10 reglas de oro para educar la voluntad. Enrique Rojas
10 reglas de oro para educar la voluntad. Enrique Rojas.
Texto:
http://www.enriquerojas.com/ficha_articulo.asp?Id=44
Es difícil, tras estudiar el tema de la voluntad desde perspectivas tan
diversas, intentar concretar para ofrecer unas pautas específicas que no
sean simples recetas de cocina, pues al atravesar la frontera entre la
teoría y la práctica, entre las ideas y su aplicación, hay un trecho difícil
de salvar. No obstante, voy a tratar de esquematizarlas.
1. La voluntad necesita un aprendizaje gradual, que se consigue con la
repetición de actos en donde uno se vence, lucha y cae, y vuelve a empezar.
A esto se llama en psicología hábito.
Dicho en otros términos: hay que adquirir hábitos positivos mediante la
repetición de conductas, deforma deportiva y alegre, que van inclinando la
balanza hacia comportamientos mejores, más maduros y que, a la larga, se
agradecerán, pero que, en las primeras etapas, cuestan mucho trabajo, puesto
que la voluntad está aún en estado primario, sin dominar.
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2. Para tener voluntad hay que empezar por negarse o vencerse en los gustos,
los estímulos y las inclinaciones inmediatas.
Esto es lo realmente difícil. Es más fácil explicar los mecanismos por donde
hay que dirigir la voluntad, que ponerse uno a funcionar, aplicando las
teorías y los argumentos. Esto es: toda educación de la voluntad tiene un
trasfondo ascético, sobre todo cuando se empieza.
La labor de los padres en esta tarea es decisiva: deben -con mucha
sabiduría- hacer atractiva la responsabilidad, el deber y las exigencias
concretas. De otra parte, están los educadores: deben guiar al alumno hacia
la verdad y la libertad, ligadas estrechamente [1].
Hay un puente que va de
la primera a la segunda. La voluntad es liberadora. ¿En qué consiste ser
libre? ¿Qué es liberarse? Significa poder moverse sin coacciones, haciendo
lo que uno quiere, eximiéndose de obstáculos y dependencias que distraigan
del mejor trayecto personal.
La voluntad libera e inicia el vuelo hacia la realización del proyecto
personal y de la felicidad. Ahora bien, hay que hacer la siguiente pregunta:
¿Cuál es el nivel del proyecto y a qué cosas nos referimos cuando hablamos
de felicidad? La respuesta no es otra que indagar en los argumentos de
nuestra existencia, ya que éstos constituyen el alma de nuestra vida como
anticipación y programa de la misma. La vida humana es una tarea que se
mueve entre dos polos: adecuar los deseos a la realidad. Por eso la
felicidad no consiste en vivir bien y tener un excelente nivel de vida, sino
en saber vivir.
Es frecuente captar esto cuando la vida se acaba. Es una lástima darse
cuenta de ello cuando se está a punto de amarrar la propia barca en la otra
ribera.
Liberación no es hacer lo que uno quiere o seguir los dictados inmediatos de
lo que deseamos, sino vencerse en pequeñas luchas titánicas para alcanzar
las mejores cimas del propio desarrollo. La supresión de obligaciones y de
constricciones exteriores, el abandono de los grandes ideales y retos,
dejarse llevar por los estímulos del momento... puede proporcionar cierta
tranquilidad en un corto plazo, sobre la marcha, pero muy pronto deja al
descubierto las carencias de esa personalidad.
Pensemos en la liberación sexual[2], que ha pretendido borrar todas las
inhibiciones, situando al hombre rumbo ala utopía de los paraísos perdidos y
los sueños roussonianos. Se anunciaba así un mundo futuro abierto, liberal,
pluralista, de más ricos horizontes. Pero los resultados que tenemos a la
vista son unos modelos de comportamiento aberrantes en los que la
sexualidad, degradada, se ha convertido en bien de consumo,
instrumentalizando al otro en el sexo.
La liberación que trae la voluntad consiste en apartar obstáculos, allanar
el camino para hacer lo que se había programado, ir consiguiendo que los
sueños se hagan realidad poco a poco. Es evidente que todo depende del fin,
del punto de mira, de aquello hacia lo que apuntemos.
Esto se resume en la célebre frase de Nietzsche: «No te pregunto de qué eres
libre, te pregunto para qué eres libre.»
O como consta en aquel libro de Bernanos: « La libertad: ¿para hacer qué?»
3. Cualquier aprendizaje se adquiere con más facilidad a medida que la
motivación es mayor.
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Estar motivado implica estar preparado para apuntar hacia el mejor blanco.
El ejercicio de luchar por nuestros objetivos se estira más gracias a la
fuerza de los contenidos que los mueven. Lo expresaré de otra forma:
"El que
no sabe lo que quiere, el que no tiene la ilusión de alcanzar algo,
difícilmente tendrá la voluntad preparada para la lucha."
Esta regla sugiere muchas cosas a la vez. Por una parte, el viejo tema del
modelo de identidad, esa lección abierta que otro nos da y nos invita a
imitarlo. Tenerlo presente es empezar a andar de forma correcta y correr
tras la verdadera libertad.
Como dice Daniel Inenarity[3] :
"Libertad como pasión significa superar el reduccionismo de una libertad
sólo centrada en aspectos formales, comprada al precio de una perpetua
indecisión [...] Una libertad profunda es aquella que se realiza, se hace
vida, decide y compromete [...] conservando la propia superioridad moral."
Es decir, que todo progreso humano que se hace de espaldas a unas normas
morales acaba mal. El hombre superior es el hombre espiritual que ve a los
demás como personas, no como peldaños[4].
Por otra parte, hay que saber descubrir lo que yo llamaría en la actualidad
valores de recambio, que de algún modo se circunscriben alrededor de los
grandes motivos del hombre. Son nuevos motores que iluminan con su fuerza el
proyecto personal: la democracia, los valores de la Ilustración, el
pluralismo bien entendido, la solidaridad, así como una visión supranacional
de los problemas actuales.
4. Tener objetivos claros, precisos, bien delimitados y estables.
Cuando esto es así y se ponen todas las fuerzas en ir hacia delante, los
resultados positivos están a la vuelta de la esquina, y no tiene cabida la
dispersión de objetivos, ni tampoco querer abarcar más de lo que uno puede.
Por eso produce mucha paz aplicarse en esos propósitos, siendo capaz de
apartar todo lo que pueda distraernos o alejarnos de las metas. Querer es
pretender algo concreto y renunciar a todo lo que distraiga y desvíe de los
objetivos trazados [5].
5. Toda educación de la voluntad tiene un fondo ascético, especialmente en
sus comienzos.
Hay que saber conducir las ansias juveniles hacia una meta que merezca
realmente la pena. Ahí es donde resulta decisiva la tarea del educador por
un lado, y la de los padres, por otro.
Hay una observación complementaria que quiero hacer, una vez llegados a este
punto: las grandes ambiciones, las mejores aventuras, brotan de algo
pequeño, que crece y se hace caudaloso a medida que la lucha personal no
cede, no baja la guardia, insistiendo una y otra vez.
En el alpinismo, por ejemplo -tarea que se parece mucho al fortalecimiento
de la voluntad-, lo importante es dar pequeños pasos hacia arriba, ir
ascendiendo en la montaña no gracias a las grandes escaladas, sino merced a
pequeños avances, al principio costosos y, después, ya más fáciles, una vez
que se vislumbra el paisaje desde la cima.
6. A medida que se tiene más voluntad, uno se gobierna mejor a sí mismo, no
dejándose llevar por el estímulo inmediato.
El dominio personal es uno de los más extraordinarios retos, que nos elevan
por encima de las circunstancias. Se consigue así una segunda naturaleza.
Uno no hace lo que le apetece, ni escoge lo más fácil y llevadero, sino que
se dirige hacia lo que es mejor.
Cuando la voluntad es más sólida, esa persona ya ni se plantea el cansancio
que ha supuesto o sus apetencias, sino lo que sabe será más positivo para
ella de cara a los objetivos diseñados.
7. Una persona con voluntad alcanza las metas que se había propuesto con
constancia.
He comentado en las páginas que preceden lo importante que es tener
presentes las piezas instrumentales de la voluntad: el orden, la tenacidad,
la disciplina, la alegría constante y la mirada puesta en el futuro, en la
meta.
Existe hoy la tendencia a la exaltación del modelo del ganador, que
deja en la estacada, groggy, a muchos perdedores en el ring social. Por eso,
compararse con otros, fijarnos demasiado en las vidas ajenas, puede ofrecer
una cara negativa, suficiente como para no disfrutar con lo que se tiene y
desear lo que no poseemos[6].
8. Es importante llegar a una buena proporción entre los objetivos y los
instrumentos que utilicemos para obtenerlos; es decir, buscar la armonía
entre fines y medios.
Hay que intentar una ecuación adecuada entre aptitudes y limitaciones,
pretender sacar lo mejor que hay en uno mismo, poniendo en marcha la
motivación, configurada gracias a las ilusiones, así como el orden, la
constancia, la alegría y la autoridad sobre nosotros mismos, para no ceder
ni un ápice en lo propuesto.
9. Una buena y suficiente educación de la voluntad es un indicador de
madurez de la personalidad.
No hay que olvidar que cualquier avance de la voluntad se acrecienta con su
uso y se hace más eficaz a medida que se incorpora con firmeza en el
patrimonio psicológico de cada uno de nosotros. Una persona madura y con
equilibrio psicológico ofrece un mosaico de elementos armónicamente
integrados, en donde la voluntad brilla con luz propia.
10. La educación de la voluntad no tiene fin.
Esto significa que el hombre es una sinfonía siempre incompleta, y que,
haber alcanzado un buen nivel no quiere decir que se esté siempre abonado al
mismo, ya que las circunstancias de la vida pueden conducir a posiciones
insólitas, inesperadas, difíciles o que obligan a reorganizar parte de la
estructura del proyecto personal.
También hay que citar la falta de orientación de la sociedad actual, tan
permisiva y con tan pocos valores de referencia, que impide ver ejemplos
positivos que sirvan como modelos de identidad. La sociedad, tal y como está
ahora, no favorece en casi nada la potenciación de la voluntad. Y mucho más
difícil resulta esta potenciación con la influencia de la televisión, frente
a la no cabe tener más que un moderado pesimismo.
Segunda parte. Resumen de conceptos.
Resumen de:
http://fraynelson.com/biblioteca/valores/formar_la_voluntad.htm
1.- La voluntad necesita un aprendizaje gradual que se consigue con la
repetición de actos en donde uno se vence, lucha y cae, y vuelve a empezar.
Hay que adquirir hábitos positivos mediante la repetición de conductas.
2.- Para tener voluntad hay que empezar por negarse o vencerse en los
gustos, los estímulos y las inclinaciones inmediatas (no dejarse llevar solo
por el "me apetece" o "no me apetece"). La voluntad libera y conduce hacia
la realización del proyecto personal y de la felicidad. La felicidad no
consiste en vivir cómodamente, sino en saber vivir.
3.- Cualquier aprendizaje se adquiere con más facilidad a medida que la
motivación es mayor. El que no sabe lo que quiere, el que no tiene ilusión
por alcanzar algo, difícilmente tendrá la voluntad preparada para la lucha.
4.- Tener unos objetivos claros, precisos, bien delimitados y estables.
Querer es pretender algo concreto y renunciar a todo lo que distraiga y
desvíe de los objetivos trazados.
5.- Toda educación de la voluntad tiene un fondo costoso, especialmente en
sus comienzos. Al igual que ocurre en el alpinismo, lo importante es dar
pequeños pasos hacia arriba, ir ascendiendo en la montaña, no por grandes
escaladas sino gracias a pequeños avances, al principio costosos y, después,
ya más fáciles, una vez que se vislumbra el paisaje desde la cima.
6.- A medida que se tiene más voluntad, uno se gobierna mejor a sí mismo, no
dejándose llevar por el estimulo inmediato. El gran reto del dominio
personal conduce a que uno no hace lo que le apetece ni escoge lo más fácil,
sino que se dirige hacia lo que es mejor (Aquello que le ayuda a ser más
persona).
7.- Una persona con voluntad alcanza las metas que se había propuesto con
constancia. Los instrumentos de la voluntad son: el orden, la tenacidad, la
disciplina, la alegría y la mirada puesta en el futuro, en la meta.
8.- Es importante llegar a una buena proporción entre los objetivos y los
instrumentos que utilicemos para obtenerlos: pretender sacar lo mejor de uno
mismo, aprovechando las aptitudes y teniendo presente las limitaciones.
9.- Una buena educación de la voluntad es un indicador de madurez de la
personalidad.
10.- La educación de la voluntad no tiene fin: El hombre es una sinfonía
incompleta, no perfecta pero perfeccionable.
Notas:
[1] El concepto de verdad se quiebra en distintas laderas: la verdad de las
cosas, de las circunstancias que nos rodean y la verdad como hipótesis de
trabajo (verdad prospectiva).
Tres lenguas han influido decisivamente en la formación del pensamiento
europeo: el griego, el latín y el hebreo, y en cada una de ellas encontramos
tres palabras sobre este concepto: aletheia, véritas y emunah,
respectivamente.
Vivir en la verdad personal es tener criterios y obrar consecuentemente.
Dicho en otras palabras: el hombre incoherente, que conoce esas reglas de
conducta, pero, por los motivos que sean, no las sigue, no es consecuente
con ellas.
Es cierto que cuando hay voluntad se está más dispuesto para luchar y
vencerse, puesto que voluntad es disposición activa para hacer algo
adelantando resultados.
[2] Este tema cabalga entre diversas corrientes, desde las ideas ya
superadas del psicoanalista Wilhelm Reich, a la llamada «civilización del eros» de Marcase, o a la «permisividad» de Van Ussel, pasando por las ideas
más positivas de Allport o Maslow sobre el amor personal, hasta llegar a la
psicoterapia humanista de Rogers o al misterio de la sexualidad con serio
enfoque antropológico de Gustave Thivon, Jean Guitton, Joseph Pieper o
García Hoz.
La vida sexual es una pieza que integra o desintegra al hombre, según la
manera de vivirla. En ella se alberga una trilogía integrada por los
aspectos corporal, psicológico y espiritual.
[3] Véase Libertad como pasión, Eunsa, Pamplona, 1992.
[4] Dice el Talmud: «El hombre sabio es el que trata a todos con dignidad.»
Estamos atravesando una época de represión espiritual: en muchos ambientes
todo lo que suene a espiritualidad, está mal visto, no se lleva, no
engancha... Pero es un bastión decisivo del ser humano.
Vivimos en la apoteosis de lo fugaz, la exaltación del instante, la
idolatría del sexo y como resultado de ello: la indiferencia por saturación
de contradicciones, y, a su vez, la fascinación caleidoscópica del querer
estar en todas partes, no decir que no a nada y pretender jugar a todas las
bandas y posiciones... es el relativismo de la levedad y la dispersión. Un
ser humano superdébil, a quien hay que seguir para poder certificar su
triste final.
En tales casos sólo hay voluntad para alcanzar dinero, sexo, poder, éxito a
cualquier precio o las versiones actuales de mejorar permanentemente el
nivel de vida, el bienestar, la seguridad... La felicidad no consiste sólo
en eso, pues hay muchas personas que viven así y no son felices. La
felicidad es estar haciendo algo grande con la vida, algo que la llene y que
vaya más allá de los propios intereses.
[5] Véase Polaino Lorente, Dimensiones motivacionales y cognitivas de la
voluntad, Dossat, Madrid, 1988. Subraya la importancia del aprendizaje, sin
el cual no se pueden adquirir conocimientos. «No hay educación sin
aprendizaje. La educación añade algo más al mero aprendizaje, me estoy
refiriendo a la educación de la voluntad. Los aprendizajes que realiza la
voluntad son siempre motivados e intelectualizados... la motivación y el
"conocimiento del fin" tienen aquí especial importancia.» Hace una clara
referencia al modelo conductista del aprendizaje. cuanto mayor sea la
recompensa, mayor será el efecto del aprendizaje, o dicho de otra manera, de
la eficacia del castigo o de la recompensa, de su buena y adecuada
administración, saldrá la clave para todo este proceso. «La administración
de recompensas suele ser más eficaz que la de castigos, salvo cuando se
busca un cambio en la emisión de la respuesta.»
[6] Un autor que ha trabajado a fondo en estos temas, García Hoz, publicó en
1962 un libro que fue emblemático para aquella época: Pedagogía de la lucha
ascética. Allí exponía los elementos básicos para el esfuerzo en los temas
morales, inspirado en autores españoles del Siglo de Oro (parte del XVI y
XVII).
Después han seguido muchas investigaciones, hasta llegar a La práctica de la
educación personalizada, tratado donde se describen y analizan los
fundamentos y las técnicas para alcanzar la obra bien hecha, que es la meta
que propone su autor.
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