Crítica al individuo aburrido.
El aburrimiento. Crítica al individuo aburrido.
El
tedio es una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los
ociosos.
Los
aburridos pasan por la vida de puntillas, como no queriendo hacer ruido.
Me
asomo a la ventana, y sólo veo un mundo plagado de sensaciones. ¡Cuán grande
mi apetito de aprendizaje, cuán corta la vida para satisfacerlo!
La misión del individuo aburrido es cercenar el
día, aniquilarlo sin sobresaltos. Por el contrario, una natural maldición se
cierne sobre el individuo curioso y polifacético: la imposibilidad de
culminar todas sus pretensiones de aprendizaje. La curiosidad infinita
únicamente es satisfecha a partir de la disposición de un tiempo no
finito, así que la mayor frustración de los tipos de carácter expansivo y
emprendedor es verse sometido a los designios del tiempo. No les queda otro
remedio que resignarse. El mismo día que dejen de asimilar conocimientos
habrán necesariamente de extinguirse.
El simple acto de aburrirse conlleva un inherente ultraje a la
disponibilidad de nuestras capacidades: al no activarse, se marchitan, se
desperdician. La vida se presenta como demasiado interesante como para
perderse en un lugar donde el frío del vacío arruina cualquier atisbo de
cálidos y sugerentes pálpitos. La disposición y el gusto por la ilustración
y la asimilación de conocimientos y habilidades es una virtud ciertamente
envidiable. Maravillosa.
El arquetipo letárgico, en cuanto a individuo emotivo y activo,
constituye una negación en sí mismo pues sólo ocupa espacio, y cual objeto
inerte se reduce a pieza de un simple decorado, no es actor principal ni
tampoco de él brotan palabras con sustancia ni mucho menos ideas originales.
Todo una afrenta a la teoría darwiniana: no evoluciona.
El aburrimiento constituye la apatía del ser, una pérdida lamentable del
tiempo; psicológicamente no es desarrollo, físicamente es abotargamiento. En
esencia, se cataloga como un auténtico despilfarro: como derramar gota a
gota el elixir de la vida, dejándolo deslizarse suavemente hacia los
desagües. Incluso el sufrimiento prepara para la vida mucho más que la
inactividad, pues este provoca una reacción vital de defensa y de
contracción que no provoca el hastío o el cansancio de vivir. La sensación
de aburrimiento o decaimiento, como afección malsana del espíritu, no
implica ni emancipación física ni emocional. El sufrimiento moldea el
carácter, por el contrario la falta de motivación o desgana nos condena a
transitar sobre la superficie de las cosas, sin profundizar, sin horadar el
terreno, sin llegar al núcleo, al meollo o significado último de la
existencia de cada objeto, disciplina artística, intelectual o deportiva.
El aburrido no negativiza pero tampoco aporta, sólo vegeta; socialmente
es un caso sangrante pues no contribuye al mejora de la sociedad, un ser
rendido a las inclemencias del tiempo, que no lucha, mas bien se cruza de
brazos y contempla con desconcierto los pasajes de la vida transcurrir por
delante de sus narices actuando como si nada le afectara, sin enervarse, sin
pestañear. Es un peatón lento, de marcha pesada, que deambula sin destino
fijo, sin proyecciones vitales dignos de mención.
El tipo lánguido y perezoso no considera la necesidad de una vida
longeva como estimulante, no la soporta; sin embargo, el entusiasta, que es
su contraimagen, desea desplegar las alas de su imaginación y accionar todos
sus recursos para interaccionar con la naturaleza con la finalidad de
confrontar su tierna verdad con la realidad aparente. El entusiasta
experimenta, se cultiva, corre, se implica en proyectos, discute, debate,
medita, contradice, niega, se exalta, pues él mismo se conforma como
denominación íntima del verbo: es acción pura. El entusiasta es la carga o
detonador, el que transforma el entorno y a sí mismo, un forma evolutiva
inteligente que convive en simbiosis con su entorno y se alimenta de él, al
tiempo que lo perfecciona; el individuo letárgico, insípido, cáustico
simboliza la mecha, un triste y extático cable, cuyo albedrío pertenece a la
voluntad del viento. Sólo los golpes del azar dirigirán sus movimientos.
El entusiasta es una probeta de ensayo en permanente ebullición, un
conflicto para la perdurabilidad de leyes inmutables, pues aquel no sólo
pone en tela de juicio sus potencias, también revela los defectos de la
sociedad. Cargado de esencias dispares, mezclas sin confirmar, se arrima a
la eternidad en cada instante en que cruza la frontera de lo desconocido.
Los inteligentes y audaces construyen sobre la nada, despertando con
fruición sus fragmentos de genio. Y es que la agudeza del genio no es
alquimia elegante procedente de afortunada genealogía, sino que es extracto
originario del empeño constante. De un 99% de transpiración consecuente.
Todos tenemos algo de genios, pero la pereza y la falta de motivación nos
oculta esa verdad indiscutible.
El tedioso cuando experimenta un deseo, cuando sueña o medita, lo hace
con tan poco fiereza e intensidad que no logra remover sus concepciones
mentales. Idealiza pero sus sueños de triunfo son pura fantasía, luces
ficticias; no ansía, se apasiona, no anhela, sus deseos son meras ilusiones
como orgasmos ligeros que derivan en un final precoz. Adolece de ímpetu,
nervio, le falla la convicción y la seguridad en sí mismo. Todo lo hace con
timidez, con pusilanimidad. No camino enhiesto sino que avanza
dubitativamente arrastrando sus ojos por el suelo como dibujando con la
mirada la línea de un fracaso anticipado. Teme a la decepción y hasta el
triunfo, pues sus glorias son simples días de asueto en el que ningún
estímulo exterior le perturba.
El inactivo e inapetente no puede amar con solvencia, pues el acto de
amor es cómplice de la acción arriesgada, amigo de la revolución y la
sublevación y el aburrido carece de todo estímulo motivador, mas bien
prefiere replegarse sobre sí mismo cual autista que masculla palabras
ininteligibles en su cubil. Si fuera animal se identificaría con un caracol:
parsimonioso que se guarece de las tormentas mundo bajo la concha de
espirales inequívocas. Su falta de amor es la cadena pesada que le hace
transitar con lentitud, como trabado por unos pesados grilletes. Concluimos
en que el aburrido, no estimulado, no puede sentir ningún tipo de pasión, ni
sentimiento intenso, pues de otro modo instantáneamente abandonaría su
estado de fastidiosa ingravidez para colisionar con su imagen antagonista:
se aniquilaría.
Los verdaderos amantes no emiten bostezos ni sufren por anemias de la
inspiración, como mucho de arritmias transitorias controlables. El amante
vive en un estado de efervescencia constante, en un permanente éxtasis de
los sentidos que no duda en exteriorizar. Se defiende del tedio con
entereza, protege su fortaleza y vislumbra sus peligros en lontananza.
Antítesis del malhumorado y quejica, que permanece cautivo en su pequeña
jaula lanzando exabruptos; del pesimista, cuyas verdades del mundo le
acongojan; del agriado, del abatido, siempre bajo de fuerzas; del
melancólico, cuya bilis negra sólo regurgita nostalgias sin sentido; y del
vil, que encuentra en la malevolencia un signo de distinción.
El
amante es el mayor triunfador de la naturaleza.
El sujeto aburrido es un cactus abandonado en un desierto de arena
inmenso, un extraño decorado alojado en un teatro en ruinas, un brote
arraigado en un terreno ingrato, sin atmósferas ni vientos que lo azoten.
Desvalido, se alimenta, respira por obligación, habla pero no conversa,
apenas opina, sólo repite estribillos untados por los convencionalismos, se
une al fervor de las masas, y se licua dentro de ellos cual gota en un
charco de heterogéneos detritos. El apasionado cultiva sobre la superficie
agreste, y en poco tiempo, modifica su aspecto, de árida y gris a verde y
floreciente. No teme a las puyas de las tormentas o huracanes, los desafía;
tampoco a los calores tórridos: ama los contrastes. Entiende las mudanzas
como posibilidades. En suma, siempre se encuentra en guardia para derrotar
los azares atmosféricos o a las paranoias del destino. El monótono sólo gira
su cabeza, a un lado y a otro, para comprobar que todo cumple sus
expectativas de orden. Tras ese soberano y curioso arrebato de energía,
procede a descansar su alma para entrar de nuevo en un estado de catártico
estupor. “Las cosas son como son y no se pueden cambiar” es una de las
típicas frase definitorias del individuo indolente, lastrado por su soberana
inconsciencia.
El aburrido mengua con el transcurso del tiempo, se
escurre y se deseca, envejece deprisa; el entusiasta se mantiene joven,
ágil, y se recrea alegre en sus diferentes etapas de la vida con madurez,
aprendiendo a manejarse en cada situación con entereza. De hecho, el
entusiasta madura con mayor rapidez debido a su disposición diaria de
enfrentarse con su propia imperfección: es consciente de ella, también de
sus múltiples defectos y carencias. Las lecciones aprendidas, valiosísimas,
son directa consecuencia de esa incesante lucha interior. Fracasa a veces,
incluso con frecuencia. No importa: se levanta con mayor presteza. De sus
heridas, de sus marcas en la carne consigna sus leyendas. Se ocupa en sus
pequeñas batallas y las experimenta con intensidad, como si ciertamente el
mundo dependiera de sus actuaciones. Lamenta sus equivocaciones y pasos en
falso, pero ante todo mira al horizonte, cada día más henchido de orgullo. Y
en el acontecer de un nuevo amanecer su alma planea más alto, marchando con
una perspectiva amplísima de sí misma y de su entorno.
El indiferente no soporta grandes cargas ni emocionales ni físicas. Vive
sumido en un estado de permanente lactancia emocional, pues se repite
constantemente en su sufrida cotidianidad. Su imagen es la de una estatua
que se desgasta debido a los roces de la intemperie y que nadie cree
conveniente restaurar. Abatida por los trasiegos de la voluntad de la
naturaleza, poco a poco se resquebraja. Viga gris, hierro carcomido, cenizas
que no harán mella, fluctuando como sombras o borrones mal trazados, sin
relieve.
Aburrimiento es depresión, entusiasmo es brillantez, vigor, viveza,
riesgo, compromiso.
Segunda parte.
Aquellas acciones que requieren de todo nuestro potencial, de todas nuestras
energías son las más recordadas pues nos permiten reconocernos como
individuos. En el fondo todos estamos solos. Así, para no quedar a expensas
de las circunstancias, decidimos batallar, batirnos contra ellas. Es por
ello que las amistades en guerra unen tanto. Dejan huella. Pues la marca
dejada por el compañerismo en el territorio de dolor, dura para siempre.
Una meta que requiera el 100% y más allá de nuestras posibilidades nos
hará escalar posiciones de forma asombrosa. Toda urgencia, toda necesidad
agudiza el ingenio. Prepárense para cambiar el mundo con su único
conocimiento, dispóngase una meta inasequible y verán incrementar su
potencial de un modo inconmensurable.
¿De qué especie forman parte? ¿Son de la clase de decaídos o los
entusiastas y vivaces?, ¿cobardes con orejas gachas o los atrevidos que
miran al frente desafiantes?, ¿obedientes acaso, rebeldes con o sin causa?,
¿cautivos de las circunstancias o líderes locales?, ¿pasivos, secundarios,
idólatras o inquietos y dueños de nuevas tendencias de acción y
pensamiento?, ¿con qué ideologías se identifican?
Dime en lo que crees y te diré quién eres.
El indiferente es un pobre aprendiz de ser humano, ignorante de
las múltiples sensaciones que se pierde; dada la posibilidad ¡única! de
lanzarse a la vida, de zambullirse, y experimentarla, degustarla, lo único
que se le ocurre es repetir comportamientos: “no eres obra original, sino
una reproducción disminuida de valor”. No desea conquistar la eternidad,
sólo languidecer y retribuirse de manera triste y esporádica de los triunfos
de otros. Así se constituye el régimen del anémico: pan y alubias diarias.
Postre como excepción. Tarta jamás: no está hecha la miel para la boca del
asno.
Nadie está condenado a ser un paria, ni el más exitoso de lo hombres tenía
planeado su destino. Una chispa enciende un fuego infinito, una gota de agua
puede provocar una inundación... Unas palabras de un amigo, un libro adquirido,
una película puede constituir el empujoncito certero que cambia la vida de un
individuo.
Tercera parte.
La
ociosidad es la madre de todos los vicios… y de todos los viciosos.
Un individuo carcomido por la sensación de hastío, insatisfecho con el
devenir de los acontecimientos, puede resultar tan peligroso como una
bomba en ignición, pues la manera más rápida de desarmar el vacío
existencial es tirar de elementos externos como el alcohol, el sexo,
drogas, o asociarse con la sinrazón de cualquier excitante y fanático
comportamiento.
Sepan que muchos expertos e historiadores coinciden en afirmar que
muchos de los acontecimientos que desgarraron las delicadas hojas de la
historia fueron emprendidos por individuos aburridos, insatisfechos con
su condición humana. El espíritu nacionalista, el afán de conquista, la
necesidad de poder les movilizaba de manera grandilocuente. Un grupo
numeroso, una sola idea, un tumulto que avanza convencido, un cántico
unísono que levantará a los hombres de sus literas, tronos y butacas y
les devolverá la sensación de intensidad. Dentro de esa vorágine de
voliciones desatadas no existe espacio para la despreocupación,
cualquier movimiento ejercido, cualquier energía dispuesta se canalizará
en un único objetivo: derrotar al enemigo. Así pues, dentro del marco de
una contienda incivilizada, donde la muerte y la gloria infinita se
presentan como recompensas, el aburrimiento y la soledad se volatilizan.
Las guerras, pese a su denigrante condición, unen a los pueblos, y a
pesar de que al final muchos de los componentes resultan devastados por
las heridas, el deber y el honor suplantan el dolor de las pérdidas con
creces.
Los individuos ocupados en tareas constructivas disponen de menos tiempo
para distraerse con pensamientos nocivos: se divierten transmutando el
orden en nuevas formas de perfección estética, léase funcionalidades
tecnológicas en el caso del informático; para extraer colorido, sutiles
líneas de belleza de la nada en el caso del artista. Su sello viene
determinado por sus rasgos de creación, su peculiaridad estriba en el
arte que engendra, en su solvencia para contar cosas, para imaginarlas,
para amañar las reglas o despiezarlas alterando el orden establecido,
para vibrar armónicamente sobre pautas inverosímiles, o levitar con
elegancia cual funambulista arriesgado de puntillas sobre un filamento
invisible; los entusiastas e innovadores son como espíritus acróbatas
que se asoman a las alturas coqueteando con el peligro en forma de
vértigo, los que ejercen labores detectivescas interrogando a la
naturaleza en busca de nuevas pautas.
Si no existen ideales, habrá que crearlos. Los ideales son el motor de la
historia. El ser humano se reconoce a sí mismo en la acción. Y finalmente se
enfrenta a sí mismo cuando se acerca al abismo.
Recuerden, las personas inteligentes utilizan
sus recursos para entretenerse y construir una vida a su gusto, al tiempo que
van quemando etapas. Y quien ha logrado que el aburrimiento no le azote salvo en
contadas ocasiones ya ha encontrado su parte del pastel en la vida.
Entretenimiento y trabajo debe ser todo uno. Nuestro oficio debe ser el de
entretenernos a la vez que aprendemos, a la vez que crecemos… y a la vez que se
nos retribuye por ello.
¿Saben que comparten muchos de los personajes célebres y millonarios? Su
éxito viene fundamentado en la pasión que rinden a su trabajo. Podrían
retirarse, desprenderse de las obligaciones, evadirse a una isla desierta de
tórrido clima, tumbarse en una hamaca colgada entre los troncos de dos
cocoteros, y así dedicarse todo el día a lucir un moreno excepcional. Sin
embargo, desechan todas las atrayentes posibilidades de ocio y deciden
levantarse antes de la salida del sol para emprender sus labores cotidianas cual
vulgar obrero, para llevar adelante sus ideas, sus negocios. Son ejemplos de
entusiasmo. Trabajan, se exponen al fracaso, pero fundamentalmente, hacen lo que
les gusta. Para ellos su trabajo es su mayor entretenimiento, su mayor pasión.
Ese es el fin: entusiasmarse con lo que se hace, hallar la esencia, los secretos
guardados en cada tarea, pues todas las cosas poseen un encanto íntimo oculto al
observador neófito. Sólo es necesario localizar la perspectiva adecuada, la que
capta la radicación de ese brillo primigenio. ¿Cómo enfocar nuestro ojos para
habilitar una vía desde la cual apreciarlo? Si logra encontrar de extraer
belleza y habrá encontrado la fuente de la riqueza espiritual. Así pues, todo
para usted, imagen, persona o cosa contendrá un misterioso encanto que logrará
envolverle y hacerle partícipe de su naturaleza.
Además los entusiastas, los determinados y decididos, si lo son socialmente
siempre resultan más interesantes, y encuentran mejores parejas. Son
efervescentes, cajas de sorpresas, misteriosos, ingeniosos, inteligentes,
dinámicos, optimistas, confiados, autodidactas, etc.
Quizás a usted aburrirse no le parezca tan grave, pero ya sabe, ¡los
individuos pertenecientes a esta filosofía, la del enfrentamiento, deben ser
estimulados a la acción!
Frases inspiradoras sobre el aburrimiento.
Aburrirse
es besar a la muerte.
Ramón González de la Serna
Solemos
perdonar a los que nos aburren, pero no perdonamos a los que aburrimos.
Duque de la Rouchefoucauld
Es
absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora o
aburrida.
Oscar Wilde
El
tedio es una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los ociosos.
Concepción Arenal
El
aburrimiento surge cuando el conformismo domina.
Ross
El
aburrimiento es la suprema expresión de la indiferencia.
Ricardo León
Son
menos nocivos a la felicidad los males que el aburrimiento.
Giacomo Leopardi
El
aburrimiento es una enfermedad cuyo remedio es el trabajo; el placer sólo es un
paliativo.
Duque de Levis
El
tedio es una tristeza sin amor.
Niccolo Tomaseo
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