolos ganará cientos de millones de euros y sin embargo gente con carreras de alto nivel apenas podrán acceder a un trabajo con un sueldo digno. Incluso es posible que, al menos principio, se les inste a trabajar de forma gratuita.(2)
Quédense con esta frase: en esta sociedad de locos te admirarán más por profesar un amor infinito a un balón o pelota o por tener una sugerente imagen que por preocuparte por el género humano. Así de desastrosamente hemos sido adoctrinados.
(2) Me temo que ese día ya ha llegado. Y creo que ustedes, queridos lectores, ya lo sabían. Seguimos progresando.
Después de la victoria de nuestra selección, yo,
que debo ser algo friki, tuve en esos momentos la ocurrencia de
analizarme minuciosamente y sí advertí una sensación de alegría y
júbilo,
sensación que decayó paulatinamente. Sin embargo ningún cambio
significativo se produjo en mi forma de ser y proceder. Los sensores
cerebrales no detectaron ningún cambio digno de mención. Ni un euro más
rico, ni un tanto más guapo, ni tampoco noté un incremento de mi
coeficiente intelectual (¿habré alcanzado mi tope?).
Nada reseñable. Repetí el mismo proceso en repetidas ocasiones.
Nada. Ellos, los jugadores de la selección, por el contrario, sí me
consta que se volvieron más ricos (¡bonitas primas recibieron!). Eso
confirmó mis anteriores sospechas de que las victorias de otros a la
larga sólo benefician a esos otros, y yo claro no estaba dispuesto a
conformarme con migajas. ¡Faltaría plus!
Esa medida fue tomando forma hace 15 años y cambió progresivamente
mi vida. ¡Ya está bien de enriquecer a otros!
El fútbol es la nueva religión, el opio del pueblo. Un magnífico lugar donde
ahogar las penas y evadirse de la realidad.
No existen atajos para la fortaleza del carácter.
¿No será más bien que esa actitud subsidiaria y accesoria nos relega
a la condición de mera pincelada emplazada en un enorme mural de
estilo puntillista? En otras palabras, nos relega al decoroso lugar
que ocupa una vulgar pieza en un puzzle de tamaño gigantesco.
Imaginen un estadio repleto de espectadores. Nuestra presencia allí
representa la de un sencillo puntito. Puntito y medio si acude con
su hijo.
Yo decidí hace lustros que sólo acudiría a animar a mi equipo, con la
condición de que este (al menos alguno de sus componentes) primero viniera a visitarme a mi casa, aunque
fuera para compartir un plato de macarrones con queso. Ninguna de
las dos cosas ha sucedido. Probablemente me muera y sólo contemple
los estadios deportistas levantando la vista desde las calles
adyacentes. ¡No se crean que lo considero un sacrificio! ¡La
considero una de
mis más sabias decisiones!
De hecho, sólo
de pensar en toda la parafernalia necesaria para asistir a un partido
en directo al estadio más cercano se me quitan las ganas. Revisemos
minuciosamente las etapas del agotador proceso: vestirme, salir de casa, conducir
largo rato en condiciones de tráfico intenso, sufrir la pertinente cola para llegar
a las inmediaciones del estadio, buscar sitio para encajar el coche
en algún rincón, lo cual
como sabrán resulta prácticamente imposible a menos que acudas con
antelación al recinto deportivo o
decidas abandonar el auto a un kilómetro de distancia, en triple fila, delante de un
vado o en la copa de un árbol. Luego todavía queda una caminata para llegar a la
taquilla, la sempiterna cola esperando el turno para adquirir la
entrada viene después. Más tarde ¡desembolsar unos cuantos billetes!
Al final del partido, y esperemos que sea con buena cara después de
una trabajada u holgada victoria y buen juego, debo invertir el
proceso: abandonar el estadio con tranquilidad, buscar el coche que
igual ni recuerdo por dónde para, conducir con grandes dosis de
paciencia para regresar a casa (el estrés al volante es un riesgo
adicional). Una vez alcanzado el destino, nos toca porfiar por aparcar el coche
en un sitio cercano (salvo por los afortunados que dispongan de
parking), ¡argh!
Todo eso para ejercer de secundario chillón y obtener un rato de
diversión, que no siempre es tal pues en ocasiones el partido
resulta un tostón y además tu equipo le da por disparar a los palos
o cosas peores (como no sudar la camiseta) y acaba perdiendo de
forma lamentable. En tal caso, ni a pesar del cabreo y la vergüenza
puedes reclamar, ya que nadie, por mucho que insistas, te va a
devolver del dinero y ni mucho menos el tiempo invertido.
Resumiendo, perdónenme, la sola presunción de fidelizarme con un
club de postín y realizar periódicamente semejante esfuerzo me deja exhausto (3).
Me agota sólo pensarlo, más aún escribirlo. ¡Déjenme que respire un
poco! Además, una vez de vuelta, me tumbo en el sofá y
compruebo que todo sigue igual: sigo siendo el mismo tipo de
siempre, con las mismas virtudes y defectos, un poco más alegro o
bastante más malhumorado. ¡Qué inversión más poco rentable!
¡4 o 5 horas de mi precioso tiempo, unos cuantos euros de
gasolina, más los que hay que añadir para pagar la entrada! ¡A hacer puñetas!
¡Que vengan ellos a verme a
mí! ¡Sinceramente me importa rábano quien afirma que "no se puede
comparar la emoción de contemplar un partido en el estadio que
sentado confortablemente en tu casa"! ¡Bah! ¡Igual me muero sin
averiguar ese presunto axioma!
Me sale más a cuenta ver el partido por la tele y así de paso me leo
unas cuantas páginas de un libro. Sí, combino ambas tareas sin
problemas salvo que se trate de algún partido trascendente. En ese
caso, pueden imaginar la instantánea de un tipo sudoroso haciendo
ejercicio en la bicicleta estática mientras ejerce de televidente.
No sólo eso, probablemente, parte de mi cerebro estará ocupado en
pensamientos más profundos. Sí, creo sinceramente que, aún siendo
hombre, puedo realizar tres tareas al mismo tiempo.
Resumiendo, en multitud de ocasiones participar como secundario de
grandes eventos resulta ciertamente agotador. Hablando en primera
persona, creo que me cuesta mucho menos entregarme duramente en
convertirme en el gran protagonista de mi propia
(y única) vida. La
anterior tarea, la de segundón, la dejo para ustedes, que sí parecen
individuos muy aptos con una serie de rutinas encaminadas para tal
fin. Ya veo partidos por la tele de cuando en
cuando y creo que mi aportación
es más que suficiente. Demasiada diría yo. Por esa misma razón, y
debido al cariz de los acontecimientos, ahora prefiero cambiar de
chaqueta y representar el papel de abogado del diablo tomando
una posición crítica y actuando como elemento compensatorio: un poco
menos para ellos, un poco más para “nosotros” (los que comparten
este singular y razonado punto de vista).
(3) Parodia. Si la gente corriente fuera tan vaga como yo para acudir a los estadios podría escenificarse una situación como la que describo abajo:
- ¡ Estamos en el estadio Nou Camp para retransmitir el encuentro entre los dos más serios candidatos al título de liga, el Barça y el Real Madrid!
- Excelente compañero, cuéntanos, ¿cuál es la afluencia al estadio en un partido tan trascendente como el de hoy?
- ¿Por qué me tomas el pelo? Sabes que hace más de 30 años que no viene ni dios a ver un partido en directo. Cada vez más la gente prefiere verlo desde sus hogares y evita el esfuerzo de presentarse como espectadores. Y aunque los clubs hace tiempo acordaron tomar medidas extraordinarias como permitir la entrada gratuita, no ha habido suerte. ¡No viene nadie! ¡Ni poniéndoles autobuses gratuitos!
- Disculpa, es que pensaba, que hoy al fin algún aficionado simpático se presentaría.
- Se ha advertido movimiento en los aledaños del estadio, pero según hemos podido comprobar muchos de ellos exigían que se les dieran palomitas o un bocadillo esgrimiendo “¡Encima de que vengo a animar queréis que lo haga gratis y sin obtener nada a cambio, por quién me habéis tomado!”
- La cosa está complicada sí, la gente se vuelve cada día más exigente, ya no se conforma con simplemente contemplar un espectáculo. ¡Quieren aprender cosas al mismo tiempo! ¡Quién lo diría!
- Qué triste, de hecho, aquí sólo nos encontramos los comentaristas, delegados, recogepelotas, familiares y pocos más. Además, se oyen rumores acerca de un futuro proyecto de demolición del estadio para inaugurar un centro comercial donde proliferarán decenas de tiendas de libros! ¡Qué horror! ¡Comentan los políticos que no hay motivo para mantener en pie una estructura tan gigantesca cuando otra más funcional y pequeña desempeñaría mejor papel en estos tiempos! ¡Hemos de detener esta afrenta! ¡La industria del libro, de la cultura nos está borrando del mapa! ¡Nos van a fagocitar! ¡Es el fin del mundo futbolístico!
- En otros tiempos quizás, ahora ya no podemos detener el progreso, no tenemos ni voz ni voto. Ya nada es lo que era. ¡Qué tiempos aquellos donde un futbolista era un referencia para niños y adultos aunque no hubieran estudiado en su vida! Creo que voy a llorar.
- Yo también.
El anterior constituye como pueden imaginarse un relato humorístico.
Uno podría esgrimir que en término medio haría justicia en repartir
equitativamente recursos a la industria del espectáculo y la de la
cultura, pero un
término medio en el caso del fútbol seguiría asegurando miles de
millones para los hijos predilectos y ocho perras (en vez de cuatro)
para otras industrias tan o más necesarias de tener en cuenta.(4)
(4)
Por
cierto a mí, la única perra que me ha tocado es la de mi
vecino, pero no importa porque vivo de lujo y soy más feliz que una
perdiz. Y por cierto, me lo paso de cine escribiendo todas estos
párrafos. Me gusta estrujarme el cerebro y comprobar el resultado de
ese esfuerzo. ¡Tantas veces me sorprendo a mi mismo! ¡Atrévase
usted también a enfrentarse a sus ídolos! ¡No son mejores que usted!
No somos nada más que una mera proyección de nuestros presuntos
dioses.
Oh, vaya, lo entiendo. Ver un partido, una película, una actuación,
es divertido, intenso, ¡claro que sí! Y no tiene nada de malo… hasta
que se vuelve patológico. Cuando ya somos más ellos que nosotros
mismos, cuando nos convertimos en esclavos de los éxitos de
los demás, cuando les entregamos el boleto de nuestra parca
personalidad rogando que nos devuelvan como premio algo de ese
esplendor del que carecemos, porque ellos son “tanto” y nosotros tan
poco. Al final ellos son cada día un poco más y nosotros un poco más
de lo mismo. ¿No será en suma que nos encontramos atrapados en un
círculo vicioso del cual nos resulta imposible escabullirnos?
Si nos consideramos algo más que miembros del dócil rebaño, cuyos obedientes miembros sólo tiran pa’lante cuando se les
patea el culo, es decir tipos con dignas convicciones y estructurada
personalidad, una de las preguntas que deberíamos formularnos es:
¿Ser testigos de los éxitos de otros qué
utilidad que no sea momentánea nos proporciona? ¿Es esa afección por
lo ajeno lo que reviste de un aura especial nuestra existencia?
Mirémonos en el espejo, contemplémonos sin tapujos, aunque nos duela
el alma, ¿cuál es la vida que llevamos?, ¿cuáles son nuestras
aspiraciones? ¿Qué enseñanzas pretendemos transmitir a nuestros
hijos? Si quiere transmitirle a su heredero una sólida personalidad,
espíritu de sacrifico, cultura de esfuerzo, optimismo, fortaleza
mental e incluso inteligencia emocional, afánese por adquirirlas
usted antes, aunque sólo sea una pizca, batalle usted primero
para luego poder ceder ese legado a sus descendientes, es decir,
conviértase en un egoísta constructivo o aquel que se afana por
hacerse grande para posteriormente hacer grande a los demás.
Y si quiere un hijo con carisma de líder,
ya sabe, le toca a usted primero comprender y aplicar todos los
pasos necesarios para ayudarle en tal tarea. Puede empezar por
embadurnarse con la esencia y el significado del aforismo de abajo:
Para
fortalecer el carácter más
vale la asunción de un fracaso propio que la participación en la
victoria de otros.
Es
absurdo emprender la tarea de educar a otra persona (p.ej: un hijo)
cuando primeramente no se ha puesto el mismo énfasis en educarse a
uno mismo. El fracaso está medio asegurado. Careceremos de los
recursos motivacionales suficientes para convencerle de llevar una
vida recta y a la vez plena de significado. Si queremos convertirnos
en diestros educadores, apliquémonos nosotros primero los consejos
que pretendamos brindar a los demás. Una vez experimentados los
resultados, hablaremos y transmitiremos nuestros conocimientos y
vivencias con mucha mayor solvencia.
Contraversión de la filosofía de sumisión al ídolo:
Todo campeón, al poseer tanto de todo, nos revela en cada actuación nuestra insignificante naturaleza porque nos recuerdan una y otra vez aquello que no somos, aquello de lo que carecemos, aquello que anhelamos poseer como dinero, belleza, premios o popularidad. Por el contrario, todo desgraciado, perdedor, tullido, enfermo, tarado o invidente, nos recuerda todas aquellas facultades, posesiones o habilidades que se encuentran en todo momento a nuestra disposición, pero que desgraciadamente no sabemos apreciar debidamente ni menos aún utilizar debidamente para labrarnos un glorioso futuro.
No obstante, nosotros preferimos alejarnos de ellos, quizás por la estúpida creencia de que los defectos o lesiones se transmiten por contagio directo. Aprender a valorar lo que uno tiene es uno de los magisterios más difíciles de dominar, y la destreza de la aplicación de esa milenaria disciplina se vuelve en un torrente de positividad que baña nuestra entera existencia.
Sin embargo, nosotros, insensatos, preferimos alimentarnos de vanidad y de la esperanza de una suerte de felicidad absolutamente imposible de alcanzar.
En lugar de comparar nuestra suerte con la de quienes son más afortunados que nosotros, deberíamos compararla con la suerte de la inmensa mayoría de la humanidad. Entonces se ve que nos contamos entre los privilegiados.
Helen Keller
Admiramos la fortuna de los ricos, pero ¿acaso no somos nosotros unos potentados comparados con cientos de millones de individuos? Y puesto que al advertir esa comparación deberíamos sentirnos sin duda afortunados, ¿cuál es el motivo que nos causa infelicidad? El hecho de no haber sido instruidos en la virtud de demostrar gratitud y dar gracias por todo aquello que poseemos, por conservar a nuestro lado a esas personas que tanto nos quieren.
Si sólo la mitad del tiempo que te pasaste adorando al ídolo de turno lo hubieras enfocado a desarrollar una personalidad más firme y cultivada, ahora te sentirías más poderoso que el dios al que rindes admiración. Esa es la mayor contradicción que debe asumir el idólatra: su referencia pseudorreligiosa le produce una sensación de falta de fortaleza. Constreñido en un universo hermético, su crecimiento interior se detiene, provocando un aumento gradual de su dependencia y de sumisión. Apenas evoluciona, su mente no se expande sino lentamente se clausura, no dejando entrar nuevos y regeneradores pensamientos.
En las últimas etapas de la conversión, el aficionado ya no atiende a razones, todo atisbo de originalidad se extingue: se ha entregado por completo al ídolo. Y lo que es más preocupante, afirma, sin asomo de duda, sentirse seguro y satisfecho de su manera de obrar y pensar. Nada ni nadie le harán cambiar de parecer.
El gran hombre carece ídolos: los ha sobrepasado a todos.
Un gran hombre tiene tal amplitud de miras como miles de referencias en las que reflejarse.
Sólo un hombre de miras reducidas, un hombre insignificante, puede profesar las doctrinas de un único ídolo.
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