Optimismo. Parte II
Optimismo. Parte II
Cuarta parte
Texto:
http://elpais.com/diario/2005/12/11/eps/1134286015_850215.html
Alex Rovira Celma 11 DIC 2005
Los beneficios del optimismo
Cada vez más investigaciones muestran los beneficios físicos, psicológicos e
incluso económicos que genera una actitud optimista ante la vida. Aliados
asociados como el coraje, la esperanza, la confianza, la pasión, la
perseverancia o el entusiasmo son capaces de transformar nuestra realidad y
hacernos más felices.
Cada vez más investigaciones muestran los beneficios físicos, psicológicos e
incluso económicos que genera una actitud optimista ante la vida. Aliados
asociados como el coraje, la esperanza, la confianza, la pasión, la
perseverancia o el entusiasmo son capaces de transformar nuestra realidad y
hacernos más felices.
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¿Qué es el optimismo?
Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de
Pensilvania, está considerado uno de los principales expertos en el estudio
de las diferencias entre optimistas y pesimistas.
Diferencias entre optimistas y pesimistas:
Según este profesor:
- El
optimismo está muy relacionado con la responsabilidad que asumimos o no las
personas ante aquello que nos ocurre.
- En definitiva, el optimista se hace y
se sabe responsable de aquello que le sucede, y, por tanto, se cuestiona qué
es lo que puede hacer para rectificar, mejorar o cambiar una determinada
situación.
- Por el contrario, el pesimista tiende a sentirse impotente frente
al mundo o incluso frente a sí mismo y espera pasivamente a que sean las
circunstancias externas las que cambien.
- Los optimistas tienden a
interpretarse más como causas de aquello que les ocurre, mientras que los
pesimistas tienden a sentirse efectos de las circunstancias exteriores.
- Otra
diferencia interesante es que el optimista tiende a percibir los aspectos
positivos de sí mismo, del otro y de la realidad que le rodea, mientras que
el pesimista se concentra en los aspectos negativos.
- En consecuencia, las
emociones del optimista se mueven en un espectro que incluye el coraje, el
entusiasmo, la pasión, la confianza, la esperanza o el ver los errores como
oportunidades para aprender.
- Por su parte, el pesimista tiene un mayor
riesgo de sufrir problemas emocionales, ya que demasiado a menudo el
sentimiento de culpa e impotencia facilita la sensación de fracaso y la
percepción de imposibilidad de cambio o mejora.
- Las personas optimistas
tienden a ser más perseverantes y a ver realizados sus proyectos en mayor
medida que las pesimistas.
En este sentido, conviene no confundir optimismo con ingenuidad o negación
de la realidad, ya que ser optimista no implica negar los problemas que la
realidad presenta, sino asumir su existencia y definir estrategias de acción
basadas en la esperanza para afrontar la realidad y transformarla.
Una investigación de la clínica Mayo de Nueva York con 839 personas concluyó que los optimistas viven alrededor de un 19% más que los pesimistas. Esta investigación, que duró 30 años, afirmaba que la salud no depende sólo de valores físicos, sino también de la actitud con la que las personas enfrentan la vida. En caso de tener que afrontar situaciones generadoras de estrés, los optimistas tienden a experimentar estados de ánimo menos negativos que los pesimistas, lo cual se manifiesta en comportamientos de salud más adaptables y en un mejor sistema inmunológico. El pesimista tiende a retraerse o darse por vencido en mayor medida. Diversos investigadores sostienen que los pacientes optimistas se recuperan con mayor rapidez y tienden a tener menos complicaciones posoperatorias.
Más hace el que quiere que el que puede. C. R. Zinder, doctor en psicología de la Universidad de Kansas, realizó un estudio en el que concluyó que el rendimiento académico de un alumno depende más de su actitud que de su cociente intelectual. Según él, los mejores resultados académicos los obtienen más los alumnos con una actitud optimista y positiva que aquellos que obtienen buenos resultados en tests que miden el cociente intelectual. En este sentido, los objetivos elevados, pero razonables, y los planes de acción para alcanzarlos parecen ser las claves del buen resultado universitario. En definitiva, más hace el que quiere que el que puede.
Otro caso nos lo presenta el doctor Mark Albion en su libro "Vivir y ganarse
la vida". Según este prestigioso profesor, la confianza, la esperanza y el
amor a lo que uno desea hacer en la vida ganan la partida a la búsqueda de
la seguridad que nace del miedo derivado de una visión pesimista de la
existencia.
Según Albion, en una investigación sobre graduados en escuelas de negocios
se realizó un seguimiento de las carreras profesionales de 1.500 personas
desde 1960 hasta 1980. Los graduados se agrupaban en dos categorías
distintas desde el principio. La categoría A incluía a aquellos que
afirmaban que debían ganar dinero en primer lugar para luego poder hacer lo
que realmente deseaban hacer. La categoría B agrupaba a aquellos que
buscaban en primer lugar conseguir sus propios anhelos, seguros y confiados
de que el dinero acabaría llegando. ¿Cuáles eran los porcentajes de cada
categoría? De los 1.500 graduados incluidos en el estudio, un 83%
pertenecían a la categoría A, es decir, la de las personas que querían el
dinero ya. La categoría B, la de los más arriesgados, alcanzaba un 17% de
los graduados.
Después de 20 años, aquel 17% de los alumnos estaban más sanos, alegres y
satisfechos y tenían mejor disposición ante la vida que el resto. Además,
entre los 1.500 graduados, y tras esos 20 años, había 101 personas que
habían logrado unos altísimos niveles de prosperidad individual y social. Lo
interesante es que tan sólo uno de ellos se encontraba en la categoría A,
mientras que los 100 restantes estaban en la categoría B. Conviene recordar
además que la vida de aquellas personas que han hecho grandes aportaciones a
la humanidad se ha caracterizado por una existencia plagada de adversidades
y dificultades que sólo fue posible superar a través de la fuerza de ánimo
que genera el optimismo. Winston Churchill era contundente en este sentido
al afirmar que "el optimista ve la oportunidad en toda calamidad, mientras
que el pesimista ve la calamidad en toda oportunidad".
Pero el optimista ¿nace o se hace? Son muchos los autores en el terreno de
la psicología que sostienen que, afortunadamente, el optimismo se puede
aprender, aunque, obviamente, está determinado en parte por la herencia y,
cómo no, por las primeras experiencias de nuestra vida. De todas formas, es
posible, en etapas maduras, aprender a ver las cosas de otra manera. Lo que
es, sin duda, muy importante es el modo en que los padres explican a sus
hijos por qué las cosas suceden como suceden, enseñándoles a aceptar la
realidad, pero no a resignarse, sino a trabajar haciéndose responsables para
crear aquellas circunstancias que faciliten el cambio. De alguna manera, el
optimismo o pesimismo que un niño vive en su entorno puede ser una
influencia significativa en la construcción de la imagen de sí mismo, de los
demás y de la vida que se haga el pequeño.
En definitiva, y para concluir, podríamos decir que tanto el optimista como
el pesimista acaban algún día muriendo; pero la diferencia está en cómo han
vivido la vida y, en consecuencia, en el legado que dejan en su entorno
cuando llega el momento de partir definitivamente.
Literatura en positivo
Entre la abundante literatura sobre la importancia de las actitudes
positivas a la hora de encarar la vida, destacaríamos sin duda la
extraordinaria obra del doctor Víktor Frankl titulada "El hombre en busca de
sentido". Obra de referencia para comprender la profunda capacidad del ser
humano para sobrevivir a la adversidad y construir una existencia con
sentido. También "La fuerza del optimismo", del doctor Luis Rojas Marcos, es
una excelente obra en la que se aborda de manera amena y profusa los
territorios del talante, de las actitudes y de la fuerza interior.
Álex Rovira Celma es profesor de Esade, conferenciante y escritor.
Quinta parte
Texto:
http://psicologia.laguia2000.com/la-depresion/el-optimismo
El optimismo es una cuestión de carácter, una forma ser y de percibir el
mundo que se adquiere con la experiencia, cualquiera que haya sido.
No se nace optimista, sino que se decide ser optimista desde las vivencias
que se hayan tenido, tanto buenas como de las otras, cuando se tiene la
capacidad de ver el lado bueno que tienen todas las cosas y cuando se está
dispuesto a ir siempre hacia delante con confianza y sin miedo, a pesar de
los contratiempos.
El optimista ve oportunidades y desafíos en cada obstáculo; oportunidades
para aprender y desafíos para comprobar que puede hacer lo que se propone y
ser fiel a si mismo.
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No significa ser simple o ingenuo ni refleja debilidad, sino por el
contrario, muestra la férrea actitud de lograr los propósitos pensando en
positivo, hablando de ello con entusiasmo y actuando de acuerdo a lo pensado
y dicho, sostenido por el deseo y la voluntad de desarrollarse y crecer e
impulsado por una motivación clara, decidida y tenaz.
Ser optimista no es fácil en un contexto donde abunda el pesimismo y donde
esta actitud positiva se puede confundir con desinterés por los que sufren
infortunios.
El optimismo no es una actitud egoísta centrada en si mismo ni se trata de
algo que se pueda obtener por arte de magia, sino que es una forma de
encarar la realidad en forma positiva, perfectamente posible, con toda la
energía y el esfuerzo que se necesita y fortalecidos por la esperanza.
Todas las grandes obras tienen dificultades en el camino de su realización.
Si sólo se pensara en ellas y no se reconocieran las ventajas que pueden
reportar, ese proceso creativo nunca se podría hacer realidad.
Para darse cuenta de las barras que se levantan para entorpecer la vida, es
necesario revisar los pensamientos personales y los de los demás que nos
rodean; porque más importante que empeñarse en ser optimista es eliminar la
propia negatividad y permanecer libre de la influencia de los otros.
Pensar mal es un condicionamiento adquirido y una creencia negativa; cuando
no se pudo aprender a creer que las cosas también pueden salir bien y aún
mejor si las proyectamos, imaginamos y visualizamos ya realizados de
antemano.
Para abandonar la actitud derrotista es necesario reavivar la esperanza que
se ha perdido, porque ella es la que motiva a desplegar la creatividad, a
comportarse en forma optimista, a ser entusiasta, a atreverse a ser creativo
y a estar dispuesto a la acción.
La desesperanza es producto del miedo, porque el temor anticipa la derrota y
conduce a comportarse como un perdedor, que significa bajar los brazos y
desalentarse frente al fracaso.
Se puede empezar actuando como si se fuera optimista, interesándose
activamente en las cosas y poniendo energía y fuerza en ellas.
El optimista no guarda resentimientos ni rencores, trasciende su pasado y se
concentra en el presente, colecciona amigos, no se enoja por cualquier cosa,
no se queja, perdona, acepta y agradece, y esta actitud le renueva la vida
por dentro y por fuera.
Cuando una persona desarrolla su potencial se pone de buen humor y tiende
naturalmente a sentirse optimista porque espontáneamente las cosas le salen
bien y la realidad parece acomodarse a esas circunstancias. Sólo los
pensamientos negativos y el diálogo interno la transforman en pesimista y a
desconfiar de sus aptitudes y habilidades.
El diálogo interno proviene de los sermones de padres y maestros que
limitaban las iniciativas de la niñez y que aparecen después fuera de
contexto, cada vez que surge una oportunidad o un nuevo desafío, pero que ya
no sirven, porque intoxican la mente, bloquean todos los caminos y no
permiten avanzar a un adulto.
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