Optimismo inteligente. Luis Rojas Marcos.

Creado: 12/7/2012 | Modificado: 26/2/2013 3394 visitas | Ver todas Añadir comentario



Optimismo inteligente. Luis Rojas Marcos.
 

Texto:
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Escrito por francisco Alcaide Hernández

A pesar de ser una de las pocas personalidades made in Spain que ha tocado con los dedos el cielo de Nueva York, el Doctor Marcos –como le conocen al otro lado del Atlántico– resulta cercano desde el minuto uno de partido.

No es fácil encontrar entre personas que se mueven por las altas esferas gente sencilla y agradable que no peque de un cierto aire de superioridad. Este psiquiatra criado profesionalmente en Manhattan es una de esas raras avis.

Le gusta Nueva York, la ciudad que tan bien le acogió hace cuatro décadas cuando hizo las maletas y emprendió vuelo a tierras americanas, pero no olvida sus raíces españolas lo que le lleva a practicar la actividad literaria en castellano como forma de mantener el contacto con sus orígenes.
 


De vez en cuando, mientras camina por la Gran Manzana, se para y charla con los homeless (sin techo), porque según ha confesado en alguna ocasión “siente compasión por los que sufren”, una tradición heredada de su abuelo Miguel, al que no conoció, que dejaba una peseta debajo de la almohada de los más pobres.

Luis Rojas Marcos pertenece al club de los “optimistas” porque “no se gana nada no siéndolo”. No debe ser mala opción cuando la NASA, que selecciona a sus candidatos a astronautas con exquisita delicadeza, incluye entre las cinco skills más apreciadas el talante optimista del aspirante; y es que como apunta este experto, los beneficios del optimismo se producen en todos los ámbitos: en la salud, en las relaciones personales, en el trabajo, en el deporte o incluso en la política, donde diversos estudios empíricos han contrastado la relación entre la disposición optimista o pesimista de los candidatos a presidente de Estados Unidos entre 1900 y 1984 y el resultado de las elecciones, concluyendo que el electorado prefirió en el 82% de los comicios al aspirante más optimista en sus discursos.

El optimismo es rentable y su explicación sencilla. El optimista es más perseverante, lo intenta más veces y eso hace que llegue más lejos. El pesimista, por su parte, ante las dificultades abandona pronto cumpliéndose sus pronósticos más derrotistas; o dicho con palabras de Isaac Singer: “Si continúas diciendo que las cosas van a ir mal tienes buenas probabilidades de convertirte en un profeta”.

Su contacto cercano con la enfermedad y el dolor le ha servido para extraer dos lecciones; la primera, el inmenso poder reparador del pensamiento positivo; el segundo, el afán de esperanza que abunda entre las personas; hipótesis refrendadas durante casi cuarenta años de profesión y avaladas con mayor precisión tras los atentados terroristas contra las torres gemelas del World Trade Center el 11-S de 2001.

Asegura que el mayor enemigo del hombre es la depresión que anula toda posibilidad de esperanza, y una vida sin esperanza carece de sentido y está amortizada anticipadamente.

 

Su nivel de satisfacción con la vida en general, del uno al diez, ronda el ocho, algo que no es exclusivo, ya que según afirma “está demostrado que la mayoría de las personas asegura sentirse satisfecha. No puede ser de otra forma, sino la humanidad no habría podido sobrevivir”.

Una de las máximas que rige su vida es la de diversificar las fuentes de bienestar entre diversos ámbitos y diferentes personas como estrategia de compensación de tensiones, y entre sus recomendaciones habituales está la de hablar mucho debido a su alto poder terapéutico ya que disminuye la presión arterial y fortalece el sistema inmunológico: “la confesión existía mucho antes de que la Iglesia católica usara ese rito tan saludable del desahogo para trasladar los problemas a otros. Tiene un gran componente saludable”.



Naturalidad, sencillez, humildad y humanidad son sólo la proa de un ramillete de virtudes que definen a este andaluz cuyo hablar pausado y comedido rezuma sabiduría, una sabiduría que sólo está al alcance de quien sabe no confundir lo “accidental” con lo “esencial”.

Luis Rojas Marcos nació en Sevilla en 1943. De niño, fue al colegio de los jesuitas y como él mismo confiesa tenía un trastorno de déficit de atención: “De pequeño era un trasto, trepaba por los árboles, me escapaba de casa..., no podían conmigo. No aprobaba ni Educación Física ni Religión”.

En una ocasión, con apenas 9 años, le retaron a prender fuego a un monte y así lo hizo. Acabó en el cuartelillo de la guardia civil de Liendo, entre Castro Urdiales y Laredo. Después ingresó en el colegio del Santo Ángel, donde llevaban a los que suspendían y, allí, con 14 años “empecé a aprobar y todo cambió”.

Desde muy pequeño ya sabía que quería ser médico: “esta ilusión me la inculcó mi madre. Ella siempre me contaba anécdotas muy interesantes de su padre, mi abuelo Miguel, a quien no conocí, y que fue médico de Liendo, un valle pequeño y maravilloso de Cantabria”.

Pasada la adolescencia estudió Medicina en la Universidad de Sevilla donde se licenció en 1967. Un año más tarde, con apenas 24 años y un inglés de andar por casa, cogió las maletas y emigró a Estados Unidos para especializarse en psiquiatría en la ciudad de los rascacielos aunque como confiesa también para “huir de una situación política, social, familiar y moral tensa. Cuando decidí marchar, a pesar de los obstáculos normales que tiene cualquier emigrante, había una parte de mí que se sentía bien, ya que por aquel entonces en España el ambiente no era muy bueno, y también me fui huyendo de las tensiones emocionales que yo sentía”.

Nada más aterrizar se compró un libro que decía “cómo aprender inglés en un mes”, pero como nada se consigue sin esfuerzo, le costó algo más, un año y medio. Su idea era permanecer uno o dos años pero lleva casi cuarenta y no hay visos de vuelta definitiva. Las nuevas tecnologías y los aviones le permiten mantener el contacto con su España natal sin desprenderse del cariño cultivado en tierras americanas.

De 1982 a 1992 fue Director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario Municipal de Nueva York. En 1992 tomo el mando como Jefe de los Servicios de Salud Mental, Alcoholismo y Drogodependencias, cargo que ocupó hasta 1995, año en que fue nombrado Presidente del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de la ciudad neoyorquina, con un área de competencia de 16 hospitales y una plantilla de 43.000 empleados, hasta que en 2002 abandonó el puesto.

Durante esa etapa le tocó vivir los atentados terroristas del 11-S de 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center. Testigo privilegiado de aquella tragedia que le sirvió para escribir una de sus obras, el Dr. Rojas Marcos confía plenamente en la esperanza que, como decía Alejandro Dumas, “es el mejor médico que conozco”.

Posee el título de Doctor por las universidades de Bilbao y Nueva York, y hoy día, más alejado de la gestión hospitalaria, el Dr. Rojas Marcos se dedica a la docencia como profesor de Psiquiatría de la New York University, es miembro de la Academia de Medicina de Nueva York, de la Asociación Americana de Salud Pública y de la Academia Americana de Psicoanálisis.

En nuestro país es Patrono de la Fundación La Caixa y asesor de distintas instituciones preocupadas por temas sociales y de salud pública. Además, es conferenciante de Thinking Heads (www.thinkingheads.com) y escritor.

Ha publicado numerosos trabajos de investigación sobre temas psiquiátricos y de salud pública en Journals científicos de gran prestigio así como otros tantos libros de su campo de especialidad, entre los que podemos destacar: “Nuestra incierta vida normal” (2004); “Más allá del 11 de Septiembre” (2001); “Nuestra felicidad” (2000); “Las semillas de la violencia” (1995) –con el que ganó el Premio Espasa de Ensayo– o el último de ellos, “La fuerza del optimismo” (2005), una excelente obra que recomendamos desde Executive Excellence sobre las ventajas del optimismo en todos los ámbitos de la vida y que ya ha sido traducida al alemán, italiano, portugués, catalán y coreano, y de la que se llevan vendidos hasta el momento más de 100.000 ejemplares.




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