El mito de la educación

Creado: 27/4/2012 | Modificado: 30/1/2013 3096 visitas | Ver todas Añadir comentario



El mito de la educación.

Reseña de: "El mito de la educación" (The nurture assumption) Judith Rich Harris (1999) Barcelona: Grijalbo.
Texto: http://profesordeeso.blogspot.com.es/2007/08/el-mito-de-la-educacin-harris-judith.html

Hasta ahora, los psicólogos asumían como irrefutable la tesis de que eran la herencia genética y el entorno familiar, es decir, los padres, los que determinaban la personalidad de los hijos.

Pero en esta revolucionaria obra, Judith Rich Harris cuestiona esta idea a partir de ciertas evidencias: ¿Por qué los hijos de los padres inmigrantes acaban hablando el idioma y con el acento de su grupo social, y no con el de sus padres? ¿Por qué los gemelos que se han criado juntos no son más similares que los que se separaron de pequeños? Desde una perspectiva interdisciplinar y con un estilo claro, accesible y tremendamente ingenioso, este libro demuestra que los padres tienen una influencia relativa en cómo resultarán sus hijos, pues no son los padres quienes socializan a sus hijos, son los propios niños los que se socializan entre ellos.


Es esta una obra esencial, que sintetiza de forma magistral las evidencias aportadas por los últimos estudios de psicología, sociología, antropología y biología evolutiva y que nos ofrece una visión sorprendentemente nueva de quiénes somos y por qué llegamos a ser como somos.

El origen de "El mito de la educación" es un artículo publicado en la "Psychological Review" en 1995, que recibió el premio George A. Miller otorgado por la Asociación Americana de Psicología a trabajos de renombrada relevancia (Harris, 1995). El famoso psicolingüista Steven Pinker es el encargado de prologar la obra de Harris. Escribe Pinker: "tengo el convencimiento de que [la obra de Harris] se verá como un punto y aparte en la historia de la psicología".

La obra tiene dos objetivos generales: poner en cuestión la idea de que la personalidad del niño es formada o modificada por sus padres y ofrecer una perspectiva alternativa sobre el proceso a través del que se forma esa personalidad. La autora recopila y analiza cuidadosamente diversos conocimientos de las ciencias sociales. Una de sus primeras tareas es demostrar que los niños se comportan de un modo en sus hogares (con sus padres) y de otro modo fuera de ellos (sin sus padres), es decir, emplean dos códigos conductuales ajustados al contexto.

La extendida idea de que los padres pueden influir a largo plazo en la personalidad de los niños procede, según Harris, de una determinada psicología universitaria, pero resulta ajena a la antigua psicología popular. Sin embargo, la primera -representada por los estudiosos de la socialización ha terminado por influir en la segunda, a pesar de haber cometido un error crucial. Los estudiosos de la socialización se han olvidado de separar dos tipos de influencias: las de los genes y las del propio ambiente familiar.

Así, por ejemplo, si analizamos a una muestra de padres y a sus niños biológicamente relacionados, y observamos que existen algunas semejanzas entre ellos, podemos sacar la (equivocada) conclusión de que tales semejanzas se deben a que los primeros han criado a los segundos. Nada más lejos de la realidad: esas semejanzas se deben, en buena medida, a los genes que los niños comparten con sus padres, como han demostrado los estudios sobre adopción llevados a cabo por los genéticos de la conducta: "el fallo en el control de los efectos de la herencia convierte en ininterpretables los resultados de la mayoría de los estudios sobre la socialización" (p. 47). Un poco más adelante, Harris declara algo especialmente importante para su tesis: "los niños llegan a este mundo siendo bastante diferentes unos de otros. Sus padres los tratan de forma diferente a causa de sus características distintas" (p. 51).

Sin embargo, Harris, al igual que los genéticos de la conducta, pone un exquisito cuidado en aclarar que, por lo que al desarrollo de la personalidad se refiere, no todo depende de la genética, ni mucho menos. En la formación de la personalidad del niño también influye, al menos tanto como los genes, el entorno. Pero, ¿qué entorno? Según ella, los padres no forman parte de ese entorno. El entorno que es relevante está compuesto, en esencia, por el grupo de iguales (peers).

De hecho, la teoría que Harris propone se denomina "Teoría de la Socialización Grupal": "los niños nacen con ciertas características. Sus genes les predisponen a desarrollar cierto tipo de personalidad. Pero el entorno puede cambiarles. No la crianza -el entorno que pueden proporcionarle sus padres, sino el entorno fuera del hogar, el que comparten con sus compañeros" (p. 192) Es decir, la socialización no es algo que los mayores les hagan a los niños, sino algo que los niños hacen por sí mismos. Para demostrar esta idea, Harris recurre a las investigaciones realizadas con animales, a los conocimientos acumulados sobre el pasado de la humanidad, a los resultados obtenidos por los genéticos de la conducta, y a una serie de experimentos sobre los grupos llevados a cabo por la psicología social en los años 50.

Mientras desgrana diversas investigaciones relevantes para apoyar su teoría, Harris alecciona a los responsables de los programas de acción social dirigidos a la población adolescente. Así, por ejemplo, expone su opinión sobre las campañas destinadas a evitar el hábito de fumar. Según ella, decirles a los "adolescentes" cuáles son los peligros del tabaco no tiene sentido, puesto que se trata de propaganda diseñada por los "adultos". Dado que estos no aprueban que se fume, aquellos se sienten más inclinados a hacerlo. Existe una oposición de los adolescentes hacia los adultos, básicamente porque necesitan diferenciarse -a esto Harris le denomina "contraste de grupo". Los mensajes de conducta dirigidos por los adultos carecen de sentido para los adolescentes, puesto que éstos crean su propio mundo y viven en él.

Quizá una de las argumentaciones más "duras" de la obra de Harris sea la referida a las consecuencias que pueden tener los reiterados mensajes de algunos "expertos" en educación. Según ella, los libros de esos expertos ignoran el hecho de que todos los niños nacen diferentes, como antes se ha comentado. Al haber convencido a los padres de que lo que ellos hagan en casa, tendrá un efecto duradero sobre la personalidad de sus niños, han logrado generar intensos sentimientos de culpa y, naturalmente, han anulado la espontaneidad en las relaciones humanas que se establecen dentro de los hogares. Sin embargo, la investigación científica ha demostrado que los padres no tienen un efecto a largo plazo sobre la personalidad de sus niños.

En la práctica, a la larga, y dentro de un rango poblacional más o menos normativo, es indiferente quiénes sean los padres -aunque esto no niega que haya casos excepcionales en los que algunos padres si influyan a largo plazo en la personalidad de algunos niños, o que los padres pueden actuar como si no tuviesen hijos. Lo que va a pesar son los genes que los padres les pasan a sus niños y las experiencias que estos niños vivan fuera del hogar, dentro de su grupo de iguales: "la herencia es una de las razones por las que los padres con problemas tienen a menudo hijos con problemas. Es un hecho simple, obvio e innegable; y sin embargo es el hecho más olvidado de toda la historia de la psicología. Juzgando la escasa atención que los psicólogos clínicos y del desarrollo le ha prestado a la herencia, pensarías que aún estamos en los días en que John Watson prometía convertir una docena de bebés en médicos, abogados, mendigos o ladrones" (p. 370).

Desarrollando su teoría, la autora proporciona pistas muy interesantes sobre cómo analizar el efecto del entorno sobre la personalidad de los niños. Así, por ejemplo, estudia familias de inmigrantes, en las que los padres pertenecen a una cultura y el resto de la comunidad pertenece a otra. Ello permite distinguir el efecto de los padres y el efecto de las influencias exteriores a la familia. También estudia a las familias en las que los padres son sordos, pero no sus niños. En estos casos, se demuestra que los niños adquieren la cultura que observan y experimentan fuera del hogar, no dentro de él: "el mundo que los niños comparten con sus compañeros es lo que forma su conducta y modifica las características innatas, y todo ello determina el tipo de personas que serán cuando crezcan" (p. 253). Este hecho cuestiona, además, la tan traída y llevada repercusión de los divorcios sobre el desarrollo posterior de los niños. Según los estudios revisados por Harris, no es cierto que los divorcios repercutan a largo plazo en la personalidad de los niños. La autora también pone en tela de juicio el extendido estereotipo de que los niños deben ser criados por un padre y por una madre; esto no ha sido demostrado científicamente. Por tanto, un niño podría ser perfectamente criado por una pareja de homosexuales, puesto que, realmente, el niño se socializa dentro de su grupo de iguales, no dentro del hogar familiar.

Harris revisa el efecto que puede tener su teoría sobre fenómenos sociales como el fracaso escolar. Según ella, los chicos que se acercan a los buenos estudiantes tienden a presentar una buena actitud hacia el trabajo escolar; y al revés. De hecho, la autora cree haber encontrado la principal causa de la bien documentada, pero todavía no explicada, diferencia promedio de rendimiento entre los dos principales grupos étnico-raciales estadounidenses en los tests estandarizados de inteligencia: "los chicos afroamericanos y los euroamericanos se identifican con grupos distintos con normas distintas. Las diferencias son exageradas por los efectos de contraste de grupo y tienen consecuencias que arrastran con ellos a lo largo de los años (...) los chicos afroamericanos a los que les van bien los estudios sufren la presión de sus compañeros para que no trabajen tanto. Fallan a la hora de ajustarse a las normas de su grupo: 'actúan como blancos'" (p. 316). Por esta vía, Harris también sugiere por qué no han funcionado como se esperaba los programas de mejora de la inteligencia. Ello ha sido así porque los programas se han centrado en lo que no es importante, es decir, en intentar cambiar la conducta de los padres con sus niños. Sin embargo, esos programas deberían modificar la conducta y las actitudes de un grupo de niños: "un programa dirigido a un grupo entero de niños tendría más éxito que con esos 17 niños arrancados de diez o doce escuelas diferentes" (p. 320).

En suma, la obra de Harris es valiente y sugerente, pero también rigurosa. De hecho, ya se ha publicado algún estudio empírico dirigido a contrastar la teoría de la autora, con resultados bastante positivos (Loehlin, 1997). Aunque los pilares básicos de la "Teoría de la Socialización Grupal" hace tiempo que son conocidos, Harris ha llevado a cabo una necesaria labor de integración de un modo brillante. Además, ha puesto al alcance del público general, usando un lenguaje comprensible, conocimientos científicos difíciles de transmitir.

De todos modos, "El mito de la educación" no está llamado a convertirse en un obra de impacto similar a la "Inteligencia emocional" de Daniel Goleman, a pesar de ser una obra igual de entretenida, aunque mucho más amparada por las evidencias científicas. Y ello es así porque es probable que la gente quiera escuchar que la inteligencia no es importante, sino que lo son las emociones, pero es poco probable que la gente quiera escuchar que lo que ellos les hagan a sus hijos no tendrá efectos a largo plazo. Con todo y con eso, la sociedad no puede dar la espalda a las evidencias científicas cuando estas son tan abrumadoras. Tarde o temprano, la obra de Harris tendrá un reflejo en la sociedad a la que se dirige.





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