Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. José Antonio Marina (2)
Las
culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. José
Antonio Marina (2)
Texto:
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/28320/Las_culturas_fracasadas_El_talento_y_la_estupidez_de_las_sociedades
Nuestra sociedad ha olvidado a los maestros de escuela, pero los maestros de
escuela siguen trabajando en el aula, apurando al máximo su ingenio, pues
saben que una buena parte del porvenir depende de su talento para educar.
José Antonio Marina nunca ha ocultado su vocación pedagógica. Su obra no es
el reflejo de una carrera académica, sino de un esfuerzo denodado por
enseñar. Enseñar a pensar, rehuyendo el dogmatismo y la autocomplacencia.
Enseñar a discrepar, sin desembocar en enconos cainitas. Enseñar a integrar
y no a marginar.
Las culturas fracasadas es un brillante estudio de la
inteligencia colectiva, donde se aborda la dimensión social de nuestras
funciones cognitivas. No somos hormigas, pero concertamos nuestros actos
para enfrentarnos al medio y sobrevivir. Ser hormiga es menos complicado que
ser hombre. Nuestra inteligencia no está determinada por una rígida
programación genética, sino por infinidad de variables, que nos han
permitido construir el concepto de cultura.
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El relativismo cultural refutó la posibilidad de hallar un criterio para
medir las diferentes formas de organización social. José Antonio Marina se
rebela contra esa simplificación, alegando que la inteligencia personal
puede evaluar la inteligencia social. Las sociedades que propician la
transformación del individuo en masa, que no respetan el necesario
equilibrio entre identidad personal y colectiva y que menoscaban la
iniciativa, la responsabilidad y la creatividad individual, son claramente
deficitarias. Los totalitarismos del siglo XX son el ejemplo perfecto de
este fracaso de la inteligencia social. Todos aspiramos a vivir en
sociedades inteligentes. Ese objetivo es irrealizable sin la invención de
normas, que son el fundamento del comercio, la familia, la religión y el
derecho.
Se puede afirmar que hay una convergencia en la evolución normativa. La
pobreza, la ignorancia, el miedo o el dogmatismo son indicadores que nos
permiten medir el grado de excelencia de una cultura. Marina rescata una vez
más el proyecto de una ética mundial. Es una meta posible y probable. Si hay
un progreso, ¿por qué la historia se atasca en guerras o genocidios? La
educación no se puede basar en una obediencia ciega, pues mata el
pensamiento crítico y nos devuelve al automatismo de las hormigas.
La
respuesta de Marina nos recuerda la tesis de Michael Haneke en "La cinta
blanca (2009)", una película espeluznante y hermosa que establece una
relación causal entre la educación represiva y el totalitarismo. Casi todos
los criminales nazis eran hombres pavorosamente normales en una sociedad
donde se había pisoteado la justicia en nombre de la autoridad. ¿Hay alguna
forma de evitar que esto se repita? Marina invoca el principio de dignidad
como el mejor invento del pensamiento. La dignidad no es un bien natural. Es
un bien cultural, pero su preservación no depende de lo que escriban los
filósofos. Dependen de los lectores, de los individuos.
Por eso, Marina concluye su obra con una serie de preguntas que nos
recuerdan nuestra responsabilidad en la realización de una sociedad donde
todos los hombres sean siempre un fin y nunca un medio. Las culturas
fracasadas es la última entrega de un proyecto inédito en el pensamiento
español. Al igual que Ortega, Marina pertenece a la estirpe de los filósofos
con estilo de literatos, pero también se caracteriza por una tenacidad
sistemática. Es la tenacidad del maestro de escuela, que trabaja diariamente
para que sus alumnos no abandonen el aula sin una brizna de esperanza.
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