El mito de la educación
El mito de la educación.
Texto:
http://pablorpalenzuela.wordpress.com/2008/09/05/resena-el-mito-de-la-educacion/
Reseña del libro: "El mito de la educación" de Judtih Rich Harris
A medida que avanza este blog, la polémica genes vs educación resulta
irrelevante, o aun peor, cansina. Por supuesto, los genes cuentan. Elíjase
un ambiente lo bastante homogéneo y los efectos de los genes aflorarán. Por
supuesto, el ambiente cuenta. Elíjanse ambientes culturalmente muy distintos
y las consecuencias se harán patentes. Ya estamos aburridos de esto. Lo que
queremos saber es cuáles son los genes implicados y cómo actúan. Y sobre
todo, queremos saber cuáles son los factores ambientales relevantes. Los
estudios de heredabilidad son bastante inútiles para ambos fines.
En el caso de los genes, la caza ya está en marcha y aunque de momento no ha
sido tan fructífera como se esperaba, tenemos que darle algún tiempo. En el
caso de los factores ambientales, la situación es más complicada. Hemos
visto que, en la mayoría de los caracteres estudiados, cerca de la mitad de
la varianza se debía a factores ambientales únicos, pero no tenemos nada
claro cuáles son estos factores.
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En la opinión de los autores de estos
estudios, tal cosa resulta un misterio. Para explicarlo, llegan a insinuar
que los padres no se esfuerzan lo suficiente en la educación de los hijos,
lo cual se encuentra a una distancia de tres micras de decir que la
educación no tiene ninguna influencia. Transcribo textualmente:
Nuestros resultados, así como los de otros grupos, no implican que la
educación carezca de efectos a largo plazo. La increíble similitud de los
gemelos criados aparte en sus actitudes sociales (p.e. conservadurismo y
religiosidad) no muestran que los padres no puedan influir sobre estos
rasgos, muestran simplemente que esta influencia no suele producirse en la
mayoría de los casos.
Estos investigadores tienen que hilar muy fino. No es que no se pueda
influir sobre los hijos, es que los padres no se lo toman en serio. Parece
como si estuvieran haciendo un esfuerzo denodado por salvar los muebles,
esto es, nuestra querida y arraigada noción de que los padres son
importantes en determinar la personalidad de los hijos. Un punto de vista
mucho más radical, y en cierto modo, incendiario es el de la psicóloga
Judith Rich Harris, presentado en su libro “El Mito de la Educación”.
Harris afirma a grandes rasgos tres cosas: 1) que los miles de estudios de
‘socialización’, cuyo fin es identificar la efectividad de diferentes
‘estilos de crianza’, son básicamente inválidos; 2) que los padres tienen
una influencia escasa o nula sobre la personalidad de los hijos, tal como se
deduce de los estudios de gemelos y de adopción; y 3) que la socialización
de los niños y jóvenes se produce a través del contacto con sus amigos.
Serían pues, los colegas los verdaderos padres y maestros.
En la primera parte de su libro, Harris, ataca sin piedad los métodos
empleados en los estudios de socialización, los cuales se realizarían más o
menos así: se elige un niño dentro de una familia y se analiza tanto el
‘estilo de crianza’ como la personalidad/inteligencia del niño; se realizan
suficientes observaciones de manera que se pueda encontrar alguna
correlación entre ambas cosas. Típicamente, estos estudios encuentran que
las personas inteligentes y sensatas, capaces de controlar su vida, y que
educan ‘bien’ a sus hijos, tienen, en general, hijos, inteligentes y
sensatos y capaces de controlar su vida (y a la inversa). De aquí concluyen
que ‘las buenas prácticas educativas tienen efectos positivos sobre la
personalidad’ ¿Es eso cierto? Debería serlo, miles de psicólogos y
educadores no pueden estar equivocados. Lo están, afirma Harris, estos
científicos están llevando sus conclusiones mucho más lejos de los que
permitirían los datos. En primer lugar, estos estudios no permiten
distinguir los efectos genéticos de los educativos. Pudiera ocurrir que las
personas inteligentes y equilibradas tengan hijos con estas características,
debido a que les transmiten sus genes. De hecho, cuando se diseña el estudio
para distinguir este tipo de efectos, como ocurre con los gemelos criados
aparte, lo que se ve es que la educación tiene poca influencia.
Harris emplea otros argumentos adicionales. El primero es que el ‘estilo de
crianza’ es característico de cada cultura. Por ejemplo, en USA los
‘asiáticos’ suelen emplear un estilo de crianza más autoritario que los
‘blancos’, a pesar de los cual no se ha detectado un efecto negativo en la
personalidad (y de hecho su media del CI es más alta). Por otro lado, el
estilo educativo ha cambiado en los últimos años en muchos países,
haciéndose menos autoritario y más ‘correcto’ ¿dónde están los beneficios de
estos cambios? Harris apunta la idea de que cada sociedad tiene su Mito de
la Educación, es decir, un estilo de crianza socialmente aceptado, aunque no
necesariamente el mejor ni el único posible.
Otro argumento se basa en la falta de efectos detectables en las familias no
convencionales. Si el papel de los padres es fundamental, qué ocurrirá si no
hay padre o si ambos ‘esposos’ son del mismo sexo u otras combinaciones por
el estilo. La respuesta es: nada. Los hijos de madres solteras, de parejas
homosexuales o de padres divorciados no son significativamente distintos del
resto de los niños, de acuerdo con muchos trabajos. Sin olvidar que el
proceso de ‘educación’ es una carretera de doble vía. Solemos asumir que la
influencia va de padres a hijos, pero también fluye en sentido contrario. Un
niño de carácter muy difícil va a generar respuestas negativas de sus
padres, lo que se traduce un ambiente emocional y educativo peor. Como dice
el viejo chiste: “Pobre Jaimito, viene de una familia destrozada”. “No
me extraña; Jaimito puede destrozar a cualquier familia.”
Más razones esgrimidas por Harris. El sistema educativo tradicional de las
clases altas europeas y americanas consistía en minimizar el contacto de
padres e hijos, ‘encasquetando’ la educación de la prole a niñeras,
institutrices o colegios internos. Y sin embargo, los hijos de las clases
acomodadas se convertían en adultos muy parecidos a sus padres y enseguida
adquirían su acento y, casi siempre, sus gustos sofisticados.
En definitiva, lo que Judith Harris dice es: “¡Oigan, el Emperador está
desnudo, y si tienen alguna duda, no le pregunten a los sastres!” Hay
que decir que esta investigadora estaba completamente fuera del ‘sistema’
cuando publicó sus trabajos; de hecho, no pertenecía a ninguna universidad y
su trabajo remunerado consistía en escribir libros de texto de Psicología.
Por tanto, podemos pensar que se encontraba aislada del adoctrinamiento y
fuera de los círculos de intereses que existen en todas las disciplinas.
Ella no tenía nada que perder por ‘tocar el silbato’.
En la segunda parte del libro la cosa cambia completamente, y hay que decir
que resulta muy poco convincente. Harris no presenta pruebas concluyentes
con las que sostener su teoría. Ya sabemos que los ‘amigos’ son importantes
para niños y adolescentes. Tenemos mucha evidencia anecdótica respecto a la
importancia de los grupos, pero lo que se exigía aquí era ir más allá de la
anécdota.
El problema de fondo es que no está nada claro de qué está hablando Harris.
Bien puede ser cierto que el grupo de amigos constituya una influencia
cultural importante y explique por qué los jóvenes se vistan de determinada
manera o se hagan ‘piercing’; pero eso no es lo que estábamos tratando de
averiguar. La pregunta se refería a características de la personalidad
medibles mediante tests. Harris no presenta, por ejemplo, datos de
correlación en el CI de los grupos de colegas o si pertenecer a determinada
‘tribu urbana’ sea la causa de que tu personalidad evolucione en determinado
sentido. Se limita a dar argumentos que simplemente ‘suenan bien’, pero no
‘suenan mejor’ que la vieja idea de que la influencia de los padres es
decisiva.
Lo cierto es que la mayoría de las personas piensa intuitivamente que el
argumento de Harris debe ser equivocado; los padres tienen que importar. E
importan, pero ¿para qué importan? Quizá el problema esté en que cuando nos
referimos a la influencia de los padres estemos hablando de muchas cosas
diferentes. Claramente, los padres proveen cuidados, apoyo emocional,
educación formal y otras experiencias educativas y recreativas; imponen un
determinado nivel de disciplina, pueden transmitir valores culturales y
conocimientos prácticos y poseen cierta influencia sobre el ambiente social
en el que se mueven sus hijos; por si fuera poco, les dejan su dinero y
propiedades en herencia.
Todas estas cosas afectan a la vida de los hijos, lo que no está tan claro
es que afecten a su personalidad o a su inteligencia. Lo que podría
esperarse de este proceso educativo es que los niños crezcan relativamente
sanos (si nada se tuerce), que se integren en la vida social del
barrio/colegio, que adquieran información y habilidades y, tal vez, ciertos
valores culturales. Por ejemplo, la mayoría de los judíos ortodoxos son
hijos de judíos ortodoxos; el ‘credo’ que uno adopta es un valor cultural
(aunque el nivel de religiosidad tiene influencia de los genes). Sin
embargo, esto no es generalizable a cualquier carácter.
En general, no pensamos que la elevada estatura de algunas personas se deba
a que de pequeño le obligaban a comer, digamos, hígado de cerdo (y hacemos
bien en no creerlo); a pesar de que la alimentación puede influir en la
estatura, una vez que el niño en crecimiento tiene una alimentación
adecuada, el que sea alto o bajo depende más que nada de sus genes.
Análogamente, no hay ninguna razón para pensar que características
psicológicas como la tendencia a la ‘búsqueda de novedad’ o a la ‘evitación
del daño’ sea consecuencia de un programa educativo concreto.
En resumen, los estudios de gemelos y las observaciones de Judith Harris han
puesto el dedo en la llaga acerca de lo que sabemos realmente: ¿en qué
rasgos de la conducta tienen los padres influencia? ¿Cómo afecta una
infancia ‘dura’ al desarrollo de la personalidad? ¿Cómo debería manejarse la
desigualdad natural? No parece que tengamos una respuesta contundente a
estas preguntas. Por desgracia, nadie tiene una receta infalible para
conseguir hijos listos y equilibrados. Y sin embargo, culpar a los padres
por nuestros defectos y limitaciones constituye una conveniente forma de
auto-justificarse.
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