Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual

Creado: 22/3/2012 | Modificado: 15/5/2012 3377 visitas | Ver todas Añadir comentario



Sociedad materialista. Crónica y análisis del hombre actual.

En esta sección me dedicaré a analizar con cierta acritud e ironía el comportamiento y las creencias del individuo perteneciente a la sociedad materialista. He de decir que en parte me siento identificado con toda la sarta de calificativos que le dispendio. Algunos de los aspectos caracterizan su personalidad caricaturesca también son atribuibles a mi persona, así que en absoluto me libro de la quema. Es esta una reflexión dura, que pone al pie de los caballos a este triste individuo. Se puede leer con tono serio y analítico o con sentido del humor. Lo dejo a su elección.

Homenaje al "Hombre Light" de Alejandro Rojas Marcos.

Sátira materialista.

Las aficiones del individuo materialista son etéreas y sus pasiones rara vez se vinculan con ideales heroicos. De pensamiento voluble y caprichoso, desprovisto de cualquier entusiasmo que implique reflexión y compromiso. Insulso, vanidoso, nada le mueve un paso más allá de los convencionalismos, habita feliz en su jaula de inconsciencia, contemplando la vida transcurrir sin asirla con fuerza, como mero espectador de los triunfos ajenos.

Se deja seducir fácilmente por los placeres mundanos sin apenas oponer resistencia: drogas de diseño, alcohol, programas de contenido frívolo, sexo sin responsabilidad, son estas sensaciones con las que trafica y convive en perfecta simbiosis. Cualquier estupefaciente que le permita desligarle de la realidad, relegando los cotidianos problemas a un segundo plano es bienvenido. El clímax debe ser alcanzado a partir de juegos y acciones de fácil cumplimiento, donde no se ponga en juego la voluntad constructiva.

De carácter liviano y superficial, sumiso, domesticado, fácilmente gobernable, asiente con la cabeza y sólo ofrece críticas para la galería. Tolerante hasta límites insospechados, sobre todo si con ello obtiene un ventaja o beneficio, preferiblemente sexual o económico. Cobarde porque se esconde tras los muros del anonimato, allí mora en su pequeño rincón, incapaz de pronunciar palabras no protocolarias.

En su despejada mente penetran ingentes cantidades de información de las cuales no realiza recapitulación alguna. Más que procesar la información, la deglute y la escupe rápidamente sin apenas masticarla. Otra cualidad que le  caracteriza es que en lo que debería ser obligadamente un experto resulta ser radicalmente torpe (sentimientos), y en aquello irrelevante se consagra como un destacado sabio o erudito (léase fútbol, información relativa a famosos y revistas del corazón). incluso se facilita la tarea al individuo más preparado en estas lides mediante la organización de concursos y festivales.

Modifica su opinión según soplan las corrientes, firme en su incoherencia, seguro en su ignorancia, recalcitrante en su indiferencia, frío como la escarcha. Se deprime al suspender un examen o al contemplar amargado la derrota del equipo “de sus amores”, mientras el discurrir de la muerte por los noticiarios no le afecta en demasía pues se ha forjado un duro armazón de hierro impenetrable que le protege de las puyas en forma de dolor ajeno.

En esta sociedad de fluidos estentóreos y grumos vacuos, el hombre de papel parece pegado como un chicle a una ventana: la de la indiferencia, la de la incongruencia.


Verdades y dogmas.

La verdad más valorada es la que más reluce, por eso a toda idea publicitaria se la pinta con colores chillones, exaltándola mediante spots publicitarios a través del medio televisivo o sobre pancartas de gigantescas dimensiones contribuyendo a adornar las calles de las ciudades y pueblos. La mayoría de ellas lleva el aderezo casi obligado de mujeres semi-anoréxicas o artículos de lujo que se supone deben colmar sus aspiraciones. Otra premisa básica del slogan publicitario común es que el lapso de procesamiento de su contenido no debe extenderse más allá de los 20 segundos. Y es que la inteligencia de este individuo no da para más.

En cuanto a los dogmas a los que rinde pleitesía, cada cual se construye los suyos propios. La procedencia es variopinta, por ejemplo, de una caja de galletas, pues de sus argumentos le gustaba la combinación de colores, la rima asonante y el dibujito o mascota que sirve como elemento atractivo. Estas originales creencias las envuelve con papel de aluminio, se la guarda alegremente en un bolsillo y en caso de pérdida, cosa común, se agencia otras en un tiempo récord. Sus ideales son de usar y tirar como procedentes de tiendas de todo a 1 euro. Las definiríamos como verdades-baratija.

Todos los individuos opinan sobre cualquier tema, sean o no versados en ellos, pero apenas un reducto minoritario de individuos defiende con entusiasmo un criterio original y propio. Las ideas revolotean como moscas, pero curiosamente la variedad ha sido reducida a cuatro especies, sólo cambian los matices de su arquetipo. El resto ha sido erradicado tras un minucioso proceso de erosión y unificación. La homogeneidad del pensamiento intelectual es la normal en esta sociedad sin valores.


  Sentimientos.


Una de las curiosidades que nos revela el individuo en cuestión, es que podría cambiar de pareja sentimental decenas de veces pero jamás osaría cambiar su elástica perteneciente al equipo predilecto. ¡El amor a los colores se le considera más elevado! ¡Jamás traicionaría esa divina afección ¡Podría manchar el buen nombre de su familia, acostándose con la vecina de enfrente que encima ni siquiera es hermosa, pero su amor a los colores debe permanecer impoluto!

Este individuo mantiene como recuerdo imborrable haberle echado un “polvo” a aquella chica, de la que apenas recuerda su nombre, pero sí las curvas de su cuerpo, y guarda el olor de su ropa interior en el pequeño frasco bautizado como “triunfos mayores”, y cada vez que se acuerda de ello, se le acelera el corazón-lenteja (diminuto como esa humilde legumbre), avivando la hoguera de su vanidad. Para colmo del despropósito, y no salgo de mi estupor, aquella mujer, haciendo de tripas corazón logrará perdonarlo tras ablandarse al escuchar una sarta de halagos maliciosamente inventados para la ocasión por el susodicho para así repetirse el carrusel de despropósitos. Ambos ahondarán el ya profundo socavón donde se entierra la confianza entre géneros humanos, adulterando con premeditación y sorna el concepto de relación (que no amor, no confundamos términos) sincera. Luego sin pudor regresará al hogar, mentirá como un bellaco a su pareja "estable" y ambos marcharán felices hacia el restaurante de comida rápida, para luego disfrutar del maravilloso sexo rápido. Comida rápida, comida basura, vida estresante, sentimientos y sexo instantáneo, creencias de quita y pon, amistades interesadas, todo esto define a este individuo oxidado por los acontecimientos y pasteurizado en un proceso industrial que se repite diariamente.


Espírituo "metacrítico" (todos tienen la culpa)

El individuo materialista se desfoga echándole la culpa a todo el mundo de los problemas del mundo y de los suyos propios, avivando la llama de su espíritu metacrítico (opuesto al autocrítico) que goza de una salud envidiable. Su jefe, el árbitro, los políticos del partido de la competencia, su pareja sentimental o sexual, sus amigos, el destino, los países vecinos, los emigrantes, la mala suerte, la religión, el camarero, el tiempo, los obreros de la construcción, etc. A todos parece atribuirles la culpa de sus desdichas. A todos, menos a él mismo, claro está. Si se le contraataca contradiciendo sus planteamientos con argumentos meditados, se vuelve preso de la irritación y el enfado. Lamentablemente, más tarde se le ve comportarse como un monigote manejado por los mismos actores por los que despotrica. "Si no puedes con el enemigo, únete a él. "


Cultura.


Curiosea la oferta de libros, pero ahí termina su relación con ellos: los termina antes siquiera de haberlos empezado. Los considerados más interesantes suelen ser aquellos con letra vistosa, pocos párrafos e imágenes sugerentes, es decir prefiere las revistas. En el caso hipotético y extraordinario de elegir un libro de motu propio y no con la intención de utilizarlo como elemento decorativo,  su contenido debe ser asimilado con facilidad y no invitar a la reflexión, pues aquellos cuyo contenido implica compromiso y esfuerzo intelectual suelen ser ignorados por demasiado voluminosos, superfluos o caros. De hecho, apenas si acierta a leer el título de la tapa y se le atisba una mueca de disgusto, . Si se los regalaran, argüiría no disponer de tiempo suficiente siquiera para examinarlos. Y es que las grandes palabras le nublan la mente y nunca permanecen en ella más que gloriosos instantes antes de ser arrancadas como un tumor cancerígeno.

Este individuo vive en un estado de estrés constante y lógicamente no puede organizar un minuto de su su preciosísimo tiempo libre a tareas que estimulen su ya de por sí limitado entendimiento. Curiosamente, no pone inconveniente en pagar el triple por embadurnarse el organismo de alcohol o fumarse un paquete de cigarrillos a 3-4 euros el paquete en una larga noche que él denomina de "placer". Esta actitud es considerada como un acto necesario de esparcimiento y alivio de las preocupaciones. Extraña lógica donde las prácticas degradantes se consideran por encima del nivel de aceptación y privilegio que las tareas de desarrollo de la personalidad.

Por si todo este desprecio hacia lo que le otorgaría una entidad más equilibrada y fructífera no fuera poco, podemos añadir al cúmulo de despropósitos el hecho de pasear su incultura como un signo de distinción, más que ocultarla, se vanagloria de ella. Alega tener respuestas para casi cualquier cuestión, ya sea política, religiosa, científica, etc. Lo curioso del caso es que su bagaje literario y científico es insignificante, salvando, eso sí, los cuatro libros que empollaba en la escuela (por obligación que no por gusto) de los cuales vagamente recuerda sus títulos (salvo el Quijote claro está). Ni falta que hace. Los axiomas que defiende a ultranza no suelen soportar un mínimo análisis crítico. Tras tal examen se derrumbarían como muros de arena al azote de una pequeña brisa . Además más que exponerlos con coherencia, los arroja, los vierte como en un acto de desahogo. Y se queda tan ancho, como demuestra el posterior esbozo de una sonrisa de satisfacción. Él y sólo él se muestra poseedor de la verdad absoluta.


Todos son iguales.

Ningún individuo es igual a otro, contempla un aforismo, sin embargo en este programado y libertario ambiente, donde la dictadura de la máquina se disfraza en régimen parlamentario todos acaban semejándose de manera exagerada. La razón es obvia: fueron creados a partir de un patrón común y provistos de los mismos modelos de consumo. Es lo que tiene ese sucedáneo de libertad o autonomía dirigida, que iguala en estupidez a la mayoría de sus componentes, para beneficio y gloria de los que dirigen el cotarro. Así saben que nunca perderán el control de la situación. "Hay que entretener a las masas, para que no piensen, para que no se subleven." "Cuantos más burros sean más fáciles de contentar".


Televisión.


La televisión o la caja boba es el foco tamizador de opiniones por excelencia. Es el eco transmisor de las verdades y dogmas materialistas. Por allí discurren sus apóstoles más reconocidos y preparados para que desbrozan los temas más candentes y de interés general. La televisor es el progenitor al que idolatra, al que acude el individuo consumista para contemplar sus hologramas en movimiento, su simbolismo flácido y amañado. Ella es su sustento, la nave nodriza que le transporta, le eleva, hacia nuevos horizontes de frívolos placeres. Genial invento pero reconvertido en un instrumento maquiavélico u objeto de poder, de control de masas, perfecto para canalizar los intereses de las muchedumbres indecisas.

La programación televisiva es monotemática: una verdadera apología de lo insustancial. El éxtasis y encumbramiento de los rituales superfluos. Es cruelmente banal, aplastante, porque encauza ideales y homogeneiza pensamientos sin aportar criterios de peso. Su influencia en este individuo es tan terrible como esclarecedora. Sus protagonistas son los gurús de la nueva época de luces, y son los sumisos, los tarados sin raciocinio, los que acatan cualquier emisión como válida y digna de atención. Es más, si son de baja estopa, las critican duramente como excusa defensiva de su teórica moralidad y buen gusto, para más tarde inclinarse subrepticiamente a relamerse con su contenido cual hiena que escruta la carroña para atiborrarse de vitaminas ulceradas.

El fin de su bastarda programación es nutrirse de los talentos naturales de los televidentes, sustrayéndoles su ya de por sí parca inteligencia. Aniquilándola lenta pero inexorablemente. Día tras día les va comiendo terreno, haciendo mella en su modo de pensar, erosionando cual hambriento roedor su frágiles estructuras mentales. Así los rodea de una cálida aura o tela de araña que los paraliza en su asiento con el fin de convertirlos en marionetas y asestarles su zarpazo mortal. En esos momentos, sin apenas darse cuenta, se ven desprovistos de voz, voto, o capacidad de decisión, permaneciendo en un estado de dependencia absoluta. Desconocemos con exactitud si viven o vegetan. Bien es cierto que parecen sonreír y respirar. Sin embargo, esa propensión por la tendencia a dejarse llevar resulta ciertamente preocupante. Prueben a desconectarlos del cordón umbilical del diabólico aparatejo para que recobren su original autonomía abandonando su estado de hipnotismo permitido. Aténgase a las consecuencias.

El fin se ha conseguido: reducirles a un dígito en la escala de audiencias, pues la métrica del éxito de todo programa se mide en función de la audiencia obtenida. Al espectador hay que atraparlo, conquistarlo, embelesarlo, pero sobre todo paralizarlo y retenerlo en su asiento. Entretenimiento lo llaman. Cualquier planteamiento al respecto se considera válido: sangre, frivolidad, sexo, violencia, terror, etc. Huelga decir que la orientación educativa es un accidente. Un relleno, una casualidad.

Y nadie en su sano juicio debe carecer de este engendro roedor de conciencias. Si es posible, pantallas de decenas de pulgadas o multiplicar su existencia en cada habitación. ¡Ateo es el que discute su reputación de órgano regulador!

El único poder que le distingue es el mando a distancia: es libre de decidir cómo debe ser amaestrado o entretenido.

La televisión es el medio de propagación de la “contracultura”. Observando la “variedad” de la programación me pregunto ¿La televisión hace al hombre? ¿O es el hombre quien elabora esta bochornosa programación? ¿Es el público quien lo demanda? ¿O es la oferta quien crea al público? ¿Somos frívolos e insulsos de “motu propio” o nos estimulan a que lo seamos? ¿Somos una creación de los medios o somos individuos originales?






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