Inteligencia y cociente intelectual
Inteligencia y cociente intelectual
Texto:
http://www.portalplanetasedna.com.ar/inteligencia.htm
INTELIGENCIA Y COCIENTE INTELECTUAL.
El hecho de que el cerebro destine la mayor parte de su actividad a la
autopercepción, sugiere la idea de que la inteligencia guarda relación con la
buena memoria, sólo quien dispone de una extraordinaria capacidad para almacenar
datos puede dar a su cerebro la oportunidad de reelaborar internamente la
información.
|
De hecho, un gran número de investigadores han demostrado que todos
los niños superdotados estudiados por ellos disponían de una memoria
extraordinaria, y lo mismo ocurre entre los jugadores de ajedrez, los
matemáticos, los compositores y los virtuosos del violín.
El interés por los individuos superdotados ha dado lugar a grandes
controversias. Una de las primeras fue desatada por las investigaciones del
médico y criminalista italiano Cesare Lombroso (1836-1909), quien en su libro
Genio y locura (1864) afirmó que existía una relación entre genialidad y locura.
Algunos investigadores norteamericanos, más sensatos, se opusieron a esta tesis
y se esforzaron por determinar los factores responsables de la inteligencia para
intentar medirlos después. El resultado de estos estudios fue el CI, el llamado
«cociente intelectual», que parte de un valor promedio de 100, por debajo de él
se sitúa la mitad menos inteligente de la sociedad, y por encima la más
inteligente, siendo su curva de distribución exactamente simétrica. Por eso se
habla también de una «curva de campana», y uno de los libros más discutidos
sobre el carácter hereditario de la inteligencia, cuyos autores son Ferrnstein y
Murray lleva precisamente por título The Bell Curve.
El cociente intelectual se investiga sometiendo al sujeto de experimentación a
distintos tipos de tareas, ordenar conceptos, completar sucesiones de números,
componer figuras geométricas, aprender de memoria listas de palabras, cambiar de
posición determinadas figuras, etcétera. El test estándar es el Binet-Simon,
quien en este test alcanza una puntuación de ciento treinta es considerado una
persona extraordinariamente inteligente, y quien logra una puntuación de ciento
cuarenta se halla en el umbral de la genialidad —aunque para desdramatizar y
evitar el complejo de loco genial, hoy se prefiera hablar de personas
superdotadas—.
La idea de que existe una relación entre la genialidad y la locura fue refutada
empíricamente en los años 1920. Terman, un investigador norteamericano, fue el
primero que sometió a pruebas de larga duración a personas con un CI superior a
ciento cuarenta, llegando a la conclusión de que la mayoría de los superdotados
son más maduros, más equilibrados psíquicamente e incluso más sanos físicamente
que las personas con un cociente intelectual medio. En cierto modo, esto
normalizó la genialidad y la liberó de su aura elitista. Pero el CI siguió
siendo cuestionado. El descubrimiento de que la inteligencia es en gran medida
un rasgo congénito provocó violentas reacciones al tiempo que bajó los humos a
todas las utopías educativas, pues sólo si se admite que la inteligencia depende
fundamentalmente de la influencia del medio social es posible sostener la
esperanza de que la educación pueda hacer entrar al ser humano en razón. Esta
postura constituye una excusa consoladora para muchos, ya que su posición
rezagada con respecto a los más aptos no se debería a su falta de inteligencia
sino a un medio social hostil.
Por esta razón, cuando a finales de la década de 1960 —en plena efervescencia
del movimiento estudiantil—A. R.Jenssen y H.J. Eysenck presentaron sus
investigaciones sobre la inteligencia y afirmaron que la herencia era
responsable de ella en un ochenta por ciento, se desató una feroz campaña contra
ellos en los medios de comunicación y en las universidades, en cuyo clímax
Eysenck fue agredido cuando pronunciaba una conferencia en la London School of
Economics.
Eysenck se había basado, entre otros, en los estudios realizados por Cyril Burt,
pionero en el ámbito de la medición de la inteligencia y de la investigación de
gemelos. En sus estudios sobre gemelos univitelinos (con el mismo genotipo) que
habían sido educados por separado, Burt constató que, pese a la difererencia de
sus medios y entornos, tenían el mismo cociente intelectual. La aversión hacia
estos resultados fue tan grande que Burt fue acusado de haber falsificado sus
datos, actitud en la que se perseveró incluso cuando se demostró lo contrario.
Todo esto se repitió cuando se publicó el libro The Bell Curve, de Herrnstein y
Murray, y cuando Volker Weiss, que investigaba la distribución de la
inteligencia entre la población, fue excluido de la Sociedad Antropológica
Alemana.
De este modo se cumplía irónicamente la predicción realizada por el sociólogo
británico Michael Young en un ensayo utópico-satírico que se situaba en el año
2033. Young había escrito el ensayo durante el debate sobre la implantación de
la escuela integrada, y en él describía la evolución de la sociedad hacia la
meritocracia (el poder de los más capacitados). En su descripción, los
socialistas empiezan abogando por el libre desarrollo de las capacidades y
eliminan los obstáculos clasistas que impiden el desarrollo de los individuos
más capacitados de la clase trabajadora, para después constatar horrorizados que
los individuos más inteligentes abandonan las clases inferiores y pasan a formar
una élite.
El triunfo del principio según el cual el éxito debe ser el resultado de la
formación y de las capacidades individuales acaba por dividir a la sociedad en
dos clases, la clase inferior de los menos capacitados y la clase superior de
los más capacitados. De este modo los socialistas cambian su doctrina y adoptan
el principio «vía libre para los mas aptos». Posteriormente, cuando la clase
superior pretende volver a hacer hereditarios sus privilegios, la insatisfacción
colectiva de los menos capacitados da lugar a una revuelta. A comienzos del
siglo XXI se produce una revolución antimeritocrática de la que fue víctima el
autor de este ensayo, como informa con pesar su editor.
Quienes protestaban contra la idea de que la inteligencia era un rasgo heredado,
se comportaban exactamente como los individuos menos capacitados del ensayo de
Michael Young. Eran víctimas del famoso error de Procusto (The
Procrusteanfallacy) cuyo origen se remonta a la Antigüedad. Recién implantada la
democracia ateniense, el Areópago encargó a Procusto, miembro de la Academia,
investigar empírican1ente la desigualdad entre los atenienses sirviéndose de
instrumentos de medida psicométricos y fisiométricos.
Procusto se puso manos a la obra y construyó como instrumento de medida su
famoso lecho. Tras adaptar a todos los sujetos de investigación a este lecho
estirando o cortando sus cuerpos, elevó a la Academia de las Ciencias de Atenas
el siguiente comunicado, todos. los atenienses son igual de grandes. Este
resultado fue tan desconcertante para el Areópago como esclarecedor para
nosotros, Procusto había malinterpretado la esencia de la democracia. Había
creído que la igualdad política y la igualdad ante la ley se basaban en la
igualdad de los hombres. Y como era un ferviente demócrata, eliminó sus
diferencias.
Pero la democracia no supone la igualdad de los hombres, sino que ignora su
desigualdad, es decir, no niega que haya diferencias de sexo, de nacimiento, de
color de piel, de religión y de capacidades, sino que las vuelve indiferentes.
De este modo desliga naturaleza humana y sociedad. La sociedad no es la
continuación de la naturaleza humana, sino que aprovecha sus variaciones de
forma selectiva. Precisamente porque la política hace abstracción de todas las
diferencias naturales entre los individuos, éstas pueden ser aprovechadas en
otra parte, así, por ejemplo, la familia se funda en la diferencia entre el
hombre y la mujer —y no existe discriminación alguna en el hecho de que la mujer
prefiera como pareja al hombre—; y los sistemas educativos aprovechan las
diferencias existentes entre las capacidades de los individuos.
INTELIGENCIA MÚLTIPLE Y CREATIVIDAD
Cada vez hay menos razones para sentir hostilidad hacia los individuos más
capacitados, pues la investigación de las capacidades y de la inteligencia ha
tomado una nueva orientación. El antiguo «cociente intelectual» ha perdido su
carácter monolítico y ha sido posible diferenciar los distintos componentes de
la inteligencia, que hoy se entienden como dimensiones completamente
independientes entre si. |
La distinción de estas seis formas de inteligencia es el resultado de numerosas
pruebas e investigaciones muy complejas, entre las que cabe destacar las
siguientes, la investigación de traumatismos cerebrales, en la que se demostró
que, aunque la inteligencia lingüística quedara dañada, la musical permanecía
inalterada; la comprobación experimental de la falta de relación (indiferencia)
entre las distintas capacidades; la verificación de la proximidad entre sistemas
simbólicos independientes (lenguaje, imágenes, sonidos, etcétera) y la
existencia indiscutible de impresionantes capacidades especiales en cada una de
estas formas de inteligencia.
Fue precisamente un niño prodigio quien formó parte de los fundadores de la
medición empírica de la inteligencia, Francis Galton, primo de Charles Darwin.
Galton inventó la dactiloscopia, el método para identificar a los criminales a
través de las huellas dactilares. Cuando tenía sólo dos años y medio, Galton era
capaz de leer el libro Cobwebs to catchflies; entre los seis y los siete reunió
una colección sistemática de insectos y minerales; a los ocho años asistió a
clases dirigidas a jóvenes de entre catorce y quince, y a los quince fue
admitido como estudiante en el General Hospital de Birmingham. De acuerdo con la
edad mental establecida para cada una de estas actividades, el cociente
intelectual de Galton era de casi doscientos.
Cuando L. M. Terman leyó la biografía de Galton, animó a su colaboradora
Catherine Cox a medir el cociente intelectual de las mujeres y los hombres más
célebres de la historia basándose en todos los datos que se dispusiera sobre
ellos. Tras una compleja selección, Catherine Cox eligió a trescientos hombres y
mujeres célebres y los sometió al estudio de tres psicólogos distintos. Su
estudio dio como resultado una clasificación de las trescientas biografías de
los personajes más geniales de la historia. Esta es la clasificación de los diez
primeros,
1. John Stuart Mill
2. Goethe
3. Leibniz
4. Grocio
5. Macaulay
6. Bentham
7. Pascal
8. Schelling
9. Haller
10. Coleridge
En su Autobiografía John Stuart Mill (1806-1873), el primer clasificado, nos
informa con precisión de su juventud. A los tres años de edad, Mill leyó las
Fábulas de Esopo en su versión original, siguiendo con la Anábasis de Jenofonte,
Heródoto, Diógenes, Laercio, Luciano e Isócrates. A los siete años leyó los
primeros diálogos de Platón y, con la ayuda de su padre, se introdujo en la
aritmética; para descansar, leía en inglés a Plutarco y la Historia de
Inglaterra de Hume. A los ocho años de edad, comenzó a enseñar latín a sus
hermanos pequeños, y así leyó a Virgilio, Tito Livio, Ovidio, Terencio, Cicerón,
Horacio, Salustio y Ático, mientras proseguía su estudio de los clásicos
griegos, Aristófanes, Tucídides, Demóstenes, Esquines, Lisias, Teócrito,
Anacreonte, Dionisio, Polibio y Aristóteles. El ámbito que más le interesaba era
la Historia, por lo que a modo de «entretenimiento provechoso» escribió una
historia de Holanda y una historia de la constitución romana. Aunque leyó a
Shakespeare, Milton, Goldsmith y Gray, su centro de atención no era la
literatura —de entre sus contemporáneos sólo menciona a Walter Scott—; según nos
cuenta él mismo, su mayor diversión infantil era la ciencia experimental. Con
doce años se introdujo en la lógica y en la filosofía, ylos trece Mill hizo un
curso de economía política. Su padre era amigo de los economistas Adam Smith y
Ricardo, pero antes de poder leer sus trabajos, Mill tenía que redactar de forma
precisa y clara la lección que su padre le daba durante su paseo diario; sólo
después pudo leer a Smith y a Ricardo y refutar con éste a Smith, a quien Mill
no consideraba bastante profundo. A la edad de catorce años viajó a Montpellier,
donde estudió química. zoología, matemática, lógica y metafísica. Tras regresar
de Montpellier. siguió a Jeremy Bentharn y fundó con su padre la revista The
Westminster Review, cuya influencia le convirtió en el intelectual más
importante de Inglaterra. Mill escribió uno de los primeros libros sobre el
movimiento femiüista, The Subjection of Women (El sometimiento de las mujeres,
1869), lo que constituye otra prueba de la superioridad de su inteligencia.
La mayoría de investigadores están de acuerdo en una cosa, la inteligencia no lo
es todo. También hace falta creatividad.
CREATIVIDAD
Para diferenciar la creatividad de la inteligencia es necesario distinguir entre
pensamiento convergente y pensamiento divergente. El primero remite a
informaciones nuevas, pero ligadas a contenidos ya conocidos; el segundo, en
cambio, hace referencia a informaciones nuevas que en gran medida son
independientes de la información previa. Así pues, los test de inteligencia
miden el pensamiento convergente, mientras que el pensamiento divergente
constituye la base de la creatividad. El primero exige respuestas correctas, el
segundo un conjunto de respuestas posibles, lo que implica originalidad y
flexibilidad. Pero la originalidad sola no basta, el pensamiento divergente
requiere además una capacidad crítica para discernir y apartar inmediatamente
las ideas absurdas —normalmente, sabemos de inmediato si una idea puede ser
fructífera o no—.
En sus libros Insight and Outlooky TheAct of Greation, Arthur Koestler describe
la forma de desarrollar estas ideas. El mejor modo de ilustrar su teoría es
seguir el ejemplo del que él se sirve. El tirano de Siracusa había recibido como
regalo una corona de oro, pero, como todos los tiranos, era un ser desconfiado y
temía que pudiese tratarse de una aleación de oro y plata. Para asegurarse
encargó al famoso Arquímedes investigar si realmente estaba hecha de oro puro.
Arquímedes conocía el peso específico del oro y de la plata, naturalmente; pero
esto no le servía de nada mientras desconociese el volumen de la corona, lo
único que podría indicarle si ésta no pesaba lo suficiente. ¿Cómo podía medir el
volumen de un objeto tan irregular? Era imposible. Sin embargo, desobedecer las
órdenes de un tirano es siempre peligroso. ¡Si pudiese fundir la corona y
vaciarla en un recipiente! Esta idea no se le iba de la cabeza y se imaginaba
qué espacio ocuparía en el recipiente una vez fundida. Absorto en sus
pensamientos, Arquímedes empezó a meterse en su bañera. Se dio cuenta entonces
de que el nivel del agua de la bañera ascendía a medida que él introducía su
cuerpo en ella. Entonces exclamó, «Eureka!», y salió del agua. Había encontrado
la solución, no era necesario fundir la corona, el agua desplazada era igual al
volumen del cuerpo sumergido en ella.
En la mente de Arquímedes se habían asociado repentinamente dos ideas que hasta
entonces habían estado inconexas, y esta asociación se había producido a partir
de un elemento común, él ya sabía que el nivel del agua de su bañera ascendía
cuando se introducía en ella, observación que no tenía aparentemente nada que
ver con el peso específico del oro y de la plata; pero de repente, en virtud de
un encargo de difícil ejecución ambas ideas se asociaron entre sí y la una se
convirtió en la solución de la otra. Koestler llama a esto un «acto bisociativo».
Normalmente se experimenta como «fulguración», corno una lucecita que se
enciende, de pronto se produce una chispa y entonces se cae en la cuenta de
algo. Esta descripción está corroborada por los relatos sobre la forma en que
normalmente se han producido muchos de los inventos; en última instancia un gran
número de metáforas y de chistes audaces, al igual que los inventos, se deben a
la capacidad bisociativa de nuestra mente.
La situación más propicia para que se produzcan estas descargas repentinas que
son los actos asociativos es la puesta en marcha del flujo de ideas —al parecer,
este flujo es el elemento fundamental de la creatividad—; pero, además, es
necesario hacerse permeable al caos que bulle en el subconsciente. En este
sentido, el psicólogo Ernst Kris, que ha hecho aportaciones fundamentales en el
ámbito de la investigación de la creatividad de los artistas, habla de
«regresión al servicio del yo». Esto concuerda perfectamente con la idea de la
existencia de una estrecha relación entre pensamiento divergente y crítica, el
inconsciente proporciona las ideas nuevas que busca el yo. La «regresión al
servicio del yo» fue elevada al rango de técnica social cuando se dio con el
método del brainstorrning («tormenta de ideas»). Otras estrategias posibles para
acceder a soluciones novedosas pueden ser transformar una idea en su contrario,
extremarla hasta llevarla al absurdo, modificar el punto de partida y, sobre
todo, explorar analogías y semejanzas estructurales. No obstante, para que el yo
pueda poner a prueba la utilidad de sus ideas, incluso de las más descabelladas,
debe estar poseído por el problema. No basta con ocuparse fugazmente de él; es
necesario concentrarse totalmente en él y no pensar en nada más, sólo entonces
se tendrá la oportunidad de asociarlo incluso con las ideas más disparatadas. De
este modo llegamos a otro de los componentes de la creatividad, la capacidad de
conectar entre sí no solo las ideas más próximas sino también las más lejanas, o
«to bringthings togethe>.
Como los individuos creativos son capaces de combinar ideas que para individuos
más simples son contradictorias, no se irritan ante las opiniones contrarias y
las objeciones, pues están acostumbrados a experimentar ellas y siempre
encuentran algo aceptable. Suelen pensar en direcciones opuestas y pueden dejar
abierta la conclusión. Los individuos creativos no temen la ambivalencia, la
contradicción y la complejidad, porque éstas les sirven de estímulo. Son lo
contrario de los fanáticos, a quienes les horroriza la complejidad y son
propensos a las simplificaciones, o, como dice Lichtenberg, son individuos
capaces de todo, pero de nada.
Así pues, existe una relación estructural entre la creatividad, el humor y el
gusto por las analogías y las metáforas. La raíz común de todos ellos es el
pensamiento bisociativo, ayudado evidentemente por esa inclinación a lo que
Edward de Bono ha denominado «lateral thinking» (por oposición al «vertical
thinking») cuyos elementos son, receptividad hacia las ideas nuevas, tendencia a
saltar de nivel, predilección por las soluciones más inverosímiles y capacidad
para plantear nuevos problemas.
En la medida en que las metáforas son el resultado de «fulguraciones»
bisociativas, la misma creatividad se define metafóricamente. En inglés, un acto
creativo recibe el nombre de « brainchild», término que conserva la antigua
dimensión sexual del concepto de creatividad, en el acto creativo se engendran
hijos. Con su atribución al dios creador los teólogos se esforzaron por
desexualizar el concepto de creación. Posteriormente, el artista heredó de Dios
este atributo, si Dios crea el mundo, el artista crea su mundo, y ambos son
padres y autores de su creación. Pero quien se crea a sí mismo, es una persona
culta.
Fuente Consultada: La Cultura Dietrich Schwanitz.
Contacto y comentarios
Puedes comentar este texto aquí: Comentarios
También puedes contactar con el administrador en este enlace: Contacto