Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual (2)
Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual.
En esta sección me dedicaré a analizar con cierta acritud e ironía el
comportamiento y las creencias del individuo perteneciente a la sociedad
materialista. He de decir que en parte me siento identificado con toda la sarta
de calificativos que le dispendio. Algunos de los aspectos caracterizan su
personalidad caricaturesca también son atribuibles a mi persona, así que en
absoluto me
libro de la quema. Es esta una reflexión dura, que pone al pie de los caballos a
este triste individuo. Se puede leer con tono serio y analítico o con sentido
del humor. Lo dejo a su elección.
Segunda Parte.
Andanzas de este individuo.
La única verdad que defiende este sujeto es: “Las cosas son como son y no
se pueden cambiar“;, repite convencido haciendo uso de su muletilla
preferida. Cualquier otra afirmación que le conminara a la acción le estresaría
de tal forma, que se enfrentaría con su poseedor. Y este, en consecuencia, sería
barrido sin pudor hasta los arrabales de la sociedad cual excremento intoxicador
de la "pureza" del entorno. ¡Abajo los disidentes!
Del producto de sus actos soeces, podemos asegurar, nacerán individuos, incluso
héroes del mismo calado. Batidos con los mismos ingredientes. De tales palos
tales astillas. Y así hierven humeantes esos caldos en la olla roída por las
kafkianas, grotescas y sulfurosas concepciones.
Dinero e ídolos.
En el materialismo hay una máxima que jamás se debe tergiversar: "Al más
rico, más le has de dar". Y deben saber que los iconos ejemplarizantes
suelen ser sujetos con ingentes recursos materiales. Los rasgos de personalidad
de los que adolezcan no se consideran trascendentes. Sensibilidad, cultura,
inteligencia, sentido común, son cuestiones menores que no se prestan a debate.
El motivo subyace en la idea de triunfo, en otras palabras, el mayor orador es
el éxito y el dinero que de él procede otorga (o compra) todas
las demás virtudes. Incluso la bondad es un atuendo o disfraz para presumir en
ocasiones, léase galas benéficas o anuncios publicitarios. En estos actos a los
iconos concurrentes se les brinda el derecho de presumir, y estos se prestan sin
mostrar rubor alguno. También sirve como lavado de imagen. El éxito emparentado
con el poder material y la aureola que desprende se valora muy por encima de
cualquier virtud moral, psicológica o afectiva, salvo en casos extremos. En eso,
todos parecen asentir con la cabeza. Nadie parece oponerse a este monstruoso
régimen totalitario. El dinero se considera el único Dios. Sus poseedores, los obispos que dictan
las normas. Los demás, sus sicarios. El dinero manda, ordena y dicta sentencias.
Cualquier otra consideración deberá ser desterrada de las mentes aborregadas de
los individuos-masa u hombres tornillo.
Uno de los personajes más aclamados es el que maneja una pelota con rigor y
facilidad. No hay virtud más impresionante o digna de elogio en esta chabacana y
retrógrada sociedad. A sus poseedores se les agasaja, les persiguen las
muchedumbres absortas relamiéndose sus babas. Se les nombra Lores, Sires,
Marqueses, se les
cubre de premios de diferente índole, el dinero les brota por las orejas,
obtienen todos los recursos para que los organicen a su antojo. ¡Como si les da
por despilfarrarlos! ¡Se lo merecen! Incluso políticos y sociedades benéficas
llaman a su puerta. Son reclamados por todos los medios periodísticos. Son
iconos publicitarios, líderes espirituales, los reyes del tango y el mambo, y
deben ser imitados "hasta en la forma de andar". Estos en sus ratos
libres podrán dedicarse a ser expertos en juegos de cónsola, a presumir de
cochazo de lujo, o de elegancia de ropa de marca, de su último y revolucionario
peinado o de su nueva y espectacular conquista. Casos excepcionales se permiten
el lujo de escribir sus memorias con un vocabulario de no más de 1000
vocablos (doblando el número de las que suele utilizar). El resto de palabras
contenidos en el panfleto serán asesoradas por un experto de turno, postrado
ante la grandeza de ese tal divina lumbrera.
Y no duda alguna de su bondad, mientras le ofrezcan una camisa al niño
espectador provocando una maravillosa sonrisa u ofrezcan el 0.1% de la
barbaridad de dinero que obtienen pasarán a la historia como benefactores de
la humanidad con letras bañadas en oro. Y su muerte se considerará luto nacional
y afectará de manera lacrimosa a países enteros. Su reino se prolongará con la
descendencia y devoción sus hijos pródigos o herederos y este no tendrá fin. Y
no es una parodia religiosa (¡lo juro por Snoopy!) es la realidad palpable que
subyace en la cultura del socialismo monetario.
Por el contrario, aquellos como científicos, investigadores y demás individuos
con valores morales dignos de alabanza se les
recluirá en un cajón de sastre y sólo se les permitirá expresarse cuando los
monstruos dictadores lo estime oportuno. Ejemplo: para otorgarle el premio
merecido al individuo anterior estableciendo de una manera definitiva el estatus
de importancia social. Jugar a la pelota, aun con la capacidad de reflexión de
un chimpancé es infinitamente más deseable que ser un genio pensador o
cultivador de las reglas morales. El primero es un dios, el segundo nadie
acertaría a pronunciar su nombre correctamente. Por comparación: un pobre
imbécil o mamarracho. Es decir, aquellos que podrían guiar a esta sociedad por
el buen camino parecen escondidos, vinculados con intereses políticos y nunca se
sabe a ciencia cierta si escriben lo que creen o creen lo que escriben. Los
pensadores independientes son franca minoría y realmente nos movemos en un
maremágnum de opiniones que uno ya no sabe a quien seguir ni qué creer. Así
que... ¡qué demonios es preferible no pensar demasiado y dejarse llevar para
ahorrarse dolores de cabeza!
Le gustan los objetos.
Retoza, rodeado de infinidad de juguetes, a los que va destrozando uno por uno;
a los que va renovando cada cierto tiempo. Su mayor hobby se relaciona con el
afán consumista. Necesita consumir, comprar, adquirir el mayor número de
productos, no importa de qué tipo, en caso contrario, su ego se resiente. Esa
actitud se transmite cada vez con más fuerza de generación en generación.
Antes los niños disfrutaban manipulando cajas de cartón, ahora es necesario un
cuarto entero para acomodar todos los trastos regalados por sus "sabios"
progenitores, que además se ven desperdigados en el más absoluto desorden. Su
misión será despedazarlos en el menor tiempo posible para reclamar
inmediatamente después su derecho a nuevos entretenimientos. En caso contrario,
el llanto y la frustración se apodera de los pequeños diablitos. Los del futuro requerirán una
mansión de varios cientos de metros cuadrados plagada de trastos y cachivaches electrónicos dispuestos en habitaciones
cuya entrada vendrá etiquetada con carteles identificativos. En la etapa adulta,
se sustituirán los juguetes por vehículos motorizados, cuya norma irreprochable
será que superen ampliamente la velocidad del sonido. Añadiendo la condición
indispensable de que deben alcanzar tal logro en pocos segundos.
Una condición
sine qua non que se desprende del hábito consumista, es el hecho de
alardear de excelente y refinado gusto. El habitual despilfarro de dinero se
compensa con el subsidiario homenaje de la vanidad que le otorga cada objeto.
Desgraciadamente todos estos objetos nunca llegan a resultarle satisfactorios
más que un determinado tiempo, son como todo relación objetual: pasajera. Apenas
ha comprado la versión de un producto ya se queja porque se ha quedado obsoleto
y ya está pensando en tener la versión más reciente. Este proceso no se detiene
nunca, es más en general tiende a acortarse. A modo de ejemplo podría comentar
que en épocas anteriores los televisores o medios de locomoción podrían cubrir
buena parte de su existencia. Hoy en día, sin embargo, apenas si su presencia se
prolonga más allá de pocos años.
A eso le llama progreso y sociedad del bienestar. “¿Adónde vas
filósofo de lo absurdo? Si no da dinero, aquello que te interesa, si no te dará
la fama aquello que te preocupa, sólo el acervo de críticas ¿para qué has de
perder el tiempo? El poeta de los tiempos modernos es el hombre rico. Haznos
caso, queremos lo mejor para ti. No nos digas luego que no te lo advertimos“;.
Nueva era de la oscuridad, donde, paradójicamente todo resplandece con
miríadas de luces nerviosas de neón. Sin embargo, ese esplendor pertenece al
auge impresionante de la tecnología y a la decadencia del corazón.
Paulatinamente, los objetos se emancipan como ejemplos a tener en cuenta: las
mujeres objetos, los deportistas peloteros (que juegan con objetos), los nuevos
ricos, que trafican con objetos. El objeto es el centro de atención y quienes
mejor dominan el arte de controlarlo o retransmitirlo son los amos del mundo.
Sufren una devoción por el objeto o máquina, a él dedican sus rituales, sus
plegarias, sus miedos, sus esperanzas.
Al mismo tiempo, no dudan en arrasar la naturaleza
dadora de vida, asestando puñaladas a los pulmones vegetales para multiplicar la
posibilidad de agenciarse más cacharros alámbricos o inalámbricos con
caparazones de titanio o alumino. Contaminan el ambiente, polucionan,
desmiembran comunidades de individuos, pisotean al débil o desamparado, erigen
edificios gigantescos como símbolos de su vanidad sin límites, las especies
naturales son perseguidas, aniquiladas una a una sin rubor, comercializando con
sus órganos para regocijo de millones de consumidores que dispondrán de tales
derivados en farmacias o supermercados, o sus pieles en las reconocidas tiendas
de moda. Su afán de destrucción sólo conoce los mismos límites que su ambición:
ninguno. Ya planea la conquista de otros planetas para implantar sus órdagos en
sus superficies.
Todo es percentual, objetual, vacío, insulso, etc. Es la era del vacío, un vacío
que parece absorberlo y contenerlo todo. Y es así, bajo esas perspectivas
como viven felices.
A todo ello, lo llaman sociedad del bienestar. Créanlo.
El amor materialista.
El individuo materialista es un ser desprovisto de interior. La única definición
plausible de interior es el que se encuentro debajo de la ropa de marca que le
identifica inequívocamente. Su interior es su cuerpo, el sexo. Y es que no hay
nada más allá de ese precario límite de profundidad. Al amor lo define como
sexo, y al sexo masturbación. Al Amor con mayúsculas sólo lo reconoce por las
historias de hadas luminiscentes o películas con individuos que actúan, que fingen lo que no
son y además son retribuidos por ello. Ese ideal se halla soterrado en una fosa
profundísima y nadie en su soberana lucidez osaría retener un segundo en su
mente la cansadísima idea de cavar un agujero de tal profundidad para comprobar su
existencia. Es un sueño impensable. Una utopía,
locura, indefinible, inalcanzable, imposible, sólo propia de individuos
excéntricos o absolutamente enajenados.
Es más, la palabra "amor" referida a los entes de carne y hueso (por
oposición a los objetos) queda desterrada del vocabulario común, y sólo se
pronuncia por accidente o en ocasiones absolutamente especiales.
El amor personal (no orientado al objeto, que todo hay que explicarlo) apenas
tiene cabida. Las relaciones cada vez son menos duraderas. Este individuo siente
frustración con asiduidad, muy en el fondo de su ser codicia el amor eterno pero
jamás se le ve la mínima intención de rescatar ese pedazo oculto de rebeldía
, de rendirle un merecido tributo. Jamás fue instruido para ello. Una de las
consecuencias de esta cobarde actitud es verse invadido por una sensación de
vacío, como si nada tuviera sentido, como si su vida careciera de consistencia,
de valor, de coherencia.
Este individuo resulta contradictorio hasta tal extremo que, cuando conoce el
amor no material, aquel que le vinculo con un no-objeto (llámese persona, perro,
etc), se le ilumina la cara y se altera la escala de sus
prioridades, defendiéndolo a muerte como si se hubiera hallado el secreto del
universo. ¡Impresionante ver su rostro de felicidad absoluta! ¡No cabe en sí de
gozo! Toda su vida paseándose en la acera de enfrente, obviando las evidencias
más simples, pasivo e ignorante, sin desarrollar un ápice esa capacidad,
vergonzoso y pusilánime, y el día que establece un compromiso con ese (pues de motu
propio nunca iría en su búsqueda), adquiere tal fortaleza y capacidad de
introspección que no duda en poner en tela de juicio cualquier axioma
considerado indiscutible o amenazar a sus anteriores dioses si estos se atreven
a arrebatarle su más preciada posesión. Sí, esos a los que defendía de forma
acérrima. Así, surge el insumiso, el auténtico ser interior y desde entonces
vive y muere por y para esa emoción. Su percepción del mundo cambia de manera
brutal. Pero no se crean, casos como este son excepciones a la regla general. En
caso de prolongarse este sentimiento, la pasividad y el escepticismo circundante
diluirán esa sustancia hasta reducirla a la nada. El típico realista define el
amor como una buena y permanente compañía, buen sexo, o alguien a quien contarle
sus "hazañas" cotidianas.
Es quizás el desenlace más triste de esta crónica de este patético individuo,
que aquello que lo convierte en un ser único, superior, sea cruelmente
vilipendiado, reducido a un sentimiento liviano y lamentable. Este engendro
representa la indiferencia personificada, indigencia del corazón, snobismo
desmedido, la carencia de ideales con fundamento.
Individuos que se miran de reojo, que rehúyen escuchar “la música que todo lo
llena“;, que no sienten “las voces subliminales que hablan desde más allá de
cualquier material coyuntura“;.
Cuanto me recuerdan estos párrafos a aquella historia parida por la
imaginación del genio H.G. Wells. En una localización lejana en el tiempo, los
humanos futuros se dedicaban a gozar como niños de su libertad nutriéndose de
los frutos de los
árboles o de los campos, sin siquiera reflexionar en las consecuencias de sus actos ni en el por
qué de la sucesión de acontecimientos. Al acaecer la noche, la criaturas reinas de
aquel universo, los morlocks, seres monstruosos y teóricamente inferiores,
les devoraban sin que aquellos opusieran ningún tipo de resistencia. Miles de años de cultura se habían
evaporado, los libros habían quedado reducido a cenizas y nadie prestaba interés
a las líneas escritas.
Sólo se dedicaban a gozar de una presunta y maravillosa libertad. La única que
conocían.
Conclusiones.
Y este, en resumidas cuentas, es el paradigma de individuo del que disponemos.
De tales mimbres tales individuos. De tales individuos tales sociedades. Y de
tales sociedades tales mimbres. Eterno círculo vicioso. Poco nos cabe esperar en
el futuro, salvo construir naves espaciales y lanzarnos a la conquista de otros
planetas para perpetuar nuestros cochambrosos criterios.
Individuo que poco conoce de sus orígenes, y menos de su destino. ¡Si apenas
sabe de sí mismo!
¡El que resolverá los problemas mundiales a base de
ignorarlos!
¡Pero si apenas puede lidiar con los avatares a los que se enfrenta
y salir victorioso¡
¡Ofrecedle un ideal de envergadura para que la trueque por
la más tonta de las diversiones!
¡Este es el que debe decidir los gobiernos que
nos representen cuando lo mejor que sabe hacer con criterio es erigir ídolos de
pacotilla, a su imagen y semejanza!
¡No hay progreso que no se funde sobre valores morales! ¡El
dinero si no es bien invertido no instaura valores morales, sino que los
corrompe!
¡Viva la dictadura del objeto!
Un poco (más) de humor. Ironías.
¡Pelar patatas, deporte olímpico! (¿se doparán los pela-patatas?). Ponerse 100
rulos en tiempo récord (¿algún intrépido desafiante?). Concurso de escupitajos
(¿modelo a seguir?). Campeonato del mundo de “agitadoras de pompones de clase
A“;. Zapatero del rango “mocasín“; de la clase “color negro“;, subclase “talla 41“;,
y entre, por méritos propios, en la historia del gremio, “¡yo lo sé todo del
mocasín negro del número 41!“;, “¡soy todo un ejemplo! ¡el número uno! ¡un
triunfador!“;.
Sin creencias firmes (“¿Yo?, ¡en el fútbol!“;, “¡Las revistas del corazón! ¡el
cantante ese que está bueno!“;), tolerancia infinita (“No quiero llevarme mal con
nadie, soy muy liberal“;), permisividad (“¡Me da todo igual mientras no me afecte
a mí!,“;), hedonismo (“¡El placer es la única verdad!, ¿por qué no probar?,
¿y si me los tiro a todos y luego elijo el que más me gusta?“;),
falta de grandes ideales (“¡Cómo me gustaría salir en la tele!“;), existencia
apegada a lo mundano, a lo espectacular, independientemente de otras
consideraciones (“Lo que más me gusta de esta serie son las tías en bañador que
salen, sobre todo, la rubia esa“;, “¡Da igual que le muerda la oreja, tienen que
recalificarlo, es un espectáculo, el mejor boxeador!"), frivolidad infinita (un
anuncio en la televisión sobre top-models: “Es muy duro cambiarse de ropas 15
veces al día, muy sacrificado...“;), escasa originalidad (“¡Eh, yo también llevo
un piercing en la oreja y el pantalón tal“;), tópico (“Así es como debe ser“;),
irracionales (¡viva el hombre masa!), irreflexivos e impulsivos (“No sé cómo me
ha podido ocurrir, ¿cómo es posible que esto me haya sucedido a mí? ¡No lo
entiendo! ¡Es injusto!“;), idólatra, carácter borreguil ("ese jugador es es.... para mí un
dios"). Encumbra lo banal, lo vacío de valor (ufff, cualquier
ejemplo es válido) y discrimina al que le quiere hacer cambiar de opinión (yo,
por ejemplo, aunque yo ya me río de todo), egoísmo exacerbado (“Todo para mí,
todo para mí. Los demás que se apañen“;), crispación (“¡Será burro el árbitro!
¡Está comprado!“;), ansiedad, problemas psicológicos (¡tómese las pastillas!),
falta de personalidad (drogas, alcohol, Dios...), falsa espiritualidad (sectas,
pseudorreligiones, el fútbol, etc), indecisión e inmadurez (“Tengo 34 años y aún
no tengo claro lo que quiero hacer en la vida“;), divorcios y separaciones (in
crescendo), incestos y abusos sexuales (mejor evito la ironía en este apartado),
huida del compromiso (“¡Yo ya estudio una carrera, no tengo tiempo para más
cosas!“;), sexo por encima del amor (“Ah, pero... ¿no es lo mismo?“;), dinero
(“¡Ay, el dinero es súperimportante!“;), más dinero (todos lo quieren: “¡Yo!,
¡yo!, ¡yo!“;), exaltación de la belleza exterior (mención especial para el varón,
pero la mujer no le va a la zaga), el virus del ¡bah! (“¿Quién dice eso? ¡bah!,
¡qué más me da a mí!“;), enfermedad del materialismo (todos infectados),
narcisismo (“Me he comprado un espejo de 3X3 metros y un montón de potingues de
belleza pero no sé dónde meterlos“;). Al final todo resulta tan
difícil, educar a los hijos (“¡Es difícil ser padre/madre!“;), luchar contra uno
mismo (“Que me dejen tranquilo... ¡no puedo dejar de fumar! ¡es más fuerte que
yo!“;), tener convicciones propias, una fuerte personalidad, iniciativa y
capacidad de decisión (“Yo opino de que sí, creo que... bueeno, esto...
quizás, pero, ¿y si...?, a lo mejor voy a... aunque claro, pensándolo bien...
tampoco lo tengo muy claro...“;). Añadamos al carrusel de los despropósitos a los
héroes de barro (digo yo, que alguno se salvará de la quema), la falta de afecto
(le pega, la engaña, no se entienden con sus padres...), la indiferencia de 18
millones de quilates y la absoluta desgana para luchar por grandes ideales.
¿Grandes ideales?
Literatura rápida, sin contenido, novelitas, revistas rosas, periódicos
deportivos que empiezan a parecerse a aquéllas, negación de la realidad,
subjetividad patológica, libros de dudosa reputación editorial, de usar y tirar,
mejor crucigramas, ¿autodefinidos?, no, no, sopas de letras que son más fáciles, pasar el rato,
llenar el tiempo, matar el aburrimiento, ir siempre a la moda, escuchar lo que
más suena, hacerle la pelota al campeón, ¿dónde debería llevar mis piercings?,
falta de modelos para la juventud (¡verdaderos!), libros-basura, tele-basura,
vida-basura, comida-basura, amor-basura, sentimientos-basura, ideales-basura, degradación
cultural, degradación del organismo, degradación de todo lo demás, catatonía,
frivolización de la frivolidad (esto es cosa seria), metafísica del egoísmo
(“Más allá del yo, ¿qué hay?, ¿la mujer? ¡que se adapte a mí!“;), esclavitud
debido a una desmedida ambición (dóping, hombres tornillo, empresarios obcecados
con el dinero), fragilidad mental (“He suspendido, tengo una depresión de
caballo, creo que me voy a suicidar“;), incultura (“La capital de Estados Unidos
es Nueva York, ¡seguro!“;), falta de valores (“¿El dinero no es un valor?“;), más
incultura (“¡El año pasado ya me leí un libro!, ¿no da lo mismo un tebeo?, ¿leer
a Petete no vale?, ¿el Play Boy?“;), masificación de lo insustancial (ahora ya no
hay nadie que no sepa si el hijito es de tal o cual cantante o actriz),
especialización altísima (el tío del mocasín), cada día somos más analfabetos
carencia de grandes ideales (sí, otra vez, ¿pasa algo?), sociedad sin ilusión,
sin grandes metas (“¡¿Pero no era el dinero la ilusión, la meta?!, ¡che, cómo me
toman el pelo!“;), amor devaluado (“No sé si casarme o no, ¿y si no me caso?,
pero es que ya toca... aunque la vecina está buena que te cagas ¿Y si paso de
todo y me voy de putas? Estoy confuso“;), objetualización del ser (mujer objeto,
hombre-cosa, ¿para cuándo las niñas-objeto? ¡ah, que ya hay de esas! ¿niños
prodigio con dos añitos?, con tal de que ganen dinero...), más incultura (“¡Vale
ya!, ¡sí, soy un burro!, ¡pero déjame tranquilo pesado!“;), falta de sensibilidad
(“sensibiliqué... me suena la palabra, pero creo que la buscaré en el diccionario“;), machismo, racismo (que no
falte en el menú), confusión entre lo que se siente y lo que se dice (“pues yo
siento lo que digo, aunque bueno si es muy guapa…igual no“;), consumismo fácil
(“Me he comprado esto, 30 euros me ha costado, pero nunca me lo pongo: un
capricho como otro“;), inmadurez (“Hace diez años era igualito que ahora, apenas
he cambiado: sigo mirando el fútbol, emborrachándome los sábados y soñando con
unan tía buena“;), irresponsabilidad (“¡Bah pesao! ¡Las drogas tampoco son tan
malas! ¡Además yo controlo!“;), incapacidad para reflexionar (“¿reflexionar?, uy, eso debe de doler“;),
culto al dinero (“Malají, malají, malajá, uuuuuh“;), masoquismo (“Es verdad
mi novio me
pega, pero poco, tampoco es para tanto“;), vagancia (“¿Por qué no inventan un
mando a distancia para controlar todos los aparatos, incluida la mujer? “;), la
cuenta en números rojos (“Es igual, ya lo pagaremos, mmmm, ¿y si empeño a mi
suegra así podr...?“;), sinceridad en las relaciones ("bueno, sólo la he engañado
un par de veces, lo normal"), supervivencia del más frío y calculador
(supervivencia del más indeseable), convicción en que la realidad es la única
verdad ("¡eres tú chaval el que vives en un mundo de fantasía! ¿Yo? Ah, vale,
vale.").
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