Vivir como si fuera el último día

Creado: 22/3/2012 | Modificado: 15/5/2012 5927 visitas | Ver todas Añadir comentario



 

Vivir como si fuera el último día.

Cuando uno considera la vida como un acontecimiento único e irrepetible, no puede menos que congratularse por disponer de la oportunidad de disfrutar de los momentos como si fueran los últimos, como si cada uno de ellos contuviera una especie de suerte decisiva sobre el posterior. De actuar como si el tiempo, esa sustancia preciosa que armoniza todo lo visible y que otorga una dirección a nuestra existencia,  se nos escapara de las manos, en un lugar donde las segundas oportunidades escasean y el futuro lejano semeja una quimera inaccesible.

Partiendo de esa concepción de la realidad,  construiremos una nueva jerarquía de valores: defenderemos lo esencial, mantendremos lo necesario y relegaremos a un último plano lo superfluo. Porfiaremos en desvelar esa oculta propiedad mágica que cada instante transporta, esa delicia picante, agria o dulce, de tono suave o enérgico que conforma nuestra pequeña receta o rutina diaria de emociones. Sin embargo, sepa que ese menú emocional sólo es apreciado por los paladares expertos de aquellos individuos arriesgados que se instruyeron con honores en la gastronomía de las sensaciones.

La finalidad en la vida no consiste  en dedicarse a pasear cual individuo errante sin orden ni concierto, o medrar en la escala social para consolidar una reputación de la que enorgullecerse, también debemos ocupar un lapso de tiempo en detenernos unos segundos para percatarnos de la nitidez meridiana de cada imagen, su enigmática constelación de colores, inhalar la brisa temporal coetánea atomizada por millones de individuos, respirar el aire que lentamente se introduce en nuestros pulmones renovando y purificando nuestros órganos internos; distinguir los suaves susurros del viento o sentir con fruición la caída de las cristalinas gotas de lluvia como si ese cálido manto natural que nos abraza fuera próximamente a desintegrarse. Se trata a la vida como a un ser humano, como si este fuera especial, único, insondable, enigmático, perecedero.

Vivir como si fuera el último día es concebir los días como pequeñas andanzas donde la sencillez de sucesos cotidianos, aun repetidos, contienen un sabor refrescante. Es descubrir cada segundo un peculiar detalle que realce la originalidad del momento.

La vida, más que poseída, es poseedora de cada individuo, pero es dirigida por los voluntad de este. Aquella, cual ente vivo, dispone de una oculta y compleja sensibilidad para premiar a quien la adora y castigar a quien la maltrata.  La vida le sonríe al que la acaricia y la respeta, amado por el que la ama, pues es la vida es un soneto de esperanza cuyas líneas se ordenan de manera serena y coherente o se malogra su ortografía debido a la hosquedad del autor sin talento. Sin embargo, la veracidad de estas premisas naturales se ve frecuentemente quebrantada y sometidas a otras leyes, más cáusticas y retorcidas, las que imperan en la frondosa selva plagadas de templos de metal, salvaguarda de los individuos materialistas, y que sin embargo no se basan en los sentimentalismos o la compasión.

Es necesario enhebrar un fuerte vínculo con la vida, asirse a una agarradera que nos impida precipitarnos en el vacío o tedio, empeñarnos en que cada momento que transcurre, aunque no sea de nuestro agrado, se consolide como un componente que revuelve la nada para ofrecernos una suerte de mejora. Y es que los malos tragos son los pilares básicos que sustentan el armazón de una vida consistente. Cada acción se plasma con singularidad en un gran lienzo donde uno poco a poco va pergeñando su peculiar retrato o identidad. Ese esbozo se viste humilde o lujoso con diversos matices de claros y oscuros, y que tomado desde una perspectiva madura, la estratégica posición de los matices oscuros resalta el protagonismo de los claros. Y viceversa. La felicidad viene definida por los contrastes. Así, el padecimiento se antoja necesario para comprender la dicha de su ausencia.

En el reverso de la moneda, aquel que se ve privado de vínculos existenciales, vive con desarraigo, escindido de toda causa racional o pasional, excluido del entusiasmo típico del poeta (o amante) que anhela una presencia reveladora para poder describir y exaltar sus matices sobre el papel, neutralizando su pronta despedida, conservándola cuidadosamente en un frasco literario, para rescatarla posteriormente con el fin de iluminar mentes poco despiertas. La congruencia del amor verdadero, aún efímero, es que nos arrastra hasta los bordes de la realidad y más allá, sublimando límites, obligándonos a afrontar los vértigos de una caída libre sin fin aparente, donde se entrelazan el miedo último y el sosiego en el descomunal amparo de la eternidad.

El desarraigado apenas si transita, más bien se deja llevar, se mueve por impulsos y la estulticia le invade y es más propenso a dejarse seducir, o mas bien arrastrar, por los espectros o vicios presentes en cada lóbrego rincón. Los rojos neones como gránulos en la oscuridad de la noche se erigen como sugestivas atracciones para los desamparados, aburridos o descreídos, persuadidos todos por las imágenes pretenciosas y preciosistas para finalmente caer rendidos como moscas en un panel colmado de miel de rica artificiosidad, la que se ingiere pero nunca sacia.

El absurdo de la existencia procede del desarraigo, de la inconsciencia, y la ineptitud de asociarse con la verdad.

Ese alma errante que no se manifiesta con fruición, que no pestañea, que no multiplica sus emociones compartiéndolas, sino que las divide negándolas, o las oculta reduciéndolas a la mínima expresión, es ese un ser desprovisto del coraje necesario para reconvertir la intrascendencia de la cotidianeidad en un acto de fe. Un ser que reniega del latido de su corazón, que oculta sus sentimientos para volverse unidad indivisible con el frío suelo que pisa, con los objetos a los que rinde pleitesía, acelerando en consecuencia la descomposición de sus tejidos espirituales.  El que no ama, no puede sentirse vivo salvo cuando se arroja a las ciénagas de los placeres denigrantes con el fin de escindirse de las dimensiones físicas, cuando experimenta una llamarada de éxtasis ante el triunfo del ídolo, cuando transgrede las leyes para inmiscuirse momentáneamente en el vientre de un dios menor, o cuando se afana en abastecerse de más y más materiales inertes, creando una simbiosis evolutiva con ellos. Todas estas circunstancias provocan que se acelere su latido, al tiempo que va desprendiéndose de la poca sangre que circula por su organismo, transmutándose lentamente en ente material. El proceso final arroja un caldo de plasma mugriento constituido por fluidos viscosos atravesado en igual proporción por cables y arterias, un desecho coetáneo de este mundo. Lo objetual ya no se diferencia de lo humano o natural. 

Sin un sano acervo de pasiones, el hombre recurrirá a deambular por el orbe material para satisfacer su ego y jamás advertirá ni la bondad ni la belleza de un cielo espumoso que se presenta único para la ocasión, como un esbozo de un universo que espera una mirada de asentimiento y aprobación.

El espíritu humano se admira y se enaltece ante la presencia de todo aquello que que contiene vida y se expresa sin titubeos. Sin despreciar el carrusel de objetos descargados de la nave nodriza tecnología, cederá ante el compromiso de colaborar ante un espectáculo natural  para que este no perezca sino se expanda con más alegría e independencia. Al igual que las representaciones pictóricas de diverso estilo en las espaciosas salas de un gran museo, todas las personas independientemente de su condición son dignas de un espacio vital para mostrarse y emanciparse como una rúbrica de idiosincrasia propia escindida del molde o patrón original.

Sólo entendiendo el fascinante despliegue de ocurrencias de la madre naturaleza, las ilimitadas posibilidades de definición de un rostro humano, la ininterrumpida cascada de fragancias femeninas y cuerpos esbeltos, la decoración artística de su anatomía curvilínea, la excitación de unas palabras románticas inesperadas, las múltiples posibilidades de ejecución de un beso o de una cultivada proposición de amor se puede llegar a la conclusión de que la vida es un acto casual irrepetible, fascinante y moldeable al gusto del consumidor.

La facultad innata de expresarse lo vivido con naturalidad, de restregarse con los ojos cuando se es tomado en consideración, de valorar el propio poder de construir líneas para ser leídas, y ser tu propia mano la que las ejecuta como una extensión de una idea, que tuvo que contender con millones de otros pensamientos para independizarse con exclusividad apelando a la lucidez de un momento propicio para revelarse al mundo; esa facultad maravillosa de manifestarse como un ser inteligente y empático, esa lógica que traspasa lo natural para evadirse como sobrehumana, y que se expande como alma libre nos es propia y debemos hacer buen uso de ella.

Recuerde que hasta los más nimios gestos, desde levantar un dedo, emitir un sollozo o mover un simple párpado, son consecuencia de una evolución con una antigüedad de miles de años. Que la concepción de una nube más que fruto de la casualidad, es un milagro de la naturaleza, un fenómeno primogénito originario en la física del caos.

Las palabras leídas que usted procesa en estos momentos y reverberan en su mente pasan por un enmarañado proceso de asimilación y comprensión cuya explicación no es fácil de describir. La belleza no sólo radica en observar la superficie de un objeto, sino en comprender toda su intrigante complejidad. Y las personas, más que ningún otro criatura sobre la tierra, somos mucho más que apariencias o instantáneas para una exposición. 

La mayor belleza en la armonía de lo simple es su complejidad intrínseca, difícilmente cuantificable.


Resumen.

Trato de decirle que es usted alguien único, al igual que su vida, su existencia, su cuerpo, y su incoherencia o coherencia de llevar su actos a flote. Que vivir es un privilegio y también una responsabilidad. Como persona sensible y racional debe defender las causas que tienen vida por un  amor a sí mismo, y también por un amor trascendente que merece una repercusión: la de imponerse a las pocas amistosas coyunturas de nuestra época.

Usted merece la satisfacción de ser amado, el privilegio de obtener recursos, el placer del recreo y el solaz de la diversión o el súmmum de la excitación, pero del mismo modo lo merecen las demás criaturas, pues la vida por muy escindidas que se vean las y especies, es indivisible. Si la malla de sujeción o naturaleza sobre las que se asientan empieza a  resquebrajarse, la inestabilidad que se deriva lentamente involucra a todas ellas en un plazo menos o menos determinado. Eso significa ni más ni menos, que existe un nexo de unión más o menos aparente entre toda criatura existente que debe ser respetado.

Si llega a entender el fenómeno de la existencia no como una carga sino como un destello místico en un lapso determinado y no se dedica a quejarse por su malograda suerte, quizás su ese pequeño fulgor que le identifica en el universo conocido se intensifique para alumbrarnos como una hermosa y radiante estrella en el firmamento o se apague ineludible y merecidamente para quedar reducida a un triste y sombrío agujero negro.


Conclusiones.


Después de visitar el lado oscuro de la vida y darme cuenta de lo que poseo tiene un valor incalculable, no pasa un día en que me exhorto con seriedad: "No tienes derecho a quejarte, eres un privilegiado, tu mente es privilegiada, tu presente es privilegiado, tus facultades son privilegiadas. Y tu futuro, si sabes hacer buen uso de esas facultades que se te han sido concedidas y no malgastas un segundo emitiendo gimoteos o sollozos, será un lugar hermoso y también... privilegiado."

Yo como todos, sufrí con estoicismo duros reveses, lloré debido a la azotes de la frustración, pero ahora, observando esas agrias situaciones en retrospectiva, la luz del sol adquiere una magnitud diferente, especial, después de las secuelas o trasiegos de la tormenta. Esa radiación luminosa se experimenta con una intensidad y fuerza inusitada, irrigando mi cuerpo con su energía revitalizadora, como si me conectara a la corriente eléctrica universal. En esos momentos, al clarear el día, mientras el sol suspende rigiendo con su omnipotente nitidez, sólo experimento una necesidad: la  de apoderarme del tiempo y columpiarme sobre él. Y continuar respirando.

Siéntanse dichosos si la pena no llama a su puerta, pues la carencia de dolor ni remordimiento también debe entenderse como un motivo de dicha. Recuerdo una frase que planeó durante muchos meses sobre mi mente en aquellos momentos duros de la adolescencia, visitado frecuentemente por la molestia alergia y la consecuente tos: "Sólo pido encontrarme bien de salud. No pido más." Toda esa bruma de negatividad se extinguió y ahora, por ello, me siento en paz conmigo mismo. ¡La dicha no sería dicha si no hubiera dolor con la que compararla!

Usted y sus íntimas circunstancias son acontecimientos irrepetibles. Dé gracias, pues es preferible tener una vida aún mediocre que no disponer de ella, que no tener futuro. Vivir es ya un don de Dios. Sé que desde la suerte de mi actual posición esa afirmación puede resultar arrogante o sencilla de formular, pero no siempre he disfrutado de esta bonanza.

Ahora cuando salga al exterior, explote todo el poder de sus cinco sentidos (¡o 6 si es mujer!): observe, escuche, escuche, olfatee, saboree cada detalle que se le presenta en su peregrinar. Intégrese como un elemento más en el paisaje  observado. Analícese a sí mismo con precisión, imagínese como una obra de arte, no importan los defectos, pues las fallas, es decir la imperfectibilidad, también denota una característica especial y diferenciadora. La uniformidad de lo perfecto acaba por aburrir y es la disgregación del detalle, así como las líneas orográficas imposibles las que denotan ese punto de excelencia que nos distingue y que nos convierte en criaturas únicas.  Recuerde que las composiciones artísticas más afamadas no siempre son las consideradas más bellas a primera vista. Además, si todos fuéramos guapos y con cuerpos simétricos perfectos, la fealdad y los "michelines" pasarían a ser objeto de deseo.

Como dije, estamos vivos, aquí, ahora, la causalidad nos ha unido unos instantes, no desdeñe esa posibilidad como obvia. Estamos vivos y podemos expresarnos, además de miles de formas, con miles de variadas expresiones lingüísticas, verbales o corporales.

Congratúlese de las posibilidades que la civilización y la libertad nos ofrecen. La vida es una aventura que siempre merece ser vivida.

Anexo.

Le aconsejo que lea este evocador anexo extraído de la "Conquista de la Felicidad", de Bertrand Rusell.

"Una persona que haya percibido lo que es la grandeza de alma, aunque sea temporal y brevemente, ya no puede ser feliz si se deja convertir en un ser mezquino, egoísta, atormentado por molestias triviales, con miedo a lo que pueda depararle el destino. La persona capaz de la grandeza de alma abrirá de par en par las ventanas de su mente, dejando que penetren libremente en ella los vientos de todas las partes del universo. Se verá a sí mismo, verá la vida y verá el mundo con toda la verdad que nuestras limitaciones humanas permitan; dándose cuenta de la brevedad e insignificancia de la vida humana, comprenderá también que en las mentes individuales está concentrado todo lo valioso que existe en el universo conocido. Y comprobará que aquel cuya mente es un espejo del mundo llega a ser, en cierto sentido, tan grande como el mundo. Experimentará una profunda alegría al emanciparse de los miedos que agobian al esclavo de las circunstancias, y seguirá siendo feliz en el fondo a pesar de todas las vicisitudes de su vida exterior."






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