Sobre las personas
Sobre las personas.
Cuando buena parte de tu tiempo ha transcurrido compartiendo
impresiones y vivencias en un determinado
contexto, rastreando sus ilimitados
recovecos, palpando cuidadosamente sus superficie suaves o corrosivas,
comprendiendo sus peliagudos artificios, absorbiendo sorbo a sorbo sus bilis,
sus substancias vivas o inertes, y tratando de restañar sus heridas o cicatrices,
experimenta una acusada sensibilidad hacia ese naturaleza que destila
una heterogénea amalgama de emociones. El corazón se expande y
sensibiliza, acogiendo nuevas formas de entendimiento. El conocimiento genera comprensión, amor, desvaneciéndose los miedos.
Conocer es amar.
Tras dedicar amplios períodos de tiempo escuchar, leer y reflexionar sobre
el origen y acontecimiento de problemas humanos, sobre los susurros de las almas
desperdigadas, uno acaba formando parte de esa mezcolanza de plegarias, de quejidos y
voluntades maltrechas. Ese efluvio espiritual se inyecta
poco a poco al riego sanguíneo, afectando de manera lenta pero inexorable a los órganos internos. A partir del
discernimiento de ese legado
o herencia, tu mente
acepta o niega evidencias que parecen abrirse camino rasgando las grises brumas
de esa ignorancia bien avenida que se asienta sobre las las frías atmósferas que
conforman las convenciones sociales. No se puede relegar esa carga de
susceptibilidades al baúl del olvido.
Comprender
los porqués humanos. Por qué somos como somos. Quiénes somos en realidad. De qué
somos capaces. Analizar nuestro pasado, dominar el presente, pergeñar el futuro.
A mí me interesan las personas significa que, pese a nuestros innumerables defectos,
pese al caos que nos circunda o la suma de tropelías desatadas por tanto despiadado
cacique a través de los siglos, pese a ese recurrente y viscoso desfase espiritual que nos
amilana, pese a a adolecer de una débil y voluble idiosincrasia, cada uno de
nosotros alberga una pizca de ese brillo deseable, de esa cadencia silenciosa irrigadora de
calor humano, algo de bondad y malignidad,
algo de dioses y demonios indecisos, esperando gustosos consejos para decidir qué camino
tomar al plantearse las cotidianas disyuntivas. Somos energías a punto de ser desatada. Almas
en ebullición. Necesitamos desencadenantes. Desencadenantes son
situaciones. Desencadenantes son imágenes. Pero desencadenantes o estímulos
también son personas, compañías, palabras influyentes correctamente escritas o
pronunciadas en un acertado momento.
Esta frase simple, humilde pero llena de contenido acarrea comprender que pese a nuestros secretos
inefables, nuestras ideas audaces inabordadas, nuestros proyectos inconclusos,
nuestras cotidianos desmanes somos
en muchas ocasiones presos o víctimas de nuestras pulsiones internas. No nos es nada fácil
disponer del control de las circunstancias e ignoramos muchos de los resortes
psicológicos para erradicar de manera permanente problemas y achaques.
Somos criaturas sociales: rechazamos
la única compañía de la fría soledad y nos aferraríamos al amparo de
la doctrina más necia del mundo si esta tuviera un buen séquito de seguidores
con la cual compartir sus brebajes
antes que vernos recluidos en una habitación en cuyas paredes relucen pintados
postulados universales, pero que carecen de ventanas que comuniquen al exterior.
Si a nadie podemos confiarle nuestros pensamientos o nuestros más íntimos secretos,
experimentamos una sensación terrible de aislamiento y desamparo. Nos reconforta más compartir una mentira aceptada que
retransmitir una
verdad denostada a pesar de su validez o inherente bondad. Antes entonaremos
el estribillo "la verdad tiene muchas caras" con tal de no
enfrentarnos a nuestro yo interior, también por temor a la represión social. La
responsabilidad de escarbar en nuestro profundo interior
nos maniata. Ese temido recelo de estrellarnos bruscamente ante el genuino retrato de nuestro rostro más profundo,
la verdad desnuda. Antes el sosiego de la incertidumbre sin exigencias que la carga de una
certidumbre
difícilmente asumible.
La soledad es esencial al ser humano. Todos los hombres
vienen a este mundo solos y solos lo abandonan.
Thomas de Quincey
Sólo en
soledad se siente la sed de verdad.
María Zambrano
Las grandes
elevaciones del alma no son posibles sino en la soledad y en el silencio.
Arturo Graf
El hombre
más fuerte es el que más resiste la soledad.
Anónimo
No hay
soledad más triste y afligida que la de un hombre sin amigos, sin los cuales el
mundo es desierto; el que es incapaz de amistar, más tiene de bestia que de
hombre.
Francis Bacon
El desafío interior se verá pospuesto hasta que las circunstancias no arrojen
corriente abajo, y así nos veamos surcando los rápidos a bordo de un pequeño
bote, guiándonos por un instinto bisoño, y con el precipicio o cascada de fondo.
El infierno del fracaso siempre permanece al acecho, inquieto, esperando un
movimiento en falso. El triunfo sobre ese aventurado tránsito delimitará nuevos rasgos del carácter
para poco a poco cimentar una nueva y más rocosa personalidad.
Recuerde que en este blog se propone la "cultura del enfrentamiento". Es necesario hollar hasta el fondo de nuestro ser. Ahí es donde se encuentra la identidad, el secreto de nuestro universo.
A pesar de que la vergüenza que nos produce afirmarlo, actuamos por amor. No importa el amor a qué,
sino sentir ese impulso innato a moverse, a creer, a compartir. Creer,
compartir, amar. Y ser reconocido.
Me interesan las personas es creer de
forma grandilocuente en nuestro intrínseco potencial. En el rostro
inolvidable, agradecido, de alguien que ha recibido ayuda, comprensión o
estímulo.
A mí me interesan las personas significa que detesto contemplar
como esa dama caprichosa, vestida de lujosa piel, la injusticia itinerante,
elige sus víctima con impunidad, y pocos se avienen a hacerle frente. Es más, la
alimentan, la alientan con su ignorancia, pues aunque pendenciera se la ve
bella, juguetona, atrayente y morbosa. Sus discípulos prefieren compartir un
entretenimiento cuyos efectos colaterales atenten contra el justo reparto de
recursos antes que defender un comité de arbitraje que les someta, que les aburra, o que les enfrente con sus
iguales.
También es inherente a tal oración que el sufrimiento de las personas me entristece y su alegría me reconforta. Gracias
a todo ello, puedo afirmar que todavía no he
encontrado mayor ideal que el dedicarme desde la atalaya del conocimiento
adquirido, a aliviar las penas y ofrecer un cúmulo inagotable de esperanza. Somos un equipo y nuestro equipo debe ganar batallas diarias
para nosotros y también para los demás.
A mí me interesan las personas implica un gusto por conocer gente de todo orden
y condición, escuchar sus reflexivos o espontáneos comentarios, compartir vivencias honestas,
esos pequeños lapsos de tiempo que se nos son dados.
Estamos aquí y ahora. Estos breves instantes no volverán a repetirse. Jamás. Todo momento vivido es un momento robado a la eternidad. Todo momento que transcurre se constituye una oportunidad única para progresar. Todo momento, créanme, es digno de ser tenido en cuenta. La vida continuará, el tiempo nos aniquilara, pero parte de lo que somos de alguna manera permanecerá indeleble en el corazón de quienes hayamos amado.
A mí me interesan las personas implica leer entre líneas las vicisitudes de la
representación humana. Representación o piezas de obras teatrales cuya trama nos
envuelve con el tupido hedor de la sangre derramada. Las secuelas de las
tragedias históricas heredada como un óbolo no deseado genera en la actualidad
una sombría sensación de pesimismo y desconfianza entre nosotros. Al volver la
vista atrás, ese rastro de desazón nos acongoja sobremanera. El pasado es un
lastre. El futuro es incierto. Pero aunque el pasado ya no nos es accesible el
futuro nos pertenece. Y parte de nuestra responsabilidad reside en
aprender de los errores cometidos por nuestros congéneres. Esa parte
importantísima de la lección que a nuestros antepasados les suponía un escollo
insalvable. Siempre demasiado egoístas, incultos e incapaces de instruirse de la
enseñanzas procedentes de los caídos.
A mí me interesan las personas o comprender la
dificultad de superar esa insignificancia que nos comprime y nos convulsiona. Advertir que aunque no seamos nada en
comparación con la
magnitud
del universo, nuestro dolor y alegría es tan auténtico y
real como el estallido de una estrella, la erupción de un volcán o el vuelo
cíclico y elegante de una paloma. Deben ser
tomado en consideración. Nunca menospreciado. El dolor es dolor provenga de donde provenga. Las plegarias humanas deben ser escuchadas. Aliviadas.
Interesarse por las personas o atender los susurros de almas de miles de
personas clamando libertad, justicia, igualdad, piedad, y esos llantos y
plegarias me impiden abandonarme a los placeres frívolos y me incitan a alejarme
de la triste e ingrata realidad que me circunda.
La gran contradicción que subyace en esta mentalidad surge a partir del núcleo de las anteriores frases. Es decir, cuanto más me aproximo al ser humano interior más parezco distanciarme del humano exterior. Cada verdad trascendente asumida, más me acerca a los límites del mundo, pero también más detalles me revela sobre mi propia identidad. A cada paso que doy descubro nuevas perspectivas de enfocar mi vida, que difieren de las que se escuchan una y otra vez, sin tregua, ahí fuera. No sé cuál es el desenlace de proseguir defendiendo esta personal postura pero sí sé que... no debo desistir en el empeño.
Y es que ese titular lleva implícito una crítica exhaustiva hacia nuestro
comportamiento cotidiano. Debo mostrarme realista, objetivo,
duro y directo, pero también comprensivo, claro y arriesgado en mis declaraciones
y arengar a la gente a la acción y el compromiso.
Seremos grandes si nos lo proponemos.
A mí me interesan las personas expresa una necesidad de colaboración y relación
mutuas.
Seguramente
usted y yo no seamos amigos, seguramente nunca hayamos tropezado, ni nos hayamos visto las caras,
sin embargo los visitantes y lectores de los capítulos este peculiar proyecto pasan
por ser mis invitados. Abriéndoles las puertas de mi alma les ofrezco parte mis
pensamientos, de lo que soy y de lo que formo parte. Y sepa que ese es un privilegio
que sólo se ofrece a gente de confianza. Yo confío en el potencial humano: en
usted que me lee. Usted es una gran posibilidad inadvertida, un enigma por
desvelar, un individuo que rastrea párrafos y líneas, en busca de inspiración,
de motivación, de respuestas, de una imagen, de una frase, de un alguien en
quien depositar su confianza. Usted, querido lector, busca hollar en su interior
para hallar el secreto de su propio universo en cada palabra escrita.
Somos
contemporáneos. Vivimos en la misma época, estresante, vertiginosa. Compartimos
por unos instantes el vigor y sinceridad de este pequeño cáliz repleto de memorias,
santo grial para quien suscribe. Podemos diferir, acercar posturas o enfrentarnos
dialécticamente, pero al
menos realizamos ese acercamiento de una manera franca, sincera y directa, sin tapujos ni
intereses que contaminen nuestra disposición al diálogo. Exponemos e intercambiamos ideas
con el fin de un beneficio mutuo, y a partir de ese intercambio surge una
relación de camaradería, de lealtad. La relación entre dos seres humanos adquiere un
calidez especial de íntima confidencialidad. Critíqueme si no comparte mis
opiniones, pero
sepa que mi intención es altruista. Me esfuerzo en que así sea. Y sé que no
siempre acierto, no soy infalible, pero enmendaré mis errores si ustedes me
ayudan.
Usted, cada uno de ustedes que me leen son mis alumnos y también mis maestros. Mis supervisores. Mi desafío. Ustedes, vosotros sois también yo, al igual que yo soy y seré en ustedes. Sin ustedes, sin vosotros, estas palabras no hallarían cobijo donde grácilmente depositarse. Desperdigadas como almas errantes, perdidas, volverían apresuradamente al lugar donde fueron pronunciadas para quedar encerradas en la limitada dialéctica de los monólogos. Y sepan que diez años de monólogos son más que suficientes. Yo escribo para la gente, escribo para estrechar lazos, para sembrar la paz y la concordia. En definitiva, escribo para cambiar el mundo, para mejorarlo, o lo que es lo mismo, escribo para cambiarme a mí mismo, para mejorarme como individuo. Quizás algún día lleguen a vislumbrar la estrechísima e íntima relación entre la serie de frases anteriores.
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