La sagrada estructura en la sociedad consumista - capitalista

Creado: 24/7/2012 | Modificado: 30/1/2013 3476 visitas | Ver todas Añadir comentario



La sagrada estructura en la sociedad consumista - capitalista

Texto: http://old.kaosenlared.net/noticia/sagrada-estructura-sociedad-consumista-capitalista

Parte I

Hace algún tiempo que vengo hablando de la actual sociedad consumista-capitalista en términos de una sociedad de carácter religioso[1]. El consumismo-capitalismo, nueva religión de masas del siglo XXI, habría venido a sustituir, según este análisis, y desde una perspectiva funcional, a los antiguos modelos religiosos fundamentados en una relación causal con lo sobrenatural (el Dios o los Dioses).

Una sociedad, por tanto, que, al igual que ocurriera en las antiguas sociedades religiosas, tiene en última instancia una fundamentación sagrada, es decir, una fundamentación divino-simbólica, incuestionable y absoluta, a partir de la cual se consigue anclar el funcionamiento mismo de la sociedad, así como las relaciones sociales, políticas y económicas que dentro de ella desarrollan los individuos que la habitan.



Lo sagrado, lo sacralizado, a pesar de que durante siglos fue patrimonio exclusivo de lo sobrenatural (Dios o similares), en una definición científicamente ampliada a través de la antropología y sus estudios históricos comparativos, debe ser entendido como un fenómeno cultural –construido socialmente- que puede ir, en consecuencia, más allá de esta correlación de factores, incluso llegando a desvincularse por completo de dicha asociación con lo sobrenatural[2]. Tomaremos como base la definición que el Antropólogo y profesor de la Universidad de Sevilla Isidoro Moreno[3] nos proporciona:

El ámbito de lo sagrado es el ámbito de los absolutos sociales, aquel cuyos contenidos se autolegitiman sin cuestionamiento racional posible, (…) aquello que funciona como núcleo de la integración social y elemento central de la legitimación de la sociedad misma (…) Lo sagrado es, así, el núcleo duro que estructura la sociedad y moviliza emocionalmente a los individuos hacia objetivos determinados, que son percibidos como los centrales a conseguir, y respecto a los que la vida cotidiana cobra un sentido, a pesar de sus incoherencias y aparentes absurdos”.

Lo sagrado sería así el fundamento último que sustenta el funcionamiento de una sociedad determinada, el referente primero y final del cual se hacen emanar los principios fundamentales sobre los que se ancla el desarrollo de las relaciones sociales, económicas, políticas y morales de una colectividad social específica, y de cuyos rayos de luz celestial se nutren la cultura, las leyes y los valores sociales para su existencia y funcionamiento dentro de esa determinada sociedad.


Parte II


Que en una determinada sociedad el elemento sacro represente un conjunto de referencias a elementos sobrenaturales (como era el caso de las tradicionales sociedades religiosas) no implica en ningún caso que tal estructura sagrada deje de ser, desde una perspectiva científica, una construcción social. De hecho, incluso entre las principales religiones tradicionales la palabra de Dios ha sido revelada al hombre a través de sus profetas, quienes en última instancia la predican, la sistematizan y la esparcen por el mundo, construyendo así socialmente el ámbito de lo sagrado, aunque para ello se parta desde las supuestamente originarias palabras de Dios. Pero, en cualquier caso, no es Dios mismo quien acaba por determinar su cualidad de elemento sacro, sino que son los hombres quienes, en última instancia, hacen de la palabra de Dios el centro y referencia de sus vidas y de Dios mismo la fuente de la que emanan sus creencias, sus valores y sus leyes morales y jurídicas.

Así lo sagrado, sea cual fuere su formato, es siempre una construcción social que responde a los códigos simbólicos de la cultura humana, independientemente de que sea o no verdadera la existencia última del elemento simbólico que se use para tal sacralización. Dios podría existir o no existir, pero su sacralización jamás podría haberse llevado a cabo sin la intermediación del hombre, sin la necesidad de un proceso de construcción social en el cual el hombre hace de su figura y de su palabra verdades absolutas, hasta situarlas en la base misma del funcionamiento de la sociedad.

Es importante resaltar este hecho ya que, como en toda construcción social que se tercie, la sacralización de una determinada figura no está libre de intereses y finalidades de un cariz mundano, o, dicho en otras palabras, no puede estar jamás libre de la relación establecida, en el marco de una determinada sociedad, entre sus clases sociales, entre los detentadores de los medios de producción y los suministradores de la fuerza de trabajo, entre los privilegiados y los excluidos, entre los explotadores y los explotados. Lo sagrado, guste o no, no puede quedar nunca al margen de la lucha de clases. Más aun, me atrevería a decir que es precisamente la lucha de clases el factor clave que en cada momento histórico determina la existencia concreta de lo sagrado, a través de los vínculos establecidos, según se desprende de los establecido por el materialismo histórico, entre la estructrura económica y la superestructura ideológica dondee finalmente acaba por "habitar" lo sagrado. En este contexto, el consumismo-capitalismo no es ninguna excepción, todo lo contrario, es más bien la exaltación simbólica de esta dinámica dialéctica de la sociedad, de esta batalla entre clases sociales, que se abre o se cierra, según la eficacia y el poder que el elemento sagrado tenga para con el proceso de alienación de las clases explotadas.


Parte III


Resulta, pues, que en esta nueva sociedad religiosa se ha pasado de la preponderancia de la exaltación de Dios como factor de éxito para el desarrollo de los privilegios de las clases dominantes, a la preponderancia de la alienación de los ciudadanos en torno a una serie de ideas y conceptos que, aunque ajenos de toda referencia a lo sobrenatural, han sido igualmente sacralizados, y que acaban por determinar en última instancia el funcionamiento de la sociedad, así como el papel que dentro de ella juegan cada una de las diferentes clases sociales existentes, siempre al servicio, sabiéndolo o no, de los intereses de las clases burguesas dominantes, especialmente de los intereses de los detentadores de la propiedad del capital financiero internacional (que a su vez son poseedores del control de los grandes mercados y dueños de los medios de comunicación de masas).

De entre estas ideas sacralizadas, que son varias y de diverso tipo, resaltaré, por su importancia evidente, aquellas que están directamente relacionadas con aquello que Marx llamase la infraestructura, es decir, con la estructura económica que determina el funcionamiento de la sociedad, y de la cual brotan los elementos estructurales y superestructurales. Estas ideas sagradas, a mi juicio, serían las siguientes:

a) la propiedad privada y el dinero,

b) los modos de producción capitalistas, la racionalidad económica y las leyes del mercado,

Todos estos conceptos han sido elevados al grado de absoluto por el actual modelo socio-económico imperante, y dotados de un carácter sagrado que los colocan en el centro mismo de nuestras vidas, en tanto que éstas están determinadas por un proceso de aprendizaje cultural que las convierte en incuestionables.


Parte IV
 

Empezaremos con el análisis del concepto “propiedad privada”. Sobra decir que la propiedad privada es actualmente el eje central en torno al cual se organiza toda la sociedad capitalista. De tal modo esto es así que, podemos decir sin miedo a equivocarnos, este concepto tiene, tanto en el ámbito de lo simbólico como en el ámbito de lo legislativo, categoría de certero axioma que no necesita demostrarse ni contradecirse, y como tal es recogido por la legislación de todo estado capitalista, que, siguiendo a Locke, directamente reconoce este modo de propiedad como un derecho inalienable del ser humano. Es por ello, tal vez, que este concepto deba ser reconocido como el elemento más sagrado de todos aquellos cuantos componen la estructura simbólica del capitalismo (entendiendo ahora el término “sagrado” a la manera tradicional). Como todo lo sagrado, es inviolable, so pena de estar cometiendo un sacrilegio contra los valores más arraigados en la mentalidad colectiva, que te puede costar muy caro. Las leyes directamente protegen este derecho, pero, más aún, aquellas personas que se atreven a cuestionarlo (ya sea desde posiciones políticas o religiosas), son directamente señalados por los mecanismos de control del sistema como elementos subversivos y enemigos de la sociedad.

Para los defensores del capitalismo no hay mayor enemigo que aquel que pone en tela de juicio el sagrado derecho del hombre a la propiedad privada. Directamente, a través del código simbólico que nos rige se identifica la propiedad privada con la libertad, de tal manera que el respeto a la propiedad privada conllevaría asociado el respeto a la libertad, así como su violación implicaría consecuentemente coartar la libertad. Algunos defensores del capitalismo incluso han tratado de vincular este derecho con los fundamentos religiosos propios de sociedades pasadas. El derecho a la propiedad privada, nos dicen estos sujetos, deriva de la propia naturaleza de las cosas, por lo tanto del mismo Dios, autor de la naturaleza (esto se demostraría en el hecho de que dos de los Diez Mandamientos garantizan este derecho: "No robar" y "No codiciar los bienes ajenos").

Aunque, a decir verdad, han sido las teorías de Locke las que mayor repercusión han tenido en la defensa y justificación de la existencia de este derecho sagrado a la propiedad privada. Locke estima que la propiedad privada existe en el estado de naturaleza, que es anterior a la sociedad civil. La propiedad privada no sólo beneficia al propietario privadamente, sino a todos los hombres. Según Locke, es el hombre "industrioso y razonable" -y no la naturaleza- quien está en el origen de casi todo lo que tiene valor. Por consiguiente, la propiedad privada es natural y bienhechora, no sólo para el propietario, sino para el conjunto de la humanidad: "El que se apropia de una tierra mediante su trabajo no disminuye sino que aumenta los recursos comunes del género humano"[4].

La propiedad privada debe ser, por tanto, un derecho natural tan primitivo como el derecho a la vida, a la libertad, a la salud o a la integridad. A raíz de estos planteamientos, y en vinculación directa con la mentalidad del tener frente al ser que nos rige, se hace creer a la población, a través de los códigos simbólicos establecidos como dominantes, que la supresión de la propiedad privada conmovería no sólo la actividad económica de la sociedad, sino la propia calidad de vida del individuo. Para ello se transmite la idea de que el ensueño de adquirir propiedad es lo que suaviza y hace más llevadero la difícil labor de la vida diaria del sujeto medio. Es, en consecuencia, lo que hace capaz al hombre, no sólo de atender a las necesidades del momento, sino también de proveerse para el porvenir, para los días de la vejez, y reunir fondos para él y para su familia, unos fondos que le han de permitir vivir cómodamente en el futuro. Este deseo subjetivo sería así lo que le impulsa al individuo constantemente a trabajar, siendo a su vez lo que le dota de virtudes de cara al resto de sus conciudadanos.

Por tanto, una vez esta mentalidad tiene arraigo entre la población, se llega al caso en que de cuestionarse este derecho se estaría cuestionando con ello el valor mismo de la vida del hombre.

Si el hombre ya no adquiere valor en su ser, sino que tal valor es dependiente de su tener, la propiedad privada se convierte con ello en objeto de culto para el individuo, un culto que va más allá del mero hecho de poseer el objeto o la propiedad de un algo. El sujeto percibe sus posesiones como los más intrínsecamente suyo, como el fruto más directo de su trabajo, como la recompensa primera y final por todo el esfuerzo realizado en el desempeño de su labor. La propiedad privada sería así algo más que una cuestión material, se convertiría ya en una cuestión espiritual, en tanto que de ella depende el valor de la persona (ya saben, “tanto tienes, tanto vales”).

También con ello, el culto a la propiedad privada se convierte en el motor central de la sociedad, ya que no sólo condiciona el valor del hombre, sino que determina su papel dentro del entramado sociológico. A mayor posesión de propiedades, mayor valor tendrá el sujeto en cuestión dentro del entramado político y económico de la sociedad. Esa es la mentalidad que se establece como hegemónica a través del sistema socio-político-simbólico reinante.


Parte V


Además, en nuestra actual sociedad la propiedad privada se manifiesta a través de la posesión de bienes, pero también –y podríamos decir que como elemento principal- a través la posesión de dinero. Es el dinero, en última instancia, el auténtico motor de la propiedad privada. El dinero se constituye de facto en la mayor y más tangible expresión de la propiedad privada.

El culto por el “tener” se convierte ante todo en un culto al dinero. Es el dinero lo que determina, más que las posesiones materiales en sí mismas, el valor del hombre. La mentalidad reinante pasa a ser de esta manera una lucha por acumular cada vez más dinero, que no sólo te permitirá adquirir mayores propiedades, sino que también hará posible tu ascenso de estatus dentro de la escala social del mundo capitalista. Con dinero se compra la riqueza, se adquieren las propiedades.

El dinero se endiosa por doquier, se erige en auténtico referente de culto para los individuos de la sociedad. Se eleva el valor abstracto del dinero al nivel de un Dios todopoderoso (“todo lo puede el dinero”), acabando por convertir a las personas en simples vasallos de un Dios que, como tantos otros, nosotros mismos hemos inventado. El dinero es la máxima expresión del capitalismo, es, por ello, el arma más efectiva en torno a la cual las clases dominantes han erigido su modelo de sociedad, tanto en el ámbito del modelo socio-económico propuesto, como en el ámbito del patrón “ideal” de individuo que se ha gestado. El dinero es el verdadero elemento fetiche de la sociedad capitalista, el auténtico símbolo de la nueva sacro-religiosidad dominante. Dentro del panteón de los Dioses del capitalismo, es el dinero, junto a su Diosa consorte -la propiedad privada-, el más poderoso de todos ellos (el Zeus – y la Hera- de la nueva religión consumista-capitalista).

Esto es lo que se ha consagrado en la mentalidad que las personas adquieren en su proceso de socialización, mediante la interiorización que estos individuos hacen de los valores sagrados que emanan del código simbólico reinante. A través de este proceso de interiorización se ha creado el convencimiento en la población de que el dinero es el único valor, que lo puede todo, y, por tanto, que es lo que hay que conseguir rápidamente y en fabulosas proporciones, pues ello será garantía de una vida de éxito (“el dinero da la felicidad”), así como hará aumentar el valor mismo de la persona (con dinero los sujetos pasan a ser “gente de bien”).

Tanto es esto así que, caso de tener que escoger un símbolo que representase a la nueva sociedad consumista-capitalista al modo en como la cruz lo hacía con la sociedad cristiana de la Edad Media, sin duda el símbolo que escogería para tal efecto sería el símbolo del dólar ($). Luego sobre él, si quieren, ya podríamos implantar la cara del tío Sam o la figura de algunos de los más recientes profetas del capitalismo, pero, sin duda, el símbolo del dólar es el verdadero icono religioso de nuestros días.

El culto al dinero, la reverencia a la propiedad privada, en definitiva, la deificación del objeto material y consumista -cualquiera que sea-, es, seguramente, donde mejor se puede vislumbrar el teísmo que venimos denunciando como omnipresente en nuestra actual sociedad occidental capitalista, en tanto que la reverencia al poderoso (al que tiene dinero o tiene el poder económico, social, político o militar) es la forma de culto por antonomasia, la forma de culto que más y mejor ejemplifica en todas y cada una de las sociedades habidas y por haber la esencia religiosa de la misma. Como digo, dinero y propiedad privada representan para nuestro ámbito de lo sagrado consumista-capitalista, lo que Zeus y Hera representaban en el ámbito de lo sagrado de la sociedad Griega Clásica.

Cualquiera que tenga duda sobre el carácter religioso de nuestra actual sociedad, simplemente que reflexione sobre el papel que juegan dinero y propiedad privada dentro de la misma, las connotaciones simbólicas que van asociadas a estos elementos dentro de la mentalidad colectiva que nos rige y nos dirige, y a partir de ahí que trate de sacar sus propias conclusiones, en relación con una analogía comparativa con los valores sagrados que han regido otras sociedades religiosas precedentes (el amor a Dios o el seguimiento de los valores morales propuestos por los textos sagrados). En todo caso decir, antes de continuar, que al hablar de propiedad privada es conveniente saber diferenciar la propiedad privada de los medios de producción y la propiedad privada de los bienes de uso personal. Mientras que la primera nos parece aberrante, la segunda nos parece totalmente legítima, siempre y cuando haya sido obtenida a través de medios legítimos, y no como consecuencia de la explotación o el robo a otros seres humanos.


Parte VI
 

Por otro lado, aunque estrechamente relacionado con lo anterior, nuestra actual sociedad ha sacralizado también el modo de producción capitalista, planteándolo como único modelo viable para la creación eficiente de riqueza, frente a los obsoletos modelos dados en otras etapas anteriores de la evolución social, o a los utópicos y fracasados modelos presentados como alternativos a éste por las ideologías políticas de izquierdas[5].

Este modo de producción está basado en la propiedad privada de los medios de producción, aunque el trabajador es jurídicamente libre. En este contexto, la fuerza de trabajo es la única propiedad que posee el trabajador. El trabajo genera una plusvalía que no revierte sobre el salario del trabajador, sino que es apropiada por el capitalista, generando capital. Sus características esenciales y universales (es decir, comunes a todos los países) y también específicas (por tratarse de un modo de producción diferente a otros) fueron analizadas por Marx en su obra “El Capital”. A través de este nuevo modo de producción, el capitalismo transformó la producción mercantil simple en producción mercantil capitalista. Así, el objeto del capitalismo, en base a la relación establecida entre propiedad privada de los medios de producción y trabajo asalariado, es producir mercancías destinadas al mercado[6].

Las ventajas de este nuevo modo de producción fueron esencialmente la reducción del tiempo de tra­bajo mediante la especialización del obrero y la co­ordinación en forma de "cadena productiva". Esta baja del tiempo laboral permitió elevar la productividad, pero a su vez el correcto funcionamiento del ciclo económico se hacía más dependiente del funcionamiento del mercado, en tanto que la producción estaba destinada ahora al consumo y no a la satisfacción de las necesidades básicas del propio trabajador-productor. Surge así la necesidad de racionalizar todo el proceso productivo[7], es decir, la necesidad de aplicar la planificación racional de los recursos a utilizar desde el momento mismo de la elaboración de los productos, al momento de la absorción de estos por el mercado y sus consumidores. El trabajo mismo se convierte en una mercancía inmersa en una dinámica de mercado, regulada por las leyes propias del mismo[8].


Parte VII
 

Consecuentemente a esta nueva situación, el culto a la eficiencia económica se convierte así en otro elemento fundamental en el desarrollo del capitalismo que, junto con las leyes del mercado, ha de regir el nuevo espíritu de la época a través de su integración en el nuevo código simbólico-sagrado que ha de legitimar el funcionamiento y controlar el devenir de la sociedad occidental capitalista. Dicho de otra manera, modo de producción capitalista, eficiencia económica y leyes del mercado pasan a ser elementos indispensables en el proceso de construcción del nuevo modelo de lo sagrado que ha de servir como elemento central de la nueva sociedad puesta al servicio de los intereses de las clases burguesas dominantes.

A raíz de esto, la noción de producción eficiente como aquella que reproduce eficientemente las fuentes de la riqueza producida —ser humano y naturaleza—, es negada en el capitalismo y sustituida por aquella que entiende producir más ganancias con menos costos, a partir de la cual se garantiza una creciente generación de riqueza que debe acabar por repercutir en beneficio no sólo de los poseedores de los medios de producción, sino, como hemos dicho, en el global de la sociedad. Tal es la percepción que los ciudadanos interiorizan del funcionamiento general de la economía capitalista y sus leyes asociadas. El modo de producción capitalista no sólo genera beneficios para los poseedores de los medios de producción, sino que, a través de la acción de estos, lo hace también para el conjunto de la sociedad, independientemente de la clase social a la cual pertenezca el individuo.

El capitalismo se convierte así en una nueva utopía (pues promete un crecimiento ilimitado de la riqueza hasta alcanzar el grado de benefactor para el global de la población), pero una utopía que tiene un alto costo –por usar su propia terminología-, social, político y ambiental, al transformarse la racionalidad que lo fundamenta en un modelo de racionalidad instrumental, donde el valor de las acciones se obtiene a través de un proceso de optimización entre los objetivos propuestos y los medios posibles, donde el fin prevalece sobre los medios, y donde los medios no son más que recursos puestos al servicio de los fines[9].

Dentro de este marco de racionalidad instrumental, excelentemente analizado por algunos autores de la Escuela de Frankfurt, todo es válido para el capitalismo en su afán por ser cada vez más eficiente en la producción y generación de riqueza (dicho de otro modo, en la producción y generación de beneficios económicos, políticos y sociales para los poseedores de los medios de producción). Desde la explotación ilimitada de los recursos de la naturaleza, a la manipulación de las consciencia de los trabajadores, todo es válido si tiene como fin la eficiencia económica. Ese es el precio que se ha de pagar de manera generalizada por aceptar como modo de vida la utopía propuesta por el sistema consumista-capitalista y esos son, en última instancia, sus resultados más visibles, que están conduciendo a la humanidad a una situación de crisis global jamás vista antes en la historia, y que se puede saber en un momento dado como comenzó, pero que, desde luego, no podemos saber como acabará, aunque las expectativas, desgraciadamente, no son para nada halagüeñas (la actual situación de los alimentos en el mundo puede servir como ejemplo perfecto de esto que digo).

Así, como afirma Bourdieu[10], “vemos cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone incluso sobre los gobernantes. Como el marxismo en un tiempo anterior, con el que en este aspecto tiene mucho en común, esta utopía evoca la creencia poderosa —la fe del libre comercio— no solo entre quienes viven de ella, como los financistas, los dueños y gerentes de grandes corporaciones, etc., sino también entre aquellos que, como altos funcionarios gubernamentales y políticos, derivan su justificación viviendo de ella. Ellos santifican el poder de los mercados en nombre de la eficiencia económica, que requiere de la eliminación de barreras administrativas y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del capital en su procura de la maximización del lucro individual, que se ha vuelto un modelo de racionalidad. Quieren bancos centrales independientes. Y predican la subordinación de los estados nacionales a los requerimientos de la libertad económica para los mercados, la prohibición de los déficits y la inflación, la privatización general de los servicios públicos y la reducción de los gastos públicos y sociales”.


Parte VIII

Así, propiedad privada, dinero, modo de producción capitalista, racionalidad económica, y leyes de mercado, constituyen el grueso fundamental del modelo económico que las clases dominantes burguesas han considerado como el más adecuado para la defensa, mantenimiento y desarrollo de sus intereses y privilegios de clase.

Por tanto, estas ideas –cargadas de sus respectivas connotaciones simbólicas- se han acabado por constituir, bajo el empuje de la mano burguesa, y apoyados en la propaganda, la publicidad y los medios de comunicación de masas, en el núcleo central de conceptos referenciales sobre el cual estas clases burguesas dominantes han anclado y desarrollado el proceso de gestación y consolidación de un nuevo modelo de lo sagrado de carácter hegemónico para la sociedad, modelo sobre el cual dejar anclado el fundamento de la misma, así como a partir de cual establecer e integrar en sí mismo el modelo de individuo que más eficientemente pueda actuar en relación con los fines y objetivos buscados por las clases dirigentes (un individuo consumista, egoísta, competitivo socialmente, movido por la racionalidad instrumental y vitalmente aburguesado).

Y no se atreva usted a cuestionar algunas de estas ideas sacralizadas, porque directamente pasará a ser un proscrito para el sistema, un subversivo y peligroso individuo al cual se le hará caer encima todo el poderoso peso de la presión social y la indiferencia de sus conciudadanos, sus burlas y sus sornas, y, por si esto no fuese suficiente, ándese con ojo con la ley, pues, aunque parezca lo contrario a primera vista, el consumismo-capitalismo también tiene su propia inquisición: los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, los tribunales de orden público y los parlamentos burgueses que legislan según el gusto del jefe supremo, que para algo financia sus campañas.

Notas:
[1] Consumismo-Capitalismo, la nueva religión de masas del siglo XXI y La ilusión de la libertad en el Consumismo-Capitalismo: Libres de derecho, esclavos de hecho.
[2] Isidoro Moreno, ¿Proceso de secularización o pluralidad de sacralidades en el mundo contemporáneo?, en A, Nesti (ed.) Potenza e impotenza Della memoria. Tibergraph, Roma, 1998.
[3] Ibid. Pag. 174, 175.
[4] J. Locke. Ensayo sobre el gobierno civil. Prometeo. Buenos Aires. 2005
[5] Según Fukuyama: “En contra de lo que dice Marx, el tipo de sociedad que permite al hombre producir y consumir la mayor cantidad de productos sobre la base más igualitaria no es una sociedad comunista, si no una sociedad capitalista” (F. Fukuyama, El fin de la historia, pag. 193)
[6] "Marx, en 'El Capital', analiza al principio la relación más sencilla, corriente, fun­damental, masiva y común, que se encuentra mi­les de millones de veces en la sociedad burguesa: el intercambio de mercancías" explica Vladimir I. Lenin en "En torno a la cuestión de la dialéctica" (http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915dial.htm )
[7] Para Schumpeter, “la actitud racional penetra en el espíritu humano ante todo a causa de la necesidad económica, y yo no vacilo en decir que toda lógica se deriva del modelo de la decisión económica” (J.A. Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, pag, 170).
[8] Actualmente en todas las sociedades capitalistas se acepta sin ningún tabú la expresión “mercado de trabajo”, que denota esta relación entre propietarios de los medios de producción y poseedores de la fuerza del trabajo, según la cual el trabajador vende su fuerza de trabajo al poseedor de los medios de producción, que éste paga a través de un salario y que utiliza como una inversión para sacar un posterior beneficio económico en el devenir del proceso productivo.
[9] La racionalidad instrumental es, por tanto, una aplicación de la razón de índole funcional, pues configura los medios que permiten conseguir unos fines razonables en una coyuntura determinada.
[10] Pierre Bourdieu, La esencia del neoliberalismo, Publicado en “Le Monde” en Diciembre de 1998, y traducido al castellano por Roberto Hernández Montoya.