Felicidad. Placer y gratificación. Psicología positiva.

Creado: 31/5/2012 | Modificado: 30/1/2013 5474 visitas | Ver todas Añadir comentario



Felicidad. Placer y gratificación. Psicología positiva.

Texto: http://www.psicomotiva.com/Home/Tema.aspx?id=L63vD0KAVml16kUBAjla%2FRz3ZwyYB2k9ukZp9QCVAds%3D

Psicología positiva.

Quedaron atrás los tiempos en los que la psicología se centraba únicamente en los trastornos y emociones negativas. Cada vez es más frecuente encontrar publicaciones, talleres o cursos que enfocan su mirada hacia la felicidad.

La felicidad es posible y además se puede aprender.

Martin E.P.Seligman, el creador de la Psicología Positiva, concluye que la felicidad no sólo es posible, sino que además cualquier persona puede trabajar para lograr que ésta aumente. Esto ha sido apoyado también por las investigaciones realizadas por Richard J. Davidson en la Universidad de Wisconsin. Basándose en la idea de la plasticidad de la mente, este científico ha estudiado los niveles de diversas emociones en el cerebro. El hombre que ha puntuado más alto en felicidad es un monje budista, Matthieu Ricard, asesor del Dalai Lama. Ricard, quien practica la meditación diariamente, defiende la idea de que la felicidad es algo que se puede aprender o entrenar. Y, a la vista de sus puntuaciones, parece no equivocarse.
 


Placeres.

Comer un helado de chocolate, tomar el sol, beber una piña colada a la orilla del mar,... Todo eso son placeres que parecen ser la clave de la felicidad. Pues no, la verdad es que están muy bien para disfrutar de la vida, pero no para asegurarnos la continuidad de nuestro bienestar interior.

Los placeres tienden a ser efímeros y suelen implicar a los sentidos y emociones. Además fácilmente se convierten en un hábito. Es algo frecuente que las personas identifiquemos la felicidad con un logro o el disfrute de placeres, pero la realidad es que estos duran poco y, cuando se han acabado, lo normal es volver al nivel inicial de satisfacción o insatisfacción.


Gratificaciones

Sin embargo, basar nuestra vida en lo que se llaman gratificaciones permite alcanzar una elevación del nivel de felicidad con el que vivimos cada día. Una gratificación supone una sensación positiva de mayor duración que un placer, es menos instantánea, más difícil de convertir en un hábito y, además, implica una mayor presencia de la conciencia o del pensamiento. Una forma de lograr gratificaciones, siempre según Martin E.P.Seligman, y yo estoy de acuerdo con él, es saber hacer buen uso de nuestras virtudes y de nuestras fortalezas. Ejemplos de fortalezas son: el deseo de conocimiento, la bondad, la inteligencia práctica o la gratitud, entre muchas otras. Conocer y saber emplear aquellas fortalezas en que más destaca una persona es la mejor vía para conseguir un alto nivel de satisfacción.

Afectividad positiva.

Añadido esto, se considera la existencia de un rasgo de personalidad, y como tal relativamente estable y de carácter hereditario, que se denomina afectividad positiva. Una persona con alta afectividad positiva tenderá a llevar una vida más feliz que aquella que puntúa bajo en este rasgo. Pero eso no significa que por ello alguien con un bajo nivel de afectividad positiva no pueda lograr una vida plena, pues lo cierto es que en las manos de cada uno está la posibilidad de alcanzarla. Trabajar en ello mediante el control de los propios pensamientos y sentimientos y mediante actuaciones que impliquen lo mejor de nosotros mismos son la clave de actuación.

Ricard, el monje mencionado anteriormente, defiende que muchos de los pensamientos negativos que tenemos hacía otras personas son simplemente el fruto de nuestra propia frustración. La psicología cognitiva mantiene la misma línea, al considerar que los propios pensamientos son la clave del sentimiento que cada uno tiende en un determinado momento. Así, si pensamos que un amigo debería hacer actuado de otra manera y que no es justo que lo haya hecho así, sentiremos indignación. Pero ante esa misma situación, si pensamos que lo ha intentado hacer lo mejor posible, sentiremos comprensión por el amigo y no nos dejaremos llevar por la ira. Esto es una forma de conceder al individuo una mayor responsabilidad sobre sus actuaciones, sobre sus sentimientos y, en definitiva, sobre su felicidad.

Lejos está la idea de que sólo son felices los que son tontos. Si por tonto entendemos al que es capaz de disfrutar al máximo de la vida cada día, creo que habrá muchos aspirantes a serlo en los próximos tiempos.

 



Extraído del libro de Martin Seligman "La auténtica felicidad"

La depresión ha crecido de forma drástica durante los últimos cuarenta años en todos los países ricos del mundo.12 En la actuali­dad es diez veces más frecuente que en 1960 y aparece a una edad mucho más temprana. La media de edad del primer episodio de­presivo de una persona hace cuarenta años era los 29,5, mientras que hoy se sitúa en los 14,5. Se trata de una paradoja, puesto que todos los indicadores objetivos de bienestar —poder adquisitivo, nivel educativo, nivel alimentario y disponibilidad de acceso a la música, etcétera— han aumentado, mientras que los indicadores subjetivos de bienestar han ido a la baja. ¿Cómo se explica esto?


Los aspectos que no causan esta especie de epidemia son más conocidos que aquellos que son responsables. La epidemia no es biológica, puesto que nuestros genes y hormonas no han cambia­do lo suficiente en cuarenta años como para explicar que la inci­dencia de la depresión se multiplicara por diez. No es ecológico, puesto que los amish del Viejo Orden, que viven como en el siglo XVIII, a 70 kilómetros de mi casa, sólo presentan una décima parte de casos de depresión en comparación con Filadelfia; no obstante beben la misma agua, respiran el mismo aire y nos suministran buena parte de los alimentos. Y tampoco es que las condiciones de vida hayan empeorado, puesto que la epidemia, tal como la cono­cemos, sólo se produce en naciones ricas, y los exhaustivos estu­dios diagnósticos realizados ponen de manifiesto que en Estados Unidos los negros e hispanos sufren menos depresión que los blancos, aunque sus condiciones medias objetivas de vida sean peores.

He especulado acerca de si un sistema de valores que construye una autoestima injustificada, propugna el victimismo y fomenta un individualismo desenfrenado pudo haber contribuido a la epidemia, pero no me extenderé aquí en tal especulación.

Existe otro factor que se cierne como causa de la epidemia: la dependencia excesiva de fórmulas rápidas para conseguir la felicidad. Las naciones ricas crean más fórmulas rápidas de acceso al placer: la televisión, las drogas, las compras, el sexo sin amor, los deportes es­pectáculo y el chocolate, por mencionar sólo unas pocas.

Estoy comiendo una rebanada de pan tostado con mantequilla y mermelada de fresa mientras escribo esta frase. No he horneado el pan, ni batido la mantequilla ni recogido las fresas. Mi desayuno—a diferencia de mis escritos— está compuesto de fórmulas rápidas, que no exigen habilidades y prácticamente ningún esfuerzo. ¿Qué ocurriría si toda mi vida estuviera compuesta por placeres fáciles, que nunca requirieran el empleo de mis fortalezas ni supu­sieran ningún desafío? Ese tipo de vida predispone a la depresión. Las fortalezas y virtudes pueden marchitarse durante una existencia en la que se opta por formulas rápidas en vez de escoger una vida plena a través de la búsqueda de gratificaciones.

Placer vs Gratificación

El placer es una fuente de motivación poderosa, pero no produce ningún cambio; es una fuerza conservadora que nos hace desear satisfacer las necesidades que se experimentan, conseguir bienestar y relajación. [...] Por el contrario, el disfrute (gratificación) no siempre es placentero y a veces puede re­sultar sumamente estresante. Un escalador puede estar a punto de congelarse, totalmente exhausto, correr el peligro de caer por una grieta sin fondo, pero no cambiaría ese sitio por nin­gún otro. Dar sorbos a un cóctel bajo una palmera al borde de un océano color turquesa está bien, pero no es comparable a la exultación que siente en ese risco helado.




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