Experimento de la prisión de Stanford.

Creado: 16/2/2012 | Modificado: 30/1/2013 4612 visitas | Ver todas Añadir comentario




Experimento de la prisión de Stanford. Las situaciones
 

Texto: http://asarbach.wordpress.com/programacion/unidad-6-el-comportamiento-social/2-tres-experimentos-el-poder-de-las-situaciones/ 

Acabaremos el repaso de los experimentos más famosos de la psicología social, con el último de todos. Este experimento nos muestra otra situación en la cual las personas que participan llegan a obedecer órdenes degradantes, pero sobre todo nos recuerda otra vez la fuerza que tienen las situaciones a la hora de entender qué hacemos y qué somos las personas. Por encima de las características personales de cada uno de nosotros, la situación ejerce su influencia. Veámoslo a la práctica.

En 1971 el psicólogo social de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, y sus colaboradores se plantearon que era importante de entender como funcionaba un proceso que en la psicología social clásica, se denominaba desindividualización. Este concepto recogía el hecho de que en determinadas situaciones que facilitan el anonimato, como por ejemplo en el interior de un grupo, las personas son capaces de manifestar una gran cantidad de comportamientos hostiles, e incluso agresivos. Para estudiar este fenómeno diseñaron un experimento cuyas consecuencias fueron bastante más allá de su preocupación inicial.
 


Pensaron que la situación más desindividualizante que se les ocurría era una prisión. En una prisión las conductas de los prisioneros (y de los guardas) están tan pautadas que no queda lugar para la expresión de otras conductas que no sean las que marca el rol. El grupo asigna los roles y, por lo tanto, se diluye la responsabilidad personal. Para estudiarlo, probaron de hacer trabajo de campo en prisiones pero no fueron autorizados por ninguna institución penal, así que decidieron crear una prisión simulada, e intentaron hacer un tipo de juego de rol avant-la-lettre.

Diseñaron una prisión en los sótanos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Stanford y buscaron voluntarios que quisieran participar. No había ningún tipo de engaño, se trataba de pasar dos semanas en una prisión simulada, algunos de los voluntarios, aleatoriamente, harían de guardas y otros harían de prisioneros. La mayoría de los participantes, veintiún en total, eran estudiantes universitarios que pasaban el verano en la región y que aceptaron participar por la compensación económica que se los ofrecía (15$/día). Una entrevista clínica en profundidad y una serie de test psicológicos determinaron que los participantes eran “normales”: emocionalmente estables, físicamente sanos y respetuosos con la ley. En resumen que ni eran “sádicos” ni “delincuentes”.

Pues bien, el resultado fué que el experimento duró exactamente seis días y seis noches! Por qué razón se acortó? Pues, porque se salió de madre con una rapidez increíble. Lo que esperaban que serían leves modificaciones en el comportamiento y el estado anímico de los participantes, se convirtieron en actos brutales y arbitrarios sin precedentes por parte de los guardas y en estados de apatía y depresión por parte de los prisioneros. La situación se apoderó de todos los participantes, los mismos experimentadores incluidos, hasta tal punto que ya no se sintieron capaces de controlar lo que estaba pasando. En palabras del mismo Philip Zimbardo:

Al cabo de seis días tuvimos que clausurar nuestra prisión ficticia porque lo que vimos era alarmante. La mayoría de los sujetos (e incluso nosotros mismos) ya no distinguía con claridad dónde terminaba la realidad y dónde empezaban los papeles. Casi todos se habían vuelto realmente presos o guardias, sin poder separar con claridad entre la representación del rol y su propia persona. En la práctica, todos los aspectos de su actuar, pensar o sentir cambiaron dramáticamente.

Zimbardo, P.G. (1976). “Patology of imprisonment”. A: D. Krebs (ed.). Readings in Social Psychology: Contemporary Perspectivas (pág. 268). Nueva York: Harper y Row (citado a Martin¬Barón, 1989, pág. 145).

Las posibilidades de la resistencia.

Volvamos a dar un vistazo al experimento de Milgram, después de haber pasado por la prisión de Stanford. La cosa cambia. Quizás los resultados del experimento en lugar de conducir al pesimismo tendrán que invitarnos al optimismo. En la condición base un 35% de personas desobedecieron en algún momento del experimento, y a pesar de que en la condición de colaborador sólo lo hicieron un 7,5% y en la réplica holandesa un 9%; al menos alguien desobedeció. Por lo tanto, también podemos leer el experimento como una lección sobre las condiciones necesarias para la resistencia.

Un individuo solo enfrentado a un experimentador muy consistente, simplemente no es un individuo. En cambio, si hay otras personas que definen una posible resistencia el experimentador pierde consistencia y se puede redefinir la situación. De forma que ni la obediencia ni la resistencia son, de hecho, procesos individuales. Ambas acciones requieren una situación que tiene que ser definida colectivamente.

Dos ejemplos para acabar. François Rochat y André Modigliani (1995) estudiaron la resistencia a colaborar con el gobierno pronazi de un pueblo francés. Consideran que a pesar de la apariencia heroica de esta resistencia que consiguió salvar la vida de miles de personas perseguidas, la realidad fue basta diferente. El pueblo no se diferenciaba en nada de los pueblos vecinos y la resistencia fue el resultado de una serie de acciones que emprendieron algunos habitantes y la respuesta del gobierno francés. Simplemente, resistir fue tan normal como obedecer para la mayoría de los franceses. De la misma manera que obedecer no es cuestión de sádicos, resistir tampoco es cuestión de héroes ni de santos.

Haristos-Fatouros (1988) explica que después de estudiar cuidadosamente los programas de entrenamiento de la policía militar griega, la cual torturó cientos de detenidos durante la dictadura de los coroneles (entre 1967 y 1974), llegó a la conclusión de que si se aplican los procedimientos de enseñanza adecuados en las circunstancias apropiadas cualquier persona es un torturador potencial.

Hanna Arendt en su famoso libro Eichmann en Jerusalén describió con horror lo que había visto en el juicio a este nazi que tuvo lugar el 1961. Una persona “normal” había podido cometer los peores crímenes y ella lo definió como “the banality of evil“, es decir, que la maldad es lo más corriente, vulgar podríamos decir incluso. Tenía toda la razón, pero tampoco hace falta olvidar que la bondad es igual de corriente y de banal, y es que, en definitiva, no se trata de diferencias personales sino sociales. La bondad o la maldad pueden aparecer de manera normal y corriente y la pueden ejercer las mismas personas normales y corrientes. Aquello que hace falta estudiar no es, por lo tanto, las personas que participan sino los momentos y las circunstancias en las cuales aparecen.

La definición de la situación incluye también si en su interior habrá individuos o no y cual será el comportamiento de estos individuos según los roles que les asigne y de las normas que marque. Pero no arruguéis la nariz, porque esta última frase, aunque lo parezca, no es determinista. No olvidéis nunca que son las personas las que definen las situaciones, las que aportan el significado, y que, por lo tanto, toda situación es permanentemente negociable y modificable.

La sociedad, los grupos, la historia, no son otra cosa que vosotros mismos, y no existen sino es por medio vuestro. Somos, por lo tanto, nosotros (y fijaos que decimos “nosotros” y no “yo” o “tú”) quienes, en definitiva y aunque sea realmente difícil, tenemos la última palabra sobre la realidad de las cosas y de la vida, de las palabras y los objetos, de los pensamientos y las emociones, de las relaciones al fin y al cabo. Este es la gran ventaja que aporta la psicología social respecto de otras comprensiones de la psicología que sí son deterministas al situar el origen del comportamiento en instancias no controlables por las personas, sean estas su pasado o los genes.

Con respecto al método, muchos psicólogos sociales han abandonado ya los experimentos de laboratorio. Estos experimentos fueron necesarios en un momento en que en psicología no se podía hablar de ninguna otra manera, un momento en el cual actuar fuera de los rígidos márgenes de la ciencia entendida dogmáticamente era problemático si uno quería hacer investigación. Ahora, a pesar de que todavía es así a menudo, hay otras posibilidades que permiten ir a estudiar los procesos de influencia y de resistencia allá donde tienen lugar, mediante estudios etnográficos, análisis del discurso o de otras metodologías cualitativas. O incluso simplemente reflexionar sobre éstos como hemos hecho en este tema. Estudiar procesos psicosociales es un trabajo tan necesario como inacabable, precisamente porque las situaciones cambian constantemente.

La belleza de la psicología social reside en su gran capacidad descriptiva más que en su habilidad explicativa. Demasiados años de experimentalismo estrecho y mal entendido, centrado en la búsqueda obsesiva de la causa, han dañado una disciplina que siempre se ha caracterizado por su impresionante intuición sobre el funcionamiento de la vida cotidiana en sociedad. Lo que habéis visto en este tema han sido algunos de los experimentos fundamentales de la psicología social, y creo que no exagero si afirmo que son admirables. Pero la búsqueda de la causa final, única e invariante, ha acabado en abuso de factores explicativos simplistas, como pueden ser la necesidad de autoestima o la búsqueda de una identidad social positiva, y lamentablemente ha olvidado los factores culturales y históricos, aportaciones de disciplinas tan fundamentales como son la antropología y la historia.

Quizás si la preocupación por la explicación se sustituye, tal como propone el construccionismo social, por un afán de comprensión, si la obsesión para la objetividad se vuelve en un reconocimiento del papel de la interpretación, y si la metáfora del “mundo interior” que cada persona tiene se cambia por otra metáfora menos individualista, entonces la psicología social tendrá un lugar entre las otras ciencias sociales y humanas a la altura que sus increíbles descripciones de la conducta humana se merecen.




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