Optimismo. Parte I
Optimismo. Parte I
Primera parte
Texto:
http://www.psicologia-positiva.com/optimismo.html
El optimismo es uno de los tópicos que mayor interés ha despertado entre los
investigadores de la psicología positiva. Puede definirse como una
característica disposicional de personalidad que media entre los
acontecimientos externos y la interpretación personal de los mismos. Es la
tendencia a esperar que el futuro depare resultados favorables. El
optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen
ánimo y perseverancia , descubriendo lo positivo que tienen las personas y
las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto
con la ayuda que podemos recibir.
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La principal diferencia que existe entre una actitud optimista y su
contraparte –el pesimismo- radica en el enfoque con que se aprecian las
cosas: empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca
apatía y desánimo. El optimismo supone hacer ese mismo esfuerzo para
encontrar soluciones, ventajas y posibilidades.
En general, parece que las personas más optimistas tienden a tener mejor
humor, a ser más perseverantes y exitosos e, incluso, a tener mejor estado
de salud física.
De hecho, uno de los resultados más consistentes en la
literatura científica es que aquellas personas que poseen altos niveles de
optimismo y esperanza (ambos tienen que ver con la expectativa de resultados
positivos en el futuro y con la creencia en la propia capacidad de alcanzar
metas) tienden a salir fortalecidos y a encontrar beneficio en situaciones
traumáticas y estresantes.
Segunda parte
Texto:
http://www.salonhogar.net/Diversos_Temas/Optimismo.htm
Forjar un modo de ser entusiasta, dinámico, emprendedor y con los pies sobre
la tierra, son algunas de las cualidades que distinguen a la persona
optimista.
El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen
ánimo y perseverancia , descubriendo lo positivo que tienen las personas y
las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto
con la ayuda que podemos recibir.
La principal diferencia que existe entre una actitud optimista y su
contraparte –el pesimismo- radica en el enfoque con que se aprecian las
cosas: empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca
apatía y desánimo. El optimismo supone hacer ese mismo esfuerzo para
encontrar soluciones, ventajas y posibilidades; la diferencia es mínima,
pero tan significativa que nos invita a cambiar de una vez por todas nuestra
actitud.
Alcanzar el éxito no siempre es la consecuencia lógica del optimismo, por
mucho esfuerzo, empeño y sacrificio que pongamos, algunas veces las cosas no
resultan como deseábamos. El optimismo es una actitud permanente de
“recomenzar”, de volver al análisis y al estudio de las situaciones para
comprender mejor la naturaleza de las fallas, errores y contratiempos, sólo
así estaremos en condiciones de superarnos y de lograr nuestras metas. Si
las cosas no fallaran o nunca nos equivocáramos, no haría falta ser
optimistas.
Normalmente la frustración se produce por un fracaso, lo cual supone un
pesimismo posterior para actuar en situaciones similares. La realidad es que
la mayoría de nuestro tropiezos se dan por falta de cuidado y reflexión.
¿Para qué sirve entonces la experiencia? Para aprender, rectificar y ser más
previsores en lo futuro.
El optimista sabe buscar ayuda como una alternativa para mejorar o alcanzar
los objetivos que se ha propuesto, es una actitud sencilla y sensata que en
nada demerita el esfuerzo personal o la iniciativa. Sería muy soberbio de
nuestra parte, pensar que poseemos el conocimiento y los recursos necesarios
para salir triunfantes en toda circunstancia.
Cualquiera que ha sido campeón en alguna disciplina, llegó a colocarse en la
cima por su esfuerzo, perseverancia y sacrificio, pero pocas veces, o mejor
dicho nunca, se hace alusión a su optimismo, a esa entrega apasionada por
alcanzar su fin, conservando la confianza en sí mismo y en las personas que
colaboraron para su realización. El optimismo refuerza y alienta a la
perseverancia
El optimista no es ingenuo ni se deja llevar por ideas prometedoras, procura
pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar
decisiones. Si una persona desea iniciar un negocio propio sin el capital
suficiente, sin conocer a fondo el ramo o con una vaga idea de la
administración requerida, por muy optimista que sea seguramente fracasará en
su empeño, ya que carece de las herramientas y fundamentos esenciales para
lograrlo.
En otras circunstancias nos engañamos e inventamos una falsa realidad para
hacernos la vida más fácil y cómoda. Basta mencionar al estudiante que se
prepara poco y mal antes de sus evaluaciones, esperando obtener la
calificación mínima y necesaria para “salir del paso”, sin darse cuenta que
su falso optimismo lo llevará –tarde o temprano- al fracaso.
Se podría pensar que el optimismo nada tiene que ver con el resto de las
personas, sin embargo, este valor nos hace tener una mejor disposición hacia
los demás: cuando conocemos a alguien esperamos una actitud positiva y
abierta; en el trabajo, una personalidad emprendedora; en la escuela,
profesores y alumnos dedicados. Si nuestras expectativas no se cumplen, lo
mejor es pensar que las personas pueden cambiar, aprender y adaptarse con
nuestra ayuda. El optimista reconoce el momento adecuado para dar aliento,
para motivar, para servir.
En la amistad y en la búsqueda de pareja también es necesario ser optimista.
Algunas personas se encierran en sí mismos después de los fracasos y las
desilusiones, como si ya no existiera alguien más en quien confiar. El
optimismo supone reconocer que cada persona tiene algo bueno, con sus
cualidades y aptitudes, pero también sus defectos, los cuales debemos
aceptar y buscar la manera de ayudarles a superarlos.
El paso hacia una actitud optimista requiere de una disposición más
entusiasta y positiva, es tanto como darle la vuelta a una moneda y ver todo
con una apariencia distinta:
- Analiza las cosas a partir de los puntos buenos y positivos, seguramente
con esto se solucionarán muchos de los inconvenientes. Curiosamente, no
siempre funciona igual a la inversa.
- Haz el esfuerzo por dar sugerencias y soluciones, en vez de hacer críticas
o pronunciar quejas.
- Procura descubrir las cualidades y capacidades de los demás, reconociendo
el esfuerzo, el interés y la dedicación. Esto es lo más justo y honesto.
- Aprende a ser sencillo y pide ayuda, generalmente otras personas
encuentran la solución más rápido.
- No hagas alarde de seguridad en ti mismo tomando decisiones a la ligera,
considera todo antes de actuar pues las cosas no se solucionan por sí
mismas. De lo contrario es imprudencia, no optimismo.
No es más optimista el que menos ha fracasado, sino quien ha sabido
encontrar en la adversidad un estímulo para superarse, fortaleciendo su
voluntad y empeño; en los errores y equivocaciones una experiencia positiva
de aprendizaje. Todo requiere esfuerzo y el optimismo es la alegre
manifestación del mismo, de esta forma, las dificultades y contrariedades
dejan de ser una carga, convirtiéndonos en personas productivas y
emprendedoras.
Tercera parte
Texto:
http://www.terceracultura.net/tc/?p=4391
Optimismo “irracional”
Por Eduardo Zugasti día 16 marzo, 2012
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Tali Sharot es una neuróloga británica, autora de "The optimistic bias. Why
we’re wired to look on the bright side", donde analiza las bases biológicas
del optimismo. Aunque últimamente se ha puesto de moda presentar la actitud
optimista como una decisión racional, después de examinar las evidencias, en
general el optimismo no es algo que decidimos, sino algo que somos, o no.
El optimismo e incluso una “ilusión de superioridad” está en todas partes.
Según encuestas, el 90% de los conductores se consideran mejores que la
media. El 76% de las personas se muestra optimista sobre el futuro de su
propia familia, pero sólo un 30% es optimista con respecto a las demás
familias. En general, las encuestas muestran un nivel inferior de optimismo
cuando se evalúa el futuro de la sociedad en su conjunto, una tendencia que
acentúan los momentos críticos, tal y como muestran los últimos indicadores
del CIS sobre la valoración de la situación económica en nuestro país.
Una aportación interesante de Sharot es que sus trabajos han ampliado el
espectro empírico del optimismo, al menos dentro de las sociedades
occidentales: los europeos y los israelíes son tan optimistas como los
norteamericanos. El sesgo optimista podría atravesar fronteras, culturas,
razas, sexo, incluso especies (Matheson et al. 2008), lo que hablaría bien
sobre su valor biológico adaptativo.
La actitud optimista podría abarcar hasta el 80% de los humanos.
Interesante: de hecho, la mayor parte de este 20% restante sufre síntomas
depresivos.
Pesimismo y depresión. Strunk et al. 2006
Las expectativas optimistas son tan fuertes que se mantienen a menudo frente
a las evidencias. Parece que esto es debido a que el cerebro es mucho más
eficaz recolectando información positiva, y aprendiendo de ella, que
recolectando información negativa. Según Sharot estas diferencias tienen un
correlato neuroanatómico. Experimentos mediante estimulación transcraneal
electromagnética, aparentemente muestran que es posible variar actitudes
pesimistas u optimistas mediante la estimulación de una zona concreta del
cerebro: el giro frontal inferior.
Una consecuencia interesante para la ética de la felicidad según esta
aproximación neurobiológica al optimismo, en apariencia en contradicción con
concepciones tradicionales, es que las expectativas de felicidad bajas o
modestas no están relacionadas con una mayor satisfacción personal. Desde el
punto de vista de la felicidad personal, parece más rentable y eficaz elevar
y no bajar las expectativas optimistas. La gente con expectativas inferiores
terminan sintiéndose peor. En parte, esto es así porque al enfrentarse con
malos resultados la gente optimista es capaz de generar explicaciones menos
comprometidas con su propia competencia. En otras palabras, se engañan mejor
que los pesimistas.
Este es el lado bueno del optimismo. Aunque, como cualquier otro producto
natural, tiene costos. Las personas hiperoptimistas juegan un papel
desproporcionadamente importante tanto en nuestras vidas personales como en
nuestra vida social porque, tanto la sociedad, como los gobiernos y el
mercado, valoran más el optimismo. Y el atractivo irresistible del optimismo
nos hace vulnerables al riesgo. Daniel Kahneman y Amos Tversky, en
particular, han subrayando las consecuencias potencialmente catastróficas de
la “falacia de la planificación”, cuando quienes tienen el poder de las
decisiones económicas y políticas importantes sobrevaloran los beneficios e
infravaloran los costos de tomar decisiones arriesgadas.
Mientras que la actitud realista y el pensamiento estadístico son
recomendables en las decisiones financieras y políticas, según se desprende
del examen de Sharot, cuando pasamos a la vida personal, normalmente es
preferible dejarse llevar por un poco de optimismo.
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