El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Falta de objetividad. Deportes de masas.
Análisis caso Mourinho.
Para ilustrar un poco más el tema, tomemos
el caso particular de Jose Mourinho de nacionalidad
portuguesa, entrenador del Real Madrid. Es
este un caso digno de estudio (y no por por positivo), ya que hablamos de uno
de los entrenadores más laureados del concierto internacional. Este
personaje tan gris, taciturno como malhumorado, experto en el
ejercicio de la crítica subjetiva y desconocedor del término
humildad y compañerismo cuando le conviene (ha tenido encontronazos
con múltiples entrenadores de la primera división e incluso con
miembros de su propio club (1)), un presunto gurú al que
le encanta aludir a los elementos externos para justificar sus
derrotas, capaz de protagonizar ruedas de prensa incendiarias para
calentar los partidos, despotricar contra cualquier elemento
disidente con tal de obtener una ventaja pírrica, revelar una
extraordinaria memoria histórica útil para desestabilizar al equipo
contrario sea pequeño o grande, destrozar verbalmente al árbitro
debido a una simple acción rigurosa en su contra, esperándolo si es
necesario en los garajes del estadio para insultarlo o incluso censurar
a la UEFA por partidista, es decir por presuntamente tener
incidencia en un el resultado de un partido, o lo que es mismo
beneficiar a otro que no sea él. Este grandioso “coach” ha llegado
incluso a mostrar a las cámaras durante una rueda de prensa una
lista de errores cometidos por el trencilla de turno en un partido
en un acto tan ridículo propio mas bien de un equipo de regional no
del club proclamado como el más exitoso del siglo XX. Un club que,
por cierto, invierte cientos de millones de euros en una de las
plantillas más completas del universo futbolístico. Un club que
siempre mostró la cara amable de la deportividad y “fair play”, que
no se metía en “fregados” o polémicas salvo en casos flagrantes de
injusticia decide contratar a un tipo con una verborrea más propia
de “tombolero” de barrio marginal. Por si esto no fuera suficiente,
las declaraciones del portugués atentan contra el señorío y la
deportividad del propio club, otrora en vigor, hoy en entredicho. De
hecho, incluso en círculos privados se le ha escuchado censurar de
manera ostensible la organización y grandeza del club que le paga.
(1)Valdano fue destituido de su cargo en mayo de
2011 debido fundamentalmente a sus opiniones divergentes con
Mourinho. Valdano, veterano directivo de la casa y ex – madridista,
entre otras cosas difería diametralmente del discurso ofensivo y
duro del entrenador a cargo de la plantilla.
Sin embargo, ¿Qué ha ocurrido cuando un árbitro ha decidido
equivocadamente a favor de sus intereses? ¿Ha interpuesto alguna
denuncia o ha pedido que se repita el partido? Pueden imaginarse la
respuesta. Mutis por el foro. Ni una palabra. Desvío de atención.
¿Ignorancia, desvergüenza, cobardía? Llámenlo como quieran. Cuando se le perjudica
debe enterarse todo el universo futbolístico. Todos deben saber qué
el no se equivoca jamás. Cuando gana, gana él, cuando pierde,
pierden todos los demás. Siempre existe un culpable que le quite el
peso de revelarse como mínimamente responsable de sus debacles. El
árbitro, la mala suerte, la Uefa, la gula del norte, el yeti,
siempre dispone en su repertorio una excusa minuciosamente
preparada.
Desde la salida de Del Bosque y la llegada de Guardiola en el bando
contrario, las aguas en el club merengue se han vuelto turbias. De
la exitosa época del ahora seleccionador nacional, un ejemplo
excelente de caballerosidad y nobleza, un tipo que probablemente no
tenga ni un solo censor, hemos pasado al universo opuesto, al
reinado (que en realidad no es tal) del Rey Llorón (podría ficharle
Walt Disney). Un señor que ha conseguido hipnotizar con su talante
desafiante a millones de seguidores y convencerles que es el único
profeta portador de la verdad absoluta. Jamás admite su culpabilidad
en la derrota. Recientemente, en un ataque repentino de
desesperación después de la derrota contra el Barça en Champions
League “me da un poco de asco esto del mundo del fútbol”.
Estas palabras salen de la boca de un señor al que se le paga una
burrada de millones de euros. Mientras, el presidente (“un ser
superior”) que confió en su fichaje le permite organizar estos
desaguisados que dañan la imagen del club sin ni siquiera
amonestarlo. Es como el papa, tiene bula.
¿Cómo se puede consentir todos estos actos más propios de un
pandillero de barrio? Es simple, porque Mourinho les ofrece a los
aficionados “merengues” una mínima posibilidad de cambiar las pautas
y derrocar al auténtico dominador del panorama futbolístico en la
actualidad: su
rival acérrimo. Y ante eso, cualquier estrategia es aceptable,
válida y plausible. Cualquiera. Si ello implica reconvertirte en la
antítesis de lo que siempre has defendido, y mancillar tu imagen de
marca, bienvenida sea la táctica. Es preferible mudarse de
vestimenta que aceptar la derrota con deportividad. A la larga, la
deportividad que no otorgue títulos se vuelve malsana.
Por si fuera
poco, últimamente circulaba un rumor que pregonaba sin fundamentos
que los jugadores del Barsa se dopaban. Por supuesto no presentaron
pruebas. Daño gratuito e injustificado. ¿Dónde está ahora el tipo
este que soltó esta “bomba informativa”? ¿Destapando otro
“Watergate” en las Bahamas? La cuestión es dañar al equipo ganador
del modo que sea, cualquier método se considera válido, cualquier
excusa por peregrina que suene adquiere justificación, cualquier
idea es bienvenida para reducir la ventaja del adversario. Ante esto
la imagen de pícaros recogepelotas perdiendo tiempo para devolver el
balón al equipo rival y arañar unos segundos al reloj o los
aficionados lanzando balones al campo para detener el partido cuando
van ganando, o jugadores exagerando faltas queda en una cómica
anécdota. Si todo esta barriobajera parafernalia no fuera
suficiente, al portugués, modelo de entrenador para muchos, hace poco no se le
ocurrió mejor idea que experimentar con su dedo índice incrustándoselo en el ojo
de un compañero de profesión. Había
caído derrotado otra competición. No tengo palabras para calificar a este "señor" salvo
quizás como el típico ídolo que encaja perfectamente en una época
tormentosa para la moral y el buen gusto. Por cierto, parece palparse un clima
de expectación ante la próxima ocurrencia de este sujeto, después de querer
sacarle un ojo a un compañero de profesión y seguir burlándose de
jugadores contrarios, ¿cuál será la última jugarreta que nos tiene
preparada? La prensa la aguarda con expectación para darle la audiencia debida.
Todas este cúmulo de argumentos no son óbice, por cierto,
para que se les considere como el mejor entrenador de fútbol en la
actualidad y elogiado hasta la saciedad como un “enorme ganador”,
un tipo de " gran ambición".
Sus adeptos más allá de una admiración saludable, acuñan términos
religiosos más cercanos al fanatismo sectario y así le retratan como
un “salvador” o “profeta” (¿de las causas perdidas?), como se pudo
atestiguar en algunos titulares periodísticos de su entorno. Y aunque en sus círculos reducidos se
comporte como el más afectuoso y maravilloso de los seres humanos,
la imagen proyectada mundialmente es la que se toma en cuenta,
porque es la que la gente va observar como un modelo de referencia: ”El
ejemplo del triunfo”. Ahora, ¿se imaginen que todos
sus colegas actuaran de la misma forma despreciativa y arrogante,
que airearan de manera altiva sus presuntas perogrulladas ante los
periodistas? Que equipos grandes y equipos salieran en ruedas de
prensa clamando contra el árbitro y recordando los últimos errores
en su contra o repitiendo ese actitud beligerante y amenazadora “¿Por
qué? ¿por qué? ¿por qué nos pitan en contra? ¿por qué?” o
haciendo gestos ostensibles como de haber sido robado y luego
aludiendo a todos los estamentos habidos y por haber. ¿Se imaginan
además periódicos de gran tirada riéndole las gracias?
Si todos actuaran con tal frescura y descaro, el fútbol se
convertiría en poco tiempo en un polvorín, presto y listo para la
ignición, además de generar un estrés en los aficionados seguidores,
y también en el tejido emocional de la sociedad que
(desafortunadamente) se toma el fútbol como un asunto de primer
orden. Las consecuencias no se harían esperar, crecerían las
actitudes beligerantes y soeces en sus seguidores, y también por
extensión sus oponentes, provocando un aumento de de la rivalidad
entre clubes. Incluso he contemplado imágenes de niños en las
noticias repitiendo las mismas idioteces que sus mascotas
futboleras, hablaban de robos, de escándalos como quien habla de los
glaciares o la fotosíntesis. Calamitoso. Monstruoso.
Es indudable que este entrenador posee grandes cualidades para
organizar un equipo competitivo, también se debe incluir en la lista
de “ejemplos perfectos” en los cuales “sólo importa la victoria” y
nada… todo lo demás. Si hay que poner a la federación en pie de
guerra. No problem.
¿Cuál es el papel del periodismo en todo este embrollo? De sumisión.
La razón radica en que Mourinho es un generador nato de polémicas y la polémica, el
altercado, el morbo, la chulería, la reyerta verbal son máquinas generadoras de
titulares suculentos que incrementan las ventas del
periodismo-basura y amarillista. “A sus pies, señoría”. “¡Queremos,
necesitamos más palabrería, más polémica, más, más!”
Por cierto, los párrafos anteriores empezaron a gestarse semanas
antes de que sucediera lo que este periódico publica a finales de
abril y es que ambos equipos se declaran Guerra en el mismo
periódico y se acusaban unos a otros de comportamientos deshonestos
y elevaban denuncias a la UEFA. Cualquier persona medio avezada lo
habría pronosticado hace meses, viendo este arsenal de
comportamientos rencorosos. La noticia se completa con la creciente
tensión entre algunos de los componentes de la selección nacional.
Algunos según parece “han quedado marcados”.
Vergonzosos, patéticos y lamentables ejemplos son los que nos están
dando. Incluso Casillas, un tipo honorable donde los haya se ha
visto envuelto en una agria polémica al gritar al viento sus
palabras relacionadas con un “robo arbitral”. ¡Cuanto
niñato dios mío! ¡Que paren el mundo del fútbol que yo
me bajo! ¡Que no se me pegue nada!
No
importan los malos gestos, la falta de solidaridad, la mentira, el desprecio por
los valores, la incultura. Nada importa salvo el triunfo final: barrer al
enemigo.
Autocrítica de los futbolistas
Otra de las críticas a un buen porcentaje
de futbolistas o entrenadores (que no todos seamos justos) es esa
carencia de autocrítica de la que semanalmente hacen gala. No
importa que su equipo haya equivocado la táctica, haya jugado con
parsimonia o que un miembro del equipo haya errado varios goles a
puerta vacía, si el árbitro ha cometido un error que les haya
perjudicado en múltiples ocasiones se le señala como responsable de la derrota. El
espíritu autocrítico brilla más por su ausencia que por su
presencia. Cuanto más cerca se encuentra un equipo de un título o
del descenso, cuanto más se eleva el nivel de estrés corporativo,
más acude al rescate de excusas inexcusables. En el fútbol, quédense
con esta frase, si no existiera el árbitro habría que inventarlo.
¿Se imaginan la ausencia de un chivo expiatorio, de un cabeza de
turco? No me puedo imaginar a muchos de los protagonistas de los
partidos, aficionados o directivos tenerse que aplicar en el arte de
identificarse como únicos culpables, de entonar el “mea culpa”
sin esconder la cabeza, sin meter el rabo entre las piernas, sin
lloriqueos, ni pataletas adolescentes.
Una cosa sí tienen razón los
jugadores, ellos siempre ayudan al juez: nunca le presionan con sus
protestas, ni hacen aspavientos ni gestos desconsiderados, ni por
supuesto exageran las faltas o se arremolinan en tanganas. Y el
público o la prensa tampoco. Siempre le facilitan las cosas. Son de
una caballerosidad exquisita. Esto que proclamo, no tiene discusión,
es tan real como una mezquita budista. Sinceramente, a veces semejan
a niños en un patio de colegio “Joo, yo no he sido, ha sido
manolito”. Si yo fuera el árbitro, les daba el silbato y les
decía: “Apañaos chavalotes, que arbitrar es de lo más fácil, ya
lo comprobaréis. Un cursito os haría falta”.
Estos modelos, que se comportan de una manera tan triste, indigna e
infantil son muy típicos de la sociedad en la que vivimos, en el que
raciocinio y la objetividad son masacrados diariamente y donde el
fútbol se eleva como obra cumbre, y todo lo que sucede en los campos
afecta de manera inusitada a millones de ciudadanos que no parecen
encontrar temas más interesantes que comentar, ni lugares más
sugestivos a los que acudir.
Caso típico. Wegner, entrenador del Arsenal
Un último ejemplo revelador, si la táctica del entrenador ha sido
deficiente y errónea, tampoco es este motivo para entonar el mea
culpa. Que se lo digan a Wenger, entrenador de un gran equipo,
el Arsenal, que se presentó en el Camp Nou, estadio que alberga los
encuentros del Barça, y fue absolutamente
incapaz de chutar a puerta durante 90 minutos, mientras el equipo
rival le cañoneaba una y otra vez sin piedad. Al final de la
eliminatoria, no tuvo reparos en señalar de manera clara como motivo
de su derrota la expulsión de uno de sus jugadores de manera
injusta. De su cobarde estrategia, de los varios penalties no
pitados en su contra, del clamoroso gol de Messi anulado
injustamente en el partido de ida, o de la mayor calidad del equipo
rival nunca se supo. “Si hubiéramos jugado con 11 jugadores
hubiéramos ganado seguro”. Muy convincente. Tampoco es el único.
Una cosa es defender a tu equipo, otra es la presión que se sufre en
un deporte tan competitivo, pero retratarse de esta manera resulta
triste: revela la imagen de un perdedor.
Son estos algunos extractos de personajes célebres dentro de aquello
que llaman fútbol, pero que también pueden aplicarse a otros
deportes.
Por cierto, otro caso flagrante,
por el bando contrario y procedente de Bulgaria, se llama Hristo
Stoichkov. ex – Bota de Oro. Un tipo beligerante, dueño y señor de
un ponzoñoso vocabulario. Cada vez que abre la boca es para meter
cizaña y atiborrar de críticas al “equipo blanco”. Consecuencia:
idolatrado en “Can Barça”. En todas partes cuecen habas. Todo esto
quiere demostrar que cuanto más pasión levanta un deporte o
actividad, cuanta más rivalidad existen y cuánto más dinero mueve un
juego más cerril y barriobajero se vuelve y más reprobable el
comportamiento de los aficionados.
El árbitro.
Finalmente y para acabar este resumen de despropósitos futboleros
pasamos al juez de la contienda, el señor árbitro. Este representa
el comodín del perdedor, un agujero negro donde se vierten las
frustraciones del derrotado, un elemento aglutinador de errores
ajenos. Total, a él no le defiende nadie, se le puede despellejar
sin pudor. Si en un partido, sucede que un jugador falla un gol
cantado y el árbitro en otra jugada no pita un penalty claro, es el
árbitro quien se le acusa de inepto, e incluso en ocasiones de estar
“vendido”, y debe en consecuencia ser sancionado con permanecer en
la “nevera” durante un tiempo razonable como “merecido” castigo.
Algunos entrenadores, que no todos, no dudarán en señalarle como
responsable subsidiario de su descalabro. Y si al siguiente partido
acontece lo mismo pero se ve favorecido entonces esgrimirán
inocentemente “desde donde estoy yo no se ve bien la jugada”,
“hay que proteger a los árbitros”, “de los árbitros no
hablo”. Sin embargo, el jugador que ha cometido un error
igual o más grave y ha tenido al menos la misma culpa de la derrota que este
señor que profesa el luto jamás se le censurará del mismo modo. ¡Es de justicia!
¿Se imaginan a una prensa que fuera tan
“objetiva” con los jugadores que cometen errores como con los
árbitros? Cada día se cargarían a unos cuantos jugadores por equipo.
Pero claro, eso no quedaría bien, porque los jugadores sí disponen
de múltiples
seguidores. Es preferible apalear a quien no puede defenderse (les recuerdo
que los árbitros no suelen hacer declaraciones públicas). Eso sí es
un acto de valentía: disparar al muñeco. Que le jodan.
Reflexiones sobre el deporte de masas
Uno acaba reflexionando seriamente hacia dónde se dirige el deporte
profesional o qué cualidades debe atesorar un triunfador. Visto lo
visto, me aterra sólo el pensarlo. Cualquier procedimiento aun de
dudoso lustre se considera aceptable para conquistar títulos. Cuanto
más se profesionaliza un deporte más cavernosa se vuelve su
deontología. Una cosa queda clara, no intente obtener un poco de
objetividad en la morada del apasionamiento, del fanatismo, no la
encontrará ni con la lupa más sofisticada. El aficionado, sobre todo
el menos sano, que frecuentemente suele coincidir con el más leal, desoye la
crítica sanadora, la opinión imparcial, sólo se aferra a las
opiniones interesadas, ya que le resultan más llevaderas. Detesta,
rehúye la verdad pues esta le resulta como una losa pesada,
imposible de cargar. En el fútbol, la verdad no existe, sólo las
opiniones fragmentarias. En consecuencia, un entrenador, o periódico
deportivo que defienda a su equipo aun a base de protestar y mostrar
únicamente los defectos del vecino o maquillando las situaciones
acaecidas en un partido a su antojo será sin duda reverenciado. Se
identificará con él. Frases extraídas de la prensa por parte de
obnubilados aficionados: “¡Sí, está diciendo la verdad! ¡Lo que
todos pensamos! ¡Hemos de defenderle!”. Más todavía hoy en día,
donde los deportes se acercan más a una religión que a un pasatiempo
y los gurús son elevados al nivel de icono de alcance planetario. Son más que simples
entrenadores o meros deportistas.
El fútbol cada día más parece una guerra de bandas de tipos sin
educación ni profesión. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Siento una
terrible vergüenza al contemplar todas estas actitudes de patio de
colegio. El fútbol últimamente parece un restaurante de esos que
venden hamburguesas y salsas con un kilo de grasas saturadas:
alimentan y luego permanecen durante días en el estómago. Una cosa
indigerible. Le deja a uno mal el cuerpo.
Notas:
Allá donde habite la pasión y el
fanatismo, no busques racionalidad u objetividad. No la encontrarás
ni con la lupa más sofisticada.
Buscar verdad u objetividad allá donde habite la pasión y el
fanatismo es como excavar un pozo sin fondo. Echarás a perder tu
vida antes de encontrarlas. Y lo peor, puede que tu búsqueda genere
más dolor y enemistad que satisfacción.
Mediar entre aficionados extremistas es un riesgo que nadie debería
correr si no quiere salir escaldado. Más vale decirles lo que
quieren oír.
El
informador subjetivo colorea la verdad con los tonos más agradecidos
que favorezcan su indumentaria.
Hay quien se ha pasado media vida discutiendo sobre las
decisiones de un árbitro o las alineaciones de tal equipo en discusiones vacías
que no llevan a nada salvo a enriquecer al ídolo, al ofrecerle nuestro tiempo y
atención. Con tanto aficionado al que no le importa la verdad ni la objetividad
si no es para ver a su equipo, ponerse a discutir sobre si una acción es penalty
o el árbitro es bueno o malo no sirve salvo para desperdiciar horas de nuestra
vida que podríamos utilizar en cosas más constructivas. Horas que jamás podremos
recuperar.
Concluimos esta sección con un consejo que puede resultarles muy
ventajoso:
Adopten una piedra de río como nuevo fetiche antes que a un ídolo
del espectáculo. Puede que sea esa una de los mejores decisiones que hayan
tomado nunca.
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