Frivolidad y belleza exterior. Crítica
Frivolidad y belleza exterior. Crítica
La frivolidad es la gran virtud postmoderna. Consiste en no tomarse nada excesivamente en serio, en evitar la confrontación dialéctica, en optar por una cultura de la representación por contraposición a la autenticidad como actitud vital. La frivolidad se relaciona íntimamente con la actitud superficial y epidérmica, con la práctica generalizada de la broma y de la boutade, en definitiva, es la antítesis a la profundidad de espíritu y a la seriedad como actitudes vitales.
Algunos filósofos postmodernos, apologistas del denominado pensiero debole, consideran que es la gran virtud que debemos enseñar a los niños en las escuelas, que es fundamental para evitar la caída en formas de fanatismos, intolerancias o fundamentalismos, que se debe cultivar, para ello, un pensamiento frágil, desprovisto de ideas fuertes, de sentimientos que tengan hondura o de creencias excesivamente vividas. La frivolidad tiene que presidir la vida pública, las instituciones educativas y, como no, los ámbitos de comunicación de masas.
Esta tesis, muy extendida y muy practicada, se está imponiendo sutilmente en distintos entornos, de tal modo que todo lo que tiene peso, sustancia, ideología, forma de convicción o de creencia, o bien tenga la expresión de un sentimiento intenso u hondo, debe ser ecualizado y tamizado por la virtud de la frivolidad. .
En ocasiones, se la compara con la templanza, que es virtud cardinal en los tratados de moral tradicional y que, junto a la justicia, la prudencia y la fortaleza se consideraba uno de los cimientos de la construcción moral de la persona. Pero, la frivolidad nada tiene que ver con la templanza, porque la frivolidad es una elocuente expresión moral del relativismo y del permisivismo postmoderno, mientras que la templanza es la capacidad de dominar y de controlar la expresividad del pensamiento, de la vida emocional y del lenguaje, considerando las consecuencias que ello tiene para uno mismo y para el otro.
La templanza nunca jamás es una casualidad, sino que es el resultado de un esfuerzo articulado a lo largo de tiempo, de un entrenamiento espiritual que debe mucho a la tradición estoica de la tranquillitas animae. La templanza no se contrapone a las creencias ni a las convicciones, sino que regula racionalmente la expresión o manifestación de las mismas.
La apología de la frivolidad es, sin embargo, contradictoria. Se explica por reacción al fanatismo y a la barbarie, pero la solución a tales lacras sociales no pasa por el cultivo de la frivolidad, que es su opuesto, sino, por el cultivo de auténticas virtudes, entre ellas, la de la prudencia. Frente a tales manifestaciones, no basta con la tibieza moral, no basta con una actitud tímida y permisiva, sino que se debe adoptar una actitud beligerantemente activa, pero, eso sí, sin sucumbir a ningún tipo de violencia, ni físico, ni psíquico. .
Es evidente que las convicciones pueden ser peligrosas y que un ser humano nutrido por determinadas convicciones de orden político, social, religioso o económico puede convertirse en un arma mortífera, pero no toda convicción es igualmente peligrosa. Además, la sociedad abierta, el mundo civilizado, el Estado de derecho, sólo pueden subsistir como tales si los ciudadanos que los integran viven en su interioridad una constelación de convicciones fundamentales como el respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad, como el sentido de tolerancia y de solidaridad para con los grupos más vulnerables del cuerpo social.
La frivolidad no puede ser considerada como una virtud, porque no es un hábito que perfeccione al individuo, sino un mal hábito que, en ocasiones, tiene graves consecuencias. Acaso, ¿Se puede frivolizar el valor de la vida humana? ¿O el valor de la libertad de expresión, de pensamiento, de creencias o de asociación? ¿Se puede frivolizar el deber de tolerar al otro? ¿Se puede frivolizar o banalizar el mal del inocente, el sufrimiento de un ser humano? ¿Se puede banalizar la muerte de un ser amado?
La frivolidad puede tolerarse cuando lo que está en juego no afecta las estructuras, ni los ejes fundamentales del tipo de sociedades que hemos construido, pero cuando uno se ríe o banaliza determinados núcleos conceptuales o valores esenciales de la vida democrática, la frivolidad se convierte en una pesadilla. Para el frívolo no tiene sentido la diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo categórico y lo anecdótico, pues todo ello forma parte del mismo universo insoportablemente leve. Y, sin embargo, no es así, pues no todo tiene el mismo valor en la vida humana. Además, el frívolo incurre en una contradicción lógica. Si es consecuente con su actitud, debe evitar de caer en la defensa beligerante de la frivolidad; tiene que ser igualmente frívolo y aceptar que otro pueda considerar frívolamente su frivolidad. Paradójicamente, se desarrollan apologías de la frivolidad con una intensidad y celo que no dejan de maravillarnos.
La sociedad futura depende, esencialmente, de los procesos educativos que ahora y aquí tienen lugar, en las familias y en las escuelas. No debemos permitir, de ningún modo, la extensión de la frivolidad, ni la imposición de un pensamiento débil a las generaciones venideras, sino que debemos comunicar las convicciones elementales, los valores morales mínimos, debemos garantizar su arraigo y su apropiación, pues sólo, de este modo, se puede esperar razonablemente calidad social, moral y política para nuestras sociedades futuras.
Texto extraído de: Fluvium.org
Frivolidad y belleza exterior. El rostro oscuro de la belleza estética.
Existe algo de liberador en la frivolidad y la belleza exterior. Aquella se
antoja indispensable en cuanto que se opone al fanatismo bárbaro y destructivo.
Porque tras un intenso esfuerzo proviene el solaz y los temas
tratados con frivolidad relajan la mente, permitiendo retomar el trabajo con
nuevos bríos.
Lo inquietante de la belleza exterior es su halo oscuro y traicionero. Ese canto de sirenas hipnotizador, que atrae, atrapa,
convulsiona, que nos confunde y rara vez nos orienta por rectos caminos. Arma de doble filo
que excita los impulsos más primarios, impidiendo la proyección progresiva
de una voluntad más rocosa, menos voluble y antojadiza.
Para apreciar un objeto o persona bella estéticamente, al igual que para rendir
culto por los valores materiales, no
se precisa ningún tipo de formación moral, ni siquiera se requiere albergar un
mínimo sentimiento interno de bondad.
Tal fervor por lo vacuo nos emparenta con las personas más abyectas, crueles y déspotas pues estas suelen actuar obedeciendo a sus instintos
primarios: deseo
de poder, sexo, amor por lo inerte, etc. Así, compartiríamos esos rasgos con ellas: ese supuesto "buen gusto"
por "lo bello". Por oposición, para adjudicarnos el valor de
presentar como fundamentales otros rasgos identificativos de la personalidad,
que constituyen el verdadero rostro de cada individuo, sí es ineludible una
coherencia del pensamiento y una catadura moral. Justamente son esas las facultades que
nos permiten discernir lo bueno de lo malo, lo superficial de lo trascendente, lo
auténtico de lo aparente y que constituyen los ingredientes básicos para el cultivo de
personas íntegras, reduciendo el número de injustos, crueles,
bárbaros, delincuentes y de la gente sin escrúpulos. Gente sin corazón que se
alimentan de brebajes y pócimas insaludables o neutras.
Desgraciadamente, es esa perfección anatómica que acompleja, embelesa y
atemoriza la que hoy (y siempre, para qué negarlo) gobierna el obre y rige con
su látigo de cachemir, agitándose con petulante ligereza como un animal de
presa. Que debe ser cazada. Su exposición se torna obligatoria, pues su valor es
directamente proporcional al número de personas que la observan. La más deslumbrante, la
de mayor rango,
es la que más adeptos atesora. Gusta de asociarse como fetiche en todo acontecimiento lúdico o pomposo,
así puede lucirse a su antojo y alcanzar su máximo esplendor.
Pero por mucho que nos pese, y aunque nos disguste aceptarlo, son
los valores originarios de la belleza interior y los
individuos que los defienden los que impiden que este mundo convulsione y se
autodestruya. Ellos son los pilares que sostienen el mundo. Nuestro sustento. Esas cualidades del alma que minimizan el aspecto físico otorgando
prioridad a virtudes como la solidaridad, altruismo, sinceridad, honradez, cooperación,
inteligencia constructiva, etc.
Es esta una batalla sin cuartel desde el principio de los tiempos, una crucial y
dura partida
en que los más débiles cumplirán su papel de perdedores o espectadores al margen.
Si la belleza exterior extiende su imperio, si nadie repara o, mejor, impide su
imparable avance, cualquier acontecimiento de carácter negativo cabe
esperar. Sepan que una pequeña descompensación de preferencias multiplicado por
el apoyo de millones de personas genera un terrorífico mal que además sirve como
punto de partida para que los descendientes imiten a sus antecesores prolongando
el mismo cúmulo de despropósitos. De sus vástagos idólatras no se espera ni respaldo ni apoyo,
son demasiado sumisos y esclavos de sus pasiones como para que analicen la
veracidad de esta "palabrería o filosofía
barata", como suelen denominarla. Entre el culto desmedido (léase con
atención el adjetivo "desmedido") al dinero, a
los "peloteros" (los que juegan con una pelota) o la exaltación de la "mujer
objeto" de turno, contamos con una marabunta de individuos de de
dimensiones incalculables.
En mi vida he tenido la suerte de recopilar miles de experiencias, algunas las
catalogaría de esenciales, otras simplemente accesorias. La conclusión que
extraigo es que de la contemplación y compañía de las imágenes bellas y
triunfadoras he obtenido más entretenimiento y diversión que verdaderos
estímulos. Sentimientos que
considero fundamentales... para llenar algunos ratos de ocio en los que no me
apetece hacer servir mi querido cerebro.
Por el contrario, el esfuerzo constante, la reflexión y la lectura de individuos
de los cuales su belleza exterior era irrelevante, pues su imagen no me era
accesible, ha
aportado un caudal de vigor a mi carácter difícilmente mensurable. Ninguna
idolatría le excusaré a la maravillosa mujer de turno de breve atuendo, generoso
escote y rostro resplandeciente. Sobre la mayoría de ellas, sólo sé que no sé
nada. Nada de quiénes son y en qué piensan o creen. Es decir no sé nada. Sólo me
resta su apariencia: poco bagaje como para sentirme atraídos por ellas, no como
personas, sí como cuerpos.
Curiosamente, tampoco mi deuda
con el sexo es apreciable. El sexo es un maravilloso invento, fantástico,
con un impacto arrollador, tranquilizador después de su desenlace y liberador de descargas, relajante e
incluso reconstituyente. ¡Qué organismo no agradece una buena velada de sexo! Pero no logra colmar hoy
día más
que un porcentaje insuficiente de mis exigencias.
En cierta ocasión escuché a un escritor de
relumbrón mencionar cierto aforismo teóricamente descriptivo de la naturaleza
humana: "En el fondo no somos más que criaturas sexuales.". Teniendo
en cuenta la coyuntura social en la que vivimos, la lectura de tal frase dista
mucho de producirme escalofríos: no me escandaliza. La presunta
contradicción estriba en que su autoría procede de un reputado literato,
supuestamente con un interior mucho más cuidado. De ese modo su veracidad toma
tintes desalentadores. Creo, en este caso, que mi misión sería reprenderle
afirmando con rotundidad que existen muchas personas cuya identidad no se
circunscribe únicamente a la tríada: carne, cartílagos y huesos. Sé que para
otros, el sexo, la apariencia y el dinero constituyan su emblema o carta de
presentación. No me incluyo en ese numerosísimo grupo de individuos. Los alumnos
de esta filosofía de vida son ciertamente mucho más que un entramado de carne,
músculos y huesos. Es el corazón (amor) lo que nos impulsa y el cerebro (Razón,
conocimiento) lo brújula que nos guía.
Es decir, la personalidad del hombre de carácter rinde tributo a la belleza
interior y las cualidades que derivan de ella. La retahíla de sirenas
semidesnudas, así como demás iconos publicitarios, son un auténtico muro frente a las criaturas sin rostros ni
figuras apreciables dotados de un inmenso corazón, o aquellas en que la apariencia no resultaba importante frente a sus
palabras o actos.
Mi conclusión es que no
se debe reverencia ni otorgar demasiada importancia a un adorno o figura bella
so pena de terminar como los idólatras de las épocas de Moisés,
henchidos de alcohol y encadenados a los pies de itinerantes y deslumbrantes
becerros de oro. Las resacas de estas actitudes aún se dejan sentir.
La frivolidad es la virtud del hombre desabrido que riega la sociedad con su
sustancia sin sustancia, una "virtud" henchida de un vacío gaseoso que sólo sacia
esporádicamente hasta que las burbujas contenedoras se volatilizan,
desperdigándose. Un "virtud" dependiente y recurrente.
Conclusiones.
Nadie puede ser tan serio como tomarse todas las cosas a la tremenda, pero de la
seriedad, de la sensatez y la compostura hemos pasado al abismo de los opuestos.
La gente ha desechado como inútil el hábito de la lectura, y no concibe los
procesos de reflexión como provechosos. Estas tareas ahora se estiman como
obligatorias y
tienen como fin aprobar asignaturas, o recuperarse de algún achaque (el dolor
siempre obliga al individuo a reflexionar sobre las circunstancias que le han
abocado a esa situación).
Las religiones, por otra, en raras ocasiones ofrecen respuestas coherentes, y la sociedad no ofrece alternativas
salvo para el esparcimiento. Así, todos
acaban refugiándose en la diversión que les proporcionan los medios y toman
instantáneamente las verdades que allí proceden como intocables.
Esta
sociedad ha tomado un rumbo divergente y se encamina por veredas luminosas
traicioneras, caminos repletos de trampas con finales abruptos en precipicios no
señalizados. Ni siquiera la vuelta atrás se antoja fácil. Individuos vagabundos
contemplo por miles, implorando por la presencia guías que les orienten
y así retomar la rectitud en sus vidas.
No comprender el significado de estos párrafos conlleva abocarnos a todos los
sucesos que de nuestras debilidades e ignorancia se desprenden: léase
injusticias, machismo, decepción, y una infinidad de malsanas actitudes que
sumadas han instaurado un nuevo estado de vacío y falta de espiritualidad,
cuando no de desolación. No hemos cambiado nada, seguimos siendo los mismas
débiles criaturas que tropiezan en la misma piedra, que muerden la manzana de la
discordia sin pensar en las consecuencias, para acabar con la sempiterna
lamento: "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me está ocurriendo esto?"
Resumen / Consejos.
Cualquiera que piense me mueve alguna motivación surgida de algún conflicto
anterior o algún tipo de venganza contra la belleza física, las mujeres hermosas
o el dinero, ciertamente me toma por idiota. Tampoco la envidia de su posesión.
Sólo les diré que en absoluto puedo quejarme al respecto. Puedo manejarme con
una sana objetividad en estas lides: carezco de la ofuscación que generan los
prejuicios como para enturbiar mis opiniones o dirigirlas por senderos tortuosos
donde se entremezclen represalias personales. Lo que expongo no son simples
valoraciones personales, son verdades universales inherentes al género humano.
La frivolidad, si no se torna el centro en nuestra vida, es un recurso
validísimo. Esencial. El problema, de una gravedad acuciante, viene dado en que
hoy en día imperan demasiadas actitudes cuyo valor intrínseco es casi nulo pero
que, detentadas por individuos considerados "sobrehumanos", se consolidan como
pilares fundamentales de una educación cada vez más frágil y voluble. Eso repercute de manera ineludible en
comportamientos que no aportan nada o muy poco a la sociedad en cuanto a su
relación con los valores morales. Mas bien la degradan.
Todos desearíamos tener una compañero atractivo o un sueldo sustancioso. La
cuestión principal subyacente es si nuestro filosofía de entender la vida nos
guiará por el sendero correcto para culminar esos, nuestros sueños de posesión. Desde
eate blog les
invito a reflexionar de un modo diferente para
que adquieran el poder suficiente para disponer de ambos... y mucho, pero mucho
más de lo que hayan imaginado nunca.
Nunca jamás pierdan el sentido del humor, ni olviden evadirse, deslizándose
furtivamente cuesta abajo para caer sobre el suave manto que
representan los cielos despejados y los céspedes artificiales, donde todo es
etéreo, bello y fascinante. No obstante, si sus ambiciones, como las mías, son máximas y variadas,
deberán ponerse el mono de trabajo y no dejarse seducir como bobos por el carrusel de imágenes publicitarias
por muy excitantes que les resulten. Acabarán por no diferenciarse de la oveja
vecina del misma manada, cuyo rudimentaria capacidad de expresión viene
constituida por una pequeña variedad de tonos y variaciones de un "¡beee!".
Yo en su posición, escribiría en una pizarra cada una de mis metas, y empezaría a merecérmelas día a día y a buscar a todo aquél individuo que me puede dirigir u orientar para lograrlas. Y no se preocupen por la audiencia del programa cual, o la victoria del equipo cual. Usted, lo quiera o no, para ellos, no es más una cifra decimal en la audiencia televisiva, un puntito colorido dentro de una afición de cientos de miles de espectadores, únicamente una molécula en un gran océano. Así, si prosigue sumido a sus dictámenes, cada día ellos serán más poderosos, mientras que usted perpetuará su condición de individuo insignificante.
Las profecías y deseos del ogro materialista se cumplen a rajatabla: "Al que más tiene, más le has de dar. Al más inteligente, jamás le has de escuchar. Al que se nutre de pasiones frívolas, lo debes de encumbrar."
Deberían plantearse nuevamente quiénes son sus modelos, cuáles son realmente los ideales que transmiten y qué es exactamente lo que les han proporcionado todos ellos. ¿Les compensa y les satisface la recompensa de actor secundario? ¿Sí? Perfecto. Sigan así.
Las conclusiones definirán su futuro, y en global el arquetipo de nuestra futura sociedad. Como digo siempre, la decisión es suya, la vida es suya, yo sólo trato de ilustrarles un poco con mis humildes conocimientos.
Yo opino que usted no es nada en comparación a lo que podría (o pudo) llegar a ser. ¿Y cómo me atrevo a exponer semejante afirmación? Porque si usted es un ser humano (y va a ser que no va a poder librarse jamás de esa condición), podría aseverar sin temor a equivocarme que yo, sin conocerle, sé más cosas de usted de las que usted sabe de sí mismo. Y es que, muchos creen conocerse a sí mismos pero la mayoría, por temor, jamás hundió su cabeza bajo las aguas para ver el difuso retrato de su subconsciente. Sólo a través de la cultura del enfrentamiento se pueden exteriorizar y desvelar tal compendio de dilemas existenciales.
Lo más relevador de las conclusiones a la que se llegan después de años de
sostener tal cultura de enfrentamiento íntimo es:
¡Qué poco sabía de mí mismo, qué poco sé todavía y cuánto me queda por
descubrir!
Conocerse a sí mismo, conocer al ser humano, comprender la
existencia mismo o el futuro de la humanidad... Es todo lo mismo.
Contacto y comentarios
Puedes comentar este texto aquí: Comentarios
También puedes contactar con el administrador en este enlace: Contacto