La sagrada estructura en la sociedad consumista - capitalista
La sagrada estructura en la sociedad consumista - capitalista
Texto:
http://old.kaosenlared.net/noticia/sagrada-estructura-sociedad-consumista-capitalista
Parte I
Hace algún tiempo que vengo hablando de la actual sociedad
consumista-capitalista en términos de una sociedad de carácter religioso[1]. El
consumismo-capitalismo, nueva religión de masas del siglo XXI, habría venido a
sustituir, según este análisis, y desde una perspectiva funcional, a los
antiguos modelos religiosos fundamentados en una relación causal con lo
sobrenatural (el Dios o los Dioses).
Una sociedad, por tanto, que, al igual que
ocurriera en las antiguas sociedades religiosas, tiene en última instancia una
fundamentación sagrada, es decir, una fundamentación divino-simbólica,
incuestionable y absoluta, a partir de la cual se consigue anclar el
funcionamiento mismo de la sociedad, así como las relaciones sociales, políticas
y económicas que dentro de ella desarrollan los individuos que la habitan.
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Lo sagrado, lo sacralizado, a pesar de que durante siglos fue patrimonio
exclusivo de lo sobrenatural (Dios o similares), en una definición
científicamente ampliada a través de la antropología y sus estudios históricos
comparativos, debe ser entendido como un fenómeno cultural –construido
socialmente- que puede ir, en consecuencia, más allá de esta correlación de
factores, incluso llegando a desvincularse por completo de dicha asociación con
lo sobrenatural[2]. Tomaremos como base la definición que el Antropólogo y
profesor de la Universidad de Sevilla Isidoro Moreno[3] nos proporciona:
“El ámbito de lo sagrado es el ámbito de los absolutos sociales, aquel cuyos
contenidos se autolegitiman sin cuestionamiento racional posible, (…) aquello
que funciona como núcleo de la integración social y elemento central de la
legitimación de la sociedad misma (…) Lo sagrado es, así, el núcleo duro que
estructura la sociedad y moviliza emocionalmente a los individuos hacia
objetivos determinados, que son percibidos como los centrales a conseguir, y
respecto a los que la vida cotidiana cobra un sentido, a pesar de sus
incoherencias y aparentes absurdos”.
Lo sagrado sería así el fundamento último que sustenta el funcionamiento de una
sociedad determinada, el referente primero y final del cual se hacen emanar los
principios fundamentales sobre los que se ancla el desarrollo de las relaciones
sociales, económicas, políticas y morales de una colectividad social específica,
y de cuyos rayos de luz celestial se nutren la cultura, las leyes y los valores
sociales para su existencia y funcionamiento dentro de esa determinada sociedad.
Parte II
Que en una determinada sociedad el elemento sacro represente un conjunto de
referencias a elementos sobrenaturales (como era el caso de las tradicionales
sociedades religiosas) no implica en ningún caso que tal estructura sagrada deje
de ser, desde una perspectiva científica, una construcción social. De hecho,
incluso entre las principales religiones tradicionales la palabra de Dios ha
sido revelada al hombre a través de sus profetas, quienes en última instancia la
predican, la sistematizan y la esparcen por el mundo, construyendo así
socialmente el ámbito de lo sagrado, aunque para ello se parta desde las
supuestamente originarias palabras de Dios. Pero, en cualquier caso, no es Dios
mismo quien acaba por determinar su cualidad de elemento sacro, sino que son los
hombres quienes, en última instancia, hacen de la palabra de Dios el centro y
referencia de sus vidas y de Dios mismo la fuente de la que emanan sus
creencias, sus valores y sus leyes morales y jurídicas.
Así lo sagrado, sea cual fuere su formato, es siempre una construcción social
que responde a los códigos simbólicos de la cultura humana, independientemente
de que sea o no verdadera la existencia última del elemento simbólico que se use
para tal sacralización. Dios podría existir o no existir, pero su sacralización
jamás podría haberse llevado a cabo sin la intermediación del hombre, sin la
necesidad de un proceso de construcción social en el cual el hombre hace de su
figura y de su palabra verdades absolutas, hasta situarlas en la base misma del
funcionamiento de la sociedad.
Es importante resaltar este hecho ya que, como en toda construcción social que
se tercie, la sacralización de una determinada figura no está libre de intereses
y finalidades de un cariz mundano, o, dicho en otras palabras, no puede estar
jamás libre de la relación establecida, en el marco de una determinada sociedad,
entre sus clases sociales, entre los detentadores de los medios de producción y
los suministradores de la fuerza de trabajo, entre los privilegiados y los
excluidos, entre los explotadores y los explotados. Lo sagrado, guste o no, no
puede quedar nunca al margen de la lucha de clases. Más aun, me atrevería a
decir que es precisamente la lucha de clases el factor clave que en cada momento
histórico determina la existencia concreta de lo sagrado, a través de los
vínculos establecidos, según se desprende de los establecido por el materialismo
histórico, entre la estructrura económica y la superestructura ideológica dondee
finalmente acaba por "habitar" lo sagrado. En este contexto, el
consumismo-capitalismo no es ninguna excepción, todo lo contrario, es más bien
la exaltación simbólica de esta dinámica dialéctica de la sociedad, de esta
batalla entre clases sociales, que se abre o se cierra, según la eficacia y el
poder que el elemento sagrado tenga para con el proceso de alienación de las
clases explotadas.
Parte III
Resulta, pues, que en esta nueva sociedad religiosa se ha pasado de la
preponderancia de la exaltación de Dios como factor de éxito para el desarrollo
de los privilegios de las clases dominantes, a la preponderancia de la
alienación de los ciudadanos en torno a una serie de ideas y conceptos que,
aunque ajenos de toda referencia a lo sobrenatural, han sido igualmente
sacralizados, y que acaban por determinar en última instancia el funcionamiento
de la sociedad, así como el papel que dentro de ella juegan cada una de las
diferentes clases sociales existentes, siempre al servicio, sabiéndolo o no, de
los intereses de las clases burguesas dominantes, especialmente de los intereses
de los detentadores de la propiedad del capital financiero internacional (que a
su vez son poseedores del control de los grandes mercados y dueños de los medios
de comunicación de masas).
De entre estas ideas sacralizadas, que son varias y de diverso tipo, resaltaré,
por su importancia evidente, aquellas que están directamente relacionadas con
aquello que Marx llamase la infraestructura, es decir, con la estructura
económica que determina el funcionamiento de la sociedad, y de la cual brotan
los elementos estructurales y superestructurales. Estas ideas sagradas, a mi
juicio, serían las siguientes:
a) la propiedad privada y el dinero,
b) los modos de producción capitalistas, la racionalidad económica y las leyes
del mercado,
Todos estos conceptos han sido elevados al grado de absoluto por el actual
modelo socio-económico imperante, y dotados de un carácter sagrado que los
colocan en el centro mismo de nuestras vidas, en tanto que éstas están
determinadas por un proceso de aprendizaje cultural que las convierte en
incuestionables.
Parte IV
Empezaremos con el análisis del concepto “propiedad privada”. Sobra decir que la
propiedad privada es actualmente el eje central en torno al cual se organiza
toda la sociedad capitalista. De tal modo esto es así que, podemos decir sin
miedo a equivocarnos, este concepto tiene, tanto en el ámbito de lo simbólico
como en el ámbito de lo legislativo, categoría de certero axioma que no necesita
demostrarse ni contradecirse, y como tal es recogido por la legislación de todo
estado capitalista, que, siguiendo a Locke, directamente reconoce este modo de
propiedad como un derecho inalienable del ser humano. Es por ello, tal vez, que
este concepto deba ser reconocido como el elemento más sagrado de todos aquellos
cuantos componen la estructura simbólica del capitalismo (entendiendo ahora el
término “sagrado” a la manera tradicional). Como todo lo sagrado, es inviolable,
so pena de estar cometiendo un sacrilegio contra los valores más arraigados en
la mentalidad colectiva, que te puede costar muy caro. Las leyes directamente
protegen este derecho, pero, más aún, aquellas personas que se atreven a
cuestionarlo (ya sea desde posiciones políticas o religiosas), son directamente
señalados por los mecanismos de control del sistema como elementos subversivos y
enemigos de la sociedad.
Para los defensores del capitalismo no hay mayor enemigo que aquel que pone en
tela de juicio el sagrado derecho del hombre a la propiedad privada.
Directamente, a través del código simbólico que nos rige se identifica la
propiedad privada con la libertad, de tal manera que el respeto a la propiedad
privada conllevaría asociado el respeto a la libertad, así como su violación
implicaría consecuentemente coartar la libertad. Algunos defensores del
capitalismo incluso han tratado de vincular este derecho con los fundamentos
religiosos propios de sociedades pasadas. El derecho a la propiedad privada, nos
dicen estos sujetos, deriva de la propia naturaleza de las cosas, por lo tanto
del mismo Dios, autor de la naturaleza (esto se demostraría en el hecho de que
dos de los Diez Mandamientos garantizan este derecho: "No robar" y "No codiciar
los bienes ajenos").
Aunque, a decir verdad, han sido las teorías de Locke las que mayor repercusión
han tenido en la defensa y justificación de la existencia de este derecho
sagrado a la propiedad privada. Locke estima que la propiedad privada existe en
el estado de naturaleza, que es anterior a la sociedad civil. La propiedad
privada no sólo beneficia al propietario privadamente, sino a todos los hombres.
Según Locke, es el hombre "industrioso y razonable" -y no la naturaleza- quien
está en el origen de casi todo lo que tiene valor. Por consiguiente, la
propiedad privada es natural y bienhechora, no sólo para el propietario, sino
para el conjunto de la humanidad: "El que se apropia de una tierra mediante su
trabajo no disminuye sino que aumenta los recursos comunes del género
humano"[4].
La propiedad privada debe ser, por tanto, un derecho natural tan primitivo como
el derecho a la vida, a la libertad, a la salud o a la integridad. A raíz de
estos planteamientos, y en vinculación directa con la mentalidad del tener
frente al ser que nos rige, se hace creer a la población, a través de los
códigos simbólicos establecidos como dominantes, que la supresión de la
propiedad privada conmovería no sólo la actividad económica de la sociedad, sino
la propia calidad de vida del individuo. Para ello se transmite la idea de que
el ensueño de adquirir propiedad es lo que suaviza y hace más llevadero la
difícil labor de la vida diaria del sujeto medio. Es, en consecuencia, lo que
hace capaz al hombre, no sólo de atender a las necesidades del momento, sino
también de proveerse para el porvenir, para los días de la vejez, y reunir
fondos para él y para su familia, unos fondos que le han de permitir vivir
cómodamente en el futuro. Este deseo subjetivo sería así lo que le impulsa al
individuo constantemente a trabajar, siendo a su vez lo que le dota de virtudes
de cara al resto de sus conciudadanos.
Por tanto, una vez esta mentalidad tiene arraigo entre la población, se llega al
caso en que de cuestionarse este derecho se estaría cuestionando con ello el
valor mismo de la vida del hombre.
Si el hombre ya no adquiere valor en su ser, sino que tal valor es dependiente
de su tener, la propiedad privada se convierte con ello en objeto de culto para
el individuo, un culto que va más allá del mero hecho de poseer el objeto o la
propiedad de un algo. El sujeto percibe sus posesiones como los más
intrínsecamente suyo, como el fruto más directo de su trabajo, como la
recompensa primera y final por todo el esfuerzo realizado en el desempeño de su
labor. La propiedad privada sería así algo más que una cuestión material, se
convertiría ya en una cuestión espiritual, en tanto que de ella depende el valor
de la persona (ya saben, “tanto tienes, tanto vales”).
También con ello, el culto a la propiedad privada se convierte en el motor
central de la sociedad, ya que no sólo condiciona el valor del hombre, sino que
determina su papel dentro del entramado sociológico. A mayor posesión de
propiedades, mayor valor tendrá el sujeto en cuestión dentro del entramado
político y económico de la sociedad. Esa es la mentalidad que se establece como
hegemónica a través del sistema socio-político-simbólico reinante.
Parte V
Además, en nuestra actual sociedad la propiedad privada se manifiesta a través
de la posesión de bienes, pero también –y podríamos decir que como elemento
principal- a través la posesión de dinero. Es el dinero, en última instancia, el
auténtico motor de la propiedad privada. El dinero se constituye de facto en la
mayor y más tangible expresión de la propiedad privada.
El culto por el “tener” se convierte ante todo en un culto al dinero. Es el
dinero lo que determina, más que las posesiones materiales en sí mismas, el
valor del hombre. La mentalidad reinante pasa a ser de esta manera una lucha por
acumular cada vez más dinero, que no sólo te permitirá adquirir mayores
propiedades, sino que también hará posible tu ascenso de estatus dentro de la
escala social del mundo capitalista. Con dinero se compra la riqueza, se
adquieren las propiedades.
El dinero se endiosa por doquier, se erige en auténtico referente de culto para
los individuos de la sociedad. Se eleva el valor abstracto del dinero al nivel
de un Dios todopoderoso (“todo lo puede el dinero”), acabando por convertir a
las personas en simples vasallos de un Dios que, como tantos otros, nosotros
mismos hemos inventado. El dinero es la máxima expresión del capitalismo, es,
por ello, el arma más efectiva en torno a la cual las clases dominantes han
erigido su modelo de sociedad, tanto en el ámbito del modelo socio-económico
propuesto, como en el ámbito del patrón “ideal” de individuo que se ha gestado.
El dinero es el verdadero elemento fetiche de la sociedad capitalista, el
auténtico símbolo de la nueva sacro-religiosidad dominante. Dentro del panteón
de los Dioses del capitalismo, es el dinero, junto a su Diosa consorte -la
propiedad privada-, el más poderoso de todos ellos (el Zeus – y la Hera- de la
nueva religión consumista-capitalista).
Esto es lo que se ha consagrado en la mentalidad que las personas adquieren en
su proceso de socialización, mediante la interiorización que estos individuos
hacen de los valores sagrados que emanan del código simbólico reinante. A través
de este proceso de interiorización se ha creado el convencimiento en la
población de que el dinero es el único valor, que lo puede todo, y, por tanto,
que es lo que hay que conseguir rápidamente y en fabulosas proporciones, pues
ello será garantía de una vida de éxito (“el dinero da la felicidad”), así como
hará aumentar el valor mismo de la persona (con dinero los sujetos pasan a ser
“gente de bien”).
Tanto es esto así que, caso de tener que escoger un símbolo que representase a
la nueva sociedad consumista-capitalista al modo en como la cruz lo hacía con la
sociedad cristiana de la Edad Media, sin duda el símbolo que escogería para tal
efecto sería el símbolo del dólar ($). Luego sobre él, si quieren, ya podríamos
implantar la cara del tío Sam o la figura de algunos de los más recientes
profetas del capitalismo, pero, sin duda, el símbolo del dólar es el verdadero
icono religioso de nuestros días.
El culto al dinero, la reverencia a la propiedad privada, en definitiva, la
deificación del objeto material y consumista -cualquiera que sea-, es,
seguramente, donde mejor se puede vislumbrar el teísmo que venimos denunciando
como omnipresente en nuestra actual sociedad occidental capitalista, en tanto
que la reverencia al poderoso (al que tiene dinero o tiene el poder económico,
social, político o militar) es la forma de culto por antonomasia, la forma de
culto que más y mejor ejemplifica en todas y cada una de las sociedades habidas
y por haber la esencia religiosa de la misma. Como digo, dinero y propiedad
privada representan para nuestro ámbito de lo sagrado consumista-capitalista, lo
que Zeus y Hera representaban en el ámbito de lo sagrado de la sociedad Griega
Clásica.
Cualquiera que tenga duda sobre el carácter religioso de nuestra actual
sociedad, simplemente que reflexione sobre el papel que juegan dinero y
propiedad privada dentro de la misma, las connotaciones simbólicas que van
asociadas a estos elementos dentro de la mentalidad colectiva que nos rige y nos
dirige, y a partir de ahí que trate de sacar sus propias conclusiones, en
relación con una analogía comparativa con los valores sagrados que han regido
otras sociedades religiosas precedentes (el amor a Dios o el seguimiento de los
valores morales propuestos por los textos sagrados). En todo caso decir, antes
de continuar, que al hablar de propiedad privada es conveniente saber
diferenciar la propiedad privada de los medios de producción y la propiedad
privada de los bienes de uso personal. Mientras que la primera nos parece
aberrante, la segunda nos parece totalmente legítima, siempre y cuando haya sido
obtenida a través de medios legítimos, y no como consecuencia de la explotación
o el robo a otros seres humanos.
Parte VI
Por otro lado, aunque estrechamente relacionado con lo anterior, nuestra actual
sociedad ha sacralizado también el modo de producción capitalista, planteándolo
como único modelo viable para la creación eficiente de riqueza, frente a los
obsoletos modelos dados en otras etapas anteriores de la evolución social, o a
los utópicos y fracasados modelos presentados como alternativos a éste por las
ideologías políticas de izquierdas[5].
Este modo de producción está basado en la propiedad privada de los medios de
producción, aunque el trabajador es jurídicamente libre. En este contexto, la
fuerza de trabajo es la única propiedad que posee el trabajador. El trabajo
genera una plusvalía que no revierte sobre el salario del trabajador, sino que
es apropiada por el capitalista, generando capital. Sus características
esenciales y universales (es decir, comunes a todos los países) y también
específicas (por tratarse de un modo de producción diferente a otros) fueron
analizadas por Marx en su obra “El Capital”. A través de este nuevo modo de
producción, el capitalismo transformó la producción mercantil simple en
producción mercantil capitalista. Así, el objeto del capitalismo, en base a la
relación establecida entre propiedad privada de los medios de producción y
trabajo asalariado, es producir mercancías destinadas al mercado[6].
Las ventajas de este nuevo modo de producción fueron esencialmente la reducción
del tiempo de trabajo mediante la especialización del obrero y la coordinación
en forma de "cadena productiva". Esta baja del tiempo laboral permitió elevar la
productividad, pero a su vez el correcto funcionamiento del ciclo económico se
hacía más dependiente del funcionamiento del mercado, en tanto que la producción
estaba destinada ahora al consumo y no a la satisfacción de las necesidades
básicas del propio trabajador-productor. Surge así la necesidad de racionalizar
todo el proceso productivo[7], es decir, la necesidad de aplicar la
planificación racional de los recursos a utilizar desde el momento mismo de la
elaboración de los productos, al momento de la absorción de estos por el mercado
y sus consumidores. El trabajo mismo se convierte en una mercancía inmersa en
una dinámica de mercado, regulada por las leyes propias del mismo[8].
Parte VII
Consecuentemente a esta nueva situación, el culto a la eficiencia económica se
convierte así en otro elemento fundamental en el desarrollo del capitalismo que,
junto con las leyes del mercado, ha de regir el nuevo espíritu de la época a
través de su integración en el nuevo código simbólico-sagrado que ha de
legitimar el funcionamiento y controlar el devenir de la sociedad occidental
capitalista. Dicho de otra manera, modo de producción capitalista, eficiencia
económica y leyes del mercado pasan a ser elementos indispensables en el proceso
de construcción del nuevo modelo de lo sagrado que ha de servir como elemento
central de la nueva sociedad puesta al servicio de los intereses de las clases
burguesas dominantes.
A raíz de esto, la noción de producción eficiente como aquella que reproduce
eficientemente las fuentes de la riqueza producida —ser humano y naturaleza—, es
negada en el capitalismo y sustituida por aquella que entiende producir más
ganancias con menos costos, a partir de la cual se garantiza una creciente
generación de riqueza que debe acabar por repercutir en beneficio no sólo de los
poseedores de los medios de producción, sino, como hemos dicho, en el global de
la sociedad. Tal es la percepción que los ciudadanos interiorizan del
funcionamiento general de la economía capitalista y sus leyes asociadas. El modo
de producción capitalista no sólo genera beneficios para los poseedores de los
medios de producción, sino que, a través de la acción de estos, lo hace también
para el conjunto de la sociedad, independientemente de la clase social a la cual
pertenezca el individuo.
El capitalismo se convierte así en una nueva utopía (pues promete un crecimiento
ilimitado de la riqueza hasta alcanzar el grado de benefactor para el global de
la población), pero una utopía que tiene un alto costo –por usar su propia
terminología-, social, político y ambiental, al transformarse la racionalidad
que lo fundamenta en un modelo de racionalidad instrumental, donde el valor de
las acciones se obtiene a través de un proceso de optimización entre los
objetivos propuestos y los medios posibles, donde el fin prevalece sobre los
medios, y donde los medios no son más que recursos puestos al servicio de los
fines[9].
Dentro de este marco de racionalidad instrumental, excelentemente analizado por
algunos autores de la Escuela de Frankfurt, todo es válido para el capitalismo
en su afán por ser cada vez más eficiente en la producción y generación de
riqueza (dicho de otro modo, en la producción y generación de beneficios
económicos, políticos y sociales para los poseedores de los medios de
producción). Desde la explotación ilimitada de los recursos de la naturaleza, a
la manipulación de las consciencia de los trabajadores, todo es válido si tiene
como fin la eficiencia económica. Ese es el precio que se ha de pagar de manera
generalizada por aceptar como modo de vida la utopía propuesta por el sistema
consumista-capitalista y esos son, en última instancia, sus resultados más
visibles, que están conduciendo a la humanidad a una situación de crisis global
jamás vista antes en la historia, y que se puede saber en un momento dado como
comenzó, pero que, desde luego, no podemos saber como acabará, aunque las
expectativas, desgraciadamente, no son para nada halagüeñas (la actual situación
de los alimentos en el mundo puede servir como ejemplo perfecto de esto que
digo).
Así, como afirma Bourdieu[10], “vemos cómo la utopía neoliberal tiende a
encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se
impone incluso sobre los gobernantes. Como el marxismo en un tiempo anterior,
con el que en este aspecto tiene mucho en común, esta utopía evoca la creencia
poderosa —la fe del libre comercio— no solo entre quienes viven de ella, como
los financistas, los dueños y gerentes de grandes corporaciones, etc., sino
también entre aquellos que, como altos funcionarios gubernamentales y políticos,
derivan su justificación viviendo de ella. Ellos santifican el poder de los
mercados en nombre de la eficiencia económica, que requiere de la eliminación de
barreras administrativas y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del
capital en su procura de la maximización del lucro individual, que se ha vuelto
un modelo de racionalidad. Quieren bancos centrales independientes. Y predican
la subordinación de los estados nacionales a los requerimientos de la libertad
económica para los mercados, la prohibición de los déficits y la inflación, la
privatización general de los servicios públicos y la reducción de los gastos
públicos y sociales”.
Parte VIII
Así, propiedad privada, dinero, modo de producción capitalista, racionalidad
económica, y leyes de mercado, constituyen el grueso fundamental del modelo
económico que las clases dominantes burguesas han considerado como el más
adecuado para la defensa, mantenimiento y desarrollo de sus intereses y
privilegios de clase.
Por tanto, estas ideas –cargadas de sus respectivas connotaciones simbólicas- se
han acabado por constituir, bajo el empuje de la mano burguesa, y apoyados en la
propaganda, la publicidad y los medios de comunicación de masas, en el núcleo
central de conceptos referenciales sobre el cual estas clases burguesas
dominantes han anclado y desarrollado el proceso de gestación y consolidación de
un nuevo modelo de lo sagrado de carácter hegemónico para la sociedad, modelo
sobre el cual dejar anclado el fundamento de la misma, así como a partir de cual
establecer e integrar en sí mismo el modelo de individuo que más eficientemente
pueda actuar en relación con los fines y objetivos buscados por las clases
dirigentes (un individuo consumista, egoísta, competitivo socialmente, movido
por la racionalidad instrumental y vitalmente aburguesado).
Y no se atreva usted a cuestionar algunas de estas ideas sacralizadas, porque
directamente pasará a ser un proscrito para el sistema, un subversivo y
peligroso individuo al cual se le hará caer encima todo el poderoso peso de la
presión social y la indiferencia de sus conciudadanos, sus burlas y sus sornas,
y, por si esto no fuese suficiente, ándese con ojo con la ley, pues, aunque
parezca lo contrario a primera vista, el consumismo-capitalismo también tiene su
propia inquisición: los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, los
tribunales de orden público y los parlamentos burgueses que legislan según el
gusto del jefe supremo, que para algo financia sus campañas.
Notas:
[1] Consumismo-Capitalismo, la nueva religión de masas del siglo
XXI y La ilusión de la libertad en el Consumismo-Capitalismo: Libres de derecho,
esclavos de hecho.
[2] Isidoro Moreno, ¿Proceso de secularización o pluralidad de sacralidades en
el mundo contemporáneo?, en A, Nesti (ed.) Potenza e impotenza Della memoria.
Tibergraph, Roma, 1998.
[3] Ibid. Pag. 174, 175.
[4] J. Locke. Ensayo sobre el gobierno civil. Prometeo. Buenos Aires. 2005
[5] Según Fukuyama: “En contra de lo que dice Marx, el tipo de sociedad que
permite al hombre producir y consumir la mayor cantidad de productos sobre la
base más igualitaria no es una sociedad comunista, si no una sociedad
capitalista” (F. Fukuyama, El fin de la historia, pag. 193)
[6] "Marx, en 'El Capital', analiza al principio la relación más sencilla,
corriente, fundamental, masiva y común, que se encuentra miles de millones de
veces en la sociedad burguesa: el intercambio de mercancías" explica Vladimir I.
Lenin en "En torno a la cuestión de la dialéctica" (http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915dial.htm
)
[7] Para Schumpeter, “la actitud racional penetra en el espíritu humano ante
todo a causa de la necesidad económica, y yo no vacilo en decir que toda lógica
se deriva del modelo de la decisión económica” (J.A. Schumpeter, Capitalismo,
Socialismo y Democracia, pag, 170).
[8] Actualmente en todas las sociedades capitalistas se acepta sin ningún tabú
la expresión “mercado de trabajo”, que denota esta relación entre propietarios
de los medios de producción y poseedores de la fuerza del trabajo, según la cual
el trabajador vende su fuerza de trabajo al poseedor de los medios de
producción, que éste paga a través de un salario y que utiliza como una
inversión para sacar un posterior beneficio económico en el devenir del proceso
productivo.
[9] La racionalidad instrumental es, por tanto, una aplicación de la razón de
índole funcional, pues configura los medios que permiten conseguir unos fines
razonables en una coyuntura determinada.
[10] Pierre Bourdieu, La esencia del neoliberalismo, Publicado en “Le Monde” en
Diciembre de 1998, y traducido al castellano por Roberto Hernández Montoya.