El discurso público en la era del show business. Neil Postman.
El discurso público en la era del show business. Neil Postman.
Texto:
http://librosylecturas.blogspot.com.es/2007/01/neil-postman-fue-profesor-en-la.html
Neil Postman fue profesor en la Universidad de Nueva York, y
conocido por sus escritos sobre la comunicación y su mundo. El libro
que hoy comento es editado en español en 1991 (*ver nota
bibliográfica), publicado en inglés
en 1985, o sea que han pasado 27 años desde entonces, y quizá
algunos piensen que no merece el esfuerzo de leerlo o de releerlo,
si ha quedado por ahí perdido en algún estante de la biblioteca.
Pues bien, yo creo que sí es bueno hacerlo, y que con los años sus
anticipaciones se han hecho, tristemente, más realidad aún, si cabe.
Cuando dice, y ojo está pensando en fenómenos de los principios de
los ochenta, “…¿hay en nuestro país algún publico que pueda soportar
siete horas de exposición? ¿O cinco, o tres? ¿Sobre todo sin
ilustraciones de ningún tipo? Uno piensa si hay gente en nuestro
país que sea capaz de llegar a las tres horas… o a las dos… o a la
una…
|
El grado de concentración de la gente ha ido disminuyendo de tal
manera y en forma tan masiva que el público del siglo XIX al que
Postman toma como patrón nos parece increíble: “El 21 de agosto de
1858, tuvo lugar en Ottawa, Illinois, el primero de los siete
famosos debates entre Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas. El
acuerdo era que Douglas hablaría primero durante una hora; que
Lincoln tendría una hora y media para responder, y luego Douglas
dispondría de media hora para la réplica correspondiente. Este
debate era considerablemente más corto que aquellos a los que los
dos hombres estaban acostumbrados. En efecto, se habían enfrentado
varias veces con anterioridad y todos sus encuentros habían sido
mucho más largos y agotadores. Por ejemplo, el 16 de octubre de
1854, en Peoria, Illinois, Douglas pronunció un discurso de tres
horas, al que Lincoln había acordado responder.
Cuando llegó el
turno de Lincoln, éste recordó a la audiencia que ya eran las cinco
de la tarde y que probablemente necesitaría tanto tiempo como
Douglas quien, a su vez, estaba comprometido a rebatirlo. Por
consiguiente, propuso que la audiencia se retirara para cenar y que
retornara descansada para escuchar otras cuatro horas de
argumentación. La audiencia aceptó amablemente la propuesta y las
cosas sucedieron tal como Lincoln había señalado” (pág.49)
En este siglo la audiencia no sólo tiene menor poder de
concentración, digamos una fracción minúscula de la que se poseía
hace ciento cincuenta años, sino también carece de lenguaje y de
hábitos para entender lo que se intenta transmitir. Los estudiantes
se asombran desagradablemente frente a libros demasiado gordos,
digamos de unos cinco centímetros o más de grosor cuando éstos eran
normales en los claustros universitarios hace pocas décadas atrás.
Cuando el profesor tiene que desarrollar un tema complejo suele
pedir un esfuerzo extra de atención y paciencia, como si temiera que
las cabezas de sus discípulos amenazaran explotar sin una
disposición adecuada del estudiante. Por supuesto los discursos
públicos sólo son largos cuando se busca, expresamente, que nadie
escuche mucho, ya que hay poco que decir.
El mundo de la televisión e Internet ha traído una gran cantidad de
información hasta nuestros hogares, pero el resultado como dice
Postman “es que los estadounidenses son los mejor entretenidos y,
probablemente los peor informados del mundo occidental” (Pág.110).
Si quitamos la referencia a la nacionalidad, la afirmación es válida
también para los europeos. En realidad, como dice el autor un
poco más adelante “la televisión está alterando el significado de la
expresión “estar informado”, al crear un tipo de información, que
para ser más exactos, habría que calificar como desinformación. Y
estoy empleando esta palabra casi en el mismo sentido en que es
utilizada por los espías de la CIA o de la KGB. La desinformación no
significa información falsa, sino engañosa, equivoca, irrelevante,
fragmentada o superficial; información que crea la ilusión de que
sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento”.
Esta clase de desinformación es la habitual en nuestros medios.
Hay que ver con que pasión se lanzan los periodistas a “auscultar la
calle” y transmitirnos por la tele los tópicos que la gente tiene
sobre aquellos temas con qué justamente nos ha alimentado la propia
televisión. Estos reportajes parecen “exámenes” para comprobar si el
público ha alcanzado el nivel de estupidez que se buscaba provocar
con los informativos. Y hay que reconocer que la mayoría aprueba el
examen con nota.
La desinformación actual tiene su filosofía, o su marco
conceptual por así decirlo, en el diseño de los anuncios
publicitarios. La forma de hacer publicidad es también la forma
de presentar las noticias y naturalmente los efectos se parecen.
Escribe Postman: “el anuncio nos exige que creamos que todos los
problemas se pueden resolver rápidamente y que se pueden resolver
aún más rápido con la intervención de la tecnología, la técnica y la
química”. Esta filosofía implícita nos llega a través de la múltiple
exposición a miles de anuncios de toda clase. El resultado está
cantado, según Postman, “una persona que ha visto un millón de
anuncios en la televisión podría muy bien creer que todos los
problemas políticos tienen, o podrían tener, soluciones rápidas a
través de medidas sencillas. O bien que no debe confiar en el
lenguaje complejo y que todos los problemas se prestan a ser
expresados teatralmente, O que la discusión es de mal gusto y que
sólo conduce a una incertidumbre intolerable. Tal persona también
puede llegar a creer que no es necesario establecer una línea de
separación entre la política y los demás aspectos de la vida”.
La mezcla de todo, típico de la publicidad lleva a creer, paulatina
e inconscientemente, que la política es también un juego con
soluciones sencillas y que si éstas no llegan sólo puede deberse a
la acción de poderes maléficos que ganan con el conflicto. Como si
todo conflicto fuese sólo el resultado de malos entendidos y
acciones deliberadas siniestras. Lo que Postman observa y critica en
USA aquí, en España, podemos verlo ahora al cubo. Sólo era cuestión
de tiempo que se extendiera esta manera de entender la realidad.
Sería interesante pensar en los conceptos que subyacen en nuestras
series más populares, en los discursos políticos con más aceptación
y en las propuestas que hacen las diversas organizaciones cívicas. A
lo mejor lo que descubrimos no nos tranquiliza nada… pero cuanto más
pronto nos demos cuenta, más pronto seremos conscientes de adonde
nos lleva este divertimiento colectivo. Evidentemente la primera
medida que un preso debe tomar para escapar… es reconocerse como
preso.
*Nota Bibliográfica:
Postman (1985), Neil Postman, “Divertirse Hasta Morir. El
discurso público en la era del show business”, Traducción de Enrique
Odell, Ediciones De La Tempestad, Barcelona, 1991 pp.191, Tit.Orig:
Amusing Ourselves To Death.Public discourse in the age of Show
Business. Viking Penguin Inc. New York.
Contacto y comentarios
Puedes comentar este texto aquí: Comentarios
También puedes contactar con el administrador en este enlace: Contacto