El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Crítica a otro de los ídolos de nuestro
tiempo: el tabaco.
Notas:
Hasta 1954 no se averiguó que el tabaco era
el mayor causante de los cánceres de pulmón.
Los artistas de cine han estado frecuentemente ligados a la compañía
de un cigarrillo. Casos como Humphrey Bogart, Marlene Dietrich, y en
general una gran lista de actores.
Recuerde que los famosos, los medios y las empresas no quieren lo
mejor para nosotros. Quieren maximizar sus beneficios, y eso puede
redundar en nuestro favor o en nuestra contra.
Introducción.
Nota: esta sección debería integrarse como sección aparte
dentro de
“patrocinios y publicidad de discutible valor ético”. Sin embargo la
publicidad del tabaco ha sido prohibida en muchos países del mundo.
Aún así la incluiremos con ese título y la desarrollaremos de una
forma un tanto “peculiar”.
Aviso: Esta sección puede herir la sensibilidad del lector,
especialmente en el caso de fumadores empedernidos. El que avisa no es traidor.
El asunto de los cigarrillos me pone “negro” sólo de pensarlo.
Este hábito constituye una auténtica plaga cuya humareda negra se
disemina por todo el orbe provocando cánceres y desórdenes
orgánicos múltiples. Si sumamos los afectados tomando como
referencia los índices globales e históricos llegamos a la
conclusión que el efecto cigarrillo es peor que una plaga bíblica o
al mismo nivel que la peste negra de épocas remotas. Este hábito
indica muy a
las claras la absoluta irracionalidad humana y un auténtico
desprecio por la salud, a la vez que confirma nuestra identidad
masoquista y sumisa. Precisamente por ser un asunto “infumable” es
de obligatorio tratamiento. Así que allá vamos y que dios nos pille
confesados. Y aunque no lo crean pienso tratarlo con “humor”. Humor
negro eso sí que es el único que pega con esta sección.
El meollo de la cuestión
El tabaco es un producto de consumo multitudinario que contiene
decenas de componentes potencialmente cancerígenos tales como el
amoniaco, arsénico, alquitrán, butano, cianuro, formaldehído,
metano, cadmio, monóxido de carbono, alquitrán, benceno, entre
otros. Estos componentes, que no son precisamente golosinas de
agradables sabores, se encuentran presentes aparte de en los
cigarrillos en raticidas, combustibles domésticos, humo de los
coches o baterías. Hágase una idea.
El humo del tabaco contiene más de 4.000 sustancias químicas,
de las cuales se han identificado más de 50 como agentes
cancerígenos y más de 100 como sustancias tóxicas.
El tabaco se bebe nuestras energías, provoca dependencia, y
finalmente no duda en empujarnos hacia el otro barrio muchos años
antes de lo previsto debido a un cáncer u otros lindos tributos
derivados de su consumo.
Amigo entrañable
El tabaco es como un amigo entrañable que
nos acompaña en los momentos en que necesitamos sosiego. Pero no es
un amigo cualquiera. Es un colega exigente, que a cambio de su
compañía, se nutre de una parte de nuestro organismo: nos invade, y
nos quema por dentro. Es el precio que solicita por su interesada
compañía. Y ese precio, es decir ese trato que pacta con nosotros,
es absolutamente inviolable ante Dios, Espinete o los siete enanitos
del bosque.
Sabor tropical
Por supuesto (faltaría más) ni siquiera es un producto que tenga un
sabor a piña colada, maracuyá, mango o guayaba. Más bien sabe a
rayos. Sabe a mierda. Es normal, la mayoría de sus componentes son
más nocivos y asquerosos que la propia mierda, así que es
comprensible que no tenga buen sabor. ¿Algún candidato le apetece
darle un lametón al alquitrán del asfalto? Seguro (?) que no.
La nicotina y régimen de esclavitud
El cigarrillo lleva incorporado un ingrediente estrella, la
nicotina, que es la que en realidad maneja el cotarro, y se encarga
de engatusar a nuestro cerebro para que creamos que este penoso
hábito nos provee de alguna satisfacción. La nicotina es la bruja
piruja responsable de nuestra adicción al tabaco. Se ha demostrado
en múltiples investigaciones que la nicotina es una sustancia tan
adictiva como la cocaína o la heroína. Los síntomas que se sienten
entre un cigarrillo y el siguiente (un pequeño "síndrome de
abstinencia") causados por las bajadas y subidas del nivel de
nicotina, hacen que padezcamos a su vez bajadas y subidas de estrés
y ansiedad. Esto quiere decir que la invasora y dictadora nicotina
desea hacerse con el control de nuestras emociones. Tampoco permite
injerencias externas. Ella manda. Y nosotros le dejamos. Es más le
pagamos un sueldo mensual como gerente al cargo de nuestra salud. Se
encarga de que todas las sustancias nocivas procedentes del
cigarrillo se repartan de manera coherente sobre el riego sanguíneo
y así llegue a emponzoñar cuantos más órganos mejor. Ese parece ser su
cometido. Y cobra por ello. No trabaja gratis.
De este modo, nuestro organismo nos solicita más y más dosis y
nosotros, que acabamos siendo esclavos, la satisfacemos con
obediencia y sumisión absoluta. Es más fuerte que nosotros. Nos
volvemos, y no exagero en absoluto, auténticos drogadictos. Acabamos
relegados a meros sirvientes de un régimen dictatorial que nunca
impone descansos. La explicación (quizás) radica en que como la vida
es tan fácil y sencilla, debemos organizarnos diariamente en
complicárnosla. Así nos volvemos dependientes de una sustancia
diminuta que controla en parte nuestro cerebro, chamusca nuestras
células y nos resta energía. Todo ventajas. Tampoco verán nunca
verán un 2 x 1 en cajetillas de tabaco. No hay ofertas ni
favoritismos en el mundo del tabaco. Si el lujo debe pagarse en
acorde a su valor, también el lujo de matarse no admite rebajas ni
excepciones. Salvo que visiten Andorra.
El Señor Cigarrito nos suele proponer un invisible contrato a largo
plazo en el cual nosotros invertimos cientos o miles de euros. Las
recompensas de pactar con este Señor tan simpático y sobre todo
bondadoso, son múltiples y variadas. Veamos unos ejemplos:
Efectos maravillosos sobre el organismo
Una bandeja surtida con diversos y fascinantes platos en forma de
cánceres, como el de pulmón, de laringe o de órganos digestivos y
urinarios. ¿Que no tiene el paladar acondicionado para ello? No pasa
nada, puede usted optar por una atractiva bronquitis crónica con la
guarnición de una tos agónica, enfisema o úlcera péptica. El menú
también rebosa de sabrosas arteriosclerosis con sus manifestaciones
a nivel coronario, arterial periférico y cerebral. En el mismo menú
entran aneurisma de la aorta abdominal, agravamiento de
hipertensión, vasoconstricciones, aumento del consumo de oxígeno o
agregación plaquetaria. El postre suele consistir en pulmón a la
fondue (carbonizado). Riquísimo. Hay quien es tan glotón, tan
insaciable que se lo traga todo. Aunque seamos justo, es en realidad
Don Cigarro quien se lo traga a él. Millones lo intentan, pero
prácticamente nadie ha podido jamás vencerle en una carrera de
fondo. Acaba por asfixiarnos.
La diversidad de manjares que nos trae el camarero Cigarrín es
suculenta de la muerte. Podría pasarles diapositivas para que se
extasíen con sus diferentes texturas y sabores. ¿No se les hace la
boca agua...rrás? Pero desafortunadamente en este blog, al menos de
momento, las fotos brillan por su ausencia. Es una lástima que se pierdan la
oportunidad de degustar toda esa retahíla de atrayentes y golosas imágenes.
No importa, si insisten puedo revisar y descargar por Internet en
algún banco de imágenes algunas ilustraciones en alta resolución
(para que se aprecien mejor los detalles). Seguro que les resultan
estimulante y esclarecedoras y les animan a comenzar (si no lo han
hecho ya) una relación con Don Cigarrito, que por cierto, es otro de
los grandes ídolos de nuestro tiempo.
Símil masoquista
Haciendo un símil imaginativo podemos describir este consumo como ir al banco cercano con
un gran fajo de billetes. El director amablemente nos atiende, y
tras una corta discusión (nos convencen en un plis-plas) firmamos un contrato para que el señor
banquero se quede con todos nuestros fondos. El mismo documento
estipula que
cada vez que nosotros aparezcamos por las inmediaciones (que
puede ser más o menos diariamente según el contrato firmado)
los empleados se comprometen en darnos una
generosa patada en los huevos. Y no pararán hasta que nos dejen sin
blanca o nos dejen
impotentes (pérdida de salud y dinero, es un símil parecido, no me
diga que no; por cierto, se me ocurrían muchas más ironías). Resumiendo, se
quedan nuestro dinero y encima nos aplastan los cataplines en un
acto de agradecimiento y buena voluntad. Es esta sin duda una
propuesta irrechazable a la que no hacemos ascos (palabra que queda
estupendamente en este contexto). Cuando abandona las dependencias
bancarias, los empleados estallan en una carcajada que se oye en una
manzana a la redonda. Pero nosotros satisfechos y entregados a la
causa hacemos oídos sordos (sí, el tabaco también afecta a este
órgano, nos vuelve sordos para evitar escuchar ciertos comentarios), acudimos todos los días sin falta a recibir nuestra “poción
mágica”: patada en los huevos. Sábados y domingos también ¿Por qué?
Porque para aprender cosas instructivas hay pocos días hábiles en
todo el año, pero para maltratarnos no requerimos ningún día de
vacaciones. No nos hace falta.
Nota en clave de “humor negro y fétido”.
El alquitrán destruye los miles de sacos ó alvéolos que
el pulmón tiene para extraer el oxígeno del aire. Esta destrucción
origina una enfermedad penosa e incurable: El enfisema pulmonar ó
Asma del fumador. La persona con enfisema muere ahogada. En EEUU,
los científicos en la autopsia han encontrado pulmones completamente
negros, cubiertos por esta "brea". Así terminan los pulmones de un
fumador.
No es gratuito. Faltaría más.
Como decía, para consumir este pedazo de mierda nauseabunda y
maloliente, resulta que encima hay que pagar. No, no es gratis.
Nadie nos la va a regalar. No vamos a ser tan “afortunados”. O sea
que nuestra honorable misión consistirá en adiestrarnos
siguiendo una férrea disciplina con el fin de corrompernos el
organismo de forma y manera periódica (cada x horas). Y lógicamente
esas insólitas maniobras de soldado aleccionado requiere del
desembolso de un dinero. Porque cada cajetilla vale una pasta, de
acuerdo que todo va en impuestos, pero los cigarrillos no son
baratos, más parecen un bien de lujo como últimamente el consumo de
combustible. La razón de este despilfarro del dinero estriba en que
somos todos unos tipos potentados y nos sobran los euros. ¿Alguien
habló de crísis? ¡Qué va!. Y tampoco
tenemos intención de dárselos a los pobres
(válgame dios y la virgen)
ni tampoco
vamos a desembolsar un duro para regalarnos un libro (no vaya a ser
que aprendamos cosas de provecho y la gente nos mire como a bichos
raros o como si fuéramos a comérnoslos). Así pues parece claro que
ningún obstáculo se interpone para que lo regalemos a las
tabacaleras o al estado de la manera más solidaria (o idiota según
se mire).
La salud tampoco es una razón defendible, así pues, como la salud y el dinero carecen de la más mínima
importancia podemos desprendernos de ellos poco a poco. Seamos
sinceros, nos gusta enriquecer y amamantar a Don Cigarrito. Es como
nuestro Tamagochi particular. No lo abandonamos nunca, nunca nos
olvidamos de él, le cuidamos con esmero y gran cariño día tras día.
Criaturas adorables, eso es lo que somos. Podemos olvidar el
aniversario de nuestra pareja o sacar a pasear al perro, pero a
nuestro animalito interior siempre le hacemos caso. Qué rico es.
El invento perfecto.
Para definir este hábito como el invento perfecto sería que
además nos royera el corazón así nos volviera insensibles. Sería la
cumbre de la invención humana, un artilugio que se alimentara de
nuestro dinero, que recortara nuestras funciones vitales (nuestra
salud), dominara nuestro cerebro y desactivara las funciones
secundarias (sentimientos) que proceden de nuestro órgano principal.
La gloria infinita. Todavía no se ha inventado, creo. Pero no pienso
dar ideas a ver si alguien las patenta, que ya me veo millones de
personas en guerra para conseguir su porción. Y montones de mafias
articulando redes de distribución.
Con la sumisión periódica a este cilindro de muerte conseguimos algo esencial
deshacernos de la salud y del dinero, ¿para
obtener qué? Nada que no pudiéramos obtener de un modo alternativo y
que no resultara perjudicial. Pero parece que si no es perjudicial,
si no es peligroso
no resulta tan atrayente. ¿Será que el instinto masoquista viene de
serie en algunos seres humanos?
Actuando de este modo pasamos a engrosar las arcas de aquellas
empresas que tratan de gustosamente matarnos lentamente. Me imagino
un tío gordo y canoso frotándose las manos. “Yo les mato y ellos
me enriquecen. Además como están enganchando todavía me van a
defender a mí, y no por supuesto al que critique el hábito que
nosotros proponemos. Seguramente le considerarán un tipo pesado y
molesto. Qué maravillosa invención. Es un artículo que se defiende
él solito”.
Los fumadores se clasifican en principiantes (unos pocos
cigarrillos), consumidores “maduros” (cajetilla al día), avanzados
(un par), y los VIP, la crême de la crême que fuman más de 3
paquetes al día. A estos deberían darles algún tipo de premio,
carnet especial o descuentos a visitas a minas subterráneas,
contenedores de basura, vertederos y lugares similares. Yo tuve un
carnet de pequeño de afiliado a una revista: el Don Miki. Lo
prefiero.
No contentos con esto, cuando se produce una prohibición nos
rebelamos porque queremos tener la libertad de hacernos daño y como
efecto secundario (lo queramos o no, seamos conscientes o no) a los
demás (hijos, vecinos, cónyuges, mascotas, señora de la limpieza,
etc). Es decir no es sólo que nos hagamos daño a nosotros, es
también necesario, aunque sea a menor escala hacérselo a los demás.
Por cada adepto que consigamos nos dan diez puntos y un encendedor
barato que en costes de producción no vale ni 10 céntimos. El tipo
que más puntos suma se le puede considerar como un benefactor de la
humanidad. Bueno, de esta humanidad.
Pero no sólo nos rebelamos contra los que nos prohíben también
contra quienes nos advierte de su perjudicial consumo
Solidaridad con los demás.
Como a nosotros no nos molesta pensamos a que los demás tampoco les
va a perjudicar el aroma de nuestras bocanadas. Es lógico en parte, ¿a
quién le puede importar que le tiren a la cara un humo apestoso?
Sólo a un tipo demasiado susceptible. “¡No es para tanto!”. ¡Claro
que no! ¿Quien no ha chupado alguna vez un cenicero y ha hecho
gárgaras con las cenizas depositadas? ¡Venga hombre! ¡Quien se queja
es un exagerado! ¡Por favor!
Podríamos manifestarnos a favor de erradicar
el hambre en el mundo o un consumo sostenible o alguna idea
de tintes similares pero no, preferimos manifestarnos a favor del
derecho de jodernos las entrañas. Las primeras propuestas son
inaceptables. Propóngaselas a un fumador a ver qué dice.
Propóngaselas a un mínimo de dos metros de distancia. Por si acaso.
No queda ahí la cosa, no. Nosotros, que nos consideramos seres adultos y responsables, tanto
como para meternos un cigarro en la boca, también obviamente lo
somos como para decidir con ese raciocinio tan campechano, esos
dientes manchados tan monos, o ese olor a rancia ceniza que nos
caracterizan qué es lo mejor para nuestros seres cercanos. Además
nos irrita discutir sobre este tema, queremos matarnos, y también (y
sin pedirlo por favor, que eso es de mala educación) queremos que
nos dejen en paz y disfrutar de ese reconfortante derecho sin
interrupciones. Luego aludiremos a la contaminación ambiental o al
humo de los coches, al consumo de alcohol excesivo, o a la rebelión
en Libia, excusándonos de que ¡hay problemas más importantes que
resolver!
También cuando advertimos a nuestros hijos
de los peligros que corren sonamos la mar de convincentes. “Yo
fumo porque soy adulto pero tú no quiero que fumes porque es un
vicio muy malo.” Premio Nobel a la persuasión. Deberíamos dar un
meeting. “Sí, papá claro, si tú lo dices no fumaré. Te haré caso.”.
Aconsejo un discurso alternativo sin palabras: abandone el puto
vicio.
Una vez integrado el cilindro de muerte en nuestro sistema de valores(?!),
se nos olvida de que es nocivo incluso cuando nos embarazamos. Así
ya antes nacer, le ofrecemos alimento adulterado a nuestro retoño,
más que nada para que vaya adaptándose al nuevo sabor sabrosón del
mundo que le espera. Con un poco de suerte nazca con la adicción
implantada de “serie” o con una malformación congénita.
Y es que Don Cigarrito es como Papa Noël un tío generoso que siempre
trae regalitos bajo el brazo para todos, padres, hijos, amigos, etc.
Es tan travieso y juguetón que la presencia de alguna de sus dádivas
sólo las descubres años después... cuando ya no puedes
rechazarla.
Amigos para siempre.
El fumador, después de un período prolongado de someterse a tal hábito llega un
momento en que el cáncer convive con ellos como si conviviera con su
perro o con algún artilugio mecánico. Ya ni siquiera se da cuenta de qué es un hábito
perjudicial e irresponsable. Amiguitos para siempre. Incluso
gente fumando en el ascensor me he encontrado. Sin rubor. En un
ascensor. Tiene cojones la cosa. O dentro de un coche con niños
detrás.
Sí, es parte de uno, se ha integrado como una tenia en su organismo y él
la alimenta con gusto. Pero Pagando. Porque hay que pagar. ¿Lo había
mencionado? Sí hay que pagar, si fuera gratis y saludable no tendría
sentido. Tiene que ser cancerígeno, potencialmente mortal, pero
además hay que desembolsar pasta por afiliarse al club de echadores
de humo. Tiene usted que ir al estanco sin falta, pagarle al
estanquero, si ocurre que el establecimiento está cerrado (no lo
quiera la diosa casualidad) o ha llegado usted tarde y por tanto no
puede disponer de su dosis, en ese caso el cuerpo le pide que grite,
que se ponga nervioso o histérico, que moleste a todo vecino. ¡Su
dosis es su dosis!
Una pregunta ingenua se me ocurre: ¿No sería mejor chupar caramelos
como método alternativo? Pues no. Qué tontería. Saben bien, no echan humo,
no ensucian, no matan. ¡Esta opción no convence a nadie con dos
dedos de frente! A ver si hay suerte e inventan unos que produzcan
cáncer para que la gente porfíe por adquirirlos. Ahora, eso sí,
tienen que ser 10 veces más caros que los normales, si no ¿dónde
está la gracia? ¿engañar y perjudicar a alguien y cobrarle poco?. ¡Hay que
entender la psicología humana: hay que cobrarle mucho! No es
suficiente con tomarle el pelo, perjudicarle o dañarle al organismo,
hay que cobrarle mucho. Si le cobramos poco corremos el riesgo de
que se adhiera a otra droga más cara (y más nociva). Y saben que los
artículos caros tienen un mayor prestigio y status. Quizás, deberían
incrementar el precio de la cajetilla unas 10 veces más. Así sólo
fumarían los auténticos adeptos. La élite: los ricos. No se
preocupen que los pobres porfiarían para conquistar ese lujo, aunque
fuera a base de eliminar pescado y carne de su dieta. Ya me lo estoy
imaginando.
Grandes premios y paradoja.
Al final hay que pagar una y otra vez, una y otra vez hasta que
consigue lo que desea y es contraer alguna enfermedad, levantarse de
la cama por la mañana
tosiendo como una locomotora, perder propiedades olfativas o
gustativas, todo ello para acabar presumiendo de nuestra sonrisa en blanco y
negro (por lo de las manchas en los dientes, ya saben) y otros trastornos varios.
Pero esto a veces no es suficiente, hay que invertir todavía más
dinero (¿cuánto llevamos ya?) en alcanzar la licenciatura y obtener
el certificado que te concede el señor oncólogo: “Ha sido
usted agraciado con un hermoso cáncer de pulmón” (o
similar). La inscripción de este certificado honorífico debe tener
unas letras enormes para que todo el mundo sea consciente de nuestro
logro. Constituyen el reconocimiento a una vida plagada de
sacrificios. “Tengo cáncer de pulmón”. En esos momentos parece que
los estudios terminan y uno ya lo “obligan” a abandonar (que si no
seguro que seguiría). Curiosamente, justo en el instante en el que
parece conseguirse el objetivo (matarse), le entra a uno miedo y
detiene el proceso. A un paso de la meta y va se detiene. Absurdo.
Otros son más atrevidos, prefieren doctorarse y siguen pagando y más
y más, y más, hasta que al final lógicamente mueren. Uno claro, no
puede deteriorarse eternamente por mucho que se empecine en ello. No
es posible. Keith Richards, Mick Jagger o Steven Tyler son
excepciones rarísimas que contrarrestan esta última premisa. Toda la vida intentando
matarse y todavía no lo han conseguido.
En ambos casos las familias se enteran de tamaño logro y, he aquí lo
extraño del asunto, se entristecen en un acto tan contradictorio
como digno de estudio por algún académico freudiano.
Si el individuo atrapó la enfermedad por causas del maldito azar es
comprensible pero de aquellos que lo intentaron durante largos años,
que se empeñaron y se entrenaron duramente para alcanzar ese supuesto
logro resulta inadmisible. Cuando el tipo consigue alguno de los
"premios" que lucen en las cajetillas (y con letra bien clara) la gente
de su alrededor no se le ocurre otra que ponerse a llorar. Yo, que de nuevo debo
pertenecer a una especie alienígena como los boy scouts o los socios
de Mensa, no entiendo a estos extraños seres humanos. ¿Por qué
lloran? ¿Y si eso no era lo que quería por qué no le advirtieron
antes? ¿No deberían hacer una ceremonia conmemorativa? No sé, “Don
Cigarro, 40 años tu amigo fiel”. Y la ofrenda, un cigarro gigante
sonriendo. Pero este cigarro de permanecer encendido. Y soltando
humo, para captar adeptos claro, que para eso fue creado, pues sepan
que Don Cigarrito, un tipo siempre bien vestido, es el rey de una de
las sectas más destructivas del planeta. Lo mejor de todo es que se
le considera "un tío legal". No como a otros y otras, por ejemplo la
Cocaína, el Crack, la Metanfetamina o la Heroína que son mal vistas
(mira que con el precioso nombre que tiene esta última y se la trate
como ilegal, tiene cojones la cosa).
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