El fracaso de la escuela
El fracaso de la escuela.
Texto:
http://www.elespectador.com/columna96610-el-fracaso-de-educacion
John Holt, profesor de la “Harvard Graduate School”, debe ser incluido en el
movimiento de la crítica a la escuela, como institución educadora, tanto por
la temática que aborda en sus artículos y ensayos, publicados durante la
década de los sesenta.
Su opinión sobre la nueva escuela se resume en estas palabras: “El dejar que
cada niño fuese el/la planificador/a, director/a y asesor/a de su propia
educación; el de, con la inspiración y guía de personas de mayor experiencia
y pericia, y con toda la ayuda que solicitara, permitirle y estimularle a
que decida lo que quiere aprender, cuándo y cómo quiere aprenderlo y hasta
qué punto lo está aprendiendo bien. Consistiría en transformar nuestras
escuelas de lo que son actualmente, esto es, cárceles para niños , en una
fuente de aprendizaje libre e independiente, que cualquier persona de la
comunidad, de la edad que fuere, podría utilizar en la medida que quisiera”.
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La educación, algo que cada uno ha de conseguir por sí mismo, es todo
aquello que contribuye a aumentar la comprensión del mundo y la capacidad
propia de desarrollo y placer, y a adquirir libertad, dignidad y valía
personales en el contexto en que vive. La auténtica educación, supone para
la persona:
- Mayor comprensión del mundo
- Mayor desarrollo de su propia personalidad.
- Posibilidad de encontrar un trabajo para poder abordar los problemas
reales del mundo en que vive y servir a la causa de la Humanidad.
De acuerdo con estos objetivos, la escuela debería “transmitirles” a los niños
las tradiciones y valores superiores de nuestra propia cultura,
familiarizarse con su mundo entorno y preparados para el trabajo”..Las
escuelas no realizan bien ninguna de estas funciones. Hay que convertir el
aula en algo diferente, en “un lugar distinto”
En las aulas hay aún crueldad, aunque no se muestre por la violencia física;
al menos con ésta el alumnado advertiría el daño y al causante del mismo, y
procuraría, por tanto, defenderse o corregirse de algún modo:”pero los niños
no pueden defenderse, ni lo hacen, contra la mayor parte del daño que se les
infringe en las escuelas, porque desconocen lo que se les está haciendo o
quienes lo hace, o porque, aunque lo conozcan, creen que se hacen personas
afables por su propio bien”.
Y este mal se inicia con la actitud del alumnado, que ante la amenaza y al
no bien interpretado respeto al saber y al maestro , aprenden que no valen
para nada, que no son dignos de confianza, que sólo sirven para obedecer
órdenes y que están expuestos, como una hoja blanca, a que otros “escriban”
en él/ella y los moldeen “sin ninguna posibilidad de averiguar cómo son, y
de desarrollar su personalidad cualquiera que ésta sea”, aceptando la
evaluación que de él/ella hacen los adultos , y la crueldad llega hasta
considerar estupidez e incapacidad de aprender lo que es inteligencia,
vivacidad e ingeniosidad del alumnado.
Otro síntoma de la enfermedad de la escuela, es el sentido de competitividad
o de lucha para alcanzar un mayor prestigio, no tanto por una mejor
formación del alumnado cuanto por la buena fama de la Institución; las
puntuaciones sobresalientes de los alumnos , sobre todo a nivel de estudios
superiores y secundarios, son “rentables” para el centro de enseñanza en el
aspecto académico y científico, en el prestigio social, en la influencia a
nivel político y económico.
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En la escuela actual el profesorado lleva siempre “la voz cantante”, es
decir, “hablan demasiado”. Y lo hacen no sólo en la lección magistral, sino
también en las discusiones suscitadas en la clase en torno a un tema
determinado, dominando a todos los interlocutoros y diciendo siempre “la
primera y última palabra”; es una escuela de monólogos, y de silencios: el
alumnado se habitúa a “desconectar”, total o parcialmente, su atención a lo
que el profesorado dice, hasta el punto que llegan a olvidar cómo volver a”
conectarse” y prestar atención; cuando el profesorado no deja hablar, los
escolares no pueden callar...”el auténtico aprendizaje se produce sólo
cuando el/la que aprende desempeña un doble papel, cuando es al mismo tiempo alumno y profesor/a, actuante y crítico, oyente y hablante”.
Otro síntoma de la enfermedad de la escuela, es el sentido de competitividad
o de lucha para alcanzar un mayor prestigio, no tanto por una mejor
formación del alumnado cuanto por la buena fama de la Institución; las
puntuaciones sobresalientes de los alumnos , sobre todo a nivel de estudios
superiores y secundarios, son “rentables” para el centro de enseñanza en el
aspecto académico y científico, en el prestigio social, en la influencia a
nivel político y económico.
En la escuela actual el profesorado lleva siempre “la voz cantante”, es
decir, “hablan demasiado”. Y lo hacen no sólo en la lección magistral, sino
también en las discusiones suscitadas en la clase en torno a un tema
determinado, dominando a todos los interlocutoros y diciendo siempre “la
primera y última palabra”; es una escuela de monólogos, y de silencios: el
alumnado se habitúa a “desconectar”, total o parcialmente, su atención a lo
que el profesorado dice, hasta el punto que llegan a olvidar cómo volver a”
conectarse” y prestar atención; cuando el profesorado no deja hablar, los
escolares no pueden callar...”el auténtico aprendizaje se produce sólo
cuando el/la que aprende desempeña un doble papel, cuando es al mismo tiempo alumno y profesor/a, actuante y crítico, oyente y hablante”.
El examen constituye otro factor negativo en el quehacer docente-discente. El
examen favorece al alumno listo , “rápido” adivinador/a, astuto... Y deja en
desventaja al que trabaja menos rápidamente o de forma más concienzuda. La
experiencia demuestra que las buenas calificaciones no garantizan la mejor
formación del alumnado; de ahí que uno de los mayores perjuicios que el
sistema de exámenes puede acarrear a los niños es negarles “la posibilidad
de juzgar la validez de su propio trabajo”.
Contribuye también al fracaso de la escuela actual, la asistencia
obligatoria que exige al alumnado la permanencia tediosa entre cuatro
paredes, que significan amenaza, represión, constreñimiento de límites,
claustrofobia...sentimientos contra la libertad.
John Holt va denunciando en su análisis de la escuela, los graves defectos o
excesos que la condenan como lugar y ocasión, propicios para la
“des-educación” de los niños por vía de competitividad, de exámenes., de
ordenamiento rígido, de monólogos magistrales, de aprendizaje repetitivo y
mecánico. Todo ello mina los cimientos de la auténtica educación para
atentar a los dos grandes principios del hacer escolar: la libertad y la
comunicación.
La auténtica educación se mueve en las coordenadas de la individualidad
personal y de la convivencia social: paz, lucha contra el racismo, el
trabajo y el ocio, el cuidado del medio ambiente, la libertad.
El “quid” de la cuestión educativa es precisamente que el hombre y la mujer
lleguen a ser y vivir en libertad por medio de la educación, Pero “ser
libre” y “educarse para la libertad” no pueden ser simplemente “slogans”,
cada día más repetidos, sino vivencias auténticas que se experimentan en
todo momento, y de las que es consciente el propio sujeto; ”todo aquello que
hagan a las personas sentirse menos libres, disminuye y amenaza la
libertad”.
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