El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Son nuestros ídolos. Nos proporcionan satisfacción.
Nuestros ídolos son los espejos en los que nos
reflejamos, representan una especie de cordón umbilical que nos une a
la placenta de una gran causa, pero también como una droga que una
vez inyectada en nuestro organismo nos incita a buscar una nueva
dosis. Bien es verdad, que algunos seguidores para saciarse necesitan múltiples
tomas, pero ni aún así se sienten satisfechos, necesitan más y
más y más. Extrañamente, ese deseoso ansioso y pernicioso parece no detenerse
nunca.
No podemos parar de hablar de fútbol, o de “fúrbol” como le
gusta llamarlo a nuestro incombustible presidente de la Federación
(es comprensible, es aquella una palabra ciertamente difícil de pronunciar,
se necesitan años de exigente y repetitiva dicción). Comentamos con
fiereza la jugada del penalty o de la mezquindad del árbitro que nos
robó el partido “¡Pero es que no lo has visto mamarracho!
¡Penalty como una catedral! ¡Serás burro (1)!”. No,
no es burro, es que el cuñado de un primo segundo suyo es seguidor
acérrimo del equipo contrario y por eso seguro que ha aceptado un
soborno para inventarse un penalty. Sí, suena muy rebuscado pero,
lo crean o no, he escuchado teorías de la conspiración mucho más
elaboradas.
(1)
Utilizo insultos “light”, bajos en calorías, para no molestar a los
lectores. Los reales podrían producir daños intestinales e incluso
cerebrales permanentes.
En mente de todos se encuentran los goles anulados en el mundial de
Japón-Corea contra uno de los equipos anfitriones por un árbitro de
infausto recuerdo, el penalty fallado en la tanda final por Joaquín
en ese mismo partido o el del pequeño Eloy en México-86 en el
apoteósico mundial de Emilio Butragueño; la agresión a Luis
Enrique por parte del jugador italiano (cuyo nombre no
quiero acordarme pero va a ser que sí me acuerdo: se llamaba Tassoti) o el gol de Baggio a Zubizarreta que consumó una nueva
debacle de la selección en los mundiales; en cuanto al basket,
recuerdos recientes son la canasta de Teodosic de 8 metros en el
último mundial que nos dejó helados y patidifusos o el error en el
tiro de este catalán tan alto y espigado, Pau Gasol, que nos privó
de un europeo que nunca antes habíamos ganado, aunque 4 años después
nos desquitamos.
El anverso de la historia nos ofrece una
larga lista momentos de gloria: nos hinchamos de orgullo con
las victorias de tenistas de corazón inmenso como Nadal o Arantxa,
con las medallas de Fermín Cacho o Marta Domínguez (hace poco en
tela de juicio), el gol, que marcará una época, del señorito Iniesta
que nos coronó como campeones mundiales (no está mal después de casi
80 años de fracasos, ¡hurra!); la cabeza fría (y el cuello gordo) de
Fernando Alonso, las derrapadas imposibles de Aspar, Crivillé, Jorge
Lorenzo, Dani Pedrosa o más recientemente Marc Márquez, las maravillosas piernas, digo exhibiciones, de nuestras
chicas de natación sincronizada, la paliza a Croacia en el
campeonato del mundo de balonmano en Túnez-2005 o mejor aún, la
humillante derrota que le infligimos a Dinamarca en el mundial del 2013
celebrado en España o los reiterados
triunfos en fútbol sala, trial o hockey patines, las galopadas de
nuestros atletas, las gestas de Perico Delgado, Miguelón Induráin(2),
etc.
(2)
Sobre el cual, el ilustre periodista José María García aun seguirá
haciendo conjeturas acerca de por qué demonios el ilustre navarro no contestó de forma
categórica que nunca
tomó estimulantes cuando buenamente se le preguntó acerca del tema.
Curiosamente, el navarro instó a su interlocutor a pasar a otra pregunta ante la
perplejidad (imagino) de todos los radioyentes, el menda incluido.
Todavía recuerdo aquella noche.
En casos patológicos nos convertimos en aficionado-dependientes.
Influidos por ese estado de conciencia (o no-conciencia), todo lo
sano que se deriva de la práctica deportiva deja de tener peso
específico, sólo queremos que nuestro equipo barra al adversario,
aunque sea de la más ruin de las maneras. Así nos expulsen a medio
equipo o sea “de penalty injusto(3) o en el último
minuto”. ¡O imitando a Holanda en la final del mundial! ¡Argh qué
dolor! ¡Qué tiempos aquellos de la naranja mecánica de
Cruyff, Neeskens y su futbol preciosista!
(3)
Con el título de “penalty injusto” se podrían escribir cientos de
tratados de psicología profunda.
Profundizando más, en algunos casos ya no es suficiente el júbilo de
una mera victoria, si no que necesitamos que el rival sucumba y
sea machacado e humillado. Si alguno de los que me lee pertenece
al club de los
merengones, culés, pericos, atléticos, sevillistas o béticos, seguro
que entiende por dónde van los tiros.
Podemos seguir descendiendo de nivel hasta las cavernas de la
moralidad, adentrarnos en sus sucias letrinas para toparnos con grupos de ultras armados hasta los dientes, ávidos y preparados para
defender sus colores hasta la muerte. Creo que no va a ser
necesario. No necesito manchas de sangre que salpiquen estas
páginas, que a la señora de la limpieza no le entra en el sueldo
esta desagradable tarea.
Así, discutimos con el equipo vecino o nos colamos en foros
virtuales para
desembuchar nuestras diarias insatisfacciones.
La contradicción pues se palpa. ¿Sólo nos produce alegrías y
satisfacción? ¿Seguro? Revisemos los siguientes párrafos:
La selección española nos ha ofrecido grandes momentos de gozo a
“todos” sus seguidores al conseguir un triplete inimaginable
en otra época: 2 Eurocopas y el Mundial. Además, de manera consecutiva, lo
cual constituye una gesta digna de un almanaque de historia
deportiva. Yo por si lo dudan, también me incluyo, soy aficionado a
este y a muchos otros deportes, que también merecen un lugar de
privilegio en mi memoria.
Pero, ¿y cuando contamos sus participaciones por fracasos?, ¿no se
vuelve esta declaración contra sí misma? Quizás deberíamos decir en
este caso particular: “Deporte que nos produce tantas alegrías
como insatisfacciones”. Tan correcta como su inversa, es decir
como afirmar que las prácticas deportivas protagonizadas por
nosotros o por nuestros héroes son un sumidero de tristeza, rabia,
impotencia, enojo, envidia, agresividad, angustia, desánimo,
amargura, sufrimiento, frustración, congoja, deseos de venganza,
animadversión y mejor no sigo. Seguro que su cuerpo y su espíritu ha
albergado más de una vez algunos (o muchos) de estos sentimientos dañosos.
Muchos tratan de ahuyentar estas desagradables emociones
adhiriéndose al equipo más poderoso, ej: Real Madrid o Barcelona,
más ahora el segundo que el primero, sin embargo esta decisión lejos
de solucionar el problema, lo empeora. Las alegrías son tan
frecuentes como las decepciones gigantescas. Traten de no acercarse
mucho a un fanático después de la derrota de su equipo en un partido
importante. Muerde.
A lo que voy y trato de hacerles entender desde mi perfil de gran
aficionado a los deportes es, ¿realmente el
seguimiento continuo de las proezas de estos simulacros de
superhombres fortalece nuestro carácter? ¿Nos ayudan a reconvertir
nuestras múltiples debilidades en aptitudes destacables?, ¿nos proporcionan
mayor empuje para abordar con solvencia nuestras tareas cotidianas?
Es decir, después de asistir a cada partido, de visualizar cada actuación, ¿nos volvemos
un poco más inteligentes, más valientes para enfrentarnos a la vida,
más aptos para las relaciones sociales, más ricos quizás, más
fuertes, más listos, más, más...alguna cualidad digna de mención y
más importante que no se difumine rápidamente en el tiempo?
¿Nos ayudan en realidad a incrementar nuestra autoestima? ¿Permiten
una mejora vital a nivel individual? ¿colectivo quizás?, ¿permiten un progreso socieoconómico
destacable a largo o a medio plazo? ¿No será que sólo nos
proporcionan una alegría pasajera, efímera cual sabor de chicle
Cheiw de fresa ácida? ¿No será que lo que sí hacen es
ayudarnos a desligarnos brevemente de
nuestra tímida y volátil idiosincrasia, a elevarnos sobre el tedio,
la rutina y el vacío que conforman nuestras vidas? ¿Y es esa actitud
acaso una solución a nuestro mediocre status? ¿Por cuánto tiempo? ¿1
hora, 1 día?
Hablamos de ídolos deportivos, pero también podemos aplicar
semejantes argumentos a otros ídolos del espectáculo.
Si
la compañía y seguimiento periódico de todos estos ídolos procurara
un aumento de la personalidad en forma de pequeñas dosis a sus
allegados el resultado obvio es que... todos serían poco menos que
supermanes.
Me temo, desafortunadamente, que no es el caso. Apuesto más bien por
el efecto contrario: los ídolos cada vez más grandes y ellos cada vez más
insignificantes.
Veamos en la siguiente sección si los triunfos de la selección
Española de fútbol produjeron cambios destacables en la sociedad y en la
personalidad de sus prosélitos.
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