Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. José Antonio Marina (3)
Las
culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. José
Antonio Marina (3)
Texto:
http://www.ugr.es/~pwlac/G27_Recension-01.html
Por: Sonia Ester Rodríguez García, Becaria FPI. Departamento de Filosofía y
Filosofía Moral. UNED, Madrid.
Tras su obra La inteligencia fracasada, dedicada al estudio de la
inteligencia humana, José Antonio Marina se centra con Las culturas
fracasadas en la inteligencia social, abordando ‑con su estilo siempre tan
cercano y personal‑ temas de gran interés como la relación
individuo-sociedad, el relativismo cultural, la lógica de la evaluación
intercultural y la posibilidad de una ética transcultural.
El ensayo comienza con una sugerente pregunta, "¿Quiere usted ser el
protagonista de este libro?", y la petición del autor, "Por favor,
respóndame al final". Pues, sólo tras la lectura completa se comprender que
el libro tiene como finalidad la conformación de un gran proyecto ético, en
el que todos deberíamos participar. Pero, no adelantemos conclusiones.
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La inteligencia compartida es fruto de una interacción entre inteligencias
individuales ‑aunque no se puede reducir a la mera suma de las mimas‑, que a
la vez recae en ‑por utilizar la expresión orteguiana‑ mi circunstancia. La
inteligencia humana es, por tanto, estructural y funcionalmente social.
Pensamos a partir de la cultura ‑fruto objetivo de la inteligencia social‑ y
de las creencias implícitas en la misma, las cuales utilizamos como
criterios a pesar de que, a menudo, desconocemos su origen. De ahí, la
necesidad de saber "cómo se forman las culturas, si hay una inteligencia
colectiva, si es más o menos potente que la individual, y si podemos esperar
sensatamente un futuro acogedor" (p. 17).
La inteligencia compartida produce siempre efectos subjetivos ‑ayuda a la
satisfacción de necesidades y metas, así como a la generación de
ocurrencias‑ y objetivos ‑produce objetividades independientes de los actos
físicos y psicológicos de los que emerge‑.
Estos últimos de especial
relevancia pues de la interacción de inteligencias personales emergen
significados y entidades simbólicas, como el lenguaje, las costumbres, las
instituciones, etc.
Marina comienza analizando la interacción de grupos pequeños ‑desde la
conversación, la relación amorosa, la familia y el equipo hasta la ciudad‑
para, con un progresivo proceso de complejización, pasar al estudio de la
inteligencia social de órdenes extensos. El riesgo en estas interacciones
siempre es el mismo: la posibilidad de una fractura intelectual, al no poder
compatibilizar ni articular adecuadamente la inteligencia individual ‑y sus
intereses, habría que añadir‑ y la inteligencia compartida.
Centrándonos en el orden más extenso, la sociedad, podemos decir que la
inteligencia social es la inteligencia compartida por grupos extensos y su
creación objetiva es la cultura.
En el ser humano ‑nos dice Marina‑ existen cuatro deseos fundamentales:
sobrevivir, disfrutar, vincularse socialmente y ampliar sus posibilidades
vitales.
Estos deseos originan una serie de problemas (de convivencia)
universales de los cuales el autor señala nueve: 1) el valor de la vida, 2)
la producción y posesión de bienes, 3) la participación en el poder, 4) la
relación individuo-comunidad, 5) la resolución de conflictos, 6) la
sexualidad y la familia, 7) el cuidado de los débiles, 8) el trato con los
extranjeros, y 9) la relación con el más allá.
A la luz de este análisis, la cultura es entendida por el autor como el
conjunto de soluciones comunitarias a estos problemas. Estas soluciones se
concretan en "instituciones, códigos morales, sistemas jurídicos y
educativos, costumbres, creencias sociales, sentimientos culturales, modas"
(p. 77). Y es precisamente aquí donde surge la necesidad de una teoría
crítica de la inteligencia social y de sus creaciones culturales, ya que
seguimos normas de las que desconocemos su origen y, en ocasiones, su
pertinencia y adecuación. El objetivo de la teoría crítica de la
inteligencia social es el estudio de la génesis de las diferentes
concepciones culturales. Esta teoría debe completarse con una pedagogía de
la inteligencia social que permita la evaluación del grado de pertinencia y
adecuación de dichas concepciones.
La sociedad inteligente ‑talentosa, si nos remitimos al subtítulo del libro‑
es aquella que ofrece buenas soluciones a estos problemas universales, es
decir, ayuda a solventar obstáculos y a alcanzar las metas propuestas. En
contraposición, serán sociedades estúpidas, fracasadas, aquellas que crean
más problemas de los que resuelven, destruyen el capital comunitario y
limitan las posibilidades vitales de sus ciudadanos. Nuevamente, el peligro
reside en esa fractura intelectual que se puede producir entre la
inteligencia individual y la social.
A través del aprendizaje de la cultura el ser humano adquiere creencias,
sentimientos, motivaciones, identidad personal y social, y la "voz de la
conciencia". Es a estos dos últimos aspectos a los que el autor presta mayor
atención. El reto de la cultura es "fomentar un modo de ser sujeto capaz de superar el concepto de libertad desvinculada, y de encontrar nuevas fuentes de posibilidad ‑es decir‑ de esperanza en la relación con los demás" (p. 145). |
Por otra parte, las normas morales, los sentimientos y las ideologías
implícitas en la cultura operan en el individuo a través de la "voz de la
conciencia". Será tarea de la teoría crítica de la inteligencia social
comprobar si pueden ser justificadas reflexivamente.
Toda sociedad crea su propia moral, es decir, las normas morales son
establecidas por la inteligencia social. Siguiendo la propuesta de Fukuyama,
Marina diferencia cuatro tipos de normas morales ‑combinando las coordenadas
espontáneas/ jerárquicas y no racionales/ racionales‑: normas espontáneas no
racionales (por ejemplo, el incesto), normas espontáneas racionales (como el
comercio o el derecho consuetudinario), normas jerárquicas no racionales
(por ejemplo, aquellas que emanan de un líder religioso) y normas
jerárquicas racionales (como las leyes). El objetivo de esta clasificación
es comprobar la génesis de las normas morales, que comúnmente aceptamos sin
cuestionar.
Pero, para evaluar las normas morales es preciso atender a su lógica
interna, en la que ‑siguiendo a Marina‑ podemos encontrar cuatro constantes:
1) la aparición de movimientos críticos contra las normas, sus fundamentos y
sus celadores.
2) la modificación de la moral a partir de cambios en las
creencias.
3) la génesis de problemas morales de difícil solución por
cambios económicos, sociales y /o culturales.
4) la puesta en tela de
juicio de la propia moralidad como consecuencia del contacto con otras
culturas y sus morales.
Atendiendo a estas, Marina formula su ley del progreso ético de la sociedad
vinculada, ahora, a la inteligencia social: a partir de la interacción de
individuos liberados de los cinco grandes deformadores sociales ‑a saber, la
pobreza, la ignorancia, el miedo, el dogmatismo y el odio al vecino‑, la
inteligencia social evolucionaría hacia "un sistema normativo que se
caracteriza, al menos, por defender los derechos individuales, el rechazo a
las desigualdades no justificadas, la participación en el poder político,
las seguridades jurídicas, la racionalidad como modo de resolver conflictos,
la función social de la propiedad y las políticas de ayuda" (p. 168).
Es decir, emerge una ética deseable ‑una moral transcultural universal,
fruto de la inteligencia social de la humanidad‑, pues la ética es "la mejor
herramienta social para proteger la riqueza de las naciones, su creatividad,
sus peculiaridades, su capital social" (p. 171).
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