Generación "nimileurista"
Generación "nimileurista"
Texto:
http://politica.elpais.com/politica/2012/03/09/nimileurista/1331312384_412362.html
Hace seis años, el mileurismo nació como un símbolo de precariedad. Ahora es
una aspiración
Miles de jóvenes sienten que caminan hacia atrás, víctimas de los excesos de
otros
Hace seis años, en agosto de 2005, una joven catalana
escribió una carta a este periódico. Se titulaba ‘Yo soy mileurista’,
término que ella acuñó. Carolina Alguacil tenía entonces 27 años y se
quejaba de la precariedad laboral de su generación:
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“El mileurista es
aquel joven, de 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla
idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. Normalmente iniciado en
la hostelería, ha pasado grandes temporadas en trabajos no remunerados,
llamados eufemísticamente becarios, prácticos (claro), trainings,
etcétera. Ahora echa la vista atrás, y quiere sentirse satisfecho,
porque al cabo de dos renovaciones de contrato, le han hecho fijo (…)
Lleva tres o cuatro años en el circuito laboral, con suerte la mitad
cotizados (...). Lo malo es que no gana más de mil euros, sin pagas extras,
y mejor no te quejes. No ahorra, no tiene casa, ni coche, ni hijos, vive al
día. A veces es divertido, pero ya cansa (...)”.
Releer hoy aquella carta
deja un sabor amargo. Porque evidencia que se ha retrocedido.
El mileurismo ha dado paso a una versión aún más precaria de sí mismo, el
nimileurismo. “Antes éramos mileuristas y aspirábamos a más. Ahora la
aspiración es ganar mil euros”, resume la propia Alguacil, que estudió
Comunicación Audiovisual, es autónoma y se ha mudado a Córdoba. “Ni mucho
menos me imaginaba yo entonces que la cosa iba a ir a peor”. Ella ya no es mileurista, pero no cree que gane lo que debería: “No me conformo”.
Desde 2005 las perspectivas económicas han dado un vuelco. Ese año España
crecía a un cómodo 3,6% y soñaba con entrar en el G8. Los anuncios de venta
de pisos duraban poco en los balcones. Solo un puñado de iluminados —que
después han dado cientos de entrevistas— supieron ver que se avecinaba un
tsunami financiero, una enorme crisis que cuatro años después sigue tumbando
fichas y que está dejando a Europa exhausta y políticamente malherida.
Grecia sigue al borde del abismo. Portugal e Irlanda han tenido que ser
rescatadas. Y España, ahogada por el paro, se zambulle de nuevo en la
recesión con otros 30.000 millones en recortes encima de la mesa.
El paro juvenil en España alcanza el 49,9%, según los datos de Eurostat para
enero de 2012. La media europea es del 22,4%.
Ante este panorama, miles de jóvenes sienten que caminan hacia atrás. En
2005 el paro juvenil rondaba el 20%. Ahora araña el 50% y hace tiempo que
duplicó la media europea (22,4%). La generación mejor preparada tiene las
peores perspectivas desde la Transición y se siente víctima de los excesos
de otros.
El 15-M o las protestas estudiantiles de las últimas semanas dan
muestra de su indignación. Hasta ahora, muchos de estos jóvenes han contado
con la ayuda de sus padres. Pero a algunos se les ha agotado ese colchón.
“Todos los indicadores han empeorado, todos”, dice el sociólogo Esteban
Sánchez, experto en juventud y precariedad. “Altísimo desempleo, alta
temporalidad y bajos salarios. Ha sido tremendo. No hay ni un dato que nos
haga albergar algún tipo de perspectiva positiva”. “La sensación extendida
es que no hay futuro”, resume Guillermo Jiménez, de 21 años, estudiante de
Derecho y Políticas, de la asociación de universitarios Juventud sin Futuro.
En su breve vida laboral, Pedro, un madrileño de 28 años, ha probado todas
las formas de precariedad: paro, salarios nimileuristas o directamente
anecdóticos, dinero en negro. Repasa la sucesión de empleos sin aspavientos.
Para él, es lo normal. Como todo hijo de vecino se estrenó siendo becario.
Después llegó su primer contrato: 700 euros mensuales en una productora de
publicidad; al año se lo subieron a 800 euros. “En 2009 empezaron los
despidos. Fue cayendo gente y cuando pensaba que me había librado, me tocó a
mí”. Durante los seis meses que estuvo en paro aceptó la tarea de publicar
en una web a un euro la pieza. “Al principio me curraba cada texto. Luego me
escribía lo de toda la semana en una tarde, total, por 20 euros al mes…”.
Hasta hace unas semanas era el community manager de una compañía (el
responsable de gestionar sus redes sociales). Ganaba 940 euros, pero le
acaban de despedir. Sus ingresos se reducen a los 90 euros por día que le
paga una agencia de publicidad cuando le necesita como refuerzo. Se los dan
en un sobre. “Y menos mal que tengo eso”, dice Pedro. “Mi planteamiento es
muy sencillo: pillar trabajo de donde sea. Mis padres no lo entienden. ¿Pero
estás buscando, has mirado bien? Y es que está la cosa fatal. En las pocas
ofertas que salen nos apuntamos 500. Que te llamen para la entrevista es ya
un triunfo. Hay muchísima gente con más experiencia, me siento en un limbo…
La verdad es que no pensaba que la crisis fuese a durar tanto. Este es el
primer año en que tengo claro que no va a ser el último. Ni el que viene, ni
el siguiente”.
La sobrecualificación afecta al 37% de los menores de 30 años con título
universitario o FP superior.
En España viven 10.423.798 personas de entre 18 y 34 años. Al igual que
Pedro, reman contra los elementos y un mercado laboral menguante mientras
los ya viejos problemas empeoran y se alimentan: salarios precarios, paro de
larga duración, sobrecualificación, tardía emancipación, fuga de cerebros…
Su ingreso medio neto (incluyendo a los parados), es de 824 euros al mes. Y
los que están trabajando, ganan de media 1.318 euros mensuales (datos del
Consejo de la Juventud de España). Profesiones que parecían a salvo del
mileurismo, ya no lo están. La Politécnica de Valencia siguió los primeros
pasos laborales de ingenieros y arquitectos que se licenciaron en 2008: uno
de cada cuatro no llegaba a mileurista. Y lo que es más grave: el
nimileurismo había avanzado un 8% respecto a los graduados un año antes.
A la estadística le pone cara Amanda, una valenciana
de 29 años (no quiere decir su apellido). Ingresa mil euros mensuales y
trabaja de diez de la mañana a 21.30 de la noche “con media hora para
comer”. “Es surrealista, cuando salgo de casa no ha abierto el
supermercado y cuando vuelvo, ya está cerrado. No me da tiempo a nada,
ni a hacer cursos, ni muchas veces ni siquiera a prepararme la comida
del día siguiente. Curro como una directiva, pero cobro como una
pringada”. En Amanda conviven en extraña armonía dos sensaciones
enfrentadas: la de sentirse explotada y privilegiada. Hasta encontrar su
actual empleo, en un departamento de ventas, se sentía “la eterna
becaria”. “Había encadenado seis becas. La primera fue sin remunerar.
Bueno, me daban tickets de comida. Y la última, en un organismo público,
fue la mejor pagada: 600 euros. Lo de las becas no tiene límite, todo
depende de cuánto tiempo puedan estar apoyándote tus padres. Por eso
ahora estoy feliz de mantenerme a mí misma. Aunque no me da para nada no
ha habido otra época en que haya pensado tanto en lo afortunada que soy.
Y cruzando los dedos, porque mi contrato es temporal. Me da pánico que
me echen”.
Ese pánico, que avanza de la mano de la crisis, se ceba con los jóvenes. Ya
en 2005 una encuesta planteó a diversos grupos de edad si sentían que su
empleo era seguro. Sólo un 13% de los menores de 24 años respondió
afirmativamente, frente a un 37% de los empleados de entre 45 y 54 años.
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Dolores, de 29 años, no necesita que nadie le explique qué es la regla lifo
porque la vivió de primera mano: “Fui la última en llegar y la primera en
salir”. La sevillana hizo un ciclo de FP superior en realización audiovisual
y trabajó tres años en el departamento de mercadotecnia de una cadena de
ópticas (cobraba 900 euros). Pero hace dos años la despidieron. “Llevo en el
paro desde Reyes de 2010”, dice. No tiene paga, pero casi. Agotada la
prestación, cada vez que necesita dinero se lo pide a su madre. El problema
es que ella también está desempleada. En 2007, Dolores se compró un piso de
protección oficial que le cuesta 400 euros mensuales que ya no puede pagar.
En verano cerró la casa para evitar más gastos y se volvió con las maletas a
la casa familiar. La hipoteca la pagan ahora mes a mes entre su madre y su
abuelo. “Intento gastar lo mínimo, no pedirle nada a mi madre”, dice con un
hilo de voz, sin dramatismo, pero afectada. Porque le tiene que pedir.
Sólo quien ha vivido el paro de larga duración sabe lo que se siente cuando
pasan los días y nada cambia, cuando la prestación por desempleo se acerca a
su fin. Y el 45% de los menores de 34 años en paro lleva más de 12 meses
buscando empleo, según datos de Josep Oliver, catedrático de Economía
Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.
55% de los menores de 34 años sigue viviendo con sus padres, después de
que el índice de emancipación bajase otro 4,2% en 2011
Al igual que Dolores, muchos que habían logrado independizarse, han tenido
que regresar al hogar familiar (la tasa de emancipación se contrajo en 2011
un 4,2%). Otros no han conseguido marcharse, como Beatriz Arrabal, de 32
años. Lleva 550 días sin nada y sin embargo no pierde el optimismo.
Diplomada en Trabajo social y Gestión y Administración pública, pagó su
carrera trabajando de teleoperadora por 1.100 euros, un sueldo que hoy ve
inalcanzable. La mayoría de sus empleos una vez licenciada nada han tenido
que ver con su vocación. Ha sido administrativo en una empresa de
alimentación (850 euros) y en una cadena de ropa (mismo sueldo). También ha
sido dependienta de Vodafone, su trabajo mejor pagado (1.100 euros fijos más
unos 500 en comisiones). Pero en junio de 2009 la echaron. Desde entonces,
ha hecho unas prácticas no remuneradas y en verano de 2010 fue monitora de
pisos tutelados (por 800 euros). Su novio tampoco tiene trabajo estable y
han pensado en marcharse de España, pero a ella la frena su situación
familiar: cuida de su padre, enfermo (ambos viven de la pensión de él).
El pasado 10 de noviembre, Beatriz abrió en Facebook el grupo Trabajo
social: cómo lograr encontrar nuestro hueco. “He decidido crear este grupo
para ayudarnos a buscar un hueco en nuestra profesión, aportando
experiencias y ver en qué nos podemos ayudar”, escribió a modo de
presentación. “Mirando en webs de búsqueda de empleo me he dado cuenta de
que yo ando perdida, pero otros lo están aun más”, explica la joven, que
informa al resto del grupo (unas 200 personas) de ofertas y consejos que
encuentra por ahí. “Es una forma de ayudarnos, porque hay mucha gente
desanimada”.
La palabra desánimo se queda corta para describir
cómo se sienten muchos de quienes apostaron todas sus cartas al boom de
la construcción. El paro de larga duración es especialmente cruel con
ellos, constata Josep Oliver. Y de su desasosiego dan muestra cinco
vecinos de un pueblo (que piden no se nombre) que se dedicaron durante
años al sector: dos electricistas, un cristalero, un carpintero y un
herrero. |
"Tengo horario de directiva y sueldo de pringada", dice Amanda, que cobra
mil euros y trabaja once horas al día.
De todos ellos, Manuel, el cristalero, es el único que sigue trabajando para
la misma empresa. Pero las condiciones son otras. Cobra la mitad que antes,
700 euros, y en negro. “No estoy cotizando. Lo que gano no consta para mi
futuro”, señala Manuel, de 32 años y echado para delante. Baraja marcharse
al País Vasco. “O más lejos, a Suiza”.
Rafa, 33 años, el herrero, se
dedicaba a hacer barandas para los edificios nuevos, cientos de metros.
Tiene una hipoteca que se come al mes 650 euros, la mayoría de sus ingresos
(850 euros).
Domingo, de 35 años, instalaba puertas. Está casado y tiene un
hijo de cuatro años. Ha agotado todas las ayudas, sus padres tienen que
ayudarle. Sueña con un trabajo en Suiza en el que asegura ofrecen 3.500
euros, “aunque hay leches para entrar”. Jesús y Raúl, de 30 y 31 años, son
electricistas.
Jesús trabajaba en grandes obras de la Costa del Sol y Raúl
para Ayuntamientos. El primero ha hecho un curso para asistir a personas
discapacitadas. Le quedan dos meses de paro y está algo asustado. El segundo
se plantea seguir sus pasos o hacer un curso “de lo que sea”. Tiene fecha de
boda, aunque empieza a verlo complicado.
En Granada, una joven pareja de recién licenciados lidia con la otra cara
del problema: la sobrecualificación, que afecta al 37% de los menores de 30
años con estudios universitarios o FP superior. Natalia, de 25 años, es
logopeda y técnico de análisis clínicos. Su novio, Jesús, de 23, es
ingeniero técnico industrial. Ambos venden seguros puerta por puerta. “Si es
de defunción me dan 200 euros y por uno de vida, 120”, cuenta ella. “Unos
meses saco 900 euros y otros, solo 90”. Natalia cree que podrá dejarlo
pronto. Le han ofrecido ser la logopeda de un gabinete de psicología, aunque
ella misma deberá aportar sus propios clientes. “Estoy haciéndome una
campaña de marketing por Internet”, cuenta animada. Por cada consulta
cobrará 20 euros y la clínica otros 10. Si le va bien, se dará de alta como
autónoma. Su novio está más desencantado. Tras sacarse una de las carreras
más duras solo ha hecho una entrevista. “Y fue por un enchufe”, subraya.
Como no encuentra nada, ha empezado Bellas Artes. “Me gusta pintar. Y es lo
mejor pagado en relación con el tiempo empleado de lo que he hecho”.
La falta de alternativas también impulsa nuevas fórmulas para salir
adelante. Ana Sánchez de la Morena, una manchega de 34 años, acaba de fundar
una productora de artes escénicas junto a Hugo Nieto. Su empresa llega en un
momento en que el sector cultural coletea, muy afectado por los recortes en
subvenciones públicas y los retrasos en los pagos de los Ayuntamientos. Para
financiar una de sus coproducciones, Exhumación, de la compañía The Zombie
Company, recurrieron al crowdfunding o micromecenazgo. A través de la web
Verkami, creada por un biólogo catalán de 52 años y sus dos hijos, de 29 y
24 años, lograron recaudar en 20 días 2.860 euros, 360 más de lo que se
habían propuesto. Todo ello gracias a las aportaciones económicas de 65
micromecenas, personas a quienes el proyecto les pareció lo suficientemente
interesante para hacer una aportación económica. “Para las artes escénicas o
la producción musical, el crowdfunding es una opción real a la falta de
financiación externa”, dice Sánchez. En sus 14 meses de existencia, Verkami—
que se inspiró en kickstarter.com— ha recaudado cerca de un millón de euros
para 222 proyectos, la mayoría culturales (cortos, discos, documentales).
El 75% cree que vivirán peor que sus padres. El 70% de los mayores opina lo
mismo.
Y mientras los jóvenes prueban vías de emprendimiento (al 54% de los jóvenes
españoles le gustaría crear su propia empresa, según Eurostat), el Gobierno
dibuja las nuevas reglas de juego que marcarán el rumbo de la economía y de
cada uno de ellos. De momento, su oferta más relevante para esta generación
es una reforma laboral que a medio plazo potenciará la ocupación de los
jóvenes, pero que también bajará los sueldos. “La reforma insiste en lo que
otras veces ya se ha hecho: abaratar el empleo juvenil respecto al resto,
una forma de reconocer la impotencia del mercado laboral español”, dice
Santos Ruesga, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma
de Madrid. “La reforma defiende un modelo de generación de empleo basado en
unos costes más bajos, esa es nuestra apuesta para competir en un mundo
global, que se traducirá en peores condiciones para los jóvenes. Como
estrategia de desarrollo me parece una locura”.
Ante la falta de expectativas, muchos cerebros de la generación mejor
preparada siguen haciendo las maletas, protagonizando una fuga de cerebros
“sin precedentes”, en palabras de Fátima Báñez, ministra de Empleo y
Seguridad Social. Según el último eurobarómetro de la Comisión Europea, un
68% de los jóvenes españoles está dispuesto a marcharse de España; un 36%
por un plazo limitado. Y un 32%, por mucho tiempo. Sólo cinco países —de 31
encuestados— nos superan: Islandia, Suecia, Bulgaria, Rumania y Finlandia.
El 45% de los menores de 34 años lleva más de un año buscando trabajo.
Hace un par de semanas, José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y
Deporte, matizaba el volumen de esta fuga y prometía “encontrar el camino de
vuelta” a estos españoles. Pero tras años de decepciones a la Federación de
Jóvenes Investigadores Precarios les cuesta creerlo.
Ester Artells, 35 años,
científica de Reus que actualmente trabaja en Marsella (Francia), pone de
ejemplo el paulatino fracaso de las becas Ramón y Cajal. Financiadas por el
Ministerio de Ciencia e Innovación, su objetivo es, precisamente, atraer de
nuevo a España a los jóvenes investigadores más punteros que ejercen fuera.
Duran cinco años y la esperanza es que, al concluir, el investigador haya
encontrado una forma de permanecer en el país. En 2005, el 92% de los
becados se quedó en España al término de la beca. En 2008, el porcentaje se
redujo al 85%. En 2009, al 77.4%. En 2010, al 54%. Y el año pasado, al 37%.
“Es muy serio lo que está pasando”, dice la socióloga Almudena Moreno, que
ha realizado numerosos estudios sobre juventud. “Cada semana me llaman
expertos de otros países a consultarme. Todo esto se traduce en una grave
pérdida de capital humano. Tenemos pocos jóvenes, que cada vez son menos, y
los pocos que hay, se marchan. ¿Quién va a tener hijos? A largo plazo es un
problema demográfico, económico y social muy serio”.
Francisco Pérez, del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas,
apunta “una gota de optimismo”: “Desde el punto de vista individual es una
buena noticia. Para España significa que estos jóvenes continúan su
formación. Aquí también trabajan muchos médicos de otros países. Hay
periodos en que unos llegan y otros se van”. En la misma línea apunta Juan
José Dolado, profesor de Economía de la Carlos III: “La emigración es
favorable para el país de origen a corto plazo. Yo mismo tengo una sobrina
arquitecta que en España ganaba 850 euros y que ahora cobra 2.500 libras en
un importante estudio de Londres y manda dinero a su casa, las remesas son
positivas”.
Rafael Aníbal, 28 años, es periodista. En noviembre se quedó sin empleo y
“tira de ahorros”. Ha empezado a estudiar opciones fuera. Baraja marcharse a
Chile, donde ha comprobado que puede aspirar a un sueldo similar a su máximo
salario en España: 1.100 euros. “El problema es que se necesita visado para
trabajar y los billetes cuestan 1.250 euros, una inversión. Pero aquí a lo
que puedo aspirar en la actualidad es a trabajos en negro. No sé lo que es
una paga extra. Para ganar algo de pasta tengo que tener tres trabajos que
ahora son imposibles de encontrar. No sé lo que es vivir solo porque
comparto piso desde que me independicé, aunque tal y como están las cosas
eso ahora es lo de menos”.
En diciembre, Aníbal abrió un blog donde recoge testimonios de jóvenes que
se han marchado, Pepas y Pepes 3.0 (pepasypepes.blogspot.com). “Lo he hecho
desde la indignación". Como dice un cubano en la película Habana blues, de
Benito Zanbrano, “cada día tengo más plantas y perros en mi casa de los
amigos que se han ido”. Me gusta la frase y además es real. Este mes tengo
dos fiestas de despedida de amigos que se marchan. La gente se toma este
éxodo de una forma muy frívola. Me parece preocupante que nadie levante la
voz. ¿No será que los hijos de la burguesía y del dinero van con billete de
ida y vuelta mientras que los otros sólo van con billete de ida?”. Para
buscar las historias que luego publica, Aníbal se ayuda de las redes
sociales, aliadas de esta generación. “Hay mucha gente que me dice que no
porque les da vergüenza. Haberte marchado significa de alguna manera que has
perdido, que te ha ganado el sistema”. “Yo estoy cabreado y muy indignado”,
continúa. “Y me pregunto constantemente estas tres cosas: ¿qué tengo que ver
yo con la especulación, la prima de riesgo o las agencias de calificación?
¿Por qué estamos pagando los jóvenes las consecuencias de una crisis en la
que no tenemos absolutamente nada que ver? ¿Por qué no mandamos a Juan
Rosell [de la CEOE] a Laponia y a que envíe crónicas contando cómo es lo de
emigrar cuando ni hablas el idioma y no es tan fácil encontrar trabajo?”.
En sintonía con la campaña de protesta por el trabajo no remunerado
impulsada por la Asociación de la Prensa de Madrid (que se debate en redes
sociales bajo la etiqueta #gratisnotrabajo), el madrileño ha rechazado dos
ofertas por impropias: 300 euros por media jornada. Y 500 euros por jornada
completa. “Ni nado en dinero ni voy de sobrado”, matiza. “Pero si los
sueldos a los que puedo aspirar aquí son esos, prefiero marcharme”.
Y mientras unos se marchan a su pesar, otros querrían hacerlo, pero no
pueden. Como Elías, de 28 años, que estos días patea Madrid buscando tarea.
Es boliviano y llegó a España hace cuatro años. Instalaba calderas por unos
700 euros al mes, pero desde hace meses no tiene trabajo, ni tampoco cobra
ya el paro. Su tarjeta de residencia le permite trabajar legalmente en
España pero no en otros países de la Unión Europea. Sus opciones son volver
hacia atrás, de donde partió, o revivir en otro país la angustia de ser un
ciudadano sin papeles. Y se niega. “No quiero vivirlo otra vez, pero si
pudiera hacerlo legalmente me iría disparado”. Su plan B es “estudiar
informática para ser analista de sistemas, en eso veo que sí hay trabajo”,
dice. Y se despide solemne, pero antes de desaparecer tiende en la mano uno
de los folletos que mete cada día en cientos de buzones: “¿Está pensando en
reformar o arreglar su hogar? Suelos, saneamientos, gotelé, alicatado…
Cuéntenos lo que necesita. Nosotros nos ocupamos del resto”.
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