El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Efectos secundarios cultura del número 1. Deportistas
mercenarios.
Muchos deportistas se comportan como
auténticos mercenarios y pululan de club en club cual vulgar mercancía
esperando recalar en la organización que más alta remuneración les ofrezca.
En otras palabras, se arriman al sol que más calienta. Se venden al mejor postor. Cuando se enfundan la
elástica del equipo que les contrata prometen amor incondicional
cual amante agradecido. Algunos esgrimen razones tan peregrinas como “Mi sueño desde niño siempre
fue jugar en este
equipo, estoy emocionado”. Posteriormente, si es
necesario, no dudan en entablar
una guerra verbal contra los directivos del mismo club si se le
escatima una parte de un dinero que proclaman merecer. Se podrían
citar cientos de ejemplos, Pepe del Madrid o Alves en el Barcelona
han sido algunos de los casos recientes más relevantes (podríamos mencionar
miles).
Así, algunos de ellos acaban por salir por la puerta trasera para
someterse a un cambio de vestiduras, y en los casos más sonados,
para caer en los brazos del equipo contrincante, aquel del que se le
oyó despotricar, quedando en la más ridícula de las evidencias. Esa
lógica no arruinará su ya de pos sí bien merecida fama, ni
mucho menos provocará una mengua en su monstruoso sueldo. Y si lo
hace sólo será por poco tiempo. ¿Recuerdan el revuelo que causó el
traspaso de Figo al Real Madrid por 10 mil millones, ya con
Florentino (“un ser superior(1)”) elegido como mandamás de la “Casa
Blanca”? ¿O el de Pedja Mijatovic del Valencia al Real
Madrid? Todavía recuerdo la “pillada” que le hicieron. Patética instantánea.
Mientras pertenecía a la disciplina del club "che" se le descubrió negociando a
escondidas con el Real Madrid.
En la ciudad del Turia todavía es figura non grata para multitud de
entusiastas del equipo representativo de la ciudad.
¿Recuerdan el caso "Kun" Agüero en el verano de 2011? El
entonces jugador
miembro del combinado "colchonero" se declaraba en rebeldía y decidió no
vestir más la elástica de su querido equipo de los últimos años. Su
reluctancia a no salir de la capital de España, y deseo de
vestir la elástica del club vecino no se concreta pero desata las
iras de múltiples seguidores rojiblancos, que profesan un odio visceral por
su antagónico madridista, que a su vez constituye la primera opción del Kun. Al final, el desagradecido, frío y
calculador jugador argentino acabará jugando en la "Premier League"
(liga inglesa) en un escuadra
formada a golpe de talonario por un jeque árabe. Que le vaya bien.
Curiosamente, poco tiempo después Falcao, ex-jugador colombiano del At. Madrid,
refrendaría la actuación del Kun levantando una airada polémica.
(1)
Frase acuñada en un ramalazo de
sinceridad (o de demencia transitoria) por el ex-jugador del Madrid, Emilio Butragueño
En baloncesto, podemos mencionar el caso de Lebron James que, defraudado tras sus
repetidos
intentos fallidos de conseguir el “anillo” de la NBA, decidió en un
acto de fea voluntad dejar
en la estacada
a su equipo de siempre y enrolarse en la franquicia del “calor de Miami” (Miami Heat)
para conformar un temible trío con sus
amigos Wade y Chris Bosh(2). El revuelo fue espectacular.
La ciudad aún está que trina. Su presidente no lo olvida: las
declaraciones contra su traidora actitud fueron más atronadoras que una mascletà en un día de fallas. Los modales, la compostura o los
principios se tornan obstáculos en la carrera hacia el triunfo. Si
es necesario hay que echar lastre y deshacerse de ellos. Uno así se
siente más ligero, más libre de responsabilidades.
(2)
Por cierto en Mayo de 2011 los Miami Heat desaprovechaban la ventaja del
factor campo y perdían las finales de la NBA. A uno de los jugadores
le cayó un aguacero de críticas. Adivinen cuál.
No hay duda de la existencia de un buen puñado de excepciones, ¿pero
no es caso verdad que el caso anterior es moneda común? Su caso
generará controversia e incluso animadversión pero ¡ay! el tiempo
todo lo cura, y cualquiera de ellos volverá a obtener la misma
pleitesía y reconocimiento y toda palabra o acción anterior será
redimida a base de ofrecer un buen juego en el escenario para lo que
se crió.
La filosofía de amor por unos colores es pura superchería
romántica que sin embargo sí se aplican a rajatabla muchos
fervientes seguidores, ¿quizás es que estos muestran más
apego a un controvertido sentimiento que aquellos a quienes adoran?
¿No intuyen una contradicción en todo esto? ¿Qué sentido
tiene reverenciar a un jugador emblemático cuando sabes que no
dudará en traicionarte por motivos económicos?
La publicidad aun negativa, sigue siendo publicidad.
Cualquier
fama es mejor que el anonimato. El anonimato es peor que la muerte.
Los jugadores jugamos por dinero.
Porque es en ese patio de luces, en ese teatro artificial donde se escenifican las batallas contemporáneas, en ese lugar de culto donde la vida se expresa en vehementes arrebatos de corneta donde el osado protagonista, aguijoneado por el aullido quejumbroso de un ejército de voces ansiosas en retaguardia, desbroza una estrategia que le otorgue la clave para doblegar al adversario. Sus seguidores sucumben ante el desastre y la decepción, conllevan con honor las derrotas más humillantes, pero también se levantan alborozados, extasiados como activados por místicos resortes. Los juegos han trascendido su artificialidad para convertirse en batallas por el poder, en un nuevo mundo de sensaciones. Ni para el acérrimo seguidor, ni para el ídolo existe el “afuera”. El “afuera” no existe. Detrás, en las candilejas, el compromiso con la trascendencia se evapora, esa dimensión extra que tergiversa su mediocridad se difumina para devolver al ídolo a su estado perenne de vulgaridad, huero de cualquier sobrehumana esencia. El afuera para los seguidores es la muerte, el tedio; para el ídolo constituye un descanso, el solaz del guerrero que se prepara para un nuevo litigio que terminará en el ajusticiamiento del adversario e iniciará una nueva algarabía del pueblo tan esperanzado como carcomido por la envidia y la estulticia.
Creemos que hemos cambiado pero
en realidad apenas nos diferenciamos de aquellos
individuos que en épocas de Moisés adoraban al vellocino de oro.
Siempre ha habido y habrá vellocinos de oro, es decir iconos
festivos y burlescos a quienes rendir culto.
Este tipo de ídolos, como Dios, si no existieran habría que inventarlos.
Sólo se me ocurre pensar la vida del espectador, del idólatra, es tan sumamente aburrida que no puede más que postrarse ante ellos como signo de cortesía. De hecho, admiraría cualquier cosa que le extirpara un poco de esa significancia que lleva a cuestas como una pesada cruz. Más triste es contemplar cómo ese menoscabo de personalidad, al no entenderse como un defecto, nunca se subsana, sino que se acrecienta. Cuanto más pequeños nos sentimos, cuanto más grande es el mundo, más necesitamos de la presencia de estos reflectores mediáticos, que más que estrellas en el firmamento semejan negros sumideros ya que absorben y consumen toda nuestra atención y energías sin devolvernos a cambio más que un pedazo de su genio, el cual, por cierto, tratamos de roer y digerir batiéndonos en competencia con otros millones de ávidos individuos que porfían en manadas por hincarle el diente. El fin perseguido: saciar nuestra hambre de éxito, colorear nuestras grises imperfecciones. Pero rara vez ocurre. La carroña no alimenta. Peor, la carroña compartida provoca múltiples enfermedades, aparte de enfrentamientos soeces entre las hienas quejumbrosas.
No coma usted carroña. Que aquello de lo que se alimente le proporcione salud y energía. Si no es el caso, cambie de menú, de camarero, incluso de restaurante. Pagar un alto precio por comida basura es propio de aquellos ignorantes que desconocen que los manjares más exquisitos están a disposición de todo el mundo, por un precio igual o más reducido. Por si fuera poco, por esos lares a las hienas nunca se las ve merodear.
Si eliges un ídolo de baja estopa, así te influenciará, así será tu vida: de bajo nivel. Recuerda siempre que aquellos espejos en los que te miran son los que acabarán conformando la imagen de tu personalidad.
La vida tiene infinidad de matices que hay descubrir día a día. Y el escenario de la vida de un hombre grande no se constriñe a unos límites fijados, más bien no tiene fronteras ni confines.
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