Educación para aprender a vivir

Creado: 26/4/2012 | Modificado: 23/1/2013 5060 visitas | Ver todas Añadir comentario



Educación para aprender a vivir.

Autor: José Antonio Marina, filósofo, ensayista y pedagogo.
 
El modelo educativo que propongo se basa en una teoría de los recursos. Nuestros hijos van a vivir en un mundo que
desconocemos, y necesitamos dotarles de los medios necesarios para que salgan adelante.

Unos recursos son personales -las capacidades que tiene el niño- y otros son externos - una situación acomodada, un buen sistema educativo, un mundo en paz, justo, políticamente estable y seguro, por ejemplo, lo que llamaré capital social.

 


En resumen: se trata de conseguir que cada niño disfrute de un buen capital personal y de un buen capital social. Esa sería nuestra mejor herencia.

Como educador, yo en cambio tengo que ser beligerante. No es una pretensión tan rara. La fisiología estudia la salud
y la enfermedad, pero la medicina tiene como meta clara la salud. Dentro de las posibilidades humanas está la
autodestrucción, la crueldad, la degradación, caminos sin salida que sólo me interesa estudiar para evitarlos. No quiero
averiguar las mil y una maneras de ser desgraciado, sino el modo de desarrollar los recursos necesarios para ser felices.

Lo que llamamos educar es, precisamente, cultivar los recursos.

El niño es, ante todo, un organismo que crece, interactúa con el entorno, produce ocurrencias mentales, y realiza
actividades. Este proceso se da en todos los niños de una manera análoga. El bebé mama, sonríe, llora, duerme,
comienza a gatear, teme a los extraños, vocaliza, intenta andar, quiere independizarse, es curioso, le gusta jugar. Estos
acontecimientos siempre suceden, más o menos, a la misma edad en todos los niños. Nacen con unas capacidades y
van desarrollando otras. Tienen admirables sistemas para captar información, evaluarla, y producir respuestas. Por usar
un lenguaje actual, podemos decir que nacen "programados" para muchas cosas.

Fijémonos en las respuestas que da a lo que le sucede. Algunas son motoras: el niño se mueve, busca el pecho, succiona.
Otras son expresivas: sonríe si está a gusto o llora si experimenta algún malestar. Otras son mentales: se siente bien
o mal, es consciente de muchas cosas, y se le ocurren otras: deseos, imágenes, actividades. Alrededor de los doce
meses, por ejemplo, comienza a hablar. Venía preparado para hacerlo y, con la ayuda de su entorno, lo consigue.

Este dinamismo básico, incluye una memoria que asimila la experiencia. Decimos con frecuencia y con razón: Parecen
esponjas. Simplificando mucho, podríamos decir que somos "biología y memoria", que es una manera muy elemental
de decir que somos "naturaleza y cultura". Los niños nacen con una serie definida de características personales, que
se van desarrollando, amortiguando, esculpiendo, cargando con los contenidos de la experiencia. Asimilan sin parar
alimentos e información.

Educar es ayudar a que el niño desarrolle sus capacidades, construya adecuadamente su memoria, produzca buenas
ocurrencias, y se comporte adecuadamente. Voy a comentar cada una de estas dimensiones.

 

-  Capacidades: percibir, recordar, relacionar, anticipar, comprender, hablar, razonar, adquirir habilidades motoras,
desarrollar buenos estilos afectivos.

-  Construir adecuadamente su memoria significa asimilar los conocimientos, valores y destrezas convenientes.
Está claro que esto no depende sólo del niño, sino del entorno que le rodea, que se convierte así en educador de su
memoria. Todo lo que aprendemos -la tabla de multiplicar, jugar al tenis o confiar en las personas- lo hacemos gracias
a la memoria, que nos permite aprovechar las grandes creaciones de la historia: el lenguaje, la ciencia, la experiencia.
 


-  Ocurrencias son todas aquellas ideas, deseos, sentimientos, proyectos, palabras, recuerdos, imágenes, que aparecen
en nuestra consciencia. A veces podemos suscitarlas, pero otras se nos imponen. Nos sentimos deprimidos, cansados,
enamorados. Se nos ocurren muchas cosas o, por el contrario, nos quedamos bloqueados. A veces no podemos quitarnos
una cosa de la cabeza, las preocupaciones vuelven aunque no queramos. Unas personas son alegres y otras tristes,
unas optimistas y otras pesimistas. Al hablar de "buenas ocurrencias" me refiero a ocurrencias inteligentes, adaptativas,
felices, animosas, brillantes, adecuadas a la situación. Esto no quiere decir que debamos vivir en un limbo sonriente.
La tristeza, la indignación, la culpa, la vergüenza pueden ser sentimientos convenientes, si nos permiten adaptarnos
correctamente a la situación. Comienzan a ser perturbadores si son desmesurados o irracionales.

-  Comportamiento. Las ocurrencias nos incitan a veces a la acción, pero pronto aprendemos que no podemos seguirlas
todas. Algunas son perjudiciales para otras personas o nos dañan a nosotros mismos. La acción es la expresión más
completa de la inteligencia. Podemos pensar muy bien y actuar muy mal, y una persona considerada muy inteligente
puede comportarse de forma estúpida, con lo que su inteligencia queda forzosamente en tela de juicio. Un gran
matemático puede ser, al mismo tiempo, una persona poco inteligente en su forma de vivir.


Segunda parte.


El objetivo del educador es conseguir que las habilidades intelectuales, afectivas y operativas de los niños se desarrollen;
que su memoria guarde los contenidos adecuados y construya los hábitos necesarios para tener buenas, brillantes, y
adecuadas ocurrencias, y, como colofón, que su comportamiento sea lo más inteligente posible.


¿Y esto cómo se hace? Si los seres humanos fueran unos sistemas mecánicos, como las bolas de un billar, sería fácil
educar. Esto es lo que han penado muchos fanáticos del condicionamiento o de la indoctrinación. Al hacer A, el niño
o el alumno haría B. Pero nada de eso sucede. Hay demasiados elementos en juego.

En primer lugar, el niño nace como un organismo activo, dotado de un sistema de preferencias, e influye en su entorno. Es verdad que los padres educan a los niños, pero también lo es que los niños educan a sus padres. Un niño difícil suscita respuestas diferentes a las que suscita un niño fácil, incluso en los padres cariñosos. Además, por muy escandaloso que parezca, no es verdad que todos los padres quieran de la misma manera a todos sus hijos.

Ejemplo:

Les pondré un ejemplo para acostumbrarnos a tratar con este enfoque multifactorial de los fenómenos. Es un ejercicio
de pensamiento sistémico. Sara McLanahan y Gary Sandefur sostienen en un libro “Growing Up with a Single Parent”
que "los niños que crecen en una casa con un sólo padre biológico presentan más problemas conductuales que los que
crecen en una casa con ambos padres". Pero la misma McLanahan se tiene que enfrentar con un curioso problema.
"Los niños que crecen con madres viudas presentan muchos menos problemas que los niños de otros tipos de familias
monoparentales". Al parecer no todas las ausencias son iguales.

¿Cuál puede ser la razón? Se me ocurren, al menos, cuatro. Primera: el divorcio puede deberse a problemas de personalidad de los padres, que tal vez hayan heredado los hijos. Segunda, las tensiones previas al divorcio son más dañinas que la ausencia en sí. Tercera, un divorcio suele producir una disminución del nivel de vida, y frecuentemente un cambio de residencia. Cuarta, los padres raramente explican a sus hijos las razones del divorcio, lo que en niños pequeños suele provocar un sentimiento de culpabilidad. Muchos niños creen que sus padres se han separado porque ellos han sido malos.


Tercera parte. Historia.

Las teorías del cuidado parental o de la educación han cambiado de forma dramática a lo largo de la historia. Posiblemente
ahora estemos exigiendo a los padres más que nunca.

Durante muchos siglos, la sociedad era homogénea, las creencias básicas estaban compartidas, y los individuos vivían bajo una constante presión social que limitaba su libertad, pero imponía normas inequívocas de comportamiento. Volvamos al caso de las familias monoparentales o de la ausencia del padre, que ahora nos preocupa mucho. Sin embargo, a lo largo de toda la historia, en épocas de guerras y de mortandad, los niños se educaban en familias sin figura paterna real, aunque con figura paterna simbólica.

La sociedad se encargaba de la educación mediante unos sistemas autoritarios que penetraban también dentro de la familia. Los padres eran meros transmisores de una cultura que proponía rutinas vitales estables y predecibles. Tenían una autoridad conferida por los usos sociales. Eran delegados de la sociedad. La gran "maestra de la vida" no era la escuela, sino el sistema cultural entero. La obediencia era la gran virtud educativa. Por primera vez en la historia de la Humanidad,
padres y maestros sienten que educan contra corriente y que sus esfuerzos educativos son anulados por el entorno
cultural. Es lógico que se sientan incapaces de cumplir tan insólita tarea.

Final.

Y también lo es que la pedagogía crítica -Peter McLaren, Henri Giraux, por ejemplo- defienda una cierta "resistencia contra la cultura". En este momento, en occidente al menos, la autonomía del individuo es el valor más preciado. Su libertad aumenta, pero también su desconcierto ante un mundo donde no encuentra modos establecidos de vivir, donde tiene que
inventárselo todo, donde la autoridad es sospechosa, y donde parece que no hay canales eficaces para educar. Va a
tener que tomar decisiones constantemente. Citaré lo que dice un interesante libro sobre la pareja:

"Ya no está claro si hay que casarse o convivir, si tener y criar un hijo dentro o fuera de la familia, con la persona
con la que se convive o con la persona que se ama pero que convive con otra, si tener un hijo antes o después
de la carrera o en medio"

Necesitamos, por lo tanto, educar para un mundo que anima a diseñar la propia vida a la carta, al mismo tiempo que
desde el punto de vista laboral o económico limita muchas veces las opciones, lo que provoca con frecuencia un
sentimiento de frustración o de agresividad.


La educación se transmite por dos caminos diferentes. Uno es personal y el otro social. Si queremos educar a un niño
debemos educarle a él y educar también a su ambiente. Puesto que todos los niños viven en un contexto, debemos
educar al niño y al contexto, a los dos.

Autor: José Antonio marina. Filósofo, ensayista y pedagogo.
Texto: www.egipuzkoa.net


 



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