El mito de la educación
El mito de la educación. Entrevista con Judith Rich Harris
Texto:
http://www.terceracultura.net/tc/?p=3103
Reseña del libro: "El mito de la educación" de Judtih Rich Harris
Entrevista con Judith Rich Harris
Autor: Cristian Campos
¿Cuál es la influencia de los padres en el comportamiento de sus hijos
cuando estos se encuentran fuera del área de influencia del hogar familiar?
Según la psicóloga estadounidense Judith Rich Harris, ninguna. No “mínima” o
“anecdótica” o “insignificante”: nula. Por algo se la considera como una
peligrosa “radical” a raíz de la publicación en 1999 de su libro de culto
"El mito de la educación". La entrevistamos.
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He aquí una verdad irrefutable: los niños se parecen a sus padres. Sin
llegar a comportarse como dos gotas de agua, padres e hijos tienen bastantes
probabilidades de puntuar de forma similar en los tests de personalidad al
uso, si descontamos el ruido provocado en los resultados por la evidente
diferencia en madurez psicológica. Pero la discusión empieza cuando se
intenta averiguar el porqué de esa similitud.
La explicación popular, que coincide con la de buena parte del establishment
académico y con los dogmas de lo políticamente correcto, es que esa
semejanza se debe a la influencia de los padres. A fin de cuentas, ¿quién ha
acompañado día a noche a ese niño durante los primeros años de su vida?
Según la psicóloga estadounidense Judith Rich Harris (1938), esa similitud
se debe casi por completo a la herencia genética. Pero no es esa la
afirmación más polémica que Rich Harris incluyó en su libro de culto El mito
de la educación (publicado en España en 1999 por la editorial Grijalbo).
Si por algo se la considera una “extremista” es por su teoría de que la
influencia de los padres en el comportamiento de sus hijos fuera del hogar
familiar es, lisa y llanamente, nula. No “mínima” o “anecdótica” o
“insignificante” o “ridícula” o “desestimable” o “ínfima” o “insustancial”,
no: nula. Zero. Nil. Nothing. Niente. Cero. Por lo que respecta al
comportamiento de los niños en la escuela, en la calle y en cualquier otro
ámbito que no sea el comprendido entre las cuatro paredes de su casa, da
igual que estos convivan con sus padres o con una etiqueta de Anís del Mono.
Y lo mismo ocurre con la personalidad del adulto en el que esos niños se
convertirán con el tiempo. A la pregunta de ¿quién o qué influye entonces en
la personalidad de esos niños cuando se encuentran fuera de la influencia
del hogar familiar?, la respuesta de Judith Rich Harris es “sus coetáneos”,
es decir amigos, conocidos y saludados de su misma generación.
El mito de la educación, del que ahora se publica en los EE UU una edición
revisada, tiene su origen en un artículo publicado en la revista
Psychological Review en 1995. El artículo recibió el premio George A. Miller
que otorga la American Psychological Association a los trabajos de
reconocida relevancia. Prueba, por cierto, de que la justicia poética
existe: el George Miller del premio es el mismo profesor universitario que
37 años antes expulsó a Judith Rich Harris del Departamento de Psicología de
la Universidad de Harvard. Steven Pinker prologó la primera edición del
libro, que en la actualidad se encuentra descatalogado en España.
En la actualidad, Judith Rich Harris se dedica a “contestar cuestionarios
como el tuyo. Cuando acabe con tu entrevista tengo que responder una lista
de preguntas igual de larga de un periodista polaco. Pero al margen de eso,
acabo de terminar de escribir uno de los capítulos de un libro editado por
dos psicólogos evolucionistas, y estoy empezando a escribir otro capítulo
que aparecerá en el libro de un criminólogo”.
Entrevista:
¿Hasta qué punto las investigaciones en genética, neurología y ciencia
cognitiva de la última década han confirmado las tesis avanzadas en El mito
de la educación?
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De acuerdo a mi teoría, hay dos elementos que modelan la personalidad de los
niños a largo plazo: los genes que heredan de sus padres y sus experiencias
fuera del hogar. Los niños se parecen algo a sus padres en personalidad,
habilidades y actitud, pero eso se debe básicamente a la herencia, es decir
a la influencia genética en esos rasgos. Así que, con el objetivo de
confirmar o refutar mi teoría, las investigaciones deberían poder controlar
o descartar de la ecuación esas influencias genéticas. Cuando eso se
consigue, los resultados han coincidido en general con mi teoría.
Por
ejemplo, algunos investigadores de los EE UU han estudiado cómo los niños
pequeños adquieren el autocontrol que necesitan para comportarse
correctamente en la escuela. Cuando los investigadores se centraron en la
influencia de los genes en el comportamiento de los niños, encontraron que
las enseñanzas de los padres no tenían ningún impacto en cómo se comportaban
aquellos en la escuela. Lo que sí influía era cómo se comportaban en clase
el resto de los niños.
En relación a la neurología y la ciencia cognitiva, los investigadores en el
terreno de la neurociencia cognitiva han respaldado mi teoría de que las
relaciones personales son procesadas en un área del cerebro diferente al
área que se ocupa de los elementos grupales, como por ejemplo el hecho de
convertirse en miembro de un grupo o el de clasificar a la gente en función
de su identidad grupal. Estos mismos investigadores han descubierto que el
hemisferio derecho del cerebro es mejor identificando individuos, mientras
que el hemisferio izquierdo es mejor en lo que ellos llaman
“representaciones grupales”.
¿Han cambiado en algo sus ideas a lo largo de los últimos años?
Mi teoría se ha desarrollado durante los últimos años, pero la conclusión
básica sigue siendo la misma. La última versión de la teoría, descrita en mi
segundo libro, No Two Alike, responde a una pregunta para la que la teoría
original no tenía una buena respuesta: ¿por qué los gemelos idénticos
(monocigóticos o univitelinos) que han crecido en una misma casa, que van a
la misma escuela y que a menudo pertenecen al mismo grupo de amigos,
difieren tanto en su personalidad?
¿Qué ha revisado entonces en la edición revisada de El mito de la
educación?
La nueva edición tiene una nueva introducción, en la que explico brevemente
cómo ha progresado mi teoría desde que se publicó la primera edición del
libro. También incluye un nuevo apéndice en el que hago comentarios,
favorables y desfavorables, sobre algunas de las investigaciones de la
última década. Además, hay algunas pequeñas correcciones en el texto, y
algunas referencias y notas finales añadidas. Pero no he intentado abarcar
todo lo que ha pasado en el terreno de la psicología del desarrollo durante
este tiempo, porque eso ya lo he hecho en No Two Alike.
Su libro y La tabla rasa de Steven Pinker tienen algo en común: ambos
provocan reacciones de rechazo visceral entre los defensores más radicales
de la teoría de la influencia ambiental, e incluso entre el público lego. ¿A
qué se debe? ¿Qué tabú han roto estos dos libros?
En estos libros se atacan algunos mitos culturales muy apreciados, creencias
poderosas que arraigaron en la cultura europea y americana a mediados del
siglo anterior. Al afirmar que los niños no son bolas de plastilina
modeladas por sus padres, Steven Pinker y yo misma estamos desafiando
algunas convicciones ampliamente compartidas. Muchos psicólogos del
desarrollo han dedicado toda su carrera profesional a la tarea de demostrar
cómo los padres modelan a sus hijos, y aquí estoy yo, que ni siquiera
pertenezco a la aristocracia académica, diciéndoles: “déjalo ya, tus
investigaciones tienen muchos puntos débiles y no demuestran nada de lo que
tú crees”.
¿Por qué cree que resulta tan difícil aceptar algunas ideas que parecen
coincidir con el sentido común: las mujeres y los hombres son diferentes,
los amigos influyen más en los niños que sus propios padres…? ¿Se debe quizá
a que la realidad y el sentido común chocan con los dogmas de lo
políticamente correcto y con una idea infantil y beata de la naturaleza
humana?
En el caso de la afirmación “los hombres y las mujeres somos diferentes”
creo que la culpa es de la corrección política. En el caso de la influencia
parental, hay otros factores involucrados. En primer lugar, algunos de los
procesos mentales que controlan nuestro comportamiento social son
inconscientes: los niños no son conscientes de ellos mientras suceden y no
los recuerdan posteriormente, pero sí recuerdan a sus padres. En segundo
lugar, la gente infravalora la influencia de los genes. Ven que los bebés
tienen una personalidad determinada desde muy pequeños (son audaces o
miedosos, por ejemplo), así que atribuyen esos rasgos a algo que
supuestamente les pasó cuando eran incluso más pequeños. ¿Y quién estaba a
su lado cuando eran muy, muy pequeños? Sus padres, por supuesto.
Ligado con la pregunta anterior, ¿por qué la psicología popular y la
académica suelen diferir tanto?
Bueno, en ciertos aspectos coinciden al 100%. Muchos psicólogos “populares”
creen fuertemente en la influencia parental, al igual que muchos psicólogos
“académicos”. Steven Pinker es una rara excepción a esa regla.
¿Cuáles son, o deberían ser, las implicaciones políticas de su teoría?
Debería culparse menos a los padres y poner más énfasis en dos cosas que yo
creo que son muy importantes para los niños: la escuela y la estabilidad. Es
perjudicial para los niños moverlos demasiado, de un barrio a otro o de una
escuela a otra. El divorcio es en buena parte malo para los niños porque
destroza la estabilidad de sus vidas fuera de la familia.
¿Me equivoco si digo que su libro parece ser más popular entre los
hombres que entre las mujeres? ¿A qué se debe?
Bueno, si he de juzgar por las cartas que recibo de los lectores, parece que
el libro gusta más a los hombres. Quizá las mujeres están más involucradas
en la maternidad que los hombres en la paternidad. A ellas no les gusta oír
que son menos importantes para sus hijos de lo que creían. Yo pensaba que a
las madres les gustaría que les dijeran que no tenían por qué sentirse
culpables por los fallos de sus hijos, pero eso implica que tampoco pueden
atribuirse sus méritos.
¿Tratan los padres de forma diferente a los primogénitos que al resto de
sus hijos? ¿Tiene eso alguna influencia en los niños?
Oh, sí, definitivamente los tratan diferente dependiendo, entre otras cosas,
del orden en el que han nacido. Y sí, eso tiene una influencia mesurable en
cómo se comportan esos niños en casa o en presencia de los miembros de la
familia. Pero no tiene una influencia relevante en cómo se comportan los
niños fuera de su casa, en presencia de sus amigos. Y tampoco tiene una
influencia significativa en cómo responden, de adultos, a los cuestionarios
de personalidad. Los estudios que usan tests estándar para determinar la
personalidad no han encontrado diferencias entre primogénitos y segundos y
terceros hijos.
¿Tienen los niños maltratados más posibilidades de ser adultos violentos?
Esa es una pregunta sorprendentemente difícil de contestar, porque muchas de
las investigaciones que se han hecho al respecto son inútiles por dos
razones. En primer lugar, muchos investigadores no detectan las influencias
genéticas en el comportamiento. Las personas agresivas tienen más
probabilidades de pegar a sus hijos, así que los niños maltratados pueden
haber heredado la agresividad de sus padres. En segundo lugar, muchos
investigadores no tienen en cuenta que los niños se comportan de forma
diferente en entornos diferentes. Un niño que se porta mal en casa puede
portarse bien en el colegio, o viceversa. Así que un estudio que investigue
los efectos del maltrato centrándose sólo en cómo se comporta ese niño en
casa, o que sólo le pregunte a sus padres, no es informativo. Los pocos
estudios que se han fijado en cómo se comportan los niños fuera de su casa,
de acuerdo a lo que dicen por ejemplo sus profesores, sugieren que el hecho
de ser maltratado no tiene ningún efecto en cómo se comporta el niño en la
escuela.
Los padres suelen estar expuestos a decenas de teorías pedagógicas que
les dicen cómo comportarse para que sus hijos sean más inteligentes, o
tengan mejores modales, o sean más respetuosos. Pero los niños de hoy en día
no parecen especialmente mejores (o peores) que los de hace 50 años. ¿Por
qué se sigue entonces a) dando consejos que no funcionan, y b) haciendo caso
de esos consejos?
¡Muy buena pregunta! Siempre hay “expertos” que se ganan la vida aconsejando
a los padres, pero los consejos que dan cambian con los años. Yo nací en
1938, una época en la que la paternidad y la maternidad eran muy diferentes
de lo que son ahora. Los padres de los años 30 y 40 no se preocupaban de la
autoestima de sus hijos: les preocupaba la posibilidad de que prestarles
demasiada atención los malcriara y los convirtiera en niños consentidos. Los
padres no se preocupaban demasiado por los deberes escolares de sus hijos;
ese era el trabajo de los profesores, no el suyo. Y el castigo físico era
pura rutina. Los padres jugaban sólo un pequeño papel, si lo jugaban, en el
cuidado de los niños: su principal función era administrar la disciplina. A
pesar de los importantes cambios que se han producido recientemente en el
papel de los padres, la gente es igual que siempre. A pesar de todo el
afecto y la atención que los niños reciben hoy en día, tanto por parte de
padres como de madres, no son menos depresivos o demuestran una mayor
autoestima que hace años. A pesar del descrédito del castigo físico, no son
menos agresivos. Estos hechos son una prueba apabullante de que mi teoría es
correcta.
El mito de la educación se centra básicamente en el lenguaje, que usted
considera una prueba irrefutable de lo acertado de su teoría, pero el
lenguaje es una característica 100% ambiental. ¿Qué ocurre cuando se aplica
su teoría a otras características que no son 100% ambientales?
El lenguaje es un buen ejemplo de cómo funciona mi teoría precisamente
porque es una característica 100% ambiental. El idioma que hablamos, al
igual que nuestro acento, es totalmente ambiental, totalmente aprendido.
Nadie hereda una predisposición a hablar español o inglés. Nadie hereda el
acento de una región particular o de una clase social determinada. Y cuando
te fijas en el lenguaje, se ve exactamente lo que predice mi teoría. Los
hijos de los inmigrantes, incluso aunque hablen la lengua de sus padres en
casa, utilizan el idioma local fuera de ella. Lo hablan además con el mismo
acento que sus coetáneos, sin rastro alguno del acento de sus padres.
Pero para muchas otras características, la herencia juega un rol. Si nos
fijamos por ejemplo en la actitud respecto a la política o la religión,
encontramos que los niños se parecen a sus padres. Pero eso se debe a que
esa característica es, en parte, genética. Bueno, no la actitud en sí, sino
la personalidad que conduce a esas actitudes. La existencia de influencias
genéticas hace mucho más difícil determinar qué es exactamente lo que está
pasando. Hacen falta métodos de investigación especializados para separar el
grano de la paja.
Si su teoría es cierta, ¿qué pueden hacer los padres para que sus hijos
sean más inteligentes?
Enviarlos a una escuela donde se potencien y se disfrute de las actividades
intelectuales, y donde los niños que destacan académicamente sean admirados
en vez de humillados.
¿Cuál es la crítica a su libro que ha resultado más difícil de contestar?
En otras palabras, doce años después de la primera edición de su libro, ¿ha
encontrado algún punto débil en él?
La crítica más difícil es la que me acusa de ser una extremista. Lo que yo
digo no es que los padres tengan menos influencia de lo que se piensan: digo
que los padres no tienen ninguna influencia en absoluto en cómo se comportan
sus hijos fuera de casa o en su personalidad adulta. Cuando escribía El mito
de la educación pensaba que esa posición sería difícil de defender. Pensaba
que los psicólogos del desarrollo saldrían con algún tipo de evidencia que
yo no podría refutar y que demostraría que los padres tienen al menos una
pequeña influencia. Para mi sorpresa, no han conseguido hacerlo. Ha habido
muchos estudios e investigaciones, pero todos los que dicen haber encontrado
algún tipo de influencia parental tienen algún defecto; su método de
investigación muestra siempre algún punto débil. Y los estudios que han
utilizado métodos más apropiados apoyan en general mi teoría.
Desde el punto de vista evolutivo, ¿por qué los niños prefieren la
influencia de sus compañeros a la de sus padres?
Por dos razones. En primer lugar, la niñez prepara para la vida adulta, y
las personas que tienen éxito no pasan su vida adulta con sus padres. Su
futuro es su propia generación. En segundo lugar, en todas las sociedades,
los niños y los adultos se comportan de manera diferente; para decirlo en
términos técnicos, pertenecen a categorías sociales distintas. Esto
significa que los niños no pueden aprender a comportarse correctamente
imitando a sus padres. Un niño que se comporte como un adulto parecerá
bastante anormal.
¿Qué le contesta usted a los padres que le preguntan cómo educar a sus
hijos si su influencia en ellos va a ser mínima o nula?
Los padres tienen una influencia importante en cómo se comportan sus hijos
en casa. El trabajo de los padres es darle a sus hijos un hogar seguro y
feliz.
¿Podría mencionar los tres libros sobre la naturaleza humana que, en su
opinión, deberían ser leídos por todo el mundo?
La tabla rasa de Steven Pinker, Personality: What Makes You the Way You Are
de Daniel Nettle, y Mistakes Were Made (but Not by Me) de Carol Tavris y
Elliot Aronson.
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