La economía de la infelicidad
La economía de la infelicidad
Texto:
http://elpais.com/diario/2011/05/08/negocio/1304862450_850215.html
La economía no es algo ajeno a nosotros. Los seres humanos formamos parte de
ella del mismo modo que los peces forman parte del océano. Tanto es así, que
podría describirse como el tablero de juego sobre el que hemos edificado
nuestra existencia, y en el que a través del dinero se relacionan e
interactúan tres jugadores principales: el sistema monetario, las
organizaciones y los seres humanos. Cabe decir que esta partida está
regulada por leyes diseñadas por los Estados. Sin embargo, por encima de su
influencia, el poder real reside en los ciudadanos: con nuestra manera de
ganar dinero (trabajo) y de gastarlo (consumo) moldeamos día a día la forma
que toma el sistema.
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Más allá de cubrir nuestras necesidades, a lo largo de las últimas décadas
nos hemos convencido de que debemos tener deseos y aspiraciones materiales
de cuya satisfacción dependa nuestra felicidad. Y no es para menos. En 2010,
la inversión publicitaria en España superó los 12.880 millones de euros,
según la agencia Infoadex. Así, las empresas se gastaron 280 millones por
ciudadano con el objetivo de persuadirnos para comprar sus productos y
servicios. Cabe decir que esta inversión multimillonaria promueve unas
determinadas creencias, valores y prioridades en nuestro paradigma. Es
decir, en nuestra manera de comprender y de vivir la vida. Prueba de ello es
el triunfo del hiperconsumismo.
El vacío existencial se ha convertido en la 'enfermedad' contemporánea
Además, mientras seguimos asfaltando y urbanizando la naturaleza, conviene
recordar que la economía creada por la especie humana es un subsistema que
está dentro de un sistema mayor: el planeta Tierra, cuya superficie física y
recursos naturales son limitados y finitos. De hecho, creer que el
crecimiento económico va a resolver nuestros problemas existenciales es como
pensar que podemos atravesar un muro de hormigón al volante de un coche
pisando a fondo el acelerador.
Sin embargo, hoy en día es común escuchar a políticos, economistas y
empresarios afirmar que "el sistema capitalista es el menos malo" de todos
los que han existido a lo largo de la historia. Y que "afortunadamente" ya
empiezan a verse señales de "recuperación económica". Es decir, que la idea
general es seguir creciendo y expandiendo la economía tal y como lo hemos
venido haciendo. Es decir, sin tener en cuenta los costes humanos y
medioambientales. De lo que se trata es de "superar cuanto antes" el bache
provocado por la crisis financiera.
Ante este tipo de declaraciones podemos concluir que como sociedad no
estamos aprendiendo nada de lo que esta crisis ha venido a enseñarnos. De
ahí que sigamos mirando hacia otro lado, obviando la auténtica raíz del
problema. No nos referimos a la guerra, a la pobreza o al hambre que padecen
millones de seres humanos en todo el mundo. Ni a la voracidad con la que
estamos consumiendo los recursos naturales del planeta. Tampoco estamos
hablando del abuso y de la dependencia de los combustibles fósiles
-petróleo, carbón y gas natural-, que tanto contaminan la naturaleza. Ni
siquiera del calentamiento global. Estos solo son algunos síntomas que ponen
de manifiesto el verdadero conflicto de fondo: nuestra propia infelicidad.
Cegados por nuestro afán materialista llevamos una existencia de segunda
mano. Parece como si nos hubiéramos olvidado de que estamos vivos y de que
la vida es un regalo. Prueba de ello es que el vacío existencial se ha
convertido en la enfermedad contemporánea más común. Tanto es así, que lo
normal es reconocer que nuestra vida carece de propósito y sentido. Y
también que muchos confundan la verdadera felicidad con sucedáneos como el
placer, la satisfacción y la euforia que proporcionan el consumo de bienes
materiales y el entretenimiento.
La paradoja es que el crecimiento económico que mantiene con vida al sistema
se sustenta sobre la insatisfacción crónica de la sociedad. Y la ironía es
que cuanto más crece el consumo de antidepresivos como el Prozac o el
Tranquimazín, más aumenta la cifra del producto interior bruto. De ahí que
no sea descabellado afirmar que el malestar humano promueve bienestar
económico.
Frente a este panorama, la pregunta aparece por sí sola: ¿hasta cuándo vamos
a posponer lo inevitable? Es hora de mirarnos en el espejo y cuestionar las
creencias con las que hemos creado nuestro falso concepto de identidad y
sobre las que estamos creando un estilo de vida puramente materialista. Si
bien el dinero nos permite llevar una existencia más cómoda y segura, la
verdadera felicidad no depende de lo que tenemos y conseguimos, sino de lo
que somos. Para empezar a construir una economía que sea cómplice de nuestra
felicidad, cada uno de nosotros ha de asumir la responsabilidad de crear
valor a través de nuestros valores. Y este aprendizaje pasa por encontrar lo
que solemos buscar desesperadamente fuera en el último lugar al que nos han
dicho que debemos mirar: dentro de nosotros mismos.
Borja Vilaseca es director del máster en Desarrollo Personal y Liderazgo de
la Universidad de Barcelona
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