El mito de la educación
El mito de la educación.
Reseña de: "El mito de la educación" (The nurture assumption) Judith Rich Harris (1999)
Barcelona: Grijalbo.
Texto:
http://profesordeeso.blogspot.com.es/2007/08/el-mito-de-la-educacin-harris-judith.html
Hasta ahora, los psicólogos asumían como irrefutable la tesis de que eran la
herencia genética y el entorno familiar, es decir, los padres, los que
determinaban la personalidad de los hijos.
Pero en esta revolucionaria obra, Judith Rich Harris cuestiona esta idea a
partir de ciertas evidencias: ¿Por qué los hijos de los padres inmigrantes
acaban hablando el idioma y con el acento de su grupo social, y no con el de
sus padres? ¿Por qué los gemelos que se han criado juntos no son más
similares que los que se separaron de pequeños? Desde una perspectiva
interdisciplinar y con un estilo claro, accesible y tremendamente ingenioso,
este libro demuestra que los padres tienen una influencia relativa en cómo
resultarán sus hijos, pues no son los padres quienes socializan a sus hijos,
son los propios niños los que se socializan entre ellos.
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Es esta una obra esencial, que sintetiza de forma magistral las evidencias
aportadas por los últimos estudios de psicología, sociología, antropología y
biología evolutiva y que nos ofrece una visión sorprendentemente nueva de
quiénes somos y por qué llegamos a ser como somos.
El origen de "El mito de la educación" es un artículo publicado en la "Psychological
Review" en 1995, que recibió el premio George A. Miller otorgado por la
Asociación Americana de Psicología a trabajos de renombrada relevancia
(Harris, 1995). El famoso psicolingüista Steven Pinker es el encargado de
prologar la obra de Harris. Escribe Pinker: "tengo el convencimiento de
que [la obra de Harris] se verá como un punto y aparte en la historia de la
psicología".
La obra tiene dos objetivos generales: poner en cuestión la idea de que la
personalidad del niño es formada o modificada por sus padres y ofrecer una
perspectiva alternativa sobre el proceso a través del que se forma esa
personalidad. La autora recopila y analiza cuidadosamente diversos
conocimientos de las ciencias sociales. Una de sus primeras tareas es
demostrar que los niños se comportan de un modo en sus hogares (con sus
padres) y de otro modo fuera de ellos (sin sus padres), es decir, emplean
dos códigos conductuales ajustados al contexto.
La extendida idea de que los padres pueden influir a largo plazo en la
personalidad de los niños procede, según Harris, de una determinada
psicología universitaria, pero resulta ajena a la antigua psicología
popular. Sin embargo, la primera -representada por los estudiosos de la
socialización ha terminado por influir en la segunda, a pesar de haber
cometido un error crucial. Los estudiosos de la socialización se han
olvidado de separar dos tipos de influencias: las de los genes y las del
propio ambiente familiar.
Así, por ejemplo, si analizamos a una muestra de padres y a sus niños
biológicamente relacionados, y observamos que existen algunas semejanzas
entre ellos, podemos sacar la (equivocada) conclusión de que tales
semejanzas se deben a que los primeros han criado a los segundos. Nada más
lejos de la realidad: esas semejanzas se deben, en buena medida, a los genes
que los niños comparten con sus padres, como han demostrado los estudios
sobre adopción llevados a cabo por los genéticos de la conducta: "el fallo
en el control de los efectos de la herencia convierte en ininterpretables
los resultados de la mayoría de los estudios sobre la socialización" (p.
47). Un poco más adelante, Harris declara algo especialmente importante para
su tesis: "los niños llegan a este mundo siendo bastante diferentes unos de
otros. Sus padres los tratan de forma diferente a causa de sus
características distintas" (p. 51).
Sin embargo, Harris, al igual que los genéticos de la conducta, pone un
exquisito cuidado en aclarar que, por lo que al desarrollo de la
personalidad se refiere, no todo depende de la genética, ni mucho menos. En
la formación de la personalidad del niño también influye, al menos tanto
como los genes, el entorno. Pero, ¿qué entorno? Según ella, los padres no
forman parte de ese entorno. El entorno que es relevante está compuesto, en
esencia, por el grupo de iguales (peers).
De hecho, la teoría que Harris
propone se denomina "Teoría de la Socialización Grupal": "los niños nacen
con ciertas características. Sus genes les predisponen a desarrollar cierto
tipo de personalidad.
Pero el entorno puede cambiarles. No la crianza -el entorno que pueden
proporcionarle sus padres, sino el entorno fuera del hogar, el que comparten
con sus compañeros" (p. 192) Es decir, la socialización no es algo que los
mayores les hagan a los niños, sino algo que los niños hacen por sí mismos.
Para demostrar esta idea, Harris recurre a las investigaciones realizadas
con animales, a los conocimientos acumulados sobre el pasado de la
humanidad, a los resultados obtenidos por los genéticos de la conducta, y a
una serie de experimentos sobre los grupos llevados a cabo por la psicología
social en los años 50.
Mientras desgrana diversas investigaciones relevantes para apoyar su teoría,
Harris alecciona a los responsables de los programas de acción social
dirigidos a la población adolescente. Así, por ejemplo, expone su opinión
sobre las campañas destinadas a evitar el hábito de fumar. Según ella,
decirles a los "adolescentes" cuáles son los peligros del tabaco no tiene
sentido, puesto que se trata de propaganda diseñada por los "adultos". Dado
que estos no aprueban que se fume, aquellos se sienten más inclinados a
hacerlo. Existe una oposición de los adolescentes hacia los adultos,
básicamente porque necesitan diferenciarse -a esto Harris le denomina
"contraste de grupo". Los mensajes de conducta dirigidos por los adultos
carecen de sentido para los adolescentes, puesto que éstos crean su propio
mundo y viven en él.
Quizá una de las argumentaciones más "duras" de la obra de Harris sea la
referida a las consecuencias que pueden tener los reiterados mensajes de
algunos "expertos" en educación. Según ella, los libros de esos expertos
ignoran el hecho de que todos los niños nacen diferentes, como antes se ha
comentado. Al haber convencido a los padres de que lo que ellos hagan en
casa, tendrá un efecto duradero sobre la personalidad de sus niños, han
logrado generar intensos sentimientos de culpa y, naturalmente, han anulado
la espontaneidad en las relaciones humanas que se establecen dentro de los
hogares. Sin embargo, la investigación científica ha demostrado que los
padres no tienen un efecto a largo plazo sobre la personalidad de sus niños.
En la práctica, a la larga, y dentro de un rango poblacional más o menos
normativo, es indiferente quiénes sean los padres -aunque esto no niega que
haya casos excepcionales en los que algunos padres si influyan a largo plazo
en la personalidad de algunos niños, o que los padres pueden actuar como si
no tuviesen hijos. Lo que va a pesar son los genes que los padres les pasan
a sus niños y las experiencias que estos niños vivan fuera del hogar, dentro
de su grupo de iguales: "la herencia es una de las razones por las que
los padres con problemas tienen a menudo hijos con problemas. Es un hecho
simple, obvio e innegable; y sin embargo es el hecho más olvidado de toda la
historia de la psicología. Juzgando la escasa atención que los psicólogos
clínicos y del desarrollo le ha prestado a la herencia, pensarías que aún
estamos en los días en que John Watson prometía convertir una docena de
bebés en médicos, abogados, mendigos o ladrones" (p. 370).
Desarrollando su teoría, la autora proporciona pistas muy interesantes sobre
cómo analizar el efecto del entorno sobre la personalidad de los niños. Así,
por ejemplo, estudia familias de inmigrantes, en las que los padres
pertenecen a una cultura y el resto de la comunidad pertenece a otra. Ello
permite distinguir el efecto de los padres y el efecto de las influencias
exteriores a la familia. También estudia a las familias en las que los
padres son sordos, pero no sus niños. En estos casos, se demuestra que los
niños adquieren la cultura que observan y experimentan fuera del hogar, no
dentro de él: "el mundo que los niños comparten con sus compañeros es lo
que forma su conducta y modifica las características innatas, y todo ello
determina el tipo de personas que serán cuando crezcan" (p. 253). Este
hecho cuestiona, además, la tan traída y llevada repercusión de los
divorcios sobre el desarrollo posterior de los niños. Según los estudios
revisados por Harris, no es cierto que los divorcios repercutan a largo
plazo en la personalidad de los niños. La autora también pone en tela de
juicio el extendido estereotipo de que los niños deben ser criados por un
padre y por una madre; esto no ha sido demostrado científicamente. Por
tanto, un niño podría ser perfectamente criado por una pareja de
homosexuales, puesto que, realmente, el niño se socializa dentro de su grupo
de iguales, no dentro del hogar familiar.
Harris revisa el efecto que puede tener su teoría sobre fenómenos sociales
como el fracaso escolar. Según ella, los chicos que se acercan a los buenos
estudiantes tienden a presentar una buena actitud hacia el trabajo escolar;
y al revés. De hecho, la autora cree haber encontrado la principal causa de
la bien documentada, pero todavía no explicada, diferencia promedio de
rendimiento entre los dos principales grupos étnico-raciales estadounidenses
en los tests estandarizados de inteligencia: "los chicos afroamericanos y
los euroamericanos se identifican con grupos distintos con normas distintas.
Las diferencias son exageradas por los efectos de contraste de grupo y
tienen consecuencias que arrastran con ellos a lo largo de los años (...)
los chicos afroamericanos a los que les van bien los estudios sufren la
presión de sus compañeros para que no trabajen tanto. Fallan a la hora de
ajustarse a las normas de su grupo: 'actúan como blancos'" (p. 316). Por
esta vía, Harris también sugiere por qué no han funcionado como se esperaba
los programas de mejora de la inteligencia. Ello ha sido así porque los
programas se han centrado en lo que no es importante, es decir, en intentar
cambiar la conducta de los padres con sus niños. Sin embargo, esos programas
deberían modificar la conducta y las actitudes de un grupo de niños: "un
programa dirigido a un grupo entero de niños tendría más éxito que con esos
17 niños arrancados de diez o doce escuelas diferentes" (p. 320).
En suma, la obra de Harris es valiente y sugerente, pero también rigurosa.
De hecho, ya se ha publicado algún estudio empírico dirigido a contrastar la
teoría de la autora, con resultados bastante positivos (Loehlin, 1997).
Aunque los pilares básicos de la "Teoría de la Socialización Grupal" hace
tiempo que son conocidos, Harris ha llevado a cabo una necesaria labor de
integración de un modo brillante. Además, ha puesto al alcance del público
general, usando un lenguaje comprensible, conocimientos científicos
difíciles de transmitir.
De todos modos, "El mito de la educación" no está
llamado a convertirse en un obra de impacto similar a la "Inteligencia
emocional" de Daniel Goleman, a pesar de ser una obra igual de entretenida,
aunque mucho más amparada por las evidencias científicas. Y ello es así
porque es probable que la gente quiera escuchar que la inteligencia no es
importante, sino que lo son las emociones, pero es poco probable que la
gente quiera escuchar que lo que ellos les hagan a sus hijos no tendrá
efectos a largo plazo. Con todo y con eso, la sociedad no puede dar la
espalda a las evidencias científicas cuando estas son tan abrumadoras. Tarde
o temprano, la obra de Harris tendrá un reflejo en la sociedad a la que se
dirige.
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