Introducción al proyecto Anti-ídolo. La cultura del enfrentamiento

Creado: 1/5/2012 | Modificado: 31/1/2021 4086 visitas | Ver todas Añadir comentario



 

La cultura del enfrentamiento. En pos de una nueva educación. Introducción.

Introducción
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Hay un proverbio oriental que dice: “Es absurdo continuar haciendo siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”

Tras la lectura del anterior aforismo resulta automático llegar a la conclusión de que para que se consume una transformación notoria a nivel social, económico, político, espiritual, etc. no podemos perpetuarnos redundando en irracionales patrones de conducta o refugiándonos en nuestros pequeños celdas existenciales con tal de evitar esclarecer las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Tampoco seguir dependiendo únicamente de las eventuales cábalas procedentes de una ciencia tan inexacta e imprevisible como la Economía; menos todavía proseguir defendiendo rancias tradiciones, ensalzando dogmas religiosos sin profundizar en la veracidad de sus postulados o venerando sin medida a los omnipresentes ídolos procedentes de las factorías del espectáculo.

Para obrar un gran cambio, el mundo necesita que todo y cada uno de los pequeños y grandes individuos aporte su sapiencia, su valor, su trabajo y también su compasión para progresar hacia una sociedad más ética y hospitalaria, más desarrollada no sólo en el aspecto financiero sino también en el humano. Cada uno debe aportar su granito de arena, su peculiar solución a los males que nos asolan. Sin duda, la difícil tarea de cambiar el mundo es cosa de todos y cada uno de nosotros.

Debemos reformular nuestras creencias acondicionando nuestra mente para asimilar avanzados patrones de pensamiento, corregir las retrógradas teorías acerca de la educación que parecen más que evolucionar haber involucionando en los últimos tiempos, replantearnos el sentido que otorgamos a nuestra existencia en la tierra; congeniar nuestro natural pero crónico y relamido egoísmo con la dedicación hacia los demás e implicarnos más en cuestiones que se relacionen con ese afán rehabilitador, es decir abandonar nuestra dejadez y cooperar en pos de un progreso conjunto. Debemos armonizar la evolución tecnológica con nuestro lado más espiritual y afectivo. El amor, no como un idea conceptual, sino como una aspiración genuina, más allá de los devaneos frívolos. El amor no domo devoción a un solo ser, sino como una tendencia a aglutinar tendencias positivas sin límites. La meta, una vida de hábitos constructivos, de una mayor conciencia social y en defensa de los valores fundamentales.


En definitiva, los fundamentos de la educación deben ser revisados concienzudamente. En perspectiva, la aspiración de  >nuevo modelo de ser humano, un nuevo prototipo de hombre y de mujer, cuyo propósito entre otros sea regular ese carrusel de conductas erráticas generador de un explosivo cóctel de tóxicos efectos nocivos (llamémosle el "mal en el mundo") que abaten la confianza del ciudadano en el futuro de nuestra sociedad y de nuestra identidad como especie.

Por supuesto esto incluye analizar con minuciosidad nuestras referencias, la de nuestros modelos, la de esos galanes,  que nos embelesan con imágenes sugerentes, que con su retórica y pomposa jerga dominan las ciudades interceptando la luz regeneradora que procede de verdades más genuinas. Ese falso abrigo que no es tal sino un impedimento para recibir nuevos mensajes y estímulos desde otras fuentes de poder, menos artificiales, más congruentes con nuestra naturaleza.

La mayor verdad siempre procede del interior de uno mismo.
Se ha dicho que si la naturaleza humana llega a cambiar alguna vez será porque aprendamos a vernos nosotros mismos de una manera nueva.
George A. Miller

 

La mayor revolución en la historia de la estirpe humana comenzará cuando cada individuo tenga presente y a su disposición la información más relevante sobre sí mismo, sobre su íntima naturaleza. A partir de ese afortunado día a cada ser humano se le hará entrega de herramientas poderosas (p.ej: “la cultura del enfrentamiento”) para alterar de forma consciente parte de la estructura de su personalidad, para modelar sus circunstancias vitales de forma significativa. Sin la ventaja que confiere esta brújula existencial, los individuos andarán a tientas, a merced del caprichoso azar, de los tejemanejes de los poderes fácticos; así, cohesionados como un solo individuo en la masa vociferante se verán imposibilitados de liderar una individualidad original, única e irrepetible.

Nuestra piedra Rosetta no se encuentra soterrada bajo las arenas en algún desierto lejano si no dispersa en cientos de fragmentos en lugares de culto, esperando a aquel que reúna esos valiosos pedazos y desvele el secreto de nuestro destino.

Para iniciar el proceso de transformación del universo visible es necesario comenzar por escrutar en nuestro fuero interno e iniciar una progresiva y laboriosa tarea de introspección. Debemos concretar en nuestra idiosincrasia aquellos valores que queremos que se integren en nuestro paradigma de sociedad, debemos contener la semilla del nuevo mundo, ese que profundamente anhelamos, en nuestro corazón.

Pero si uno desconoce los arraigos de su propia naturaleza, ¿cómo procederá para consumar a tal profunda e íntima revolución? El único modo que se me ocurre, si no es como consecuencia de una valerosa iniciativa individual, es a partir de la condensación de un extraordinario carácter labrado a partir de la superación de cientos de escollos. El dolor y el fracaso son algunas de las fuentes más poderosas para alterar manera notoria el armazón mental y la idiosincrasia de cualquier individuo.

En un estudio de más de 400 celebridades tres cuartas partes de ellos había tenido que superar en su infancia o juventud tragedias, discapacidades, traumas y frustraciones. Entre ellos se encontraba Thomas Edison o Eleanor Roosevelt. La desgracia a veces es el mayor detonante hacia una cultura de superación. En efecto, "Lo que no mata te hace más fuerte".
Información extraída de "La universidad del éxito" de Og Mandino.


Con la sabiduría aportada por la cultura del enfrentamiento se puede desplegar en poco tiempo una personalidad rocosa, fuera de lo común, sin tener necesariamente que verse afectado por debacles o grandes desilusiones. No deberíamos necesitar el azote de los avatares de la vida para encontrar el camino correcto, para ver la luz.

Recuerde esta frase:

El individuo inteligente aprende de sus propios errores, pero es aquél de inteligencia superior quien aprende de los errores de los demás.


La cultura, el conocimiento sobre nosotros mismos debe ser el faro que nos guíe hacia el éxito en todos los órdenes de la vida: social, espiritual y económico. Aprenderemos a caer, a levantarnos, a soportar la carga del dolor y el sufrimiento con estoicismo.


Primera parte.

Antes que nada he de hacerles una revelación que yo creo tan cierta como que el sol nos alumbra hace más de 4500 millones de años o de que el universo se expande sobre la nada: todos y cada uno de ustedes (¡los que no me leen también!) albergan un potencial interior colosal, no obstante, disponer de una mina de oro en su fuero interno e ignorar el modo de escarbar hasta extraer sus doradas pepitas tiene el mismo significado que desconocer su paradero. Talento de genio no acompañado de estímulos o herramientas para canalizarlo es talento muerto. Talento que no se trabaja es talento que se estanca. La genialidad también surge con el trabajo constante, y este atrae a la fortuna, a la buena suerte y por tanto al éxito.

No les contaré aquello de que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro porque esta es una afirmación controvertida y difícilmente demostrable, pero pueden hacerse una idea aproximada. No importa lo que les digan, no importa aquello en lo que crean, no importa su actual situación, no importa su linaje o condición, si no han alcanzado mayores glorias en vida, será debido a que no han disfrutado de las mejores influencias o no han sido agraciados con un entorno favorable. Y créanme cuando les digo que salvos raros casos, la genética y la inteligencia tienen un menor peso que el entorno y la motivación para alcanzar nuestros propósitos. Un entorno favorable y la fe en un gran proyecto pueden catapultar a un ser humano a consumar hazañas increíbles.

Las alianzas con otros individuos o colectivos, especialmente las más cercanos, junto con los efluvios emanados por el ecosistema en el que establecemos nuestras rutinas diarias dictarán buena parte de nuestro porvenir. El genio también se crea desde la nada a partir de una férrea disciplina de trabajo diario continuado. Al igual que una semilla que se riega diariamente con amor puede multiplicar su tamaño miles de veces, así nosotros también podemos amplificar nuestras facultades en un factor exponencial.

Pero sin ahondar en los efectos de la genética o la mano mágica o perversa del azar, necesitamos estímulos, incentivos. En una palabra: detonantes.

Necesitamos guías que nos lleven en volandas, personas con experiencia que nos aconsejen, que nos colmen con su sabiduría, que nos adviertan de los peligros de adquirir uno u otro hábito, que nos habiliten para extraer poco a poco esa caudal de energía almacenada al que llamamos potencia vital. Necesitamos un período de formación para alcanzar una mínima independencia y así, mas tarde, enfilarnos por los caminos de la virtud sin las muletas que suponen el apoyo incondicional de nuestros mentores. Salvo lúcidas excepciones, el 99.9% de los individuos sólo sacará a relucir una pequeña parte de su nivel teórico de competencia. Para alcanzar el máximo habría que ejercitar cuerpo y mente de forma constante y reiterada durante años. Incluso genios tales como Newton o Einstein, seres humanos excepcionales que sorprendieron al mundo de la ciencia con la elaboración de teorías que transformaron la comprensión humana sobre cuestiones elementales de la física se elevaron sobre la mediocridad a base de un largo, minucioso y farragoso proceso de observación, formulación de hipótesis y análisis de resultados. Hasta el más superdotado de los seres humanos que habitó la tierra necesitó una prodigioso esfuerzo de interacción con el medio para lograr metas de relumbrón.

De cualquier experimento bien fundamentado siempre se extrae una conclusión reveladora, aunque esta no coincida con la esperada, al menos obtendremos una respuesta clarificadora a un dilema vital.

Segunda parte

Nuestro talento se desperdicia como aguas de un arroyo, áreas de nuestra personalidad permanecen vírgenes, otras potenciales facultades seguirán inexploradas porque nunca hallamos el coraje para exponernos al riesgo del cambio, para someternos a una dinámica de acción continua. Tenemos miedo de rebuscar en nuestro fuero interno, de formularnos preguntas complejas, esperando que las resoluciones de ese debate interno nos conexione con un porvenir más halagüeño.

Para reunir todas las piezas de ese rompecabezas que constituye nuestro inherente potencial necesitamos realizar esfuerzos constantes de prueba y error. Al final, con los años y una perenne constancia, desvelaremos el mágico puzzle: nuestra imagen interior. Somos una pequeña obra de arte que se va modelando con cada pincelada, con cada acto o decisión tomada.

No hay nadie lo suficientemente culto o capacitado para responder qué es lo máximo que podría obtener un ser humano con un entorno favorable y una extraordinaria instrucción... por el mero hecho de que habría que analizar con minuciosidad qué es exactamente un entorno favorable o cuál es la definición de "la mejor instrucción".

No debemos permitir que el traicionero azar tome el timón, somos nosotros quienes debemos encajarnos bien los estribos para mantenernos firmes sobre el lomo del corcel (metáfora de la vida) y aprender a llevar las riendas para conducirnos en dirección al horizonte imaginado.

Esta mentalidad de humanismo nihilista y espurio nos ha relegado a la categoría de simples peones, tipos recogidos en rincones discretos, seres carentes de pensamientos originales, carentes de grandes ideales; pequeños individuos liderados, abducidos mas bien por  ídolos absurdos, egoístas y con afanes arbitrarios. Nadie debería poner límites a nuestra ambición, siempre que se muestre sana y saludable, sólo advertirnos de los peligros y las dificultades que entraña nuestro proyecto vital.

La fe en un gran ideal requiere dedicar un plazo de tiempo para reordenar nuestras preferencias, para entender quiénes somos, para averiguar a quién debemos acudir en pos de consejo. Esa decisión constituye el primer escalón en la escalera que nos lleve hasta un alto nivel de excelencia.

Súbete a los lomos de grandes hombres y mujeres y contemplarás el universo con los ojos de un gigante.
 

Cuando inicien el proceso de formularse preguntas trascendentes y pugnen por encontrar respuestas satisfactorias, cuando empiecen a desafiar y reflexionar sobre cada ley, argumento, ídolo o dogma supuestamente incuestionable o irrebatible, tercos y obstinados en arrojar luz sobre la oscuridad, sobre su natural ignorancia, entonces, queridos lectores, iniciarán un proceso fascinante e interminable, el de desentrañar los secretos que la vida nos propone, para aventurarse hacia el fondo de su ser, un lugar desde donde podrán subyugar paulatinamente sus aprensiones, o derrotar ese, nuestro perenne sentido de insignificancia. Acciones estas que constituyen un acicate para adornarse con un crecimiento sin límites.

Así, poco a poco verán emerger esa enorme brío desde lo más hondo de las entrañas reduciendo a cenizas sus antiguas y obsoletas expectativas. A medida que la tierra vaya abriéndose a su paso, y  por el mero de hecho de haber desafiado a todo perturbador condicionante, por no haberse dejado manejar por fuerzas oscuras externas y represivas, por haberse apartado del mundanal ruido y haber entregado su vida a la fe en unos grandes ideales, lograrán que su nombre quede inscrito con una placa en letras de oro dentro del conjunto de los seres humanos dejando como legado el recuerdo de su fe, de su convicción, de sus valerosas acciones y sus grandilocuentes palabras. El recuerdo de su alma inmortal conmoverá a millones de personas.

Una vida con sentido:
Una vida sin examen no merece ser vivida.
Sócrates
Quien no alberga la voluntad ni la valentía de intentar conocerse a sí mismo realizando un ejercicio periódico de introspección, no hallará el significado último de su propia naturaleza. Terminará conduciéndose como un autómata en una existencia superficial, sin valores, dirigido por ideas y opiniones prestadas, en una vida carente de originalidad, de sentido. En resumen, en una vida que no merece la pena ser vivida.

Una meta en la vida.
Un hombre tiene que saber adónde quiere ir, si es que pretende llegar a alguna parte. Sin embargo, ¡es tan cómodo dejarse llevar, dejar que los demás reflexionen por nosotros! Algunas personas pasan por la escuela como si le estuvieran haciendo un favor a sus familia. En el trabajo siguen el ritmo que le marcan y sólo se preocupan por cobrar a fin de mes. Carecen de grandes objetivos. Las personas que se mueven y hacen cosas son las que sacan el máximo de provecho de cualquier situación. Están preparados para el siguiente imprevisto que aparezca en el camino hacia la meta. Saben lo que quieren y están dispuestos a caminar un kilómetro más.
William Mennnger.



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