El anti-ídolo. Introducción. La sociedad del desprestigio.
Introducción. La sociedad del desprestigio.
“Nadie quería que llegara a convertirse en realidad, pero todos estaban esperando que ocurriera. Pocas épocas en la historia han gozado de tanto desprestigio ésta. La pérdida del valor del esfuerzo, el deterioro de la educación, la corrupción de los políticos, los deportistas y los banqueros, la trivialización de la moral, el aumento de la injusticia y la desigualdad, el menosprecio de los maestros y la insatisfacción laboral, la congelación salarial, y la superexplotación de los más débiles, la destrucción del planeta, el camelo del arte. Una tras otra, la enumeración de las características de la máxima actualidad fueron correspondiéndose con un período de máxima decadencia. Las cosas no sólo no han seguido siendo lo buenas que melancólicamente eran sino que, en general, no se ha sabido adónde iban a parar y, sobre todo, adónde iban a llevarnos.”
“El capitalismo Funeral”, Vicente Verdú (extracto de la contraportada)
El
capitalismo, cuyas políticas en
los últimos 30 años han servido a la riqueza y el poder y han
resultado un desastre para la mayoría de la gente, es capaz de
destruir la posibilidad de una vida digna, y desde luego se encamina
en esa dirección. Si la devastación capitalista se puede parar a
tiempo, está en las manos de la población.
Noam Chomsky
Introducción.
Todos los días se vierten ríos de tinta en multitud de artículos de
prensa especializada comentando las increíbles andanzas de
nuestros siempre queridos y afamados héroes. Ya sea desde la
atalaya de sus hogares a través de la ultraterrena perspectiva de
sus pantallas halógenas o en un lugar de privilegio en las gradas
atiborradas de un estadio de vanguardia, los obnubilados
espectadores se imaginan a sí mismos como protagonistas de hazañas
indescriptibles durante unos memorables momentos.
Los sujetos comúnmente denominados como ídolos constituyen en esta
sociedad de ideología materialista el paradigma de individuo
totémico, la reproducción de lo auténtico e inimitable: un patrón
meticulosamente confeccionado para ser infinitamente imitado.
Dicen de muchos de ellos que son los vástagos que toda madre
desearía ahijar. Atractivos, aclamados, adinerados, agasajados, no
hay día ni noche que no se gestione su vistosa apariencia en los
medios audiovisuales, desentrañando los periodistas cada matiz de
sus singulares destrezas. Son la marca reconocible, el original y
fastuoso logotipo de un mundo marcado por la opulencia de lo
material, por la dictadura de la retórica carnal.
Deportistas aguerridos de mirada afilada y músculos prominentes
pertenecientes a múltiples disciplinas tanto artísticas como
deportivas, cantantes de voz aterciopelada y atuendos inverosímiles,
presentadoras tan hermosas como carentes de currículum periodístico,
vividores de medio pelo, actores arrogantes de mandíbula acusada,
maniquís de aspecto anoréxico, comediantes de resuelta e hilarante
verborrea, altivas y pomposas pseudocenicientas apasionadas de los
potingues y los implantes de silicona, vendedores de
sonajeros cuánticos y otras memeces psicodélicas, políticos
convincentes regalando al pueblo esperanzas de futuro que raramente
se cumplen, etc. Todos y
cada uno de ellos, como faros centelleantes, dirigen el tráfico en
el mar embravecido de las mediocridades, atrayendo a las hordas de
hechizados individuos a su encuentro.
En esta sociedad de luces y estertores,
plagada de imágenes catárticas, prima el culto al objeto y el cetro
de oro lo ostentan unos iconos de pies de barro, que sólo sostienen
su presunta incólume presencia cuando se les observa desde una
perspectiva superficial y un apasionamiento incongruente y
retrógrado. Sin embargo, cuando se les enfoca desde otros prismas
más convenientes, pierden su consistencia, desmoronándose cual
escultura mohosa, dejando al trasluz detalles más típicos de
individuos de discretísima personalidad y comportamiento objetable,
o simplemente no tan digno de elogio.
Dentro de esta hermandad de democrática y sumisa complacencia, las verdades se enmascaran como informaciones efímeras, virtuales, pasajera, y la pócima de la hipocresía y el cinismo, hija natural de su persuasiva influencia, de sus admirables acciones y metafísicos logros, ¿podremos atribuirles las virtudes más sobresalientes y apuntarlos como los modelos más idóneos para ser imitados por las generaciones presentes y venideras?
No, no todo es tan bello como
lo describen los cronistas o reporteros a sueldo que siguen una
acomodada línea editorial. Una parte oscura se obvia, esa que
integra sus vergüenzas, y que en la mayoría de ocasiones es
preferible disimular tras un oscuro e impenetrable velo. Por eso me
decidí a escribir este crítico ensayo, impulsado por mor del
cariz desproporcionado que está tomando el tono de los
acontecimientos en esta colectividad plagada de elementos frívolos,
dependiente, abotargada, hedonista, permisiva y tan carente de estímulos intelectuales. La
moderación ha dejado paso al culto del exceso, la devoción por lo
inerte. Aquello que no tiene vida conquista cada vez más adeptos,
que ya se cuentan por cientos sino miles de millones, planeando no
dejar lugar del orbe sin subyugar.
Tanto desperdicio de empatía, sensibilidad, inteligencia asociada
con los problemas fundamentales debería tener sus orígenes en los
lugares de culto, en las nuevas templos de lo insustancial. Alguna
falla en nuestra educación, en nuestro sistema de valores(1), algún
desequilibrio descomunal debe propiciar tantas rutinas erráticas de
conducta, para desembocar en una sociedad enmarañada de
dificultades, plagada de ansiedades, tanto individuales como
globales.
Se intuye la percepción de que el ser humano progresivamente se
cosifica, se deshumaniza y entrega su alma y su mente a un vacío
descomunal camuflado por grotescas y vanas liturgias que
ineludiblemente lo deprime y lo fagocita. Si estos colosos y
pudientes individuos-modelo constituyen el paradigma a seguir y
todos los días contemplamos un mundo en crisis, que sufre de
constantes convulsiones, dos conclusiones válidas se presentan: o
nadie hace caso a sus predicados o es que simplemente no desempeñan
correctamente su trabajo de guías "espirituales" (ni de ningún otro
tipo).
Consumismo atroz, juegos espectaculares, cine, todo para el
jugador, para el individuo soñador.
En los siguientes capítulos vamos a darle una vuelta de tuerca al mecanismo
principal de esta maquinaria grasienta, cuyas secuencias de código
generan pensamientos estandarizados y homogéneos. Cambiemos
de perspectiva, de hábitos que se vierten como desagradables efectos
secundarios que desemboca el hecho prestar tanta atención a estos,
nuestros héroes cotidianos.
Recuerden, “dime en qué crees, dime a qué ídolo glorificas y te
diré quién eres, te diré qué tipo de personalidad atesoras”.
Nota importante: me centro mayoritariamente en la figura de los héroes
deportivos, pero en la gran mayoría de casos la ejemplificación se
extiende o se puede extender a personalidades célebres pertenecientes a otros
ámbitos, llámense cantantes, políticos, actores, humoristas, top-models,
presentadores de televisión, periodistas de renombre, artistas,
empresarios y un largo
etcétera.
(1) Puesto que las palabras
"valor" o "valores" van a ser utilizadas frecuentemente y además son
conceptos de importancia capital para comprender este ensayo en toda
su magnitud, es necesario apuntar una definición que nos libere del
vaho de su misticismo. En el libro de Rojas Marcos "Quién eres"
encontramos una interesante descripción de su significado: "El
valor es un bien objetivo, real, intangible que perfecciona al ser
humano y lo hace mejor. En otras palabras, el valor es un
aspecto del bien que todos buscan porque es capaz de saciar la más
profunda sed del hombre."
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