Experimento de la prisión de Stanford.
Experimento de la prisión de Stanford. Las situaciones
Texto:
http://asarbach.wordpress.com/programacion/unidad-6-el-comportamiento-social/2-tres-experimentos-el-poder-de-las-situaciones/
Acabaremos el repaso de los experimentos más famosos de la psicología
social, con el último de todos. Este experimento nos muestra otra situación
en la cual las personas que participan llegan a obedecer órdenes
degradantes, pero sobre todo nos recuerda otra vez la fuerza que tienen las
situaciones a la hora de entender qué hacemos y qué somos las personas. Por
encima de las características personales de cada uno de nosotros, la
situación ejerce su influencia. Veámoslo a la práctica.
En 1971 el psicólogo social de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo,
y sus colaboradores se plantearon que era importante de entender como
funcionaba un proceso que en la psicología social clásica, se denominaba
desindividualización. Este concepto recogía el hecho de que en determinadas
situaciones que facilitan el anonimato, como por ejemplo en el interior de
un grupo, las personas son capaces de manifestar una gran cantidad de
comportamientos hostiles, e incluso agresivos. Para estudiar este fenómeno
diseñaron un experimento cuyas consecuencias fueron bastante más allá de su
preocupación inicial.
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Pensaron que la situación más desindividualizante que se les ocurría era una
prisión. En una prisión las conductas de los prisioneros (y de los guardas)
están tan pautadas que no queda lugar para la expresión de otras conductas
que no sean las que marca el rol. El grupo asigna los roles y, por lo tanto,
se diluye la responsabilidad personal. Para estudiarlo, probaron de hacer
trabajo de campo en prisiones pero no fueron autorizados por ninguna
institución penal, así que decidieron crear una prisión simulada, e
intentaron hacer un tipo de juego de rol avant-la-lettre.
Diseñaron una
prisión en los sótanos de la Facultad de Psicología de la Universidad de
Stanford y buscaron voluntarios que quisieran participar. No había ningún
tipo de engaño, se trataba de pasar dos semanas en una prisión simulada,
algunos de los voluntarios, aleatoriamente, harían de guardas y otros harían
de prisioneros. La mayoría de los participantes, veintiún en total, eran
estudiantes universitarios que pasaban el verano en la región y que
aceptaron participar por la compensación económica que se los ofrecía
(15$/día). Una entrevista clínica en profundidad y una serie de test
psicológicos determinaron que los participantes eran “normales”:
emocionalmente estables, físicamente sanos y respetuosos con la ley. En
resumen que ni eran “sádicos” ni “delincuentes”.
Pues bien, el resultado fué que el experimento duró exactamente seis días y
seis noches! Por qué razón se acortó? Pues, porque se salió de madre con una
rapidez increíble. Lo que esperaban que serían leves modificaciones en el
comportamiento y el estado anímico de los participantes, se convirtieron en
actos brutales y arbitrarios sin precedentes por parte de los guardas y en
estados de apatía y depresión por parte de los prisioneros. La situación se
apoderó de todos los participantes, los mismos experimentadores incluidos,
hasta tal punto que ya no se sintieron capaces de controlar lo que estaba
pasando. En palabras del mismo Philip Zimbardo:
Al cabo de seis días tuvimos que clausurar nuestra prisión ficticia porque
lo que vimos era alarmante. La mayoría de los sujetos (e incluso nosotros
mismos) ya no distinguía con claridad dónde terminaba la realidad y dónde
empezaban los papeles. Casi todos se habían vuelto realmente presos o
guardias, sin poder separar con claridad entre la representación del rol y
su propia persona. En la práctica, todos los aspectos de su actuar, pensar o
sentir cambiaron dramáticamente.
Zimbardo, P.G. (1976). “Patology of imprisonment”. A: D. Krebs (ed.).
Readings in Social Psychology: Contemporary Perspectivas (pág. 268). Nueva
York: Harper y Row (citado a Martin¬Barón, 1989, pág. 145).
Las posibilidades de la resistencia.
Volvamos a dar un vistazo al experimento de Milgram, después de haber pasado
por la prisión de Stanford. La cosa cambia. Quizás los resultados del
experimento en lugar de conducir al pesimismo tendrán que invitarnos al
optimismo. En la condición base un 35% de personas desobedecieron en algún
momento del experimento, y a pesar de que en la condición de colaborador
sólo lo hicieron un 7,5% y en la réplica holandesa un 9%; al menos alguien
desobedeció. Por lo tanto, también podemos leer el experimento como una
lección sobre las condiciones necesarias para la resistencia.
Un individuo solo enfrentado a un experimentador muy consistente,
simplemente no es un individuo. En cambio, si hay otras personas que definen
una posible resistencia el experimentador pierde consistencia y se puede
redefinir la situación. De forma que ni la obediencia ni la resistencia son,
de hecho, procesos individuales. Ambas acciones requieren una situación que
tiene que ser definida colectivamente.
Dos ejemplos para acabar. François Rochat y André Modigliani (1995)
estudiaron la resistencia a colaborar con el gobierno pronazi de un pueblo
francés. Consideran que a pesar de la apariencia heroica de esta resistencia
que consiguió salvar la vida de miles de personas perseguidas, la realidad
fue basta diferente. El pueblo no se diferenciaba en nada de los pueblos
vecinos y la resistencia fue el resultado de una serie de acciones que
emprendieron algunos habitantes y la respuesta del gobierno francés.
Simplemente, resistir fue tan normal como obedecer para la mayoría de los
franceses. De la misma manera que obedecer no es cuestión de sádicos,
resistir tampoco es cuestión de héroes ni de santos.
Haristos-Fatouros (1988) explica que después de estudiar cuidadosamente los
programas de entrenamiento de la policía militar griega, la cual torturó
cientos de detenidos durante la dictadura de los coroneles (entre 1967 y
1974), llegó a la conclusión de que si se aplican los procedimientos de
enseñanza adecuados en las circunstancias apropiadas cualquier persona es un
torturador potencial.
Hanna Arendt en su famoso libro Eichmann en Jerusalén describió con horror
lo que había visto en el juicio a este nazi que tuvo lugar el 1961. Una
persona “normal” había podido cometer los peores crímenes y ella lo definió
como “the banality of evil“, es decir, que la maldad es lo más corriente,
vulgar podríamos decir incluso. Tenía toda la razón, pero tampoco hace falta
olvidar que la bondad es igual de corriente y de banal, y es que, en
definitiva, no se trata de diferencias personales sino sociales. La bondad o
la maldad pueden aparecer de manera normal y corriente y la pueden ejercer
las mismas personas normales y corrientes. Aquello que hace falta estudiar
no es, por lo tanto, las personas que participan sino los momentos y las
circunstancias en las cuales aparecen.
La definición de la situación incluye también si en su interior habrá
individuos o no y cual será el comportamiento de estos individuos según los
roles que les asigne y de las normas que marque. Pero no arruguéis la nariz,
porque esta última frase, aunque lo parezca, no es determinista. No olvidéis
nunca que son las personas las que definen las situaciones, las que aportan
el significado, y que, por lo tanto, toda situación es permanentemente
negociable y modificable.
La sociedad, los grupos, la historia, no son otra
cosa que vosotros mismos, y no existen sino es por medio vuestro. Somos, por
lo tanto, nosotros (y fijaos que decimos “nosotros” y no “yo” o “tú”)
quienes, en definitiva y aunque sea realmente difícil, tenemos la última
palabra sobre la realidad de las cosas y de la vida, de las palabras y los
objetos, de los pensamientos y las emociones, de las relaciones al fin y al
cabo. Este es la gran ventaja que aporta la psicología social respecto de
otras comprensiones de la psicología que sí son deterministas al situar el
origen del comportamiento en instancias no controlables por las personas,
sean estas su pasado o los genes.
Con respecto al método, muchos psicólogos sociales han abandonado ya los
experimentos de laboratorio. Estos experimentos fueron necesarios en un
momento en que en psicología no se podía hablar de ninguna otra manera, un
momento en el cual actuar fuera de los rígidos márgenes de la ciencia
entendida dogmáticamente era problemático si uno quería hacer investigación.
Ahora, a pesar de que todavía es así a menudo, hay otras posibilidades que
permiten ir a estudiar los procesos de influencia y de resistencia allá
donde tienen lugar, mediante estudios etnográficos, análisis del discurso o
de otras metodologías cualitativas. O incluso simplemente reflexionar sobre
éstos como hemos hecho en este tema. Estudiar procesos psicosociales es un
trabajo tan necesario como inacabable, precisamente porque las situaciones
cambian constantemente.
La belleza de la psicología social reside en su gran capacidad descriptiva
más que en su habilidad explicativa. Demasiados años de experimentalismo
estrecho y mal entendido, centrado en la búsqueda obsesiva de la causa, han
dañado una disciplina que siempre se ha caracterizado por su impresionante
intuición sobre el funcionamiento de la vida cotidiana en sociedad. Lo que
habéis visto en este tema han sido algunos de los experimentos fundamentales
de la psicología social, y creo que no exagero si afirmo que son admirables.
Pero la búsqueda de la causa final, única e invariante, ha acabado en abuso
de factores explicativos simplistas, como pueden ser la necesidad de
autoestima o la búsqueda de una identidad social positiva, y lamentablemente
ha olvidado los factores culturales y históricos, aportaciones de
disciplinas tan fundamentales como son la antropología y la historia.
Quizás si la preocupación por la explicación se sustituye, tal como propone
el construccionismo social, por un afán de comprensión, si la obsesión para
la objetividad se vuelve en un reconocimiento del papel de la
interpretación, y si la metáfora del “mundo interior” que cada persona tiene
se cambia por otra metáfora menos individualista, entonces la psicología
social tendrá un lugar entre las otras ciencias sociales y humanas a la
altura que sus increíbles descripciones de la conducta humana se merecen.
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