Introducción al proyecto Anti-ídolo. La cultura del enfrentamiento
La cultura del enfrentamiento. En pos de una
nueva educación. Introducción.
Tercera parte
Ventaja comparativa. Mundo raquítico de valores
La sociedad actual se ha convertido en un lugar
frívolo, un ambiente articulado con raquíticos valores, donde impera una
mentalidad desustanciada, frágil, etérea, sin esencia; un nebuloso escenario
donde los individuos se agencian las verdades como palomas
picotean migas de pan. El individuo consumista tipo se sirve de lo relativo,
de lo pasajero, goza de la relatividad de lo efímero, de la
farándula barriobajera, o de la escenografía morbosa y mugrienta;
por otro lado, se
desconfía de las religiones, se mira con recelo a los
mandatarios, las corrupciones políticas se suceden días tras
día, los economistas, desconcertados ante la crisis, no atinan con sus previsiones y los
empresarios y los banqueros se enriquecen sin miramiento a costa de los más necesitados. No
hay nada sólido sobre que asentarse y la gente debido al
descontento generalizado se agarra a el asidero más a mano.
Cuando uno no cree en nada firmemente cualquier convicción,
cualquier especie de regocijo, cualquier fe de baratillo le sirve, no importa
si es efímero, irreal, enmascarado o enormizado. Nuestra fe no es
más que un
pañuelo arrugado, de
usar y tirar.
No obstante, a pesar del desánimo que transmiten las palabras
vertidas en los párrafos anteriores, esta sociedad, si lo piensan
bien, nos propone una serie de fantásticas ventajas a los individuos
disconformes con sus mensajes e iconografía. Sí, es “magnífico”
(irónicamente hablando) percatarse de que millones y millones de
individuos van a manejarse de forma atolondrada, perfilando una personalidad que se
nutre de programas televisivos insulsos, discutiendo acerca de temas
de lo más banales, como juegos de bolas o pelotas, babeando ante los desfiles de
figuras de cuerpos “perfectos”,
hipnotizados
ante los anuncios de artilugios estrafalarios en las teletiendas u
ocupados durante horas y horas en su minúsculo entorno de rígidos
especialistas. Sabemos a ciencia cierta, que que van a permanecer en
ese estado letárgico, obnubilados y rendidos a las pseudoverdades
más relucientes, sometidos a las "bondades del sistema", torpedeados sin cesar con
eslóganes ridículos que esgrimen razonamientos infumables.
Acabarán fagocitados, pegados como moscas
al panal de rica miel y, por tanto, con apenas margen de maniobra. Sabemos,
sin ningún género de dudas, que esos funestos presagios se van a
materializar.
No
hallarán verdad alguna en ese batiburrillo de extraños paradigmas que soporte un
análisis racional de más de cinco minutos. Y cinco minutos de
profunda reflexión es mucho más de lo que se puede pedir a un ciudadano
consumista.
Por el contrario, nosotros, armados con
un nuevo tipo de instrucción regulada, dotados de nuevos y más sólidas
teorías psicológicas de la personalidad, hallaremos el modo de traspasar
cualquier frontera, de reducir al mínimo la impotencia y la sensación de insignificancia, de rendir al máximo de revoluciones sin agotarnos.
Nuestro escenario existencial, que antes se situaba sobre unas
visibles y delimitadas fronteras extenderá de manera significativa su
radio de influencia. Abandonaremos nuestra actitud de gregarios, de
simples peones y nos pondremos en marcha para merecer el
estatus de alfiles, damas o caballeros. Sorprenderemos a todo el
mundo con nuestras nuevas y adquiridas habilidades.
Seremos, debemos encaminarnos hacia el nuevo horizonte con la
mirada puesta en un infinito aún por desvelar.
Disponemos de una enorme ventaja que debemos utilizar, nuestro as en
la manga. No podemos desperdiciar y aprovecharnos de
esta propicia coyuntura histórica. Sólo nos falta concretar los
nuevos referentes y la nueva dinámica de actividades y acciones a
tomar.
El partido de la vida
En el equipo rival los jugadores retozan alegremente dirigidos por entrenadores condescendientes, dicharacheros, simpáticos; tipos que les ríen las gracias a sus pupilos cuando no se esfuerzan lo suficiente, cuando se comportan de forma indisciplinada, cuando transgreden las reglas y no se posicionan adecuadamente sobre el terreno de juego; entrenadores que cuentas chistes a sus discípulos para que echen unas risas, para que se solacen y no se cansen demasiado, para que en definitiva “se lo pasen bien”. No les aconsejan ni les preparan sobre el futuro salvo aplicando una especie de "sentido común" y una educación "general básica". Les protegen de las circunstancias con la mejor arma que conocen: la negación y la ignorancia. Instruidos de tal forma, les veremos caminar directamente hacia un rumbo prefijado sin apenas observar la belleza de su contorno. Son instructores poco exigentes, amigos, los más guays. Similares a los guías e iconos más valorados de nuestro tiempo, aquellos sólo muestran gran esfuerzo y dedicación en actividades frívolas o arbitrarias. Es decir, no exigen de nuestra parte apenas ningún tipo de reflexión crítica, sino mas bien una perspectiva superficial de la vida.
En el reverso de la moneda, nosotros concienzudamente nos dispondremos para afrontar el gran partido, el de la vida, con las herramientas más sofisticadas, con las estrategias más evolucionadas, con los preparadores más aptos e impulsados por el motor más potente: el de la más intensa motivación. Sin disciplinas férreas, porque la disciplina más solvente procede el entusiasmo, de creer en lo que se hace, y de la fe en merecer un gran triunfo basados en la asimilación de los valores más fundamentales.(1)
Tiempo después ambos equipos saltaremos al campo (metáfora de la vida), prestos y dispuestos a enfrentarnos en una contienda que pondrá a prueba nuestras adquiridas destrezas, tanto psicológicas, como técnicas y físicas: nuestro poder. Pueden imaginarse el resultado final: les daremos a los pobres imberbes garantes de la mentalidad consumista una paliza tan descomunal que una vez finiquitado el encuentro no saldrán de su asombro. El marcador mostrará un resultado tan humillante para los infortunados adversarios que los efectos inmediatos de tal vapuleo no se harán esperar: despertarán de su sueño romántico, trasnochado e imposible, sufrirán una profunda crisis existencial que colapsará sus mentes y que dará paso a una serie de reflexiones autoinculpatorias: “¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Cómo es posible? ¿Cuál es la razón de nuestro descalabro? ¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes?”.
Luego sí, aciertan lectores en su diagnóstico, los pobres diablos que ya no esbozarán sonrisa alguna, dirigirán su mirada hacia sus preparadores, sus referentes, y con una mirada inquisidora les interrogarán: “¿Qué demonios nos habéis estado enseñando?”. Ese singular nuevo día despertarán de su ideal bucólico y empezarán al fin a madurar, a realizarse preguntas existenciales y determinarán decepcionados que la educación recibida fue una fraude. Una burda estafa.
(1) Créanme cuando les digo que la mejor
disciplina de aprendizaje procede del entusiasmo,
y este brota del deseo de prosperar ilustrándose con los mágicos
efluvios de una nueva lectura de un autor inspirador, del deseo de
empaparse de otras aguas, de otras culturas; de la necesidad de querer
afrontar arduos retos, de la voluntad de querer emanciparse sobre las
circunstancias, o de incluso de la ambición que te impele a derribar
obstáculos y erigirte como triunfador disgregando cualesquier sombra de duda
u obstáculo que se
interpone en tu sueño dorado.
La vida originada en el entusiasmo, en la defensa de los más grandes
ideales, puede resultar extraordinariamente, salvajemente intensa;
la fe, el poder y la energía concentrada en un simple lapso vital de
un individuo de estas peculiares características puede equivaler a
todas las emociones almacenadas en una vida de un individuo-masa, un
tipo que sobrevive con emociones prestadas.
Si la intensidad de las emociones es lo que nos mueve, lo que nos
fortalece, deberíamos mostrar predisposición a albergar un reto
cuasi-inaccesible pero acorde con nuestra idiosincrasia, asirnos a
un poderoso gancho existencial que tire de nosotros
y nos permita progresivamente elevarnos hasta vislumbrar desde
tamaña altura horizontes que antes ni con la más potente
lente podríamos avistar.
No existió ni existirá ni
un solo Gran Hombre o Gran Mujer al que no le haya eyectado hasta la
gloria la fe en un gran ideal.
No existen límites salvo aquellos que nosotros nos autoimponemos.
Cuarta parte
Es un momento único para dar un golpe en la mesa, alzar la voz y convertirnos en un
modelo a seguir. Disponemos de argumentos más que suficientes para
destituir de sus posiciones de privilegio a muchos de los ídolos
reinantes.
Podemos construir un estilo de vida fuera de lo común, trazar el
esbozo de un futuro otrora imposible de imaginar, una identidad
vital impresionantemente fuerte basándonos en los preceptos que
sugiere la cultura del enfrentamiento. Obtendremos recursos y poder
si no para mejorar la vida de los demás sí para enriquecer
considerablemente la nuestra, que es al
menos, en principio lo que más nos concierne, ¿acaso
me equivoco? Primero estamos nosotros, luego viene el resto de gente.
Todo tipo de relación comienza en uno mismo, en aceptarse, en desarrollar una alta autoestima.
Siempre que sus ambiciones sean sanas y no atropellen los deseos de
los demás, puede usted aspirar a cualquier cosa, sin límites.
No olviden nunca este demoledor aforismo:
Los
únicos límites son los que nos autoimponemos nosotros.
Conclusiones.
La educación sufre en la actualidad un crisis galopante y no cumple
las funciones mínimas para formar individuos autosuficientes y
dueños de sí mismos; ese esperpento proyecto de educación en
España llamado Logse
perpetrado por cuatro psicólogos atolondrados ha arrojado como
resultado un
estridente fracaso. Las funciones de padres, medios periodísticos y
educadores han resultado ser inadecuados, realmente poco eficaces
sino dañosos y perjudiciales y, en suma, no han cumplido su
cometido quizás contagiados por el ambiente frívolo y desencajado
que los rodea; si a eso sumamos el peso mediático de de miles de
engañosos eslóganes
que
nos anegan la mente, nuestra suerte está
echada.
Al final, todos, ricos y pobres, mandatarios u obreros de bajo nivel,
somos compinches de un fracaso de dimensiones globales, épicas.
Finanzas, educación, valores, el sistema ha colapsado de manera
abrupta por causa de errores claves en su concepción: no nos
conocemos a nosotros mismos.
Y también porque es difícil adaptarse a un mundo que evoluciona
tecnológicamente a la velocidad de vértigo. Resulta estresante e
inasible.
Llegados a este punto me toca proponer un nuevo modelo para una
nueva sociedad, para un nuevo individuo. El modelo de educación que
propongo complementa la instrucción habitual en escuelas, institutos
o universidades.
Yo lo denomino la “Cultura del Enfrentamiento”.
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