La sociedad consumista. Una sociedad enferma
La sociedad consumista. Una sociedad enferma
Texto:
http://identidadandaluza.wordpress.com/2007/10/31/la-sociedad-consumista-una-sociedad-enferma/
María Fernanda Morales
Una crítica a los valores inherentes a la sociedad capitalista: Como son
usados por el poder para someter la voluntad de los ciudadanos, y como
afectan negativamente a millones de ciudadanos en todo el mundo, que, por
unos motivos u otros, no son capaces de dar lo que el sistema espera de
ellos. Por: Pedro Antonio Honrubia Hurtado para Kaos en la Red
El consumismo perturba la mente
En estos días que corren no es demasiado difícil encontrar argumentos para creer, de una u otra manera, que vivimos en una sociedad cada vez más enferma y deshumanizada. A poco que dediquemos unos minutos de nuestro tiempo a observar el mundo que nos rodea, los ejemplos para contrastar tal creencia fluyen a borbotones en todos los ámbitos de la vida. Pocos son ya los espacios de nuestra cotidianeidad donde no podamos detectar algún síntoma de la decadencia a la que irremediablemente parece abocada nuestra civilización. En nuestras propias vivencias en las relaciones familiares e interpersonales, en las noticias trágicas que a diario invaden nuestros medios de comunicación, en el discurrir rutinario por las calles de nuestros pueblos y ciudades, en todos sitios se vislumbran síntomas de una crisis que nos conduce hacia un futuro poco esperanzador.
La perdida de valores humanitarios, la inexistencia de un sentido de lo moral en el quehacer común solidario, es cada vez más una incipiente realidad que nos atropella a todos como un rodillo que no podemos esquivar y que, conducido por no se sabe bien quién o qué, pretende no dejar títere con cabeza. La triste realidad de una vida cada vez más competitiva e individualista, de un mundo cada vez más alejado de utopías emancipadoras, y de una sociedad cada vez más vuelta sobre su propio egocentrismo, se impone sobre nuestras consciencias como un proyecto de vida del cual no podemos, no queremos, o no sabemos escapar.
Depresión infantil.
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Muchos son los ejemplos concretos que se podrían dar aquí para plasmar esta
dinámica degenerante de lo moral y lo humano, pero, tal vez, haya un caso
que por su propia capacidad simbólica, se pueda imponer sobre todos los
demás: el aumento de la depresión infantil en las sociedades capitalistas.
Nos dicen los entendidos en medicina que toda enfermedad va acompañada por
una serie de síntomas que la hacen detectable. Nos dicen también que el
hecho de tener un determinado síntoma (asociado usualmente con una
determinada enfermedad) no siempre es razón suficiente para poder
diagnosticar certeramente la presencia de una patología en el cuerpo del
enfermo, aunque, bien es cierto, hay síntomas que suelen estar vinculados
muy estrechamente con determinadas patologías, tanto que su aparición es
prácticamente garantía para un diagnóstico acertado.
Si en un ejercicio poético aplicamos estos conocimientos sobre nuestra
propia sociedad y tratamos de analizarla como un todo orgánico, el aumento
de la depresión infantil es, sin duda, uno de esos síntomas que demuestran a
todas luces la existencia de una enfermedad degenerativa grave en una
sociedad. Una civilización como la nuestra, donde cada día son más los niños
que no son felices en su existencia, es con toda seguridad una sociedad
enferma. Allí donde el ser humano ha existido, allí siempre ha habido una
sonrisa en la boca de los niños, aun cuando estos se hayan tenido que
enfrentar a las condiciones vitales más extremas. Resulta significativo, por
ejemplo, que actualmente los índices de depresión infantil sean enormemente
más elevados en los países del primer mundo que en las naciones
subdesarrolladas, donde este trastorno no tiene casi ninguna incidencia.
Además, como no podía ser de otra manera, dentro de las naciones más
desarrolladas económicamente, el % de afectados aumenta según se vaya
descendiendo en la jerarquía de las clases sociales, probablemente, según
reconocen los psicólogos expertos, porque la sociedad de consumo crea unas
expectativas que luego no pueden realizarse.
Es decir, según esto último, la sociedad capitalista proyecta sobre el
sujeto un ideal de vida cuya reproducción (y no digamos ya su satisfacción)
no está al alcance de todo el mundo, con lo que el sujeto que no es capaz de
reproducir eficientemente el ideal capitalista, acabará por percibir su
incapacidad para alcanzar las metas impuestas por el sistema, bien como un
fracaso personal, bien como una frustración de sus expectativas vitales, lo
que lo convierte, máxime si es un niño, en un ser potencialmente propenso a
caer en un estado depresivo agudo, amén de las consecuentes crisis
existenciales que esto conlleva. Como decimos, además, este hecho se agrava
a medida que se desciende en la escala social.
En el estado español, por ejemplo, en los últimos diez años, según publicaba
recientemente el diario El Pais, el % de niños afectados por depresión
habría aumentado desde un 5 a un 12%, mientras que en estados con una mayor
tradición en la sociedad de consumo, como EEUU o Japón, el % rondaría ya
entre el 20 y el 25% del total de niños y adolescentes. Datos estos, sin
duda, que bien deberían hacernos reflexionar sobre la dinámica social en la
que nos vemos envueltos, y el camino que estamos recorriendo entre todos de
la mano de la actual sociedad consumista-capitalista, para preguntarnos
hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que la enfermedad se expanda
por las venas y arterias de la sociedad. El origen de la enfermedad, claro
está, no es otro que la propia dinámica competitiva y egoísta (de éxito a
toda costa) que predica el capitalismo, y que nutre de casi la totalidad de
sus contenidos al proceso de socialización en el que van formando su
consciencia social e individual nuestros niños y niñas (a través de la
educación, la televisión, el cine, la prensa, las presiones familiares,
etc.).
El sentido de la vida.
La cuestión central que se plantea aquí, por raro que pueda parecer a primera vista, no es un asunto monetario o económico, es una cuestión de sentido de la vida, una problemática existencial que afecta a la vida de los sujetos y sus expectativas de cara a una supervivencia útil y satisfactoria. Si volviendo con el tema de las enfermedades psicológicas analizamos los datos de los hombres y mujeres que se ven afectados por algún tipo de patología de la psique en nuestras sociedades, y cuales suelen ser las principales enfermedades que les afectan (depresión, stress, ansiedad, etc.), no es demasiado arriesgado concluir que el principal problema existencial que afecta hoy a nuestros conciudadanos (en el mundo capitalista) es una cuestión de sentido, es decir, un problema no del ámbito de lo material, sino en el ámbito de la existencia cotidiana, de la auto-realización personal, y del cumplimiento con las expectativas fijadas por la sociedad, tanto en el plano laboral, como en el personal.
Presión y competitividad
La presión a que la sociedad capitalista somete a sus ciudadanos a través de
una serie de exigencias relacionadas con una vida de éxito, los valores
estéticos o la realización de las metas sociales y familiares prefijadas, es
una carga excesivamente dura de aguantar para millones de ciudadanos que,
además, al haber sido incorporadas estas exigencias como una norma de
sentido para sus vidas, no tienen otra alternativa existencial a mano a
partir de la cual puedan mirar hacia adelante. Si, por ha o por b, no eres
apto para el sistema, el sistema no solo te golpea hasta derribarte, sino
que una vez que estas en el suelo te pisa hasta rematarte.
Así, los teóricos del neoliberalismo gustan decir que la competitividad
social es un motor fundamental para el crecimiento económico de la sociedad
de consumo. Lo que ya no suelen decir tanto, seguramente por que saben que
es una verdad dolorosa, es que la competitividad social es, sobre todo y
ante todo, una fuente inagotable de personalidades frustradas y de sujetos
que se sienten vacíos e incapaces de auto-realizarse.
Es por ello, que toda solución al problema de la enfermedad inherente a nuestra sociedad ha de pasar, irremediablemente, por un replanteamiento de las pautas sociales imperantes y una revisión profunda del sistema económico vigente, ya que resulta del todo incompatible una sociedad donde prime la competitividad social por encima de todo valor común, con una sociedad donde los individuos puedan verse libres de presiones existenciales auto-impuestas, y donde la búsqueda de sentido se encamine hacia el fomento de valores humanistas como la solidaridad, el altruismo, la cooperación desinteresada, etc., tan necesarios para llevar una vida plena y en paz con el común de la humanidad y con uno mismo.
El sistema se defiende y se autorregula.
Pero el sistema , consciente de su daño y sabedor de que estos hechos
pueden volverse en cualquier momento contra él, sabe defenderse bien de los
instintos revolucionarios que pudiera brotar entre los afectados por su
inhumanidad, utilizando para ello el plano de lo psicológico.
Por ejemplo, una pauta muy común en la educación social de nuestros días, se
basa en hacer confundir en el individuo las expectativas de la sociedad
capitalista con las suyas propias. Es decir, se enseña al ciudadano a creer
que las expectativas del sistema como totalidad son equivalentes a las
expectativas de cada uno de sus integrantes por separado. Así, lo que en
esencia es un problema de rentabilidad, de crecimiento económico y de
productividad eficiente de riqueza para el sistema, es convertido en el
individuo, a través de un sutil proceso de sometimiento y alienación
psicológica, en un problema de ámbito personal, que cuando no cumple con las
expectativas marcadas toma otras caras que nada tienen que ver con la macro
economía, tales como la depresión, el aumento de la agresividad o la
desconfianza e inseguridad en la valía propia.
Es decir, el sistema
económico capitalista, dentro de su modelo conductista de Darwinismo social,
promete premiar con una vida de éxito a quien produzca eficientemente para
el sistema a través del seguimiento y realización de sus valores egoístas y
competitivos (es decir, a través del sometimiento y la sumisión), haciendo
ver, además, que castiga con toda una serie de problemas psicológicos,
sociales y existenciales a quienes, por los motivos que sean, bien no
consiguen ser felices con la simple acomodación a los valores dados, o,
simplemente, no tienen las condiciones físicas o psicológicas necesarias
para poder reproducirlos eficientemente.
De esta manera, si el sistema falla (como de hecho lo hace) a la hora de
conseguir que todos sus miembros se sientan respetados y útiles dentro de la
sociedad, el individuo, en lugar de culpar por ello a los valores
establecidos (que dictaminan unas exigencias demasiado elevadas e incluso
fuera del alcance del sujeto concreto), se auto-culpabiliza a sí mismo de
estos errores, se resigna ante su incapacidad para estar a la “altura de las
circunstancias”. En realidad, si sometemos la mayoría de nuestras
preocupaciones vitales a un análisis frío y sosegado, nos daremos cuenta que
es el sistema de valores sociales el que falla (y con ello la sociedad
misma), incapacitado para elaborar una norma social donde integrar, sin
exclusión, todas las demandas de identidad y reconocimiento.
Sin embargo, el
individuo lo percibe de tal manera, que lo que en origen es un problema de
pautas sociales, de una concepción errónea de la sociedad, se acaba
convirtiendo en un problema de ámbito personal y psicológico, que genera
auténticas crisis de sentido en los individuos, manifestadas posteriormente
en actitudes de auto-rechazo y de sometimiento absoluto a los valores
imperantes, aun cuando son, precisamente, dichos valores quienes generan el
conflicto interno.
Ejemplo: ideal de belleza.
Por ejemplo, si un determinado ideal de belleza es rentable económicamente
para el sistema, poco importa si ello degenera en toda una serie de
trastornos psicológicos, a los que se ven abocados de manera inconsciente
centenares de miles de jóvenes que pretenden alcanzar tal modelo de belleza,
que ellos interpretan como asociado al éxito que se predica como fuente de
la felicidad, pero cuyos físicos no se ajustan a esa norma, o, lo que viene
a ser lo mismo, ven su físico como un fracaso en el camino hacia el éxito.
Pero todo esto es secundario para el sistema. Lo que importa es que tanto la
publicidad, como todos lo negocios que funcionan a base de este ideal
estético, sigan produciendo beneficios cada día. Lo que para las empresas y
el sistema es una cuestión de rentabilidad económica, para estos sujetos en
una cuestión existencial que desean satisfacer a toda costa, incluso a costa
de su propia vida. Eso sí, una vez se pasa de lo económico a lo subjetivo en
la psique del sujeto, el individuo que sufra la enfermad psicológica (por
ejemplo, la anorexia), en su declive no culpará al sistema por ser demasiado
exigente en sus pretensiones y establecer modelos casi irrealizables para el
común de la gente (lo cual, dicho sea de paso, tal vez pudiera ser el
principio del fin de la enfermedad), el individuo, que tiene tan asumidos
como propios los valores del sistema, se culpará a sí mismo por no ser capaz
de realizar ese ideal.
Sumisión del individuo
De esta manera, mediante este proceso de identificación de los valores de la
sociedad capitalista con los valores personales de sus individuos, el
sistema mata dos pájaros de un tiro. En primer lugar mantiene sumiso y
alienado a una mayoría de individuos que hacen de las exigencias propias de
la sociedad competitiva un camino de vida. En segundo lugar, se garantiza
que los ciudadanos incapaces de “dar la talla”, al tener tan asumidos
interiormente lo valores del sistema hasta el punto de identificar las
exigencias de éste con las exigencias propias, vuelquen su frustración
contra ellos mismos, o, todo caso, contra otro sector de la población
(generalmente contra los más débiles), pero nunca contra el causante
principal de la situación, es decir, el propio sistema. Consecuentemente, de
lo que pudiera ser un foco de ciudadanos desencantados y afectados por esta
errónea normativa social, y por ello dispuestos a revelarse contra el origen
de sus males, se pasa a una sociedad sometida y alienada, presa de unos
valores denigrantes para el desarrollo de las personas en cuanto tales, y
donde, paradójicamente, a mayor grado de marginación, menos ganas de
sublevarse.
A raíz de lo dicho, mi opinión es que actualmente, en las sociedades
occidentales, las bases sociales de la revolución ya no son tanto los
proletarios y su papel central en la historia (que también), sino que, más
bien, este peso recae entre los ciudadanos y ciudadanas desencantados,
asqueados, marginados y humillados por el sistema en lo personal.
Cada
sujeto incapaz de auto-realizarse es un potencial revolucionario si se le
sabe hacer ver correctamente de donde proviene el origen de sus males.
Por
eso, considero que, tal vez, los nuevos teóricos de la izquierda
revolucionaria deberían dar una mayor importancia a este hecho, y dedicar un
mayor tiempo de estudio a este fenómeno que emana de la realidad, puesto que
considero que esto en un futuro a medio plazo puede ser la llave para la
creación de consciencia social entre las masas, y con ello para iniciar un
nuevo proceso revolucionario en los pueblos europeos, tan dóciles y sumisos
al capitalismo hoy en día.
En cualquier caso, hoy como ayer, la idea es
convencer a las masas de que si queremos ser realmente felices algún día
como especie, que si queremos vivir en una sociedad lo más plena posible,
que si queremos habitar un mundo donde los niños rían y los adultos no sean
esclavos de su trabajo, solo hay una cosa segura: ¡debemos acabar con el
capitalismo! En esto el mensaje de la izquierda no ha variado. Pero si al
mensaje tradicional le sumamos la afirmación de que con el capitalismo
caerán también sus aberrantes valores de Darwinismo social, su inhumana
sociedad consumista-capitalista que tanto daño está haciendo en lo material
y en lo espiritual, es probable que sea un mensaje más llamativo y acorde a
las necesidades revolucionarias de la actualidad. En cualquier caso, lo
fundamental es que, sea cual sea el sistema que nazca de la revolución, y se
rija por las normas que se rija, no se parezca en nada al capitalismo en la
relación que dentro de éste se mantiene entre el individuo y la creación de
riqueza, que en primera instancia, al igual que en el caso de la explotación
y la plusvalía, es la relación causante de todo lo anteriormente expuesto.
Pedro Antonio Honrubia Hurtado.