Luchando contra la propia naturaleza
Luchando contra la propia naturaleza
Texto:
http://escuelaconcerebro.wordpress.com/2012/05/22/luchando-contra-la-propia-naturaleza/
Daniel T. Willingham, en su sugerente libro ¿Por
qué a los niños no les gusta ir a la escuela?, plantea la idea de que
los seres humanos somos curiosos por naturaleza, pero que evitamos
reflexionar1.
La reflexión requiere concentración y es un proceso
lento por lo que confiamos más en la memoria y en nuestra experiencia
acumulada para resolver problemas. Aunque el autor se centra en los procesos
cognitivos, la idea nos sugiere un enfoque interdisciplinar: ¿Qué relación
existe entre la dificultad que mostramos los seres humanos para reflexionar,
cambiar de opinión o aceptar nuestros propios errores y las transformaciones
energéticas que rigen las leyes de la termodinámica?
En la naturaleza constatamos que existe una gran tendencia a que los procesos físicos y químicos evolucionen hacia estados de mínima energía, es decir, hacia situaciones de mayor estabilidad. Por ejemplo, los objetos caen al suelo porque la energía gravitatoria en la superficie terrestre es menor que la que tienen en la altura inicial. El hierro se oxida, espontáneamente, formando óxido de hierro (II), porque la energía asociada al producto formado es menor que la de las sustancias reaccionantes (hierro y oxígeno). Y la obesidad en los seres humanos no se habría disparado en el siglo XX, si el exceso calórico que ingerimos no superara en demasía el mínimo energético necesario para la supervivencia.
Evidentemente, como seres curiosos que somos,
nos gusta resolver problemas aunque la reflexión necesaria requiere de los
conocimientos adecuados, es decir, de nuestra cultura general. Los
conocimientos previos facilitan la comprensión de la información novedosa
que recibimos. Además, el aprendizaje se ve facilitado cuando lo que nos
explican nos resulta familiar porque sabemos que la abstracción dificulta
los procesos mentales y cuando se produce la motivación ha de superar un
”umbral energético”.
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Adquirir cultura, mostrar un pensamiento propio y una actitud crítica ante la vida (imprescindibles para favorecer el progreso) y, en general, cualquier aprendizaje explícito, requieren consumos energéticos suplementarios2. La “ley del mínimo esfuerzo”, tan asumida en personas de cualquier edad, está justificada desde la perspectiva termodinámica del rendimiento energético. Diversos estudios muestran que el cerebro utiliza la mínima cantidad de conexiones neuronales para realizar las actividades y que, una vez consolidado el aprendizaje, en consonancia con el concepto de eficiencia3, utiliza la mínima energía necesaria.
Una vez analizados los impedimentos energéticos naturales que existen para reflexionar y asimilar conocimientos novedosos, es lógico pensar que, tras la consolidación del aprendizaje, nos cueste tanto cambiar de opinión y aceptar la discrepancia. Pero, ¿qué dice la neurociencia al respecto?
Es muy costoso desaprender algo que se ha ido
elaborando de forma inadecuada durante mucho tiempo porque ha incorporado
una gran cantidad conexiones neuronales nuevas. Esto constituye una
auténtica paradoja asociada a la plasticidad cerebral. La información que
atenta contra las convicciones propias inhibe circuitos cerebrales
implicados impidiendo, incluso, que se pondere el conflicto entre ideas
contradictorias (la disonancia cognitiva que se explica en el video).
El
cerebro detesta modificar las costumbres por una simple cuestión de
supervivencia, es decir, la búsqueda automática de la estabilidad
energética. Según Michael Gazzaniga, estamos configurados para formarnos
creencias que fabrica el hemisferio izquierdo del cerebro4.
Analicemos uno de los muchos ejemplos que disponemos sobre experimentos con
pacientes a los que se les ha seccionado el cuerpo calloso5.
Cuando a un paciente se le sugirió que fuera a caminar, hablándole por el
oído izquierdo (la información es procesada por el hemisferio opuesto al
lado del cuerpo que ha recibido los estímulos, en este caso por el
hemisferio derecho), el paciente se levantó y salió a caminar. Al volver,
hablándole por el oído derecho, se le preguntó por qué había salido. El
paciente, ante la falta de información (la falta de cuerpo calloso le había
impedido transmitir la información inicial del hemisferio derecho al
izquierdo) inventó, rápidamente, un motivo para justificar la acción:
“Quería ir a buscar un refresco”. El hemisferio izquierdo, que es donde se
almacena el lenguaje, es capaz de inventar historias y creencias.
Después de todo lo comentado anteriormente, la pregunta que nos debemos hacer es: ¿Podemos revelarnos ante los condicionamientos que plantea nuestra propia naturaleza?
La respuesta es afirmativa. Es una cuestión de voluntad y sabemos que no es innata. Como dice Carol Tavris en el video presentado: “Nuestra manera de plantearnos los errores es adquirida. Los seres humanos somos reacios al cambio pero seguimos teniendo la capacidad de cambiar”. Naturalmente, ello requiere un aporte energético suplementario que invierta determinados procesos automáticos o espontáneos. Por ejemplo, un cuerpo que cae por sí solo, puede elevarse si se realiza un trabajo externo.
Es un hecho evidente que la sociedad ha cambiado en los últimos años y que la educación ha de adaptarse al nuevo contexto. El miedo al progreso y las respuestas irrespetuosas y poco democráticas ante la actitud crítica y el pensamiento divergente, manifiestan carencias en el aprendizaje emocional y socio-cultural. La visión reactiva, centrada en resolver problemas pasados y aplicar sanciones para saldar faltas cometidas, ha de dar paso a una actitud proactiva basada, no en la resolución de conflictos pasados, sino en evitar la repetición de los mismos en el futuro6. Los docentes no debemos exigir lo que no poseemos. La buena educación garantiza el futuro de la especie. Juntos, podemos.
Jesús C. Guillén
Notas:
1Willingham, Daniel, ¿Por qué a los niños no les gusta ir a la escuela?, Graó, 2011.
2Aunque en este artículo nos centramos en las transformaciones energéticas que requieren los procesos mentales, lo que corresponde al primer principio de la termodinámica, ya en el libro clásico El yo y su cerebro, de K. Popper y J. Eccles, se plantea la cuestión de si el comportamiento neuronal, a nivel individual, puede violar ese principio que hace referencia a la conservación de la energía. Curiosamente, como explica E. Kandel en su libro En busca de la memoria (Katz, 2007), los experimentos que ponían en duda la teoría eléctrica de la transmisión sináptica provocaron en Eccles un gran abatimiento (a los hombres de ciencia también les cuesta cambiar de opinión). Según el mismo Eccles, su recuperación se inició tras una conversación con Popper. Éste, convenció a Eccles de que debía estar satisfecho por su contribución, independientemente de que los hechos confirmaran o refutaran las ideas iniciales. Y es que la ciencia avanza mediante ciclos de conjeturas y refutaciones cada vez más precisas.
3La eficiencia energética está directamente ligada al concepto de rendimiento que se utiliza para relacionar las energías de entrada y de salida en un determinado proceso. En la naturaleza, un proceso con un rendimiento del 100 % no se puede dar porque no se puede utilizar, íntegramente, toda la energía aportada, es decir, la máquina o el proceso perfecto no existen porque siempre hay pérdidas energéticas.
4Gazzaniga, Michael, El cerebro ético, Paidós, 2006.
5 El cuerpo calloso es un cordón de fibras nerviosas que permite conectar ambos hemisferios cerebrales. Los experimentos de escisión cerebral han aportado gran información sobre el funcionamiento de los dos hemisferios. Se utilizaban para tratar pacientes afectados por epilepsias aunque los efectos secundarios eran evidentes.
6Como explica Joan Vaello en su libro Cómo dar clase a los que no quieren (Graó, 2011), la disciplina reactiva considera el orden como un fin en sí mismo, mientras que la proactiva el orden es un medio facilitador del aprendizaje. ¿Se dan cuenta por qué algunos docentes consideran los nuevos tiempos como una auténtica oposición a su autoridad? Es consecuente que estas mismas personas consideren como ataques personales cualquier actitud crítica o pensamiento divergente.
Para saber más:
Aronson, Elliot y Tavris, Carol, Mistakes were made (but not by me): Why we justify foolish beliefs, bad decisions and hurtful acts, Houghton Mifflin Harcourt, 2007.
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