El anti-ídolo. Ensayo y crítica sobre los ídolos contemporáneos.
Ídolos. Falta de educación. Despilfarros y caprichos de los
ídolos. Segunda parte.
Continuemos profundizando en el análisis a nuestros amados
simulacros del buen ídolo.
En cuanto a los proyectos humanitarios, no tienen necesidad de
vincularse con ellos: ya se les considera grandes triunfadores hagan
lo que hagan fuera del alcance de las cámaras.
Recuerde, lo importante es la “fachada”. Y esta hay que
alimentarla con cualquier vistosa parafernalia.
Si aplicamos un silogismo hipotético válido en esta estrambótica y
circense sociedad: rico y triunfador casi siempre consuma la etiqueta de “gran
persona”. Jamás intenten invertir la ecuación: la definición de gran
persona (éticamente hablando) no parece casar con millones y fama,
más bien al contrario. El dinero no es camarada reconocido de la
bondad y el buen proceder, ni es fuente originaria de distinguidas
cualidades humanas, más bien las “residualiza”.
En la sociedad de la opulencia y el
consumo desmedido, los grandes hombres, las grandes personas, los grandes
referentes son casi siempre ricas y famosas.
Triste es imaginario, más aún emprender la labor de contarlo. Tantas veces me pregunto, ¿a quién
ofrecemos nuestro dinero? ¿Al que peor sabe gestionarlo? ¿Importa
que sea el más zoquete, caprichoso, alcohólico, drogadicto, inculto, frívolo, paleto, violento, insolente, sinvergüenza, putero,
si en es un tipo que canta, actúa o juega maravillosamente? ¿A quiénes consagramos nuestro apreciado
tiempo? ¿Y cómo una sociedad con una ética medianamente establecida
puede permitir que un tipo que se considera un "dechado de
facultades" y patrón a imitar para tanta
gente pueda obrar de manera tan azarosa, sin criterio ni mesura, es
decir como un perfecto imbécil? Pues lo permitimos, y a conciencia.
No, seamos exactos, no sólo lo permitimos sino que fomentamos esas actitudes a
diario. Y no lo hacemos a tiempo completo (a todas horas) por
una simple razón: porque “desafortunadamente” no disponemos de más
tiempo libre (1)
(1)
Tiemblo al pensar que ocurriría si el horario laboral se redujera a 30
horas a la semana. De este modo, el tiempo de ocio aumentaría y también por
tanto la cantidad de dinero que iría a parar a los mismos cuatro bolsillos. En ese caso hipotético ya no hablaríamos de
ganancias por parte de los ídolos de decenas de millones de euros
sino de cientos.
En efecto, llegado a este punto estos privilegiados
aristócratas podrían
permitirse lujos tan inverosímiles como el de contratar a unos cuantos
premios nobel, y no para disponer de uno o varios cerebros de adorno para activarlos de
cuando en cuando y resolverles algunas dudas existenciales, sino mas
bien para
barrerles los suelos o limpiarles las cristaleras. Quizás ellos
podrían ofrecerles mejores sueldos por unas horas de trabajo que formando parte
de una universidad prestigiosa. ¿Por qué somos tan
poco originales a la hora de elegir cómo consignar nuestro tiempo de
ocio que al final acabamos regalando nuestro patrimonio a los cuatro
mismos tipos? ¿Es que no existe vida más allá del equipo tal y el
cantante cual? Cualquiera respondería afirmativamente, pero no es
eso lo que muestran las estadísticas y los análisis de conducta, la
realidad apunta a que los ricos van desequilibrando más la balanza
de recursos a su favor. Si repartieran de manera original su dinero
y atención la realidad ofrecería un rostro muy diferente. Esto
indica que somos más parecidos a nuestro vecino de lo que nos
pensábamos. El filósofo Eric Hoffer mantenía la misma opinión: "Cuando las
personas son libres para hacer lo que les place acabarán imitándose unas a
otras". Otro más simple afirma: "La gente va... donde va la gente".
No queda ahí la cosa, aguantamos con estoicidad sus pataletas, sus
salidas de tono o sus desvaríos, ¡claro!, son nuestros héroes y por
no dudamos en patrocinarles día tras día, valorando muy por encima
sus particularidades (voz, capacidad de interpretación, habilidades
deportivas) que su carácter y forma de vida. Afirmamos sin titubeos,
con tono rotundo: “Se lo ha ganado”. No queremos derrocarles
de su trono porque en el fondo su felicidad va ligada a la
nuestra, somos absolutamente dependientes de ellos.
Seamos serios y realistas, quiénes son en realidad o
cómo se comportan fuera dentro de un terreno de juego o escenario nos da exactamente igual. Las excepciones a este supuesto se
cuentan con los dedos de la mano de un tipo manco.
“¡Prefiero que le meta un gol al Madrid que nos dé un título que
tenga 7 carreras universitarias! ¡A mí qué coño me importa
si es listo o tonto o si se pasa el puto día jugando a la playstation!”
Conocidísimo es la figura del futbolista, cuyo nombre rima
fácilmente con metadona, y cuyos despropósitos, escandalosa vida
personal, consumo de estupefacientes o lengua viperina son vox
pópuli. Pero el largo y memorable rastro de sus hazañas futboleras
pasadas eclipsa cualquier desvarío temporal en su chabacana
conducta. Este sujeto, adulado hasta la saciedad, incluso posee una
iglesia propia, con versículos deificantes, ¡no se lo pierdan!
Pensaba plasmar aquí alguno de estos cánticos, pero más 6 renglones
dedicados a este señor me parecen excesivos (2)
(2) La ofuscación con el fútbol es tan acusada que aunque cualquiera de sus adalides hubiera batido algún récord mundial a la hora de cometer tropelías eso no sería obstáculo para que sus “discípulos” siguieran homenajeándole.
Veamos un ejemplo, si elegimos a un gran futbolista con una inferior calidad humana y aplicamos las reglas generadas por la aritmética emocional de un seguidor prototipo podemos obtener un singular resultado de una división curiosa: calidad futbolística del ídolo 10, calidad humana 2 (recuerden que hablamos de un tipo con múltiples defectos graves de personalidad), media igual 10 (según valoración realizada por el seguidor). Es decir, un dios. Otro individuo más objetivo y menos fanático propondría una conclusión relativamente diferente, ejemplo: calidad futbolística 10, calidad humana 2, media 6. Un tipo corriente. Claro que también se podría aceptar un resultado opuesto al primero: calidad futbolística 10, humana 2, media igual a 2. Y gracias. Es decir, merece la etiqueta de "desastre de persona".
El primer individuo-ejemplo afirmaría con rotundidad que no hay salidas de tono lo suficientemente reprochables para invertir o borrar un ápice los gloriosos momentos regalados por su estimado ídolo ya que esos supuestos desmadres que se le suponen a él no le afectan lo más mínimo (carece de empatía) pero sus victorias sí que le proporcionaron momentos de alta intensidad, inolvidables; el último, aficionado o no, por el contrario, esgrimiría que no hay gloria ni hazaña en el ámbito del deporte que puedan reparar todos sus desmanes, anteriores y posteriores, ni aunque luego se redimiese. El mal ya está hecho y no se puede reparar tan fácilmente. Concluiría además que es preferible y más admirable conformar una excelente personalidad aun a pesar de relegar sus habilidades deportivas a un segundo plano antes que configurar la figura de un inmenso deportista con calidad humana sencilla o discutible. Es decir se prima el valor de la persona antes que el valor como tipo especializado (futbolista en este caso).
¿Cuál es la solución a este dilema? Yo se lo diré, usted votaría al partido defensor de la coherencia y los derechos civiles si comprendiera que se puede optar a una vida maravillosa de alguna manera adhiriéndose a esta propuesta, en otro caso, no hay tu tía, mejor divertirse que aburrirse anegado de principios y rollos morales y metafísicos para tipos, que usted supone aburridos, hasta que por supuesto la sangre le salpica de cerca, porque en ese momento no dudo que se alzará gritando justicia como el libertario Nelson Mandela. A viva voz.
Ahora le digo ¿y si, cierto tipo de principios, cierto tipo de sapiencia le ofreciera infinitamente más posibilidades que la de agarrarse con desesperación a un tipo desmadrado, soez y tabernario únicamente porque le divierte? Apuesto a que le degradaría usted sin remisión al "cuarto de los ratones" (como a Zipi y Zape) agarrado de una oreja y lanzándole improperios. Y con orgullo. Todos aspiramos a tener vidas intensas, variadas, llenas de posibilidades, pero extrañamente glorificamos a quienes nos proporcionan, no la posibilidad de una realidad tangible más halagüeña, si no un facsímil, copia o simulación barata de una quimera y hacemos la vista gorda si adolecen de defectos. Por gordos que sean los minimizaremos. Así le va al mundo y así nos va a nosotros.
Otra regla fundamental:
“los héroes pueden hacer y decir lo que les venga la gana, pues
tarde o temprano serán perdonados.”
Y
si, por casualidad entran en un proceso de autodestrucción como el
antedicho George Best entonces al fallecer pasan a engrosar la lista
poco concurrida de adorables mártires. Morir joven siempre otorga un
estatus distintivo y especial. ¿Recuerdan el slogan aquel que
proclamaba: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”?
Ahora ¿pueden ustedes realizar un esfuerzo imaginativo y desviar esa
misma fortuna, esa auténtica arca de Noé repleta de billetes en
manos de unas mentes éticamente y culturalmente mejor preparadas? Los
beneficios para la sociedad serían incuestionablemente más
gratificantes, aparte de crear una suerte de positivo efecto dominó que nos
implicaría a todos. (3)
(3)
No sólo eso, entenderán al final del ensayo que no sólo hablamos de
“comportarse como dios manda”, les aseguro que dominar la cultura
del enfrentamiento, de la que versa este ensayo, les proporcionaría
infinitamente más que un código deontológico de conducta, sino una
vida considerablemente más rica, diversa y placentera sin envidiar
en modo alguno a estos protagonistas amantes de los excesos. Para ello
no es necesario drogas, ni violencia ni feas palabras, ni siquiera
alcohol, pero sí una educación más integral y completa que nos
permita extraer todo el potencial que llevamos dentro, que es, lo
crean o no, enorme.
Esta propuesta jamás verá la luz. No lo permitiremos de ningún modo.
Sí, porque nosotros recalcitrantes, nos empeñamos en regalar
nuestro dinero a quienes nos producen diversión, y a quienes de
verdad nos realizan el trabajo de conciliar, armonizar o disolver
conflictos sociales o políticos o los criticamos porque nos hacen
reflexionar, o porque nos exigen cuestionar nuestras creencias
(lo cual nos supone un esfuerzo desagradable). Total, acabamos
relegándoles al más profundo de los olvidos. “No queremos pensar”.
Ese es nuestro mayor defecto. Tristemente, nadie nos enseñó nunca a
reflexionar con un mínimo de criterio.
Luego curiosamente, y de la manera más sorprendente y absurda, nos
quejamos amargamente de cómo se gestiona el mundo al tiempo que
dirigimos miradas acusadoras a gobiernos que creemos plagados de políticos
ineptos, empresas codiciosas, empresarios dictatoriales y sin
escrúpulos, educadores vagos impresentables. Así nos manifestamos
encolerizados pidiendo medidas drásticas, un cambio democrático,
mundial económico, político, vomitamos miles de razones al viento,
señalamos a todo quisqui con rostro sospechoso, nos manifestamos en
las calles coléricos y henchidos de argumentos aplastantes… ¡Sí,
todos tienen la culpa! Menos, por supuesto, nosotros mismos y estos
presuntos héroes humanos. Los ídolos no tienen jamás culpa de nada y
por supuesto, nosotros tampoco. ¡Y que se prepare el que se atreva a
cuestionar ese axioma irrefutable!
“¡Y mi hijo es imposible que fume, beba o tome drogas!”.
Seguro, claro, seguro.(4)
(4)
España no sólo es el mayor punto de
entrada a Europa de la cocaína procedente de Latinoamérica, sino que
también se ha erigido como el país con mayor número de consumidores de drogas de diseño,
de cocaína y de hachís de toda la Unión Europea. Estamos "colocados"
(valga la expresión) en primer lugar, es decir, en cuanto a
consumo de drogas las estadísticas nos consideran el "dream team"
europeo: no nos gana nadie, arrasamos con todo. Si añado esto
ejem igual me la cargo pero
no creo que me equivoque si afirmo que "mi pueblo huele a porro".
Por cierto, quizás en unos años no
sólo la mayoría de billetes presenten residuos de drogas... también
los capós de los coches (les insto a que adivinen el motivo).
Resumiendo: hay grandes posibilidades de que su hijo (o usted mismo)
se emborrache, tome drogas, fume porros o, en general, pague
regularmente por degradarse. Lo que no dudo un instante
es que carecerá de una buena formación cultural. Ni aun siendo
ingeniero. Sé muy bien lo que digo.
Fuente:
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/02/29/espana/1204306576.html
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