Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual
Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual.
En esta sección me dedicaré a analizar con cierta acritud e ironía el
comportamiento y las creencias del individuo perteneciente a la sociedad
materialista. He de decir que en parte me siento identificado con toda la sarta
de calificativos que le dispendio. Algunos de los aspectos caracterizan su
personalidad caricaturesca también son atribuibles a mi persona, así que en
absoluto me
libro de la quema. Es esta una reflexión dura, que pone al pie de los caballos a
este triste individuo. Se puede leer con tono serio y analítico o con sentido
del humor. Lo dejo a su elección.
Homenaje al "Hombre Light" de Alejandro Rojas Marcos.
Sátira materialista.
Las aficiones del individuo materialista son etéreas y sus pasiones rara vez se
vinculan con ideales heroicos. De pensamiento voluble y caprichoso, desprovisto
de cualquier entusiasmo que implique reflexión y compromiso. Insulso, vanidoso,
nada le mueve un paso más allá de los convencionalismos, habita feliz en su
jaula de inconsciencia, contemplando la vida transcurrir sin asirla con fuerza, como
mero espectador de los triunfos ajenos.
Se deja seducir fácilmente por los placeres mundanos sin apenas oponer
resistencia: drogas de diseño, alcohol, programas de contenido frívolo, sexo sin
responsabilidad, son estas sensaciones con las que trafica y convive en perfecta
simbiosis. Cualquier estupefaciente que le permita desligarle de la realidad,
relegando los cotidianos problemas a un segundo plano es bienvenido. El clímax
debe ser alcanzado a partir de juegos y acciones de fácil cumplimiento, donde no
se ponga en juego la voluntad constructiva.
De carácter liviano y superficial, sumiso, domesticado, fácilmente gobernable,
asiente con la cabeza y sólo ofrece críticas para la galería. Tolerante hasta
límites insospechados, sobre todo si con ello obtiene un ventaja o beneficio,
preferiblemente sexual o económico.
Cobarde porque se esconde tras los muros del anonimato, allí mora en su pequeño
rincón, incapaz de pronunciar palabras no protocolarias.
En su despejada mente penetran ingentes cantidades de información de las cuales
no realiza recapitulación alguna. Más que procesar la información, la deglute y
la escupe rápidamente sin apenas masticarla. Otra cualidad que le
caracteriza es que en lo que debería ser obligadamente un experto resulta ser
radicalmente torpe (sentimientos), y en aquello irrelevante se consagra como un
destacado sabio o erudito (léase fútbol, información relativa a famosos y
revistas del corazón).
incluso se facilita la tarea al individuo más preparado en estas lides mediante
la organización de concursos y festivales.
Modifica su opinión según soplan las corrientes, firme en su incoherencia,
seguro en su ignorancia, recalcitrante en su indiferencia, frío como la
escarcha. Se deprime al suspender un examen o al contemplar amargado la derrota
del equipo “de sus amores”, mientras el discurrir de la muerte por los
noticiarios no le afecta en demasía pues se ha forjado un duro armazón de hierro
impenetrable que le protege de las puyas en forma de dolor ajeno.
En esta sociedad de fluidos estentóreos y grumos vacuos, el hombre de papel
parece pegado como un chicle a una ventana: la de la indiferencia, la de la
incongruencia.
Verdades y dogmas.
La verdad más valorada es la que más reluce, por eso a toda idea publicitaria se
la pinta con colores chillones, exaltándola mediante spots publicitarios a
través del medio televisivo o sobre pancartas de gigantescas
dimensiones contribuyendo a adornar las calles de las ciudades y pueblos. La mayoría de ellas lleva el aderezo casi obligado de mujeres semi-anoréxicas o artículos de lujo que se supone deben colmar sus aspiraciones.
Otra premisa básica del slogan publicitario común es que el lapso de
procesamiento de su contenido no debe extenderse más allá de los 20 segundos. Y
es que la inteligencia de este individuo no da para más.
En cuanto a los dogmas a los que rinde pleitesía, cada cual se construye los
suyos propios. La procedencia es variopinta, por ejemplo, de una caja de galletas,
pues de sus argumentos le gustaba la combinación de colores, la rima asonante y
el dibujito o mascota que sirve como elemento atractivo. Estas originales
creencias las envuelve con papel de aluminio, se la guarda alegremente en un
bolsillo y en caso de pérdida, cosa común, se agencia otras en un tiempo récord.
Sus ideales son de usar y tirar como procedentes de tiendas de todo a 1 euro.
Las definiríamos como verdades-baratija.
Todos los individuos opinan sobre cualquier tema, sean o no versados en ellos, pero apenas un reducto minoritario de individuos defiende
con entusiasmo un criterio original y
propio. Las ideas revolotean como moscas, pero curiosamente la variedad ha sido
reducida a cuatro especies, sólo cambian los matices de su arquetipo. El resto
ha sido erradicado tras un minucioso proceso de erosión y unificación. La
homogeneidad del pensamiento intelectual es la normal en esta sociedad sin
valores.
Sentimientos.
Una de las curiosidades que nos revela el individuo en cuestión, es que podría
cambiar de pareja sentimental decenas de veces pero jamás osaría cambiar su
elástica perteneciente al equipo predilecto. ¡El amor a los colores se le considera más elevado! ¡Jamás
traicionaría esa divina afección ¡Podría manchar el buen nombre de su
familia, acostándose con la vecina de enfrente que encima ni siquiera es
hermosa, pero su amor a los colores debe permanecer impoluto!
Este individuo mantiene como recuerdo imborrable haberle echado un “polvo” a
aquella chica, de la que apenas recuerda su nombre, pero sí las curvas de su
cuerpo, y guarda el olor de su ropa interior en el pequeño frasco bautizado como
“triunfos mayores”, y cada vez que se acuerda de ello, se le acelera el
corazón-lenteja (diminuto como esa humilde legumbre), avivando la hoguera de su
vanidad. Para colmo del despropósito, y no salgo de mi estupor, aquella mujer,
haciendo de tripas corazón logrará perdonarlo tras ablandarse al escuchar una
sarta de halagos maliciosamente inventados para la ocasión por el susodicho para
así repetirse el carrusel de despropósitos. Ambos ahondarán el ya profundo
socavón donde se entierra la confianza entre géneros humanos, adulterando con
premeditación y sorna el concepto de relación (que no amor, no confundamos
términos) sincera. Luego sin pudor regresará al hogar, mentirá como un bellaco a
su pareja "estable" y ambos marcharán felices hacia el restaurante de comida
rápida, para luego disfrutar del maravilloso sexo rápido. Comida rápida,
comida basura, vida estresante, sentimientos y sexo instantáneo, creencias de
quita y pon, amistades interesadas, todo esto define a este individuo oxidado
por los acontecimientos y pasteurizado en un proceso industrial que se repite
diariamente.
Espírituo
"metacrítico" (todos tienen la culpa)
El individuo materialista se desfoga echándole la culpa a todo el mundo de los
problemas del mundo y de los suyos propios,
avivando la llama de su espíritu metacrítico (opuesto al autocrítico) que
goza de una salud envidiable. Su jefe, el árbitro, los políticos del partido de
la competencia, su pareja sentimental o sexual, sus amigos, el destino, los
países vecinos, los emigrantes, la mala suerte, la religión, el camarero, el
tiempo, los obreros de la construcción, etc. A todos parece atribuirles la culpa
de sus desdichas. A todos, menos a él mismo, claro está. Si se le contraataca
contradiciendo sus planteamientos con argumentos meditados, se vuelve preso de
la irritación y el enfado. Lamentablemente, más tarde se le ve comportarse como
un monigote manejado por los mismos actores por los que despotrica. "Si no
puedes con el enemigo, únete a él. "
Cultura.
Curiosea la oferta de libros, pero ahí termina su relación con ellos: los
termina antes siquiera de haberlos empezado. Los considerados más interesantes
suelen ser aquellos con letra vistosa, pocos párrafos e imágenes sugerentes, es
decir prefiere las revistas. En el caso hipotético y
extraordinario de elegir un libro de motu propio y no con la intención de utilizarlo como
elemento decorativo, su contenido debe ser asimilado con facilidad y no
invitar a la reflexión, pues aquellos cuyo contenido implica compromiso y
esfuerzo intelectual suelen ser ignorados por demasiado voluminosos, superfluos
o caros. De hecho, apenas si
acierta a leer el título de la tapa y se le atisba una mueca de disgusto, . Si se los regalaran, argüiría no disponer de tiempo
suficiente siquiera para examinarlos. Y es que las grandes palabras le nublan la
mente y nunca permanecen en ella más que gloriosos instantes antes de ser
arrancadas como un tumor cancerígeno.
Este individuo vive en un estado de estrés
constante y lógicamente no puede organizar un minuto de su su preciosísimo tiempo libre a
tareas que estimulen su ya de por sí limitado entendimiento. Curiosamente, no
pone inconveniente en pagar el triple por embadurnarse el organismo de alcohol o
fumarse un paquete de cigarrillos a 3-4 euros el paquete en una larga noche que
él denomina de "placer". Esta actitud
es considerada como un acto necesario de esparcimiento y alivio de las
preocupaciones. Extraña lógica donde las prácticas degradantes se consideran
por encima del nivel de aceptación y privilegio que las tareas de desarrollo de
la personalidad.
Por si todo este desprecio hacia lo que le otorgaría una entidad más equilibrada
y fructífera no fuera poco, podemos añadir al cúmulo de despropósitos el hecho
de pasear su incultura como un signo de distinción, más que ocultarla, se
vanagloria de ella. Alega tener respuestas para casi cualquier cuestión, ya sea
política, religiosa, científica, etc. Lo curioso del caso es que su bagaje
literario y científico es insignificante, salvando, eso sí, los cuatro libros
que empollaba en la escuela (por obligación que no por gusto) de los cuales
vagamente recuerda sus títulos (salvo el Quijote claro está).
Ni falta que hace. Los axiomas que defiende a ultranza no suelen soportar un
mínimo análisis crítico. Tras tal examen se derrumbarían como muros de arena al azote de una
pequeña brisa . Además más que exponerlos con coherencia, los arroja, los vierte
como en un acto de desahogo. Y se queda tan ancho, como demuestra el posterior
esbozo de una sonrisa de satisfacción. Él y sólo él se muestra poseedor de la
verdad absoluta.
Todos son iguales.
Ningún individuo es igual a otro, contempla un aforismo, sin embargo en este programado
y libertario ambiente, donde la dictadura de la máquina se disfraza en régimen
parlamentario todos acaban semejándose de manera exagerada. La razón es obvia:
fueron creados a partir de un patrón común y provistos de los mismos modelos de
consumo. Es lo que tiene ese sucedáneo de libertad o autonomía dirigida, que
iguala en estupidez a la mayoría de sus componentes, para beneficio y gloria de
los que dirigen el cotarro. Así saben que nunca perderán el control de la
situación. "Hay que entretener a las masas, para que no piensen, para que no
se subleven." "Cuantos más burros sean más fáciles de contentar".
Televisión.
La televisión o la caja boba es el foco tamizador de opiniones por excelencia.
Es el eco transmisor de las verdades y dogmas materialistas. Por allí discurren sus
apóstoles más reconocidos y preparados para que desbrozan los temas más
candentes y de interés general. La televisor es el progenitor al que
idolatra, al que acude el individuo consumista para contemplar sus hologramas
en movimiento, su simbolismo flácido y amañado. Ella es su sustento, la nave
nodriza que le transporta, le eleva, hacia nuevos horizontes de
frívolos placeres. Genial invento pero reconvertido en un instrumento maquiavélico u
objeto de poder, de control de masas, perfecto para canalizar los intereses de
las muchedumbres indecisas.
La programación televisiva es monotemática: una verdadera apología de lo
insustancial. El éxtasis y encumbramiento de los rituales superfluos. Es
cruelmente banal, aplastante, porque encauza ideales y homogeneiza pensamientos
sin aportar criterios de peso. Su influencia en este individuo es tan terrible
como esclarecedora. Sus protagonistas son los gurús de la nueva época de luces,
y son los sumisos, los tarados sin raciocinio, los que acatan cualquier emisión
como válida y digna de atención. Es más, si son de baja estopa, las critican
duramente como excusa defensiva de su teórica moralidad y buen gusto, para más
tarde inclinarse subrepticiamente a relamerse con su contenido cual hiena que
escruta la carroña para atiborrarse de vitaminas ulceradas.
El fin de su bastarda programación es nutrirse de los talentos naturales de los
televidentes, sustrayéndoles su ya de por sí parca inteligencia. Aniquilándola
lenta pero inexorablemente. Día tras día les va comiendo terreno, haciendo mella
en su modo de pensar, erosionando cual hambriento roedor su frágiles estructuras
mentales. Así los rodea de una cálida aura o tela de araña que los paraliza en su
asiento con el fin de convertirlos en marionetas y asestarles su zarpazo mortal.
En esos momentos, sin apenas darse cuenta, se ven desprovistos de voz, voto, o
capacidad de decisión, permaneciendo en un estado de dependencia absoluta.
Desconocemos con exactitud si viven o vegetan. Bien es cierto que parecen
sonreír y respirar. Sin embargo, esa propensión por la tendencia a dejarse
llevar resulta ciertamente preocupante. Prueben a desconectarlos del cordón
umbilical del diabólico aparatejo para que recobren su original autonomía
abandonando su estado de hipnotismo permitido. Aténgase a las consecuencias.
El fin se ha conseguido: reducirles a un dígito en la escala de audiencias, pues
la métrica del éxito de todo programa se mide en función de la audiencia
obtenida. Al espectador hay que atraparlo, conquistarlo, embelesarlo, pero sobre
todo paralizarlo y retenerlo en su asiento. Entretenimiento lo llaman. Cualquier
planteamiento al respecto se considera válido: sangre, frivolidad, sexo,
violencia, terror, etc. Huelga decir que la orientación educativa es un
accidente. Un relleno, una casualidad.
Y nadie en su sano juicio debe carecer de este engendro roedor de conciencias.
Si es posible, pantallas de decenas de pulgadas o multiplicar su existencia en
cada habitación. ¡Ateo es el que discute su reputación de órgano regulador!
El único poder que le distingue es el mando a distancia: es libre de decidir cómo debe ser amaestrado o entretenido.
La televisión es el medio de propagación de la “contracultura”. Observando la “variedad” de la programación me pregunto ¿La televisión hace al hombre? ¿O es el hombre quien elabora esta bochornosa programación? ¿Es el público quien lo demanda? ¿O es la oferta quien crea al público? ¿Somos frívolos e insulsos de “motu propio” o nos estimulan a que lo seamos? ¿Somos una creación de los medios o somos individuos originales?
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