La escuela mata la creatividad 2
La escuela mata la creatividad 2.
Texto:
http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20120203/54247867713/la-escuela-mata-la-creatividad.html
Dicen que la creatividad es el gen del genio y del talento, el que determina
que haya Einsteins, Edisons, Leonardos, Quevedos o Steves Jobs, y que todos
los niños nacen con él. Entonces, ¿por qué despuntan tan pocos de mayores?
Sir Ken Robinson, uno de los mayores expertos internacionales en el
desarrollo de la creatividad y la innovación tiene muy claro por qué dejamos
de ser creativos al crecer:
“Los niños arriesgan, improvisan, no tienen miedo a equivocarse; y no es
que equivocarse sea igual a creatividad, pero sí está claro que no puedes
innovar si no estás dispuesto a equivocarte, y los adultos penalizamos el
error, lo estigmatizamos en la escuela y en la educación, y así es como los
niños se alejan de sus capacidades creativas”.
No es el único que lo cree. Cada día son más las voces que advierten que el
sistema educativo, la escuela, mata la creatividad. Entre ellas la de Petra
María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto
de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. “Hay
numerosas investigaciones que señalan que la creatividad de los niños
decrece con los años de permanencia en el sistema educativo, de forma que la
curiosidad y la búsqueda creativa da paso, con el tiempo, a comportamientos
más rígidos, convergentes e inflexibles”, apunta.
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Y lo justifica: “En la escuela se enseña al niño a amoldarse a los
patrones establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de
divergente; al profesor le interesa que los niños contesten lo que se espera
acerca de determinados contenidos y que los estudiantes no se salgan de las
rutas trazadas”.
En ello ahonda Fernando Alberca, profesor, formador de maestros y autor,
entre otros libros, de Todos los niños pueden ser Einstein. “Si un
maestro pide a un niño que dibuje un paisaje y el crío es muy original y
pinta todo de negro, el profesor le rectifica; el profesor no está preparado
para ser sorprendido y, habitualmente, no le gusta ser sorprendido; el
profesor quiere que las respuestas en los ejercicios y en los exámenes se
ajusten a lo que dice el libro o él ha explicado, y eso limita el potencial
de los niños, los hace más torpes y menos inteligentes porque utilizan poco
la imaginación, no se les deja ser creativos, y así pasa que, cuando salen
de primaria, y aún más de secundaria, son menos creativos que cuando
llegaron a la escuela”, relata.
Petra M. Pérez recuerda que el éxito escolar significa sacar buenas notas, y
quienes las sacan son quienes se adaptan mucho al sistema educativo, quienes
asimilan y repiten lo que les cuenta el profesor y siguen los patrones
establecidos, arriesgando e innovando lo mínimo para no cometer errores ni
hacer el ridículo. “Luego, en el ámbito profesional, se pide gente
creativa, innovadora, emprendedora, que piense, que tenga ideas originales,
que busque soluciones propias; y los alumnos de buenas notas no saben
hacerlo porque, en la escuela, que es donde ellos eran buenos, les daban la
solución que seguir y lo que primaba era hacer las cosas cómo les decían, de
una única manera, sin pensar diferente”, alerta.
Las reiteradas intervenciones públicas de Sir Ken Robinson o las
declaraciones del escritor y divulgador británico Mark Stevenson –autor,
entre otros de Un viaje optimista por el futuro (Galaxia Gutenberg)–
asegurando que “el sistema educativo imperante trata a los estudiantes
como objetos de una cadena de montaje, chafa la creatividad y estigmatiza el
error”, ponen de manifiesto que no se trata de un problema específico de
la escuela o de los profesores españoles.
Robinson, en sus conferencias explica que todos los sistemas educativos del
mundo datan de una realidad del siglo XIX, donde se iba a la escuela para
conseguir un trabajo, y se basan en una jerarquía de temas donde las
matemáticas, los idiomas o las humanidades tiene más peso que las artes
porque el objetivo es llegar a la universidad y preparar profesores
universitarios.
En una sociedad industrial, formarse quería decir acumular información y
conocimiento para luego aplicarlo en el puesto de trabajo. Hoy, en una
sociedad donde la información está a golpe de clic, más que acumular
conocimientos teóricos se necesita desarrollar habilidades y capacidades
para el desempeño profesional. “Los cambios sociales y tecnológicos han
modificado el mundo y ahora uno, tras pasar por la universidad, obtiene un
título pero no un trabajo, y en el mundo laboral se pide una inteligencia
diversa mientras que el sistema educativo merma algunas capacidades: no
enseña a bailar igual que enseña matemáticas, no apuesta por la música
porque no lo ve como algo de utilidad para un trabajo, y no educa a la
totalidad del ser”, resume Sir Ken Robinson.
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Petra M. Pérez señala que “el ser humano necesita la creatividad para
llegar a la solución de los problemas; decimos que el emprendimiento es el
futuro, pero en el sistema educativo actual lo anulamos porque cuando un
niño contesta algo distinto a lo esperado los maestros le corrigen, y así
van cercenando su capacidad de ser creativos e innovadores”.
Y remarca que no se trata de criticar la actitud ni el trabajo de los
profesores, sino de cuestionar los métodos de enseñanza: “Tal como
funcionan hoy la mayoría de colegios, si un chaval resuelve un problema de
matemáticas o de física siguiendo los pasos adecuados, lo que le han
explicado, aunque se equivoque en el resultado el maestro valora el
ejercicio; en cambio, si llega a un resultado bueno pero por otros métodos,
sin seguir el procedimiento, no se da por bueno”. Eso, enfatiza, hace
que se fomente la repetición en lugar de la creación, que se promueva la
acomodación en lugar de la experimentación y que los niños y jóvenes acaben
por no arriesgarse a pensar diferente por miedo al error.
Fernando Alberca pone como ejemplo lo que ocurre en sus clases de ética, en
cuarto de ESO, cuando plantea a sus alumnos qué tipo de examen prefieren: si
uno para el que tengan que estudiar y repetir lo que pone en el libro, u
otro para reflexionar sobre los temas que han tratado en clase. “Incluso
los más brillantes se sienten inseguros sobre la nota que sacarán en un
examen abierto y prefieren una prueba donde puedan asegurar un nueve sin
riesgo; ¡pero sin riesgo no hay posibilidad de mejorar!”, se lamenta.
Dicen los expertos que tampoco debe extrañar la reacción de esos chavales,
de 15 o 16 años, cuando llevan desde los tres percibiendo que en el colegio
es mejor no dar opiniones propias o diferenciadas si no se quiere correr el
riesgo de oír que son “descabelladas” o de que le pongan a uno en ridículo,
y enfrentándose a exámenes donde lo que se revisa es qué errores han
cometido en lugar de si han creado o inventado algo, o elaborando trabajos
donde el profesor no sólo dicta el tema sino el guión que seguir, la
extensión que ha de tener, la forma de presentarlo y, a veces, hasta las
fuentes donde obtener la información, tal y como explica el director del
Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada total y del máster en Creatividad
de la Universidad Fernando Pessoa, David de Prado.
Fernando Alberca enfatiza que hay un trasfondo anatómico (neurológico, si se
quiere) en todo este debate. “La creatividad tiene que ver con el
hemisferio derecho del cerebro, el que rige las emociones, la imaginación,
los sentimientos… Y la escuela está centrada en el hemisferio izquierdo, en
el análisis, la razón, la secuencia uno a uno. Por eso se organiza en
cursos, trimestres, lecciones… y se prima la organización, el orden, los
trabajos en power point y los exámenes de respuestas cerradas”, explica.
La realidad es que todas las personas (maestros y alumnos incluidos)
disponen de los dos hemisferios cerebrales, pero la mayoría utiliza más uno
que otro, y eso hace que cuando un profesor da unas explicaciones
matemáticas o sobre física basadas en el hemisferio izquierdo, estas
resulten de difícil comprensión para aquellas personas con predominio del
hemisferio derecho. ¿Qué quiere esto decir? Que cuando el maestro pregunta a
un niño “¿5 y 7?”, y este responde “57”, quizá ni sea un
ignorante ni esté burlándose del profesor, sino, simplemente, aplicando una
lógica diferente, la de unión en lugar de suma. Alberca explica un caso
vivido en primera persona cuando, ante un problema matemático que decía “si
hay ocho caracoles en una cesta y salen dos ¿cuántos quedan?”, su hija
contestó: “Ocho”. “En lugar de decir que no tenía ni idea, le
pregunté por qué, y me contestó que dos habían salido de la concha pero
seguían siendo ocho en la cesta”, rememora.
Sir Ken Robinson proporciona otro ejemplo. El de una niña de seis años
trabajando en la clase de dibujo a la que su maestra pregunta: “¿Qué
estás dibujando?”, y contesta: “A Dios”; la maestra le advierte:
“¡Pero si nadie sabe cómo es!” y la niña responde: “Lo sabrán en
unos minutos”. La cuestión, apunta Alberca, no es que en clase cada
alumno conteste lo que le parece, sino que el profesor tenga en cuenta el
factor humano, que hay niños que utilizan una lógica distinta, la de la
imaginación, y pregunte el porqué cuando vea una respuesta anodina, además
de adaptar sus explicaciones y su lenguaje para facilitar la comprensión por
parte de quienes procesan primero por el hemisferio derecho. “Muchos de
estos chavales acaban engrosando las estadísticas de fracaso escolar, pero
no son menos brillantes ni mucho menos, sólo tienen una lógica distinta”,
dice.
Y deja claro que no son casos aislados. Según su experiencia,
aproximadamente un 40% de los estudiantes tiene predominancia del hemisferio
derecho. Por otra parte, estas personas acostumbran a ser más intuitivas, a
tener más empatía y una visión más globalizadora, cualidades todas ellas muy
apreciadas en el mundo profesional actual. “A veces basta con modificar
el enunciado de los problemas matemáticos, con hacerlos más emocionales y
plantear una división como un reparto de pasteles y pan entre cuatro niños
hambrientos, o tener en cuenta una visión más emocional de los relatos
históricos, para que estos chicos no fracasen en ese área”, ejemplifica.
Y aboga por fomentar la creatividad, por exámenes con preguntas nuevas sobre
el tema explicado, de modo que las respuestas hayan de ser creativas y
lógicas, y se puedan valorar no sólo las repetitivas, sino todas las que
sean creíbles, válidas y lógicas, puntuando además la originalidad.
Claro que también hay maestros que trabajan más con el hemisferio derecho “pero
tienden a ser expulsados del sistema, porque en lugar de considerarlos más
creativos se les suele tildar de extravagantes y se les reprocha que no
enseñen las cosas importantes”, concluye Alberca. Su receta para paliar
todo esto es introducir asignaturas sobre creatividad en el aprendizaje o la
imaginación como herramienta para la resolución de problemas en todas las
escuelas de formación del profesorado.
Para resolver los problemas importantes, ya sean en el ámbito escolar,
laboral o personal, hay que combinar los dos hemisferios, la intuición con
el análisis. “Si te encuentras con alguien por la calle, el derecho te
avisa de que a esa persona con quien te cruzas la has conocido antes, y el
izquierdo le pone nombre”, ejemplifica Alberca.
Está convencido de que si la escuela cambiara, los estudiantes –y sus
resultados– serían más brillantes “porque hoy en el ámbito escolar
triunfan los menos imaginativos y después vemos que muchos de los grandes
profesionales a los que admiramos por su inteligencia y creatividad no
sacaban buenas notas en el colegio”.
Petra M. Pérez remarca que la creatividad es una destreza adquirible, que
puede aprenderse y enseñarse, si bien requiere más tiempo y dedicación para
esperar hasta que los niños dan con las soluciones correctas, así como
apostar por la flexibilidad, la originalidad, la imaginación, el dejar
experimentar, la receptividad a nuevas ideas, el fomentar la confianza…
Claro que hay profesores y centros que ya trabajan con estos planteamientos.
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