Otra escuela para otra sociedad
	
	
 
	Otra escuela para otra sociedad
	 
	Texto:
	http://escuelaconcerebro.wordpress.com/2012/08/20/otra-escuela-para-otra-sociedad/
	
	
	Pensar lo que debería ser por razones morales o bien pensar lo que podría 
	ser por fenómenos históricos tal vez sea una de las actividades más 
	relevantes del pensamiento humano, por nuestro afán de ir más allá de la 
	realidad presente que nos limita, abriendo una vía de escape a través de la 
	ideación de una realidad futura. Pero es también la actividad más 
	arriesgada. Y ello no sólo porque del futuro no tenemos experiencia alguna, 
	como ya nos advirtió David Hume en su crítica del método inductivo propio de 
	las ciencias naturales y sociales, por lo que sólo podemos apelar a nuestras 
	creencias o fe en su validación. 
	
	También porque nuestra subjetividad puede 
	representarse con las formas más sombrías y terribles de la razón humana, 
	como ya nos advirtió Karl Popper en su crítica del pensamiento utópico. 
		
		Una 
	representación ideológica que desgraciadamente la humanidad ha experimentado 
	cruentamente en los sistemas totalitarios que se han sucedido a lo largo del 
	siglo XX y que para nuestra vergüenza no sólo perviven o se reproducen con 
	toda su crudeza en algunos países, sino que algunos de sus rasgos 
	definitorios –como la obediencia ciega a la autoridad (en particular del 
	líder), la supresión de toda forma de autonomía en las diversas 
	organizaciones de la vida social y la negación del otro (por sus diferencias 
	antropológicas o ideológicas) sobre la base de verdades absolutas e 
	incuestionables; unos rasgos que en su conjunto produce inevitablemente 
	violencia sobre las personas “desafectas” al poder establecido–, persisten 
	de manera más o menos solapada en algunas instituciones de las democracias 
	occidentales, como es el caso de los partidos políticos convencionales, las 
	empresas puramente capitalistas o las escuelas tradicionales.
	 
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	No podemos omitir estos dos peligros cuando tratamos de pensar el futuro, 
	pero tampoco tienen por qué paralizar nuestro pensamiento y aventurar 
	posibilidades acerca del porvenir. Sobre todo en un momento como el 
	presente, cuando las certezas sobre el mejor de los mundos posibles que 
	parecía haber alcanzado la civilización occidental comienzan a cuestionarse 
	por la misma sociedad que la había legitimado al perder paulatinamente los 
	beneficios y la seguridad conseguidas, planteándose nuevas y prometedoras 
	alternativas. Ante desafíos tan preocupantes como las continuas crisis del 
	sistema capitalista, que no lo son únicamente de orden económico sino 
	también ecológico, social y moral, es difícil pensar un futuro mejor si no 
	fomentamos la responsabilidad personal y colectiva en tanto que sujetos 
	morales, el consenso en la toma de decisiones y en la resolución de los 
	problemas partiendo del supuesto de la igualdad como seres sociales, el 
	altruismo, la solidaridad y la cooperación como expresión principal de 
	nuestra vida social.
	
	Por supuesto que nadie puede saber el futuro de la humanidad, que 
	seguramente lo que viviremos será distinto de lo que ahora podamos imaginar 
	y proyectar. Pero tampoco podemos ignorar que la evolución cultural no surge 
	de la nada, que todo cambio social requiere de un decidido aprendizaje en la 
	dirección deseada a la vista de nuestros más nobles ideales. Y este proceso 
	de aprendizaje exige necesariamente tanto la educación de los adultos como 
	la educación de nuestros hijos. 
	
	En este sentido, la escuela puede jugar un 
	papel decisivo, al menos en dos aspectos:
	
	1. por una parte, puede proporcionar un medio social para la toma de 
	conciencia y la reflexión del futuro que queremos, y de tal modo que se viva 
	como un encuentro y un entendimiento mutuo sin a prioris;
	
	2. por otra parte, puede construir y ofrecer el conocimiento necesario que 
	haga posible avanzar con confianza hacia metas compartidas, y de tal modo 
	que todos (alumnos, docentes, padres, adultos partícipes) nos sintamos 
	implicados afectivamente para garantizar la comprensión y aplicación del 
	conocimiento aprendido.
	
	Pensar otra sociedad implica, por tanto, pensar otra escuela. Con ello no 
	quiero decir que la educación sea la palanca suficiente para el cambio 
	social, pero sí que es necesaria para tal fin. La escuela forma parte de la 
	sociedad y no se puede pensar haciendo abstracción de otros fenómenos 
	sociales, como tampoco se puede pretender otorgarle un papel privilegiado 
	sin caer en una necia ingenuidad. De hecho, la escuela es un microcosmos de 
	la sociedad, porque representa lo mejor y lo peor de ella, sus virtudes y 
	sus defectos. 
 
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	Quien ha pasado por la experiencia de dar clases o por la 
	experiencia de la escolarización de sus hijos puede dar testimonio de ello. 
	Lo que quiero dar a entender es que del mismo modo que la escuela puede 
	actuar como un freno en la evolución cultural si destruye las bases de la 
	convivencia e impide la reflexión, por el contrario puede actuar como un 
	potenciador de la evolución cultural y con ella del cambio social si fomenta 
	el conocimiento que haga posible la convivencia y la reflexión. Y para 
	conseguir este objetivo no se necesita más que buena voluntad y amor por la 
	humanidad, una disposición y un sentimiento que todos tenemos.
		
	Soy consciente que el postular otra escuela para otra sociedad despertará la 
	crítica y el rechazo de los defensores del pragmatismo más grosero que 
	tachan de idealistas (en su pobre imaginario, sinónimo de soñadores o 
	filósofos en un sentido peyorativo) a los que se atreven a pensar el futuro 
	de nuestra vida social, por no atender simplemente el aquí y ahora y no 
	aprovechar las ocasiones que se presenten para su personal beneficio.
	
	Es 
	natural que quien sólo piensa en el interés propio y tacha a quienes piensan 
	de forma diferente como enemigos, rechazando incluso la coexistencia en su 
	ámbito de poder, se sienta cuestionado y tome una actitud defensiva. 
	
	Por 
	otra parte es prácticamente imposible establecer un diálogo y alcanzar un 
	consenso con quien no se comparte una visión sobre la naturaleza humana y el 
	proceso de aprendizaje, un proceso que abre o cierra según lo entendamos la 
	vida social. Sin embargo, ese diálogo y consenso son necesarios para avanzar 
	como seres sociales. Desde un punto de vista moral, no se puede pensar el 
	futuro de la humanidad sin la coexistencia entre grupos e individuos que 
	discrepan en sus convicciones. 
	
	Para superar esta dificultad precisamos de 
	una nueva teoría de la naturaleza humana y del proceso de aprendizaje que 
	permita, por un lado, refutar toda pretensión de verdad objetiva haciendo 
	posible con ello el diálogo, y por otro lado, afirmar un concepto de ser 
	humano que no excluya ningún operar recursivo, tanto a escala individual 
	como colectiva, y que haga posible de este modo el consenso. Y 
	afortunadamente disponemos de una teoría validada por la ciencia (en 
	particular por la biología del conocimiento, la cibernética de segundo 
	orden, la antropología cultural, la lingüística y la neurobiología) para 
	ponernos manos a la obra en esta desafiante empresa, la teoría de la 
	autopoiesis postulada por Humberto Maturana y Francisco Varela.[1]
	
	El problema, no obstante, en mi opinión, no es tanto de orden teórico como 
	pragmático. ¿Cómo conseguir hacernos escuchar? ¿Cómo lograr que los que 
	defienden concepciones antagónicas conozcan la defendida por Maturana y 
	Varela? El único espacio de encuentro social que alcanzo a ver, en el que 
	todas las concepciones razonables deben tener cabida y ser sometidas a 
	deliberación y crítica, es el educativo, primero en la escuela y después en 
	la universidad. Sin embargo, estas instituciones educativas no son espacios 
	neutrales, porque las personas que trabajan en ellas están afectadas de 
	prejuicios e intereses. 
	
	Además, tanto los gobiernos como las clases 
	dirigentes participan de ese grosero pragmatismo del que hablábamos más 
	arriba, por lo que influyen poderosamente en la operatividad del aprendizaje 
	que se realiza en los centros de enseñanza así como en la transmisión de una 
	concepción del ser humano sin más base que la de la auto validación que les 
	confiere el poder que detentan, en la medida que poseen la titularidad de la 
	mayoría de dichos centros, reproduciendo una concepción del ser humano y del 
	aprendizaje que se centra sólo en las propiedades del sujeto desatendiendo 
	su organización y relación con el medio, y mira sólo por el interés del 
	individuo o el de un reducido grupo social.
	
	Por lo que respecta a los centros privados o concertados considero que lo 
	que legitima su actual parcialidad en el sesgo del pragmatismo es su misma 
	constitución jurídica, en la medida que cualquier persona física o jurídica 
	que posea el suficiente capital puede crear un centro de enseñanza como si 
	se tratase de una empresa cualquiera. Aplicar el principio de libertad de 
	empresa a la apertura de un centro de enseñanza, sin considerar la 
	formación, experiencia profesional de sus promotores y autoridad académica 
	reconocida socialmente en sus investigaciones y publicaciones, así como el 
	interés social de la empresa en la comunidad en la que se localice, es como 
	abrir la caja de Pandora de los males de la educación.
	
	¿Porque tiene algún 
	sentido pedagógico que un individuo, una familia, una orden religiosa o un 
	grupo de inversores abran un centro de enseñanza concebido desde su origen 
	como un negocio puramente mercantil –además de un espacio ideológico de 
	adoctrinamiento– cuya única responsabilidad se medirá en función de una 
	cuenta de resultados? Y lo que todavía es más grave, que esto suceda con la 
	financiación de fondos públicos. Me parece completamente demagógico que tal 
	suceso se justifique apelando al derecho a la educación y a la libertad de 
	las familias en la educación de sus hijos, cuando hay otros derechos y 
	libertades, como los relativos a la sanidad, la vivienda y la cultura, que 
	se miden con distinto rasero.
	 
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		 Es difícil entender cómo se permite esta liberalidad en la creación de centros de enseñanza si lo comparamos con las estrictas y rigurosas condiciones que se establecen para crear un centro de salud o para participar en la construcción de una obra pública. ¿Acaso es más importante la salud del cuerpo que la del alma, un edificio que las personas que lo habitan? Resulta paradójico que la titularidad de un centro privado tenga más control por parte de la administración en materia de seguridad e higiene o manipulación de alimentos que no sobre su competencia académica.  | 
	
	
	Por otra 
	parte, la inspección educativa se centra principalmente en los resultados 
	académicos de los alumnos, haciendo abstracción de los medios empleados, y 
	en los eventuales conflictos con las familias con el objetivo de desarmar 
	todo conato de alarma social y legitimar así la política educativa del 
	gobierno de turno, pasando como sobre ascuas, a fin de evitar el debate 
	público, sobre los dos elementos fundamentales de la educación, el proceso 
	de aprendizaje y la concepción del ser humano sobre la que se articula la 
	convivencia y la reflexión que debe fomentar la escuela.
	
	Por último, es todo un escándalo la restricción de la libertad de cátedra de 
	los docentes, una vulneración de un derecho constitucional que se práctica 
	en numerosos centros privados, y que si no trasciende a la opinión pública 
	es porque los procesos de selección de personal filtran la mayor parte de 
	posibles desviaciones con la ideología de estos centros. Sólo hay que 
	imaginar la suerte de un docente que en un colegio religioso postulase la 
	sexualidad libre o el derecho al aborto bajo ciertos supuestos, o bien la de 
	otro docente que en un colegio nacionalista postulase otro nacionalismo, el 
	cosmopolitismo o el internacionalismo de clase. Y lo mismo cabe decir en 
	relación al ejercicio del pensamiento crítico con respecto a la filosofía 
	del centro o a su organización y dirección escolar. 
	
	Quien comete la 
	temeridad de hacer públicas sus opiniones discrepantes no tardará en sentir 
	el déficit democrático que domina en la mayor parte de estos centros, cuyas 
	direcciones sólo aceptan docentes sumisos y obedientes, llegando a anteponer 
	la mediocridad a la excelencia si esta última va aparejada de espíritu 
	crítico. Cuántas veces he oído discursos transgresores del poder en las 
	salas de profesores a unos docentes que después, ante los directores o 
	propietarios de sus centros, bajaban la voz y la cabeza para cobrar a final 
	de mes. ¿Se han preguntado alguna vez cómo es posible que en un país como 
	España, con los costes laborales y los gastos sociales más bajos de los 
	países de su entorno, con una política económica antisocial que viene de 
	mucho antes de la actual crisis económica, haya tan pocas movilizaciones 
	sociales y crítica política, con la excepción del reciente movimiento de los 
	indignados? Este fenómeno no sólo se explica por el consenso establecido en 
	la transición política española de la dictadura franquista a la democracia 
	borbónica, sino también en la servitud voluntaria aprendida por sucesivas 
	generaciones en nuestras escuelas, sobre todo en los centros privados.
	
	Y con respecto a los centros públicos encontramos la misma parcialidad en el 
	sesgo del pragmatismo legitimada ahora en la falta de libertad de empresa 
	que tan generosamente se otorga al sector privado. Existe por parte de la 
	administración, al menos en sistemas educativos como el español, una 
	voluntad centralista, uniformadora y burocratizada que impide una real y 
	efectiva autonomía de centros. De hecho, los pocos casos que conozco deben su 
	existencia, además del liderazgo pedagógico de los equipos directivos, más a 
	la complicidad y generosa financiación de las asociaciones de madres y 
	padres que no a la disposición y comprensión de la inspección educativa. Y 
	en el actual contexto de crisis económica y falta de fondos públicos algunos 
	ya han sido cerrados y otros correrán igual suerte[2]. 
	
	Además, las numerosas 
	reformas educativas que hemos padecido siempre se han hecho desde arriba, 
	sin atender ni las demandas de los alumnos ni las de los docentes, movidas 
	como estaban por decisiones ideológicas, y sin la necesaria financiación 
	para su cumplimiento. Esta manera autoritaria de proceder, disfrazada con 
	toda una gama de discursos pedagógicos con colores progresistas pero con 
	patrones tradicionales, ha creado tal déficit de cultura democrática que ha 
	llevado a numerosos docentes a no sentirse implicados en la vida escolar de 
	sus propios centros, produciéndose aberraciones como direcciones vitalicias 
	o personalistas, claustros convertidos en auténticas escuelas de demagogia 
	donde lo último de lo que se habla es de pedagogía, o la participación 
	puramente formal de los alumnos en los consejos escolares o su exclusión en 
	la toma de decisiones de asuntos de los que son los principales afectados, 
	como los sistemas de evaluación o los regímenes disciplinarios.
	
	Que la democracia se haya quedado de puertas afuera de los centros privados 
	era hasta cierto punto previsible, como de hecho ha sucedido en la mayoría 
	de empresas privadas, pero que haya sucedido lo mismo en los centros 
	públicos es un vergonzante episodio en la construcción social de nuestro 
	sistema democrático. ¿Qué percepción pueden tener de la democracia unos 
	alumnos que nunca la han experimentado en las escuelas y cuya participación 
	en la organización de la vida escolar sólo persigue salvar el expediente y 
	se reduce a un mero formalismo? Apuntaré sólo un dato para la reflexión. 
	Hasta donde he podido experimentar en las plazas de Barcelona, un movimiento 
	como el de los indignados pudo autoorganizarse en su origen gracias a la 
	participación activa no sólo de veteranos activistas sociales, sino sobre 
	todo de jóvenes pertenecientes a “agrupaments escoltes” (“caus”)[3] que han 
	crecido en el asambleísmo.
	
	Por otra parte, el sector público arrastra un prejuicio difícil de superar 
	por los intereses corporativos de los propios funcionarios y sus 
	organizaciones sindicales, y que no es otro que confundir el derecho a la 
	educación concebido como un servicio público que garantice su existencia con 
	la gestión del mismo a través de la función pública como único procedimiento 
	para asegurar su universalidad y calidad, como si el sólo hecho de la 
	condición de funcionario pudiera conjurar la subjetividad y acreditar otros 
	méritos que los estrictamente intelectuales para el ejercicio de la 
	docencia. ¿Acaso si se reconvirtieran todos los centros de titularidad 
	pública en cooperativas de trabajo asociado (constituidas por los mismos 
	docentes) y se les dotara de la necesaria financiación no podrían alcanzar 
	el mismo objetivo? 
	
	No veo ninguna razón objetiva que lo impida. Hace ya 
	algunos meses fui testigo, en una asamblea de indignados de mi barrio, del 
	rechazo de tal posibilidad por parte de una representante de un colectivo de 
	funcionarios, esgrimiendo como principal argumento la pérdida de 
	universalidad y calidad en la educación que comportaría esa opción, aparte 
	del hecho de tener que aportar en condiciones de riesgo un capital, 
	ignorando que esto último es lo que hacen millones de autónomos y 
	empresarios. De hecho, con la instauración de la democracia en España y la 
	recuperación del autogobierno en Cataluña con la Generalitat, las escuelas 
	privadas catalanas agrupadas en el Colectivo de Escuelas por la Escuela 
	Pública Catalana (CEPEC), algunas de ellas cooperativas, tuvieron la opción 
	de constituirse como centros públicos, aportando su excelencia y 
	contribuyendo en gran medida a la normalización de la lengua catalana como 
	idioma vehicular en la enseñanza, así como de la cultura y la identidad 
	catalanas. Los docentes que experimentaron aquel paso del sector privado al 
	público dudo que recuerden con vergüenza su etapa anterior y que no 
	conserven la impresión de haber garantizado durante esa misma etapa el 
	derecho a la educación con criterios de universalidad y calidad.[4]
	
	El lector que paciente y cordialmente haya llegado hasta este punto 
	siguiendo el hilo de los argumentos expuestos puede pensar: “Bien… me parece 
	razonable considerar la importancia de repensar la función social de la 
	escuela y el importante papel que juega la educación para pensar el futuro 
	de la vida social. Pero de qué escuela y educación estamos hablando, porque 
	todo lo aquí expuesto no deja de ser otro giro de tuerca en la crítica del 
	viejo paradigma, sin presentar una alternativa plausible. Además, en el caso 
	de formular un nuevo paradigma de escuela y educación, está por ver si se 
	podría realizar en nuestra sociedad de una forma suficientemente 
	generalizada para operar una significativa transformación social, o más bien 
	quedaría como un caso insólito o un modelo utópico para la autocomplacencia 
	de unos pocos visionarios”. 
	
	A tan vehemente consideración sólo puedo 
	responder con dos observaciones. Por una parte, estimado lector, no te 
	parece que lo que se viene exponiendo en escuelaconcerebro.org apunta a este 
	cambio de paradigma sobre el que nos interpelas. Por otra parte, no crees 
	que ese nuevo paradigma debe construirse con el quehacer de todos los 
	interesados en ese cambio. La nueva pedagogía que desde este espacio se 
	postula no debe consistir en un formulario de recetas, sino en una aventura 
	del conocimiento que nos lleve a superar viejos errores de perspectiva sobre 
	el ser humano y su aprendizaje. Se trata de desvelar sentidos posibles y no 
	ya de revelar verdades únicas. Una tarea en cuyo éxito, no es exagerado 
	afirmar, está en juego el destino de nuestra vida social. 
	
	 
	
	Notas:
	
	[1] Véase de estos dos autores el libro publicado en 1984, pero que recoge 
	estudios desde 1968, El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del 
	entendimiento humano (Buenos Aires, Lumen, 2003). La importancia de este 
	libro me exige comprometerme en una próxima reseña.
	
	[2] Este es el caso de la Escola Olga Xirinacs de Tarragona 
	(http://www.escolaolgaxirinacs.net/), de la Escola Esparraguerra II 
	(http://www.esparreguera2.cat/centre/lescola-esparreguera-ii-trets-didentitat-de-la-nostra-escola.html) 
	y posiblemente de la Escola de la Concepció de Barcelona 
	(http://www.escolaconcepcio.com/detall/activitats/215.php).
	
	[3] Este es el nombre que reciben en Cataluña las asociaciones de educación 
	en el tiempo libre que trabajan de forma voluntaria y desinteresada con 
	niños y jóvenes.
	
	[4] Es iluminadora al respecto la siguiente reflexión en materia de política 
	educativa del ex senador Arseni Gibert en sus conversaciones con Marta Mata: 
	«lo que determina que un servicio sea o no público es su financiación 
	pública, la determinación pública del nivel de cobertura y de calidad y el 
	control público de la eficiencia del sistema, pero no la provisión del 
	servicio, es decir, que no hacía falta que los maestros fueran funcionarios. 
	Y remataba, sabiendo que eso calentaría un poco el ambiente, afirmando que 
	en lugar de integrar las escuelas del CEPEC al sector público, se debían 
	haber pasado las escuelas públicas al CEPEC.» (en “Marta Mata: Una 
	percepción de su dimensión política” en el monográfico Marta Mata Garriga, 
	Una vida para la educación, Revista Cuatrimestral del Consejo Escolar del 
	Estado, Mayo 2007, p. 43. Edición digital en: 
	http://www.educacion.gob.es/revista-cee/pdf/revista-especial-marta.pdf).
	
	[5] Salamanca, Devenir Poesía, 2012, pp. 50-52.
	
	
	
	
	
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