Los niños perdidos de la LOGSE
Los niños perdidos de la LOGSE
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Colaboraciones - Piensa en Liberal -
Escrito por Marcos Álvarez Díaz
18 años después del suicidio educativo de la España contemporánea...
El treintañero que esconde con rubor una falta de ortografía en un e-mail o
la excesiva tardanza en dividir la cuenta entre los comensales de la cena,
lleva como galones el no pertenecer a esa nueva hornada: “Yo estudié el BUP,
a mí no me tocó la LOGSE...” aclara rápidamente.
Otros, por la juventud de los rasgos, el ceño fruncido ante la letra impresa
o por una inexplicable buena opinión de sí mismos, no pueden esconder que
son los niños de la LOGSE. De forma natural inspiran desconfianza en aquel
pobre usuario al que deben instalar un enchufe o reparar una cañería. No
menos suspicaz se muestra el patrón para el que trabajan que nota la
suficiencia chulesca, heredada de los tiempos escolares y del perdido
respeto al maestro.
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La LOGSE empapa a toda la sociedad desde hace casi dos décadas y el niño de
ayer se ha convertido en el hombre de hoy. No sólo los electricistas y los
fontaneros... LOGSE son los nuevos profesionales liberales. LOGSE los
médicos de la sanidad pública. LOGSE los que diseñan los viaductos y los
puentes. LOGSE el abogado, el árbitro de fútbol y el práctico de puerto. Los
manipuladores de alimentos, los pilotos de combate, el cura, el maestro y el
sargento de la guardia civil. LOGSE el padre, el hijo y el espíritu santo.
Incluso los políticos de las nuevas generaciones... ¡ay!..., también son de
la LOGSE.
Aquellos que en 1990 eran partidarios de la reforma educativa, la vieron
llegar, implantarse y con el tiempo fracasar en sus nobilísimas intenciones.
Hoy se aducen varias excusas para el batacazo educativo nacional, como la
ausencia de una ley de acompañamiento presupuestario o los cambios habidos
en la sociedad en las dos últimas décadas. Sin embargo, lo cierto es que la
LOGSE falló por una filosofía errónea. La misma filosofía que empapaba a su
gemela en Francia y que provocó unos efectos parejos en el país vecino.
Cuando esos efectos nocivos se dejaron notar allí, España siguió la senda
del “in errore perseverare” que es una máxima histórica nacional habitual.
La LOGSE fracasó porque introducía el concepto de la promoción automática de
curso que mata la idea de esfuerzo y superación como medio para alcanzar
todo fin...
Porque extendía la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años (muy
bien) sin eliminar la comprehensividad en las aulas en los cursos más altos
(muy mal). Así la franja de los 14 a los 16 años se llenó de alumnos que
deseaban incorporarse al mundo laboral y que no podían hacerlo por la
obligatoriedad de la escolarización. Como consecuencia el ambiente en la
clase era y es académica y disciplinariamente muy mejorable...
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Porque en lugar de permitir al profesorado concentrarse en sus tareas
docentes lo sepultaba bajo una burocracia de papelotes inútiles.
Porque instauró un bachillerato de dos años que es el más breve del mundo
(cronológica e intelectualmente)...
Porque se cargó la meritocracia y el afán de superación entre el profesorado
al eliminar el cuerpo de catedráticos y la legítima posibilidad de
promoción.
La fonética gutural de estas siglas funestas, ha escapado del ámbito
legislativo y ya pertenece a nuestro acervo popular como sinónimo de cuanto
es feble y mediocre, de ignorancia autocomplaciente, agrafía, alalia,
laxitud en el rendimiento y permisividad en su estimación. Provocan el
rechazo de quien las pronuncia y le llevan a una inevitable necesidad de
escupirlas de los labios como se haría con un amargo veneno. La innombrable
ley ha servido para etiquetar a toda una generación de españolitos que
llevan en la frente como el signo de Caín el estigma de ser los niños de la
LOGSE. Los pobres niños del valetudismo, la apatía, las manifas protestonas,
la cultura del mínimo esfuerzo, la asimetría entre derechos y deberes del
aprendiz de adulto y la identidad de ocho y ochenta... Nunca antes se había
producido el fenómeno sociológico de que el nombre de una ley sirviese para
representar el esperpento de la vida cotidiana, la oquedad de contenidos y
el fracaso.
18 años después se hace evidente que quienes estamparon su firma en aquel
mes de octubre de 1990 sobre la malhadada ley hicieron más perjuicio a la
nación que los ejércitos de Napoleón, la invasión islámica de 711 o la peste
negra.
No olvido la vergüenza que merecen aquellos que tras 8 años al timón
no tuvieron las agallas de mirar a la cara a sindicatos, iluminados sesentayochistas, comunidades autónomas de hecho diferencial inflamado, y
atajar las deficiencias que ya entonces se empezaban a percibir.
Trabajo costará desandar el camino por el que la ley de Javier Solana nos ha
obligado a transitar. Su espíritu y errores, sobreviven en la vigente LOE
corregidos y aumentados y no son, por desgracia, un buen augurio para que
los niños de la LOGSE puedan ser algún día padres de una generación que los
redima.
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