Sistema de enseñanza y familia: Dos caminos paralelos para la perpetuación del sagrado sistema consumista-capitalista

Creado: 24/7/2012 | Modificado: 30/1/2013 6514 visitas | Ver todas Añadir comentario



Sistema de enseñanza y familia: Dos caminos paralelos para la perpetuación del sagrado sistema consumista-capitalista

Texto: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72415
Pedro Antonio Honrubia Hurtado

Segunda institución. La familia.

En cuanto a la segunda de las instituciones planteadas, la familia, su papel principal dentro de la aplicación práctica del sistema simbólico-sagrado consumista-capitalista se vincula con una transmisión, a través de mecanismos de presión, de las exigencias del sistema al individuo concreto, tanto en el ámbito de lo laboral y lo profesional, como en el ámbito de lo social y lo cultural. Esto quiere decir que, dentro del sistema capitalista, es la familia el marco donde se establecen los principales mecanismos de presión para que el sujeto se someta a los valores establecidos por el sistema como hegemónicos, mediante la presión que los padres ejercen sobre sus hijos en el desarrollo del proceso educativo y de socialización, para que estos hijos satisfagan las exigencias que ellos les plantean, y que previamente han sido interiorizadas por estos mismos padres como exigencias que la sociedad hace a las personas para que éstas puedan tener, supuestamente, una vida lo más cómoda y exitosa posible dentro de la sociedad.
 




Educación estereotipada.

Si el seguir un determinado estereotipo de vida, orientado hacia la consecución de unos determinados fines, y guiado por el seguimiento de unas determinadas pautas de conducta, es presentado como un camino que garantiza una vida de éxito dentro de la sociedad, los padres, en su afán por hacer de sus hijos personas provechosas, presionaran a sus descendientes para que sigan este camino predeterminado como modélico por el sistema, que los ha de conducir a ser miembros de provecho dentro de la sociedad, y en cualquier momento que los progenitores detecten que sus hijos se están saliendo de este camino marcado, usarán contra ellos toda una serie de medidas de presión para restablecer el orden buscado y poner de nuevo al hijo en el camino correcto.

Nacer, crecer, estudiar una carrera, buscar un trabajo, enamorarse y formar una familia, tener hijos, comprar una casa y un coche y, tal vez, una mascota. Ver la televisión, fútbol y programas basura del corazón, siempre con la idea de dar un pelotazo que nos haga ricos y que nos permita codearnos con lo mejor de la sociedad. Y todo ello aderezado por una buena dosis de respeto a la norma social establecida, una actitud que se identifica siempre con el civismo y el buen hacer. Así nuestra aspiración es una vida cómoda y acomodada, y creemos que lo único que dota de sentido a nuestras vidas es luchar por ello. Los padres se quedan tranquilos cuando sus hijos cumplen estos deseos implícitos en la sociedad que ellos mismos le han proyectado a manera de exigencias, las exigencias del sistema. Un sistema que busca personas integradas a los modos de vida y la estructura productiva del capitalismo-consumismo.

Unas exigencias que son transmitidas así directamente a los niños ya no sólo por la acción del sistema de enseñanza o los medios de comunicación de masas, sino también a través de las exigencias que sus padres les plantean en el propio ámbito de la vida familiar. Los padres sirven de este modo como mecanismos primarios de corrección para el restablecimiento del orden establecido, en caso de que alguno de sus hijos haya decidido salirse, sabiéndolo o no, de las normas y los valores preestablecidos por el sistema y su modo de vida, pues servirán como elementos directos de presión, al margen de otros mecanismos del estilo que ya van impresos en el funcionamiento de la propia sociedad, para que el sujeto vuelva a encaminar su vida por el sendero que le marca el sistema y sus exigencias productivas.

Familia: fuente de transmisión de la ideología burguesa.
La familia es de esta manera no sólo una fuente de transmisión de los valores y las exigencias propios de la ideología y la sociedad burguesa, una fuente primaria de transmisión de valores morales y culturales, sino también un mecanismo de control de esta sociedad frente a los individuos que no se ajustan a las exigencias productivas del sistema. La familia se constituye con ello en un elemento represivo respecto de la posibilidad de cambio social, pues es en ella misma desde donde los padres obligan a sus hijos a someterse al orden establecido, bajo la creencia de que con ello están contribuyendo a hacer de estos hijos personas de provecho, en un ciclo que se reproduce generación tras generación, y que además tiene la capacidad de ir integrando los cambios morales, sociales y culturales que se vayan sucediendo dentro del sistema con el transcurrir de los años.
 

Con ello, los buenos deseos de los padres para con la vida futura de sus hijos, algo lógico en primera instancia, se puede convertir en muchas ocasiones en todo lo contrario, pues se pueden acabar convirtiendo en un anulación de la identidad propia del hijo, en una obligatoriedad de hacer cumplir al hijo con unas exigencias que es posible le estén produciendo más perjuicio que beneficio.

Además, en la sociedad actual las funciones educativas tradicionales de la familia van quedando cada vez más apartadas y trasladadas hacia otros ámbitos, desde la misma escuela, a los medios de comunicación de masas o la relación del niño con el grupo de iguales. La familia deja espacios libres en la socialización de sus hijos, ya que los roles paterno-filiales no se pueden desempeñar de la misma manera en que se hacía tradicionalmente, debido a las exigencias laborales y otros factores de la vida dentro de las sociedades capitalistas.


Los padres tienen cada vez menos tiempo para ejercer como verdaderos educadores de sus hijos, y trasladan, queriéndolo o no, esta responsabilidad a estas otras instituciones sociales, lo cual de alguna manera genera un cierto vacío emocional en la relación educativa y las responsabilidades que los padres creen tener respecto de sus hijos. Y es aquí donde, a mi juicio, juega un especial papel la presión que los padres ejercen sobre los hijos para que estos se orienten en la vida según las exigencias propias del sistema consumista-capitalista.

Ante la percepción de ese vacío emocional, y el consecuente sentimiento de culpa que ello genera en los padres (por creer de alguna manera que no han cumplido plenamente con su tarea tradicional como tales), el posible fracaso en el proyecto de vida de los hijos es percibido también por los padres como un fracaso propio, ante el cual tienen parte de responsabilidad por no haber podido educar a sus hijos de una manera más cercana y directa. Pero como las exigencias de la vida laboral no permiten que este vacío se pueda suplir con una mayor dedicación temporal a la educación directa de los hijos, lo que se hace es sustituir esta cercanía por una mayor presión para que los hijos sigan rectos por el camino en el cual se supone que reside el éxito social y laboral del individuo dentro de la sociedad. Es decir, si bien las exigencias productivas del sistema no hacen posible una mayor dedicación temporal a la educación de los hijos, esta carencia si es posible suplirla con una mayor presión para que los hijos no se salgan del camino predeterminado como exitoso por la sociedad.

Educar progresivamente al niño en los valores morales, sociales y culturales que los padres consideren más adecuados para su formación integral como personas, requiere de un tiempo que no siempre es posible encontrar, pero, sin embargo, presionar a estos para que sigan por la senda, moral y laboral, que ya la propia sociedad ha determinado como exitosa, apenas si requiere de unos pocos minutos cada día que son transformados en una constante presión sobre la vida del hijo y el camino que éste anda recorriendo por sí mismo. Encontrar tiempo para regañar, castigar o presionar de cualquier otra manera sobre la actitud del hijo, siempre será menos problemático que tener que buscar el tiempo necesario como para poder construir de manera progresiva y con enseñanzas sólidas y razonadas el código de valores, sociales, culturales y laborales, por el cual ha de regirse el hijo dentro de la sociedad.

Es decir, proyectar sobre el hijo la imagen del fracaso que va asociado al no seguimiento de unos determinados estereotipos de comportamiento y orientaciones sociales, culturales y laborales, siempre será más sencillo que tener que buscar el modo en cómo educar de manera personalizada al hijo para que sea él mismo, en ayuda de los valores transmitidos en primera instancia por los padres, quien determine sobre qué bases desea construir el éxito o fracaso de su proyecto de vida. Con esto, como he dicho, los padres se quitan en parte ese vacío emocional que les produce el no poder estar volcados todo el tiempo que desearan con sus hijos, pues ya sienten que no los están dejando a su libre albedrío, sino que les están ayudando a realizarse dentro de la sociedad y convertirse en hombres de provecho según los propios caminos dictaminados por el código simbólico imperante como “caminos para el éxito social”.

Los padres se quieren convertir así en los primeros amigos de sus hijos a la vez que se transforman en sus principales guías de vida, aunque en realidad no hacen más que presionar a sus hijos para que sigan un camino de vida que ni tan siquiera ellos mismos, como padres, se han parado a reflexionar ni analizar críticamente, sino que, simplemente, han absorbido de la estructura social como el modelo de comportamiento y orientación de vida que supuestamente mejor se adecua a las exigencias del sistema y que con mayor efectividad garantiza la conversión de las personas en “buenos ciudadanos” y “hombres de provecho”. Los padres, en su deseo de no ver como el proyecto de vida de sus hijos se convierte en un fracaso de cara a la sociedad –del cual se sentirían responsables y asumirían como propio al no haber podido dedicarle a la educación de éstos todo el tiempo que hubiera sido necesario-, temen de todo experimento en la vida de los hijos, es decir, de todo aquello que no sea ver como sus hijos van dando los pasos progresivos que los van encaminando hacia lo que la sociedad dice que es un camino de éxito y la antesala de una vida de provecho.

Los propios fracasos de los padres como educadores –según la visión tradicional de la educación en el ámbito de la familia que los padres siguen, de alguna manera, asumiendo como válida- son proyectados en los hijos como exigencias, creyendo que así uno se expía de sus pecados como educador, aun cuando esto en muchas ocasiones no lleva sino a incrementar el problema y a profundizar en el fracaso del hijo respecto de la construcción de su propio proyecto de vida, pues en ocasiones esta presión hace que los hijos asuman un modelo de vida que no les es para nada satisfactorio y que les genera más perjuicios que beneficios. Este tipo de presión que los padres ejercen sobre la vida de sus hijos, que en realidad no es más que el modo más efectivo de presión social que actualmente tiene la sociedad consumista-capitalista en el ámbito del proceso educativo de los individuos, acaba por garantizar que los sujetos interioricen y lleven a la práctica de la manera más efectiva posible los elementos sacralizados a través del código simbólico imperante en la sociedad consumista-capitalista. La familia se constituye así, como digo, en un mecanismo regulador del correcto funcionamiento del sistema socio-político-económico vigente, amén de ejercer como elemento represor sobre aquellos individuos que, sabiéndolo o no, exceden tempranamente los límites vitales aceptables por los códigos sagrados que nos rigen.

Carácter sagrado de la propiedad privada.
Por otro lado, a través de la institución familiar también se contribuye a perpetuar el carácter sagrado de la propiedad privada. En tanto que la familia es en sí mismo un núcleo de posesiones de carácter privado, transmitidas de unos miembros a otros por del derecho de herencia, el sujeto se desarrolla ya desde su nacimiento en un ámbito donde la propiedad privada adquiere carácter absoluto, pues las posesiones de los padres son también en parte posesiones, incluso antes de ser heredadas, de los hijos.

El sujeto percibe así que existen ciertas cosas sobre las que tiene derechos de propiedad en el ámbito de su propia experiencia personal, y ello lo hace extensible al global de la sociedad, aceptando y respetando que el resto de individuos posean también sus propios derechos de propiedad sobre aquellas cosas que les pertenecen. Así, aun cuando las posesiones de la familia se reduzcan a objetos de uso, tales como la vivienda familiar, el coche, o cualesquiera de las cosas que hay dentro de sus casas y que son usadas por ellos (y ante cuyo derecho de propiedad no tengo ningún inconveniente), el sujeto percibirá que también aquellas cosas que tienen un carácter productivo –es decir, que son en sí mismos medios de producción- dotan de estos mismos derechos de propiedad privada a aquellos individuos que las poseen, aun cuando estos medios de producción sean elementos tales como las tierras productivas o las fuentes de materias primas y recursos naturales que hay dentro de los límites del estado, que en teoría son fruto de la naturaleza y sólo mediante algún tipo de proceso de adjudicación, más o menos legítimo, han podido ir a parar a manos de sus actuales dueños.

Se confunde así, por vía de la experiencia familiar, la propiedad privada de los bienes de uso personal, con la propiedad privada de los medios de producción, y todos ellos son metidos en un mismo saco que, partiendo de la propia experiencia en el ámbito de las posesiones de la familia, adquiere carácter indudable y, por tanto, sagrado, tal y como es propuesto por las clases dominantes a través de su código simbólico hegemónico, y que ahora es ratificado de manera “racional y natural” por la propia experiencia de vida de la persona. Se constituye así, ya de partida, lo que en ámbitos marxistas podría ser calificado como mentalidad “pequeño burguesa”, pues la protección y defensa de las propiedades de cada cual, incluso el deseo de aumentar estas según las necesidades de la persona, se convierte en un ideal de vida que tiene su implicación tanto en el ámbito de lo personal como en el ámbito de lo colectivo, sin establecer diferencia alguna entre lo que puede ser la propiedad de determinados bienes de uso (tales como la vivienda, el coche, etc.) y la propiedad de los medios de producción (donde se establecen ya relaciones entre propietarios y trabajadores y, por tanto, relaciones económicas de explotación, con todo lo que ello puede implicar a nivel social).

Ejemplo: situación inmobiliaria actual.
Es curioso observar, por ejemplo, en el marco actual de la situación inmobiliaria en el mundo capitalista, la modificación que se produce a menudo en la mentalidad de los sujetos según sean propietarios o no de una vivienda. Mientras el sujeto no posee una vivienda en propiedad, suele sentirse indignado por los altos precios que alcanzan las viviendas en el mercado y con ello con la imposibilidad que tienen muchas personas de poder acceder a una vivienda en propiedad. Sin embargo, en cuanto esa misma persona pasa a ser propietaria de una vivienda, en cuanto se embarca en una hipoteca a no sé cuantos años, su preocupación pasa a ser entonces que el precio de su propiedad no caiga, pues eso ya, supuestamente, iría en detrimento de sus intereses personales.

Ya no importa si con la caída del precio de la vivienda muchas otras personas que antes no podían ahora tendrán acceso a la propiedad de una vivienda, ahora lo que importa es que eso produciría un efecto negativo en el valor del patrimonio personal que con tanto esfuerzo se ha ganado uno. Esto, a mi juicio, puede servir claramente como ejemplo paradigmático del modo en como la propiedad privada nos somete ya desde la experiencia personal-familiar, pues nos hace mirar más por ella que por los intereses generales de la sociedad y las personas que nos rodean como conciudadanos.

Mentalidad del pequeño burgués.
Es una mentalidad absolutamente egoísta, muy bien definida como “pequeño burguesa”, pero que lejos de ser algo puntual o anecdótico es, si hacemos una extrapolación de ello al discurrir global del sistema consumista-capitalista en todos su ámbitos de relaciones sociales y económicas, el modo habitual en como la mayoría de las personas se guían por estas sociedad. Por defender de manera egoísta sus pequeñas propiedades, estarían dispuestos, si hiciera falta, a negar una reforma política que contribuyese a maximizar el bienestar general y aumentar así la calidad de vida de todos los ciudadanos, especialmente de los que ahora son los más desfavorecidos.

Notas:
(1) K. Marx. “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política”. 1859. El texto integro en español está publicado en “Obras escogidas”, Tomo I, Editorial Progreso, páginas 520-546.
(2) Definición propuesta por el sociólogo catalán Salvador Giner.
(3) P. Bourdieu, Razones prácticas, , Anagrama, Barcelona, 1997, pag. 118.
(4) Ignacio Fernández de Castro. Mercantilización y privatización de la educación. Foro social ibérico por la educación. Debate temático 1-A. 20-10-2005. Córdoba, Andalucía. http://www.fsipe.org/docs/DT1A_I_Fernandez_cs.pdf